Dos mujeres que quedan olvidadas en una oficina insisten en aferrarse a la rutina; una puesta con la estética y el sello de La Zaranda
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Autor: Eusebio Calonge. Dirección: Paco de La Zaranda. Intérpretes: Lucía Adúriz y Nayla Pose. Vestuario: Ideas Enhebradas. Escenografía: Eduardo Graham. Iluminación: Adriana Antonutti y Juan Manuel Noir. Sala: Teatro Picadero (Pasaje Santos Discépolo 1857). Funciones: domingos, 18 h. Duración: 90 minutos. Nuestra opinión: muy buena.
“Es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”. La frase, super conocida, la desarrolla Mark Fisher en su libro “Realismo capitalista” y viene de una conjunción de ideas de Jameson y Zizek. Este pensamiento se podría vincular con una pregunta anterior: ¿Hay otro tipo de vida posible más allá de la que conocemos? ¿La podemos imaginar? Algunas de estas cuestiones se desarrollan en el escenario del Teatro Picadero en uno de sus últimos estrenos: Quien sea llega tarde, un espectáculo escrito por Eusebio Calonge y dirigido por Paco de La Zaranda y con las actuaciones de las argentinas Lucía Adúriz y Nayla Pose. Es la primera vez que la reconocida compañía española La Zaranda estrena una obra con un elenco local.
La estética de La Zaranda es conocida por una mirada melancólica y muy vinculada con el ritual, con puestas que trabajan una misma tonalidad de colores, objetos que cumplen muchas funciones, que no se utilizan de una manera realista y con personajes muchas veces fracasados o marginales, que desde su desolación tratan de aportar, incluso con humor, una mirada del mundo. Esta vez no es la excepción: las dos mujeres de esta obra, muy cercanas para el imaginario del teatro a los Vladimir y Estragón de Esperando a Godot de Beckett, quedaron olvidadas en una oficina e insisten en hacer un trabajo ridículo, burocrático, kafkiano, que no le importa a nadie. La vida se vuelve cada vez más opresiva: no les pagan, les cortan el agua, la luz, no hay teléfono y el hambre ya es imposible de disimular. Pero ellas insisten en aferrarse a la rutina, en intentar trabajar. De ahí que la frase de Fisher se vuelve vital para el mundo que plantean los artistas de La Zaranda: ¿Tiene sentido seguir trabajando cuando lo que se ve por la ventana es el Apocalipsis?
En palabras del autor de esta historia, lo que construyen estas oficinistas es un “simulacro de existencia”, pero en este devenir de fingir un optimismo en medio del derrumbe (varias veces intentan chequear si volvió el tono del teléfono o se dicen que ya les pagarán todo lo que les deben) aparece una alternativa: la imaginación. Y ahí cobra valor un elemento que está en el centro de la escena del espectáculo, la máquina de escribir. La propuesta será inventar y escribir otra vida, una en la que la comida aparece, y también el amor y la alegría.

Lucía Adúriz y Nayla Pose se entregan por completo a la estética de La Zaranda: cuerpos derrumbados, ojerosos, esqueletos con hambre que tienen arranques insólitos de locura, esperanza, intentos por hacer algo para que las cosas cambien. En el caso de Adúriz son las actitudes más lúdicas por cambiar este pesar crónico y melancólico, mientras que Pose es quien viene a enunciar el fin, la que intenta romper con el juego ilusorio.

Si la postal general es la de la oscuridad es cierto que este espectáculo, así como las últimas producciones de La Zaranda, se instala en un plano descriptivo en el cual el ritual del vacío siempre da una vuelta más: un espiral que funciona por acumulación y que por momentos se vuelve agobiante. El humor en estos casos solía ser el recurso salvador, aunque sea por unos minutos, a la escena derrotista. Aquí hay algunos destellos, que todavía podrían potenciarse con más fuerza, para que el contraste sea evidente y aparezca algo de la vitalidad. Pero tal vez ya no es momento para risas en el mundo en el que están creando estos artistas. Hay cosas más urgentes: un llamado a la acción, que implica las luces encendidas de toda la sala, un gesto brechtiano, que busca enunciar que lo que vemos en escena son personajes, cartón pintado. Afuera está el hambre de verdad. Cuando se reconocen personajes, las oficinistas de Quien sea llega tarde entienden que no se puede ser feliz solo y que son soñadas en la oscuridad para que otros despierten. No es posible mostrar sobre el escenario un final esperanzador, el público deberá buscar una alternativa por fuera del teatro.
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