El alma de Tita revive en el Maipo
Virginia Innocenti escribió un texto emotivo que retrata el alma de la estrella
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Dijeron de mí... Libro e intérprete: Virginia Innocenti. Escenografía y ambientación: Oria Puppo. Vestuario: Pablo Battaglia y Mónica Mendoza. Luces: Omar Possematto. Peinados y pelucas: Oscar Colombo. Maquillaje: Francisco Ingratta. Asesoramiento de imagen: Horace Lannes. Coreografía: Cecilia Elías. Producción ejecutiva y asistencia de dirección: Mauro Simone. Producción artística: Lino Patalano. Piano y arreglos musicales: Diego Vila. Dirección general: Luciano Suardi. En el Maipo Kabaret. Duración: 70 minutos.
Nuestra opinión: muy bueno
Sobre el pequeño escenario del Maipo Kabaret, y con una caracterización tan sutil como precisa, ver a Virginia Innocenti es como estar frente a Tita Merello. La actriz parece haber entendido como nadie a esta gran estrella del espectáculo argentino. Pero no es a través de la compasión ni de la idolatría, sino de la comprensión, del vivirla en su interior durante la hora y pico que dura esta brillante obra de teatro musical.
Innocenti misma es la autora de esta dramaturgia precisa, descriptiva, pero emocional, que abraza a Tita en los últimos momentos de su vida. "Me he despojado de todo. Me quedé sólo con las fotos amarillentas. Las fotos son puertas", dice. Entonces se entrecruza la imagen del doctor René Favaloro con la de sus comienzos en el Ba-Ta-Clán, de la calle 25 de Mayo y su arribo al Maipo, como vedette rea. Dijeron de mí... no es una biografía sino un retrato. "Una diva, sí, pero en verdad, nunca fui importante para nadie", dice Tita, encarnada en Innocenti. Es que la actriz se desdobla permanentemente entre la protagonista y una relatora que la conoce muy bien. Y ese desdoblamiento es natural y le da frescura al libro.
Aquí se verá a la Tita real, la del detrás de escena, la de las entrevistas. Aquella Tita a la que el fantasma del abandono le quitó el aire. A través de sus relatos, intercalados con versos de sus canciones más características, desnuda su congoja y su soledad, así como también sus principios, su ética y su moral. "Ya no tengo ni una lágrima, me la robó sin lástima alguien anteayer", dice. Es exacta la manera en que Innocenti yuxtapuso esas canciones a los textos. Así "Llamarada" sirve para dibujar su pena; "Me enamoré una vez", para contar con ironía su desamor; en "De contramano" aparece su contradicción, y en "Tormenta", su furia y su oscuridad.
Virginia Innocenti no intenta ni copiar ni imitar a Tita. La encarna y conoce su fibra, su alma. Y eso se ve, emociona, involucra y moviliza.
Por ese trabajo de composición es que la interpretación de los tangos y de las canciones son una continuación de sus textos hablados. Son consecuencia directa, estados emocionales; por lo tanto, Innocenti no se sale en ningún momento de su criatura en el afán de afinación. Salirse de ese esquema sería romper la idea de obra dramática musical y pasar a convertir su obra en un café concert o un music hall.
La dirección de Luciano Suardi puso el acento en esa línea dramática y la condujo con corrección, aunque el montaje tal vez tenga cierto halo de frialdad.
Por su parte, Diego Vila acompaña con su piano en forma permanente y sus arreglos son funcionales a la teatralidad de la propuesta.
Una mención aparte merece la caracterización de Innocenti, a partir del impecable vestuario de Pablo Battaglia y Mónica Mendoza, de los peinados y las pelucas de Oscar Colombo y del maquillaje de Francisco Ingratta.
Seguramente, Tita hubiera estado orgullosa de este trabajo.
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