Yo fui testigo
Con el estreno de "Los mansos", de Alejandro Tantanian, la cartelera suma un nuevo trabajo en el cual la vida de los actores se convierte en material dramático
Dice el actor, director y dramaturgo Alejandro Tantanian: "Me gusta pensar en la bóveda de la Capilla Sixtina en la que entre el dedo de Dios y el dedo de Adán hay un espacio. Ese espacio es el lugar en el cual hay que pararse: ni en el lugar de Dios, que crea, ni en el lugar de Adán, el objeto creado". Entre esos pocos centímetros hay muchos creadores escénicos cuyas propias vidas o las de sus actores se transforman en material dramático.
En 1998, Federico León presentó "Museo Miguel Angel Boezzio" en el cual un excombatiente de las Malvinas contaba su vida. Miguel decía: "Por causas mayores mandaron un cadáver a mi casa diciendo que era el mío y no era yo, mientras que yo estaba operado en Uruguay por la expansión de una granada que me facturó parte de las piernas y un brazo, por lo cual tengo dos piernas biónicas, un brazo y un ojo biónico”. El trabajo generó revuelo, risas incómodas, planteos morales, enojos y reflexiones dispares. El filósofo Tomás Abraham dijo: “Si la historia de Boezzio es verdad, no lo sé. No sé si es verdad; sé que es real”. Federico León dice en su libro “Registros” que la experiencia reflexionaba sobre el lugar del espectador y cuestionaba los límites entre la realidad y la ficción.
No debe haber sido el primer trabajo en el cual una persona (actor o no) tomaba un espacio escénico para hablar en primera persona, pero por motivos seguramente caprichosos es el primero que recuerdo. Siete años después, Rafael Ferro cuenta y actúa su propia vida en “Squash”, trabajo dirigido por Edgardo Cozarinsky. En una escena, Rafael interrumpe la ficción, enfrenta al público y dice algo así: “Por momentos me siento un miserable haciendo esto”. Una sensación extraña puede recorrer la platea. ¿Está actuando? Pero Rafael se da vuelta y continúa como si nada.
El próximo mojón de esta tendencia que muchas llaman de no ficción se producirá mañana con el estreno de “Los mansos”, obra interpretada por Stella Galazzi, Luciano Suardi y Nahuel Pérez Biscayart quienes harán una personal visión de “El idiota”, de Fedor Dostoievski. “A ese material lo crucé con las biografías de ellos, la mía y la del autor”, acota Tantanian.
“Vuelve el yo”
El ciclo Biodrama, en el cual, como hace Cozarinsky con Rafael Ferro, un director y autor debe contar la vida de un argentino contemporáneo. “Se podría llamar el retorno de lo real en el campo de la representación”, afirma Vivi Tellas, creadora del ciclo, en un artículo publicado en la revista del Teatro San Martín. “La tendencia, que es mundial, comprende desde fenómenos de la cultura de masas hasta las expresiones más avanzadas del arte contemporáneo pasando por la resurrección de géneros hasta ahora menores como el documental, el testimonio o la autobiografía. El retorno de la experiencia es también el retorno de lo personal. Vuelve el yo, sí, pero es un yo inmediatamente cultural, social, incluso político”, agrega Tellas, quien el año pasado contó su propia vida junto a su mamá y su tía en una obra (en realidad, deberíamos decir “experiencia”) que se llamó, justamente, “Mi mamá y mi tía”.
¿Acaso es una moda? “El tema de la confesión publica podríamos pensarlo en esos términos. Es tan viejo como San Agustín. ¿Por qué aparece con esta periodicidad? Porque cuando los sistemas de pensamiento entran en una profunda crisis hay una vuelta al sujeto, al individuo, al yo único. Me parece que hay momentos en los que la humanidad empieza a naufragar y cuando hay mucho ruido, el mejor espacio es volver a uno”, considera Tantanian.
En este marco, Javier Daulte cuenta la vida de su familia en “Nunca estuviste tan adorable”, el trabajo que se ofrece en el Teatro de la Ribera. En “Bienvenido Sr. Mayer”, el autor Juan Freud narra aspectos autobiográficos en un espectáculo que se presenta en el IFT. En el Rojas, Susana Pampín, Rosario Blefari y Javier Lorenzo, en “¿Somos nuestros genes?”, coquetean con el formato de una conferencia científica en la que, en otro plano, son ellos: Susana, Rosario y Javier, a secas. Y como sucede en “Los mansos”, en varios momentos los actores improvisan y luego vuelven a ser personajes, como si tal cosa existiera, según escribe el mismo Tantanian en el texto de la obra.
Hace tres años, Beatriz Catani presentó, en el marco de Biodrama, “Los 8 de julio”, en el que reunía casi caprichosamente a actores y no actores que habían nacido ese día. Para Catani, “en un país en el cual no se cree en la representación, en el cual la representación política ha fracasado, no repensar la idea de representación estética me parece al menos peligroso”, afirmaba a la revista Funámbulos. Tantanian amplía la idea. “Con «Museo Boezzio», Federico se adelantó a la crisis de representación pública, no teatral, del 2001. Con la crisis ya establecida, ¿cómo voy a pensar yo en representar? Porque si los representantes engañan yo no puedo trabajar dialécticamente con la misma operatoria. Si, aunque más no sea desde el punto semántico, el teatro trabaja con la representación y el representante público nos hizo lo que nos hizo, ¿yo voy a seguir con ese modelo?”, se pregunta, y parte de sus respuestas (o sus búsquedas) expone en “Los mansos”.
En marzo del 2003, en otra bonita página de Biodrama, se presentó “¡Sentate!”, de Stegan Kaegi, en el cual aparecía gente común junto a sus mascotas en una especie de zoológico compuesto por una perra, catorce conejos y una iguana. Antes del estreno se entrevistó a Enrique Santiago, el dueño de las tortugas. “Al principio, honestamente, no entendía de qué se trataba”, decía él. A horas del debut se le preguntó si ahora comprendía de qué se trataba, y contestó: “Es como estar mirándonos; no sé si me explico”.
Sí, se explica. En última instancia, no difiere mucho de cuando Tantanian asegura que esta nueva obra es una de las más suyas. Quizás ese mecanismo de apropiación tenga que ver con la manera como armó este espectáculo que comienza con algunos comentarios sobre Dostoievski, que continúa con anécdotas personales de los tres actores y que sólo ahí comienza la obra o la verdadera ficción a la que nos tiene acostumbrados el teatro. “Claro que el intento del espectáculo es ir mezclando esos distintos niveles hasta que uno no sepa quien habla”, apunta Tantanian, responsable del trabajo. Vale agregar que para él Dostoievski no es alguien ajeno. Es que un tío ruso que rondaba por su familia se convirtió en un espejo en el cual mirarse. “Pero aclaro que no vas a ver una obra sobre la vida de los actores o la mía, vas a ver un espectáculo cuyo eje narrativo es «El idiota», en una versión mínima, pero con un límite muy impreciso entre lo biográfico y lo ficcional, entre la presentación y la representación, entre lo que muestro y lo que soy”, dice.
Probablemente, ese amplio abanico de posibilidades tenga lugar en esos pocos centímetros que separan al dedo del creador del objeto creado. Esos centímetros que separan a Rogojín, a Nastasia y a Myshkin de las vidas de Luciano Suardi, Stella Galazzi y Nahuel Pérez Biscayart.
Para agendar
- “Los mansos” de Alejandro Tantanian.
El Camarín de las Musas , Mario Bravo 960, los sábados, a las 23, y los domingos, a las 19. Entradas a 7 y 15 pesos.
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