
Pablo Iemma, un actor en ascenso
Los jurados de tres premios lo reconocieron por su trabajo en "El petiso orejudo"
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Entre los actores de la nueva generación, Pablo Iemma (29 años) fue reconocido por los jurados de tres premios como la revelación de la temporada 2002.
La Asociación de Cronistas del Espectáculo le otorgó el ACE como mejor actor del circuito off; el jurado del premio María Guerrero (Asociación Amigos del Teatro Nacional Cervantes) lo distinguió en el rubro Revelación, y sus pares del premio Florencio Sánchez (La Casa del Teatro) lo incluyeron, por ahora, en la terna en el mismo rubro (ambos premios se otorgarán entre abril y mayo de este año).
El espectáculo que le posibilitó estos reconocimientos fue "El petiso orejudo", con dramaturgia y dirección de Julio Ordano, que se estrenó en el Centro Cultural San Martín y luego pasó a El Vitral.
Iemma comenzó a estudiar teatro a los 10 años en la Manzana de las Luces, y desde entonces ha desarrollado una carrera "con altibajos", como le gusta decir.
"Por nada en especial -aclara-, pero la viví así. A veces entraba, me enganchaba, pero al tiempo salía y me dedicaba a otras cosas. Desde hace cuatro años decidí cerrar este noviazgo y casarme de una vez por todas."
Su formación se dio con profesores independientes, "mucho taller con grupos cerrados", acota. Tuvo una intensa experiencia en televisión durante cinco años -"Socorro 5° año", entre otras tiras-, "mucho Canal 9", comenta el actor. Luego dejó todo y se fue a vivir a Mar del Plata. A la vuelta sintió que debía poner su dedicación al servicio del teatro.
En 2001 estrenó en el Teatro del Pueblo "Camellos", de Luis Sáez, también con dirección de Ordano, y tal vez allí se dio a conocer con fuerza. Su interpretación de un personaje débil, que llegaba desde el interior a Buenos Aires y que compartía la habitación de una pensión sombría con un boxeador, lo mostró como un intérprete muy sensible y con mucha capacidad de composición.
La oportunidad
"El petiso orejudo", en 2002, lo destacó aún más. La historia del asesino serial que mataba niños y que conmovió a la Argentina durante la década del 30 encontró en su trabajo algunas variables casi inesperadas. "Cuando hicimos "Camellos" -cuenta Iemma-, Julio Ordano me habló de una obra suya que a mí me interesó. Un día la sacó de la galera y empezamos a trabajarla. Me interesó mucho porque me gusta meterme en personajes, es lo que más me atrapa del teatro. El petiso tiene una locura muy especial, atractiva. Y Ordano le impuso una visión particular; ese hombre da lástima más que terror. El desafío fue fuerte porque frente a tanta locura del personaje corríamos el riesgo de caer en un marginal. Y ese límite me atrae. Me gusta hacer ese tipo de ejercicios, encontrar la coreografía exacta para llegar a un lugar que posibilite engañar al público, hacerle creer una historia que es ficción, pero que a la vez lo conmueva."
Si bien en escena Pablo Iemma es un actor muy vital, en el marco de una entrevista periodística se muestra sumamente introvertido.
"No tengo nada para decir de mí -comenta tímidamente- más que lo que se ve ahí, en escena. Eso habla de mí, eso demuestra lo que quiero, cómo encaro mi profesión. Hoy, por otro lado, hay mucha gente con autoridad para hablar. A mí me da un poquito de bronca que tanta gente se sienta con autoridad para dar una opinión pública. Yo prefiero callarme y hacer lo mío, construir mis personajes."
Los dos premios a los que accedió y estar incluido en la terna del Florencio Sánchez lo sorprenden gratamente. "Son muchos los "locos" que me vieron y mi trabajo les resultó interesante -dice el actor-. Eso está bueno. Sobre todo en este momento en que la estoy pasando muy bien arriba del escenario. Y no da para creérmela porque cuando encare mi próximo trabajo voy a volver a empezar de cero. Lo que más me interesa de esta profesión es que me conozcan trabajando, porque hay un montón de cosas que no te voy a contar cómo se hacen para que sigas creyendo que la pelota vuela en el aire."





