Del esplendor a la ruina. El emblema de Punta del Este que por siete décadas fue el punto de encuentro de celebridades
El clásico hotel y su casino fue inaugurado el 11 de diciembre de 1948 y tras años de abandono se demolió en 2019, pese a lo anunciado por el Grupo Cripiani tras su compra
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Tuvo su momento de esplendor y su decadencia a lo largo de más de 70 años. La presencia del Hotel San Rafael sobre playa Brava formaba parte del paisaje. Se había convertido en uno de esos símbolos que suelen identificar a las ciudades hasta el punto de que es difícil imaginar uno sin el otro. Sin duda, su imagen y lo que significó se guarda en las retinas de quienes por él pasaron y permanecerá presente, más allá del devenir de cualquier proyecto que lo reemplace.
Símbolo y parte de la historia del balneario, el hotel y su casino, inaugurado el 11 de diciembre de 1948 tras tres años de construcción, se llevó, con su demolición ejecutada en 2019, recuerdos de un Punta del Este que en los últimos años continúa cambiando su silueta aceleradamente. El histórico edificio no tenía protección alguna que impidiera su demolición.
Sinónimo de glamour, el edificio de estilo Tudor levantado en la parada 11 de la Brava, desde sus primeros días imponía una etiqueta que no se volvió a ver ni en los aun más lujosos hoteles que fueron asomando muchas décadas después. Octavio De los Campos, Milton Puente e Hipólito Tournier fueron los arquitectos responsables de su diseño, que incluyó pizarras portuguesas, mayólicas y sanitarios ingleses, carpinterías de laurel chileno y frescos realizados por Norberto Berdía. Fue clasificado como “de categoría especial”, cuando aún no existía el sistema de estrellas para medir el lujo y las prestaciones que brinda un hotel.
El momento de su inauguración fue todo un hito en un balneario que poco tiene que ver con Punta del Este hoy. Entonces, la urbanización del barrio de San Rafael tenía pocos años y la actividad se centraba en la avenida Gorlero. Todavía no existía la rambla de la playa Brava, nadie se aventuraba a La Barra, y mucho menos a José Ignacio. Habría que esperar a 1965 para que el Puente Leonel Viera o Puente Camello permitiera cruzar el arroyo Maldonado. Dos puentes anteriores, uno de madera y otro de hormigón armado, no habían resistido mucho tiempo en pie. Un año antes, en 1947, el empresario Mauricio Litman había concretado la construcción del Cantegrill Country Club, otro ícono del balneario.

Al hotel, con 150 habitaciones que se comunicaban entre sí formando departamentos de dos o más habitaciones, se accedía a través de un hall de 360 metros. Además de su famoso casino, de su boîte y sus salones de eventos, el hotel ofrecía diversos servicios al huésped, como un solarium, un bar, dos comedores, un petit golf y una plaza de deportes para chicos. También había peluquería y salones de venta de joyas y relojes. En sus mejores épocas, San Rafael tenía 500 empleados.
“Gran parte de la historia de Punta del Este de los 50 hasta los 80 pasó por San Rafael. Además, el casino movía mucha gente. Las grandes figuras y los potentados argentinos se encontraban en San Rafael. La gente se vestía con una elegancia que hoy no existe. Los grandes nombres de la sociedad argentina pasaban por San Rafael. El casino y el hotel eran el punto de encuentro de la gente joven. Quizás no iban a jugar, pero se encontraban ahí y se organizaba toda la movida de la noche. Luego vino una decadencia del hotel”, cuenta a LA NACION revista Rupenian Berch, comunicador y responsable artístico de la FM Concierto Punta desde sus comienzos en 1985 hasta 2007. “Las mujeres iban de largo al Casino San Rafael. La gente se ponía joyas y relojes que, habitualmente, no se podían usar en muchos lados”, coincide Chango Figueredo, fotógrafo uruguayo que vivió la historia de los veranos en el balneario.

