Demasiado texto y muy poca acción
"Una pasión sudamericana" , de Ricardo Monti. Elenco: Daniel Fanego, Guillermo Angelelli, Joselo Bella, Pablo Finamore y otros. Escenografía: Diego Silvano. Vestuario: Roxana Bárcena. Dirección: Ana Alvarado. Teatro Nacional Cervantes. Estreno: sábado 24 del actual.
Nuestra opinión: Regular
El libreto es bellísimo, sin duda. Más apto para disfrutarlo en la lectura que puesto en escena, por más empeño que la talentosa Ana Alvarado aporte para injertarle acción dramática. Un claro ejemplo es el vasto, magnífico poema alusivo a los amores de Camila O´Gorman y el cura Gutiérrez. Cómo animar este texto espléndido es un desafío para cualquier director: el resultado, en esta versión del Cervantes, aparece demasiado explícito y hasta grosero. Aunque las comparaciones sean odiosas, basta recordar lo que logró, en la misma situación, Roberto Villanueva cuando dirigió "Finlandia", también de Monti, hace unos años.
Porque "Una pasión sudamericana" es la primera versión, por Monti mismo, de la trágica historia de Camila y Gutiérrez, inspiradora también de memorables expresiones en otras artes. Se entiende la predilección: esta tragedia responde al más estricto canon del género y, a la vez, a los mitos (costumbres, prejuicios, leyendas, tradiciones y supersticiones) sobre los que se basa -por lo general, inconsciente de los resortes secretos que la mueven- la acción de una comunidad. En este caso, la Argentina de 1840, una sociedad patriarcal y todavía en gran medida primitiva, donde el caudillo impone, con su aura casi religiosa, su ley a la tribu sumisa.
Los mitos fundadores
Si algo caracteriza al teatro de Ricardo Monti ("Una noche con el señor Magnus y sus hijos", "Historia tendenciosa de la clase media argentina", "Visita", "Marathon", "La oscuridad de la razón", "Finlandia", "No te soltaré hasta que me bendigas") es la indagación de los mitos fundadores de la nacionalidad, mediante una escritura de muy alta calidad. "Una pasión sudamericana" se estrenó en 1989, en el San Martín, dirigida por el autor, quien años después retomó el tema, con mejoras notorias, con el titulo de "Finlandia". No se entiende bien, entonces, por qué ahora se elige reponer el borrador de una obra que ya alcanzó una forma definitiva, y mejor.
El elenco es calificado, la directora plantea soluciones para contrarrestar el predominio excesivo de la palabra -por ejemplo, cortinas y elementos que suben y bajan sin otro propósito que animar el espacio-, pero el texto se dilata en esplendores verbales que serían más apreciables en la lectura.
De todas maneras, es interesante leer la suerte de proclama a favor de un teatro nacional impresa en el programa de mano. En el estilo fervoroso de la prédica nacionalista de los años cuarenta, invita a los dramaturgos argentinos a abrevar antes en "Sarmiento, Alberdi, los Varela, De Angelis o Hernández, que en Pavis o Brook". Curiosa contradicción: el tratamiento del ámbito de los locos, en esta versión del Cervantes, remite sin duda al Brook de "Marat/Sade". En cuanto a Pavis, guía indispensable para abordar los caminos del teatro moderno, se duda de su poderosa influencia sobre los puestistas de hoy. Conviene, además, recordar cómo, de Gorostiza en adelante, nuestros dramaturgos de la generación del 60 reconocieron al norteamericano Arthur Miller como su inspirador ( a través de "Todos eran mis hijos"); así como los actuales reconocen su deuda con el irlandés Beckett, el rumano Ionesco o el francés Koltès. Cabe sospechar que Sarmiento y Alberdi no podrían estar más de acuerdo con este aporte "extranjerizante" a la rica cultura de los argentinos.