Era una tarde de paseo, como esas que Bárbara y Festuca habían disfrutado otras tantas veces. Tenían una conexión especial, de esas que unen a los humanos y los perros en un lazo único e irrepetible y que trasciende aún la muerte. Y Bárbara lo sabía. El feriado del Día de la Virgen de 2009, había manejado hasta Capilla del Señor para pasar una jornada cerca de un arroyo, al reparo de la sombra y con el sonido de los pájaros cantando. Pero pronto notó que la perra estaba incómoda, lloraba cuando se acostaba y después de un rato no quiso moverse más. "Cuando la miré de cerca me di cuenta de que tenía el abdomen muy inflamado, así que la subí a upa al auto y salimos a Olivos a la única clínica de guardia que había abierta".
Allí le hicieron una placa y le informaron a Bárbara que su perra tenía algo en el abdomen. Había que programar una cirugía con urgencia: Festuca tenía un mesotelioma de peritoneo (un tipo de tumor que se extiende en la membrana que recubre los órganos internos y luego avanza sobre los mismos, además genera líquido y dificultad para respirar entre otros síntomas). La peor noticia: su mejor pronóstico eran cuatro meses de vida.
No conforme con el diagnóstico, Bárbara llevó a Festuca a una consulta con su veterinaria de cabecera, la Dra. Teresa Hein, quien confirmó el cuadro e indicó un tratamiento diferente al que habían propuesto en aquella guardia. "Me dijo que era necesiario hacer un cambio de dieta, dejar de darle alimento seco sobreprocesado y empezar a cocinarle con ingredientes frescos". Además, sugirió complementar con un tratamiento antroposófico y drenar el líquido libre que se le generaba.
Bárbara creyó que iba a ser casi imposible cumplir con lo que la especialista había recomendado. Por cuestiones laborales, en ese momento no llevaba una vida estática. "Viajábamos por todos lados y al mes del diagnóstico nos fuimos a la Patagonia. Festu era mi mejor compañera y muy querida por todos lo que me rodeaban, la cuidaban con un amor impresionante. Pero había que ocuparse mucho de la comida, sobre todo porque no estábamos siempre en casa. Para resolverlo llevábamos una cacerola y todos los ingredientes que incluía su dieta: verduras, frutas, legumbres y una bolsita para sus preparados antroposóficos. Donde llegábamos usurpábamos la cocina y nos adueñábamos de un estante de la heladera". Fueron meses de poner a prueba la prolijidad de Bárbara, pero ella no bajó los brazos. Festuca la acompañaba donde fuera, tenía su lugar preferido en la caja de la camioneta donde disfrutaba del viento y otras veces se acurrucaba en la cabina con el hocico pegadito a la palanca de cambios para que su humana la acariciara.
Los cambios fueron sorprendentes. En cuestión de días, Festuca pasó de no poder moverse a llevar una vida normal y muy activa. Además mejoraron los ojos, los dientes, el pelo, incluso su olor. Fue en ese momento que Bárbara conoció a Tomás, su actual pareja. "Jamás me di cuenta de que Festu estaba enferma hasta que Bárbara vino a mi casa con un tupper de comida. Y fue algo que me descolocó porque no imagine que alguien le dedicara tiempo a cocinarle a su perro. Bárbara me explicó todo sobre la enfermedad que padecía Festu y yo no podía creer lo bien que estaba con semejante diagnóstico", recuerda Tomás.
Entonces Tomás comenzó a interiorizarse en el tema. Investigó, se informó y acompañó a Festuca en cada consulta que tenía con su veterinaria. "Vi que había muchas personas con sus perros y gatos en la misma situación, buscando una alternativa saludable para cuidarlos. En ese momento pensé que con mis conocimientos de gastronomía, yo podía ofrecer una solución. Y con el objetivo de ayudar a Festuca y a otros tantos animales enfermos, surgió la idea de hacer un alimento completo y balanceado con ingredientes frescos, naturales, sin conservantes, ni aditivos, ni saborizantes. Y así desarrollamos un producto apto para consumo humano a base de carne vacuna, pollo, legumbres, verduras, frutas, semillas, aceite de oliva y aceite de girasol. Nunca imaginamos que el cambio en la alimentación fuera un factor clave para su vida".
Festuca vivió casi dos años más desde aquel diagnóstico en 2009. Fue en enero de 2012 que decidió que era el momento de partir. "Viajamos a Uruguay, allá estuvo perfecta, se metió al mar, jugó en la playa, se me acostaba encima insaciable de mimos como siempre, paseamos en bici. Al día siguiente de volver a Buenos Aires, se metió en la pileta y se quedó parada en los escalones como refrescando la panza. Después de eso no quiso moverse, no quiso comer, no quería tomar agua, sentí que ya no quería más", recuerda Bárbara con lágrimas en los ojos.
La veterinaria confirmó el pálpito de Bárbara: no había mucho más por hacer. "Entendí que la tenía que dejar ir. Así que mi hermano me acompañó. No había otra alternativa que dormirla. Pasaron más de cinco años pero todavía me moviliza mucho pensar en esto. Recuerdo que la subimos a la camilla, le acaricié la frente y nos miramos a los ojos hasta que los cerró". Con todo el dolor del alma Bárbara enterró a su amiga de aventuras bajo el árbol cerquita del arroyo de Capilla del Señor donde todo había comenzado. Junto a ella puso su mantita y su collar y hoy, cada vez que la recuerda, no puede evitar sonreír y mirar al cielo, esperando quizás que la el destino cruce sus miradas, aunque sea una vez más.
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