La magnífica desolación: posverdad en una lograda comedia
La magnífica desolación
Nuestra opinión: buena
Libro: Daniel Dalmaroni. Elenco: Alfredo Castellani, Patricia Echegoyen y Patricio Paz. Música: Santiago Rosso. Dirección: Santiago Doria. Sala: El Tinglado (Mario Bravo 948). Funciones: lunes, a las 20. duración: 60 minutos
El astronauta Edwin Aldrin declaró a todos los terrícolas: "Una magnífica desolación", hace medio siglo cuando se convirtió en el segundo hombre en pisar la Luna rigurosamente después de Neil Armstrong. Así consta en la versión oficial, la que se vio en la tele blanco y negro, y la que festejó la prensa. Sin embargo, pronto comenzaron a circular relatos acerca de que todo fue un invento.
Pocos días antes de aquel alunizaje, en un barrio de Buenos Aires, un hijo llega a la casa familiar. Es astronauta suplente, debería estar en Florida como privilegiado testigo del mayor acontecimiento mundial, pero no, está de vuelta con otra cara y otro cuento. No importa cuál fuera la verdad, a estos abnegados padres nada iba a arruinarles una buena historia, el sentido de tanto esfuerzo, la razón de sus vidas.
Una magnífica desolación empieza como una comedia costumbrista: living con alacena retro y un televisor que recibe a los espectadores con publicidades de los años 60. Pero de a poco, el absurdo crece y convierte el humor en angustia. Los diálogos entre el matrimonio de clase media y el hijo profesional (fluidas actuaciones de Alfredo Castellani, Patricia Echegoyen y Patricio Paz) se enrarecen entre lógicas opuestas donde se mezclan el peronismo, la guerra fría y Hollywood. Las pruebas no importan, solo la confirmación de los prejuicios y el sostén de las ilusiones. Detrás del anecdotario de época que tan bien conoce el autor Daniel Dalmaroni, la dirección de Santiago Doria permite que aflore con humor la perversa necesidad de tener razón contra toda evidencia.
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