El prestigio del hotel y del casino convocó, durante décadas, a los turistas del balneario que sabían por dónde había que pasar. “San Rafael fue, durante 20 años, el faro de luz en el verano de Punta del Este. Marcaba la agenda. La gente se vestía elegantemente para ir a comer o a tomar una copa. Comían y pedían una mesa de juego. Era un buen programa y siempre estaba bien atendido. Era el catalizador de un Punta del Este pequeño en cantidad de gente que allí veraneaba”, afirma Miguel Schapire, dueño de Le Club, la boîte que brilló en la parada 14 de la Brava desde fines de los 70 hasta mediados de los 80.
Tanto en el hotel, como en el casino, el restaurant o la boîte, los hombres y mujeres elegían ropa de fiesta cada noche. “Hoy a los casinos se entra con cualquier tipo de vestimenta. Antes para entrar al casino había que estar bien vestido. No encontrabas nada fuera de lugar. Era espectacular el glamour que había. Era una belle époque de Punta del Este”, apunta el comunicador. Son recordadas las mesas de buffet que se desplegaban en su restaurant, a las que se compara con la cocina de autor de la actualidad.
El comunicador uruguayo, que conoce la historia de Punta del Este de punta a punta, asegura que ésta tiene mucho que ver con el San Rafael. “Mucha gente se quejó cuando se tiró abajo porque con él se iba gran parte de lo que fue Punta del Este de los 50, 60, 70 y 80. Incluso de la época más gloriosa de Punta del Este, cuando no había tantos edificios, cuando no había tantas discotecas y boliches, cuando todo se concentraba en Gorlero, San Rafael y poca cosa más. Era un mundo mucho más acotado”, asegura.

San Rafael fue durante años el lugar tradicional y de moda donde se daba cita el esparcimiento y todo tipo de eventos. Desde congreso hasta desfiles, todo sucedía allí. Cada verano se presentaban las colecciones de moda en sus salones y el hotel convocaba a invitados especiales, entre quienes era usual la presencia de Mirtha Legrand y de Susana Giménez. Tenía dos salones de eventos. El llamado Salón Gótico, en el que cabían 1500 personas, fue sede de congresos políticos, como la Reunión de Presidentes de América, en 1967, y la primera reunión de la Ronda Uruguay del GATT (Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio) y la OEA (Organización de los Estados Americanos). “Era un lugar mágico, que marcó la historia de lo que fue Punta en las pasadas décadas”, repite con un dejo de nostalgia Berch.
Por el hotel pasaron todas las celebridades que visitaron el balneario durante su existencia, como Pelé, los presidentes norteamericanos Lyndon Johnson y Richard Nixon, los reyes Juan Carlos y Sofía de España, Julio Iglesias, Raffaella Carrá, Carmen Maura, Christopher Lambert, Rita Hayworth, Ava Gardner, Niki Lauda, Omar Sharif, Joe Cocker, Rod Stewart, Billy Idol, Nelson Rockefeller, y hasta el “Che” Guevara. En 1951, San Rafael alojó a las estrellas que concurrieron al balneario al Festival Internacional de Cine.
Además del hotel y del casino, su boîte, Le Carrousel -una de las primeras de la ciudad-, ubicada al costado del hotel, era cita obligada para bailar al ritmo de las bandas que allí se presentaban -entonces no había DJ’s- en sus dos salones, uno para 200 personas y otro con mayor capacidad. Xavier Cugat, Toquinho y Vinicius de Moraes son algunas de las figuras que allí actuaron. “Al público argentino que llegaba le encantaban estos artistas. Recordemos que, a principios de la década del 50, los 60 y los 70, el 85 o 90% de los visitantes eran argentinos. Además, eran argentinos de una posición económica formidable”, acota Berch.

