
Historia bíblica y sonora
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La marca de Caín . Autor, director e intérprete: Alberto Muñoz. Investigación y colaboración autoral en Seth : Juan Pablo Villalba. Concepción escenográfica: Oria Puppo. Sonido: Ricardo Roverano. Iluminación: Hernán Maldonado. Música coral original: Diego Vila. El Portón de Sánchez, Sánchez de Bustamante 1034; 4863-2848. Viernes, a las 20.30. Entradas: $ 10 y $ 15. Duración: 100 minutos con intervalo.
Nuestra opinión: muy bueno
El polifacético Alberto Muñoz se mete con la historia bíblica de Caín y Abel y la narra desde distintos puntos de vista, le imagina diversos finales con las consecuencias más diversas. Ficción, mito, realidad, historia se funden y confunden en lo que el propio autor definió como "una pieza radiofónica en dos partes" y que termina siendo un cuento delirante, divertido, inteligente y deliciosamente musical. Es que de eso se trata La marca de Caín , de un minucioso trabajo sonoro en el que las palabras juegan a ser notas y Muñoz a ser su intérprete.
La primera parte es Abel cazador de Caín , que ya Muñoz estrenó en 1998, y la segunda Seth , que narra la historia de un tercer hijo de Adán y Eva que tiene la misión de vengar a su hermano muerto. Se puede decir que Muñoz interpreta la historia de manera tal que toma partido por el hermano condenado. Es casi un elogio a Caín.
Más allá de los vaivenes anecdóticos por los que discurre la narración, que Muñoz condimenta con humor, ironía y sensibilidad, todo en dosis muy bien equilibradas, lo más rico de esta propuesta es el cómo. Eso que él hace en escena para que suceda lo que sucede es lo que marca la diferencia con otras historias, con otras escenas, con otras obras.
Alberto Muñoz entra en el pequeño, casi mínimo, espacio escénico que diseñó a puro metal Oria Puppo y que iluminó mágicamente Hernán Maldonado, y se convierte en un gran hombre orquesta que lee el texto como si fuera la partitura. No necesita mucho más que un escritorio, el libreto, un biombo, unas cadenas, dos campanitas y dos cítaras de mesa. El resto es él, su cuerpo, su voz que surge amplificada por un pequeño micrófono cuando alguno de los personajes de la historia lo necesita. Muñoz se subdivide en cuantos seres trae a colación y siempre les agrega un sonido, una manera de decir que los distingue y los ayuda a dialogar.
También dialoga con un coro que participa desde una grabación que le otorga por momentos aires litúrgicos, pero también otros más mundanos y coloquiales.
Después de un brevísimo intervalo, Muñoz le otorga a la segunda parte, a la dedicada a la historia de Seth, otra impronta que lo pone de pie frente a un estudio de grabación de radio, lo que le cambia el aire a la propuesta; hecho que se agradece ya que, por momentos, se hace demasiado extensa. Este quiebre vuelve a colocar al espectador en una posición de franco y renovado interés. En esta parte, lo lúdico está más vinculado a la historia y a las intromisiones atemporales que debe sufrir, y no tanto a las combinaciones sonoras que se lucen en la primera.
Muñoz entrega todo sobre el escenario. Le pone el cuerpo y el alma a esos sonidos que produce y disfruta haciéndolo. El público también.
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