Una comedia inteligente con actores brillantes
Bajo terapia / Autor: Matías Del Federico / Dirección: Daniel Veronese / Intérpretes: Héctor Díaz, María Figueras, Darío Lopilato, Manuela Pal, Carlos Portaluppi y Mercedes Scápola / Escenografía: María Oswald / Iluminación: Marcelo Cuervo / Vestuario: Valeria Cook / Asistente de dirección: Romina Lugano / Producción: Sebastián Blutrach, Pablo Kompel, Mauricio Dayub, Ignacio Laviaguerre, Carlos Rottemberg y Julio Gallo / Sala: Metropolitan Citi / Funciones: miércoles y sábados, a las 20.30; jueves, a las 20.15; viernes, a las 22.30, y domingos, a las 19.30 / Duración: 90 minutos / Nuestra opinión: muy buena.
Es difícil decir cuando, en realidad, lo que conviene es no decir, guardarse el secreto, no develar la incógnita. Por eso se dirá en esta reseña todo aquello que no quiebre el misterio. Sí, es raro imaginar un misterio en una pieza que se presenta como una comedia liviana sobre tres parejas que concurren a una terapia grupal para tratar sus problemas. Pero lo tiene y eso la termina definiendo como una comedia inteligente y efectiva.
Eso es, claramente, Bajo terapia, la obra del dramaturgo santafecino Matías Del Federico, que ganó (junto a otras) el concurso que organizaron la Asociación de Empresarios Teatrales, junto con la Asociación Argentina de Actores y con Argentores, para estimular la presencia de obras nacionales en el circuito comercial. Más allá de la excelente idea del concurso, es un placer ver que la primera obra de un joven autor del interior tenga la oportunidad (y le sobra espalda para enfrentar el desafío) de lucirse en la calle Corrientes con un elenco potente y un director como Daniel Veronese.
Con la excusa de tratar sus cuitas personales, tres parejas se presentan en el consultorio de su psicóloga personal -Antonia- con instrucciones para autotratarse ese día. Las indicaciones para el trabajo están sobre una mesa; algunas son consignas generales y otras claramente dirigidas a algunos de los participantes. En este marco, Esteban (Darío Lopilato) y Tamara (Manuela Pal), Ariel (Héctor Díaz) y Paula (Mercedes Scápola) y, mucho más tímidamente, Roberto (Carlos Portaluppi) y Andrea (María Figueras) sacan a la luz sus problemas con los hijos, con la convivencia, con la rutina, con el sexo. No conocerse les da cierto grado de impunidad para ir empujándose (unos a otros) para hablar, para sacar a la luz, y ese juego que va in crescendo mete al espectador en lugares de clarísima liviandad, y también en otros más incómodos y violentos. La subtrama que manejan los personajes va apareciendo muy de a poco -al ritmo de las confesiones más crudas, esas que cuesta sacar- y ayuda a completar de sentido el todo: del color de los personajes, sus actitudes, sus silencios, sus verborragias.
Y en el camino está la diversión. Porque, más allá de todo, se trata de una comedia que cuenta con la tremenda ayuda de un elenco impecable, en el que todos se lucen, en el que cada uno aporta el tono justo. Imposible no empezar por Héctor Díaz, que juega casi como un director de orquesta (gran aliado de Veronese), marcando los tiempos, las intensidades; detrás de él van todos, con la confianza de estar bien guiados. Mercedes Scápola y Manuela Pal se mueven con absoluta soltura y comodidad en sus criaturas, y Darío Lopilato se despega, tranquilo, de los lugares a los que lo llevaban la mayoría de los personajes que se le conocían.
La frutilla del postre la constituyen Carlos Portaluppi y María Figueras, que en la piel de Roberto y Andrea se van metiendo con renuencia uno y extrema timidez la otra en esta sesión de terapia tan poco ortodoxa que los va desnudando. Y ellos se dejan. La transformación que se va operando en ellos es tan paso a paso que casi no se percibe hasta que está consumada.
Daniel Veronese supo rodearse (y no es poco mérito) de un grupo de actores que, sin dudas, le facilitó la tarea (lo mismo se podría decir del equipo técnico). De todas formas, ahí está él. Su marcación precisa ayuda a que el enredo inicial que presenta la trama vaya -con sutileza y agilidad- derivando en un desenlace en el que todos los cabos terminan atados.
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