Misterios de una dinastía surrealista
Casi todos los seguidores de "Dinastía" estaban convencidos de que lo que ocurría durante el rodaje de la serie debía ser bastante más sensacional que cualquier plan maquiavélico de Alexis Carrington para deshacerse de su rival, Krystle, y sus gigantescas hombreras. Esa es, precisamente, la premisa que plantea "Dinastía: detrás de escena", un telefilm que Hallmark presentará hoy, a las 22.
Estrenado en enero en los Estados Unidos, la producción es una "dramatización" de la historia de la novela, centrada en sus creadores, la productora Esther Schapiro (Pamela Reed) y su marido guionista (Richie Singer), que pensaron "Oil" ("Petróleo", su título original), sobre cómo afectaba la riqueza a la estructura familiar y terminaron creando una telenovela que, en sus épocas de esplendor, era vista cada semana por más de 250 millones de personas en 70 países (en la Argentina, se veía por Canal 9). El razonamiento de los Schapiro era, claro, que lo que los pobres querían era ver cómo vivían los ricos. Y, por supuesto, tenían razón.
La verdadera historia de este telefilm -que cuenta, para los que aún recuerdan con detalle la historia de la novela, con varios cambios e inexactitudes- es el proceso por el cual "Dinastía", en su obsesión por superar a "Dallas", su competidora, terminó convirtiéndose en un ciclo delirante, en el que ningún presupuesto era suficiente (a un costo de más de un millón de dólares por capítulo, fue el programa más caro de la historia en su momento) y donde ninguna vuelta de tuerca era lo suficientemente inverosímil, desde casamientos interrumpidos por comandos militares hasta esposas que eran encerradas en castillos para que su hermana gemela maligna sedujera a su esposo... y un largo etcétera.
Pero, como ocurrió con la novela en sí misma, "Dinastía: detrás de escena" sólo cobra vida con la llegada de Joan Collins (interpretada por la siempre notable Alice Krige, vista recientemente en "La historia de Natalie Wood"), hasta entonces una actriz de producciones clase B que convirtió a Alexis Carrington, otra de las "ideas" de sus productores -¿por qué no inventamos una J. R. mujer para ganarle a "Dallas"?-, en uno de los personajes más recordados de la historia de la TV. Por el camino, la inimitable Joan Collins dotó a los entretelones de esta serie de un aura de malignidad y egoísmo que, en la imaginación de sus televidentes, era idéntica a las vicisitudes del triángulo amoroso que componían el caballeroso magnate Blake Carrington de John Forsythe (Bart John), la pérfida y despechada Alexis y la pura e inocente Krystle de Linda Evans (Melora Hardin).
"Dinastía: detrás de escena" abunda en momentos históricos, que el telefilm dirigido por Matthew Miller recuerda con una visión que, a ojos actuales, parece mezclarse sin problemas con aquellas salidas surrealistas con las que sus escritores solucionaban pedidos de aumento, problemas de producción o caídas de rating. Tómese el caso, si no, de la inclusión -revolucionaria para el momento- de un personaje abiertamente homosexual en el elenco protagónico y la posterior renuncia de Al Corley (que interpretaba a Steve Carrington) cuando ABC, la cadena que emitía "Dinastía", decidió que había que "curarlo". Los productores estuvieron de acuerdo. ¿La solución? Su personaje quedó desfigurado en un accidente y luego fue "reconstruido" con cirugía plástica, para así explicar por qué era interpretado por otro actor. El telefilm dedica menos tiempo, sin embargo, a la conmoción causada por la revelación de que Rock Hudson, actor en la serie en la temporada 84-85, tenía HIV, en épocas de ignorancia acerca de la enfermedad y sus formas de contagio.
En definitiva, el telefilm se inclina por razonar que la decadencia de la serie -además de ser responsabilidad de sus exhaustos y codiciosos responsables- fue provocada por los cambios sociales y sus consecuencias en el televidente medio, que comenzó a ver a esta versión exagerada de la realidad no como un mundo inalcanzable en el que vivir por interpósita persona, sino como una caricatura que simbolizaba los males tanto de la administración Reagan como de la mala televisión. Los tiempos habían cambiado y "Dinastía" era (parte de la) historia. Lo que los pobres querían ver en pantalla era otra cosa. A ellos mismos.