El Casino de San Rafael, que no tenía luces de neón, poseía, en cambio, un juego completo de fichas de casino de nácar. Era el casino paquete, en contraposición al casino de la Punta, sobre avenida Gorlero. Si bien siempre se dijo que los jugadores “en serio” eran los que iban al de la Punta, San Rafael contaba con jugadores fuertes que allí apostaban temporada tras temporada. Pero su perfil como centro de reunión social era su fuerte: cada noche allí se congregaba todo Punta para arrancar la movida. A veces, ir al casino a encontrarse con amigos era un programa en sí mismo. Desde sus primeros días congregaba a lo más selecto de los dos lados del Río de la Plata y también del mundo. En sus amplios y elegantes salones se distribuían mesas de juego, con ruleta y Punto y Banca a la cabeza. “Lo que ahí había era un movimiento de dinero excepcional. Era el casino más grande de la región en América Latina”, añade Berch.
Como en el hotel, en el casino la atención era uno de los puntos fuertes de San Rafael y los jugadores eran sus clientes. Al resto del público “no daban café hasta las 12; atendían a los jugadores sentados, participando de las mesas de juego, que eran los clientes. Había jugadores de fortuna. Parte de los jugadores siempre fueron brasileños y europeos. En noviembre llegaban los brasileños que se pasaban el día jugando, no iban a la playa. Hubo épocas en las que la masa crítica del casino era de entre 1000 y 1500 personas. Era récord. Era un casino hiper socializado. Es cierto que el grueso del público iba allí a ver qué pasaba en Punta del Este. Y desde cierta hora la gente se trasladaba de San Rafael a Le Club”, recuerda Schapire.
Hasta principio de los 90, la noche seguía empezando en su casino. Entonces, algunos -los más grandes- iban a jugar, otros a hacer sociales y a definir cómo seguiría la noche. Todos pasaban por su alfombra roja que conducía a la entrada del hotel y, famosos o no, todos eran capturados por las lentes de los fotógrafos, cuyas imágenes podían adquirirse días más tardes en algún local comercial. “Recuerdo que, en la época en que se sacaban fotos en Gorlero, la entrada al casino era un lugar donde se estilaba hacer fotos, y te daban un papelito para que al día siguiente la gente las fuera a comprar”, recuerda el fotógrafo de Puntapress, Chango Figueredo.

Para sorpresa de los poco entendidos en materia de casinos y de juego, “el personaje más importante de San Rafael era el prestamista, un tipo que estaba parado en la entrada y te prestaba. Después, pasada la temporada, venía hasta La Biela a ver a los que se habían olvidado de pagar”, revela Schapire.
En los 90 San Rafael empezó a decaer. Con el paso del tiempo el suntuoso hotel fue quedando anticuado y fue sometido a renovaciones que no alcanzaron a responder al gusto y exigencias de un público conocedor de los adelantos de las grandes cadenas del mundo, en una era ya globalizada. “En sus últimos tiempos habían hecho unas piscinas interiores para dar algún servicio más. Pero el advenimiento del lujo del Conrad lo liquidó”, agrega Figueredo.
Fue a principios de esa década cuando, para ponerse a la altura de los tiempos, se realizó una fuerte inversión, que incluyó dos piletas techadas y climatizadas, un spa y una ampliación de dos mil metros cuadrados. Es cierto que la llegada de la cadena norteamericana le dio al casino y al Hotel San Rafael su estocada final. Aunque muchos advierten una clara diferenciación entre uno y otro: el público selecto del primero se diferencia del masivo que pobló las salas del Conrad desde sus inicios. “La actitud del que va al Conrad es diferente a una clase pudiente y educada que frecuentaba San Rafael. Es difícil lidiar con las grandes cadenas”, remarca Schapire. A la llegada del Conrad se sumó el cierre de las salas de juego impuesta por Casinos del Estado y fue entonces que San Rafael comenzó a ser historia.

¿Qué tendría que haber pasado para que San Rafael no hubiera entrado en una decadencia que no tuvo vuelta atrás? “Tendría que haber tenido una gerencia con vínculos con la clase media y alta. En sus tiempos la relación que se formaba era de cliente-amigo-informante. Recuperar eso hubiera sido magia. Es necesario tener una gerencia de relaciones públicas ordenada. Crear un ámbito es difícil. Tenés que tener un equipazo bien informado y creativo. Tendría que haber habido un cambio gerencial más un proyecto sustentado por una mega inversión económica”, opina Miguel Schapire.
Las cinco estrellas que había sabido ostentar en sus mejores días se redujeron a tres en 2001 y, tras una lenta agonía, en 2011 cerró sus puertas. En diciembre de 2018 se remataron, en la playa El Emir, muebles, vajilla, botellas, banderas y otros objetos que sumaron 200 lotes. En 2019, después de 71 años, el Grupo Cipriani ejecutó su demolición, con la promesa de volver a erigirlo, nuevo y radiante, junto a otra edificación moderna y disruptiva. Por ahora, todo es espera.



