
Un clásico actual que volvió con debilidades
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La cortina de abalorios , de Ricardo Monti. Dirección y puesta en escena: Silvia Piccoli. Con Martha Mazzalomo, Leonel Figliolo, Ariel Pérez y Manuel J. Barreiro. Diseño de vestuario: Alicia Gumá. Diseño de espacio escénico: Silvia Piccoli. Realización escenográfica: Alejandra Malvicino, Cristóbal Varela Salas, Leonel Figliolo. Iluminación: Manuel J. Barreiro. Asistencia artística: Alejandra Malvicino. En La Ranchería (México 1152). Viernes, a las 20.30. Duración: 50 minutos.
Nuestra opinión: regular
Estrenada en 1981, dentro del marco del primer ciclo de Teatro Abierto, La cortina de abalorios no sólo se ha destacado por ser unos de los mejores textos de aquel programa teatral que se concretó en Buenos Aires como reacción a la última dictadura militar, sino también por proponer un tema que aún sigue teniendo fuertes resonancias en el presente.
En un sombrío prostíbulo, Madame juega con un joven, a veces asistente; otras, objeto sexual que le posibilita desarrollar sus fantasías. Allí llegan un terrateniente argentino y un militar inglés. La cita entre ellos fue concretada de antemano. El lugar parecía el ideal para realizar una negociación al margen del poder de turno y, también, del pueblo. En un clima intenso en el que los personajes exponen con crudeza sus aristas grotescas, Monti construye una fuerte metáfora sobre algunos aspectos de la historia argentina y en un marco de delirio que conmueve por su sola imagen.
Sólo chispazos
El espectáculo que está presentándose en La Ranchería busca realzar ese ambiente con intensidad, y lo consigue. Pero dentro de ese ámbito que resulta ideal, los personajes no terminan de definirse con la potencia necesaria. Dueños de un delirio impresionante, requieren actores que puedan rescatarlos, pero con una profunda convicción. En esta puesta eso sólo sucede en pequeños momentos y en los trabajos de Madame y el terrateniente. En general, asoma un trabajo muy formal de actuación en el que las relaciones entre esos seres no se construyen con potencia, y eso hace que muchas situaciones no alcancen la necesaria expresión.
De esa manera, el espectador se detiene más a observar a esos hombres y a esa mujer por lo que son y no por lo que traman, y esto imposibilita llegar a una seria reflexión, que es lo que propone la obra.



