Otra visión de Blanche DuBois
Como tantas otras primeras figuras de Hollywood que han invadido los escenarios ingleses (tal vez a cambio de la simétrica invasión de Broadway por los espectáculos británicos), Glenn Close aparece en estos días en el Lyttelton de Londres como Blanche DuBois, en "Un tranvía llamado Deseo", dirigida por el veterano y prolífico Trevor Nunn.
Glenn Close siempre ha alternado su trabajo en cine con bien meditadas actuaciones en teatro, ya sea "La muerte y la doncella", de Ariel Dorfman, o la versión musical de "Sunset Boulevard". Los medios ingleses señalaron la aparente oposición entre el transido y extravagante personaje creado por Tennessee Williams y la imponente presencia física de la actriz norteamericana, a la que definen como angulosa y hasta ligeramente masculina en su apariencia. Se trata, en resumen, de la perduración espectral de una interpretación magnífica, inolvidable: ¿cómo evitar la comparación con la Vivien Leigh del film de Elia Kazan, de 1947, "como una mariposa nocturna, toda ojos y labios y trémulas aletas de la nariz, revoloteando entre el deseo y la disolución"?
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En esta nueva versión londinense, tanto el director como la protagonista decidieron sacar partido justamente de la ambigüedad sexual de Close y de la aparente discordancia física entre personaje e intérprete. Así, por ejemplo, en el magistral choque decisivo entre Blanche y su rústico cuñado, Stanley, cuando él la increpa al verla vestida "con sus mejores plumas" -"¡Mirate un poco, con ese disfraz apolillado de carnaval, alquilado por cincuenta centavos a un ropavejero! ¡Y con esa diadema ridícula en la cabeza! ¿Qué clase de reina te pensás que sos?"-, el espectador que conoce el sentido de la palabra "queen", reina, en inglés, sabe a qué atenerse.
Además, esta Blanche no esconde -como suele hacerse- su condición de manipuladora, sino que la subraya. Para dominar a su hermana Stella, la abruma con el relato de las sucesivas muertes familiares; y cuando la tiene bajo su poder, arteramente destila dulzura para inducirla a separarse de Kovalski. Se la ve calculadora y como una mentirosa compulsiva. En la escena en que intenta seducir al joven repartidor del almacén ("¡Joven, joven, jovencito! ¿Nunca le han dicho que parece un joven príncipe de las Mil y Una Noches?"), Close es una tigresa relamiéndose ante la gacela que el azar puso a su alcance.
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"Si el deseo de Blanche era en Vivien Leigh una reprimida marea de sueños que finalmente afloraba como demencia, en Close es una potente fuerza errática, contenida por sus miedos", apunta la crítica María Margaronis. Hacia el final de la obra, cuando le cuenta a Mitch, su fallido pretendiente, con cuántos soldados se acostó en la dilapidada mansión familiar de Belle Reve, la actriz "vomita una sinfonía de estertores, mitad orgasmo, mitad agonía". Tan sólo en ese momento, coinciden los críticos, se la ve a Blanche en plena posesión de una sexualidad devastadora, en contraste con la naturalidad con que Stella -la hermosa Essie Davies- pasea su cuerpo.
En cuanto al muy difícil papel de Stanley (también víctima de otro fantasma prestigioso: ¿cómo competir con el recuerdo de Marlon Bando?), el actor Iain Glen opta por darle una fragilidad oculta que se resuelve en malignidad: éste es un Kovalski calculador, decidido a destruir a Blanche porque, en el fondo, le teme.
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