A. J. Finn: un autor de puertas adentro
Anna Fox es una psicóloga infantil agorafóbica, que vive en Harlem, y se la pasa tomando copas de merlot y cócteles de fármacos, mientras espía a sus vecinos con su cámara Nikon. Cuando no está en plan voyeur, mira películas clásicas y aconseja a otras personas, por internet.
Hace casi un año que no sale a la calle: una experiencia devastadora la obligó a recluirse en las cinco plantas de su departamento, que se le hace más inmenso sin su marido y su hija de ocho años, quienes, por algún motivo, están lejos... En un piso de enfrente se instalan los Russell, una pareja con un hijo adolescente. Una noche, Anna ve cómo Jane Russell, de quien se ha hecho amiga, es apuñalada. ¿Lo ha visto, en realidad? ¿O es que lo ha imaginado? A ese tipo de cuestiones debe enfrentarse la protagonista de La mujer en la ventana (Grijalbo), novela de A.J. Finn lanzada recientemente en el país, que se ha convertido en la sensación editorial de 2018 desde que debutó en el número uno de los Libros más leídos de The New York Times, a comienzos de este año.
A.J. Finn es, en realidad, el seudónimo de Dan Mallory, de 39 años, exeditor de novelas de misterio de autores como Agatha Christie, Patricia Cornwell y Robert Galbrath –álter ego de J.K. Rowling, la creadora de Harry Potter–. Lo eligió porque le daba pánico quedar al descubierto, si la gente odiaba su libro y terminaban tirándole huevos a la cara. Sucedió lo contrario: al igual que otros domestic thrillers –subgénero que está de moda y cuyas historias transcurren, generalmente, en casas u oficinas, y son contadas desde la perspectiva de alguien común y corriente en un estado de indefensión con que los lectores pueden identificarse– como Perdida (2012), de Gillian Flynn, o La chica del tren (2015), de Paula Hawkins, su libro se ha llenado de elogios. Stephen King, el maestro del terror, se refirió a La mujer en la ventana como: "Uno de esos pocos libros que uno no puede dejar de leer hasta el final. La escritura es ligera y, a menudo, extraordinaria". También dijo que la forma en que Mallory despliega su "original" historia es "encantadora y escalofriante".
Por si fuera poco, los derechos de traducción se vendieron a 38 idiomas y, hace unos días, Fox comenzó el rodaje, en Nueva York, de la versión cinematográfica, que se estrena a fines de 2019 y cuenta con las actuaciones de Amy Adams, Julianne Moore y Gary Oldman; la dirección de Joe Wright (Orgullo y prejuicio, Expiación), y el guion de Tracy Letts (Agosto, Lady Bird). "No podría estar más contento. Hay una producción estupenda detrás de la película y el guion (leí el primer borrador) me pareció fantástico", le dice Mallory a LA NACION revista, por teléfono desde La Gran Manzana. "Con La mujer en la ventana ha sido todo muy rápido: anteriormente, muy pocos libros, como Cincuenta sombras de Grey, Perdida y La chica del tren, se filmaron poco tiempo después de haber sido publicados", agrega.
La idea de su novela –narrada en presente, con una prosa más próxima a un guion cinematográfico, en que priman las frases cortas y reluce un talento para los diálogos–, surgió cuando el propio Mallory –que pasaba horas en solitario, con la tele encendida de fondo– husmeaba por su vecindad –de Chelsea, en Manhattan, donde vive con un perro labrador– desde su ventana. Un día, mientras contemplaba a unos vecinos y en la TV pasaban La ventana indiscreta (1954), de Alfred Hitchcock –su director preferido, al que descubrió cuando era un adolescente y escondía su timidez en las butacas de una sala de Cine Arte–, oyó que uno de los personajes le decía al protagonista (James Stewart), un fotógrafo que está en silla de ruedas, enyesado: "Primero te rompes una pierna. Luego te pones a mirar por la ventana, ves cosas que no deberías ver y te buscas problemas". Fue como una señal. Y Mallory se lanzó a escribir.
El autor –graduado de Literatura de la Universidad de Duke y doctorado en Oxford, Inglaterra, con una tesis sobre la obra de Patricia Highsmith— es hijo de un banquero de Wall Street y una mujer que dejó su trabajo en una editorial para criar a cuatro hijos. Ambos, asiduos lectores que inculcaron en su prole la costumbre de guardar silencio a las nueve de la noche, para que cada cual tomara su libro de turno y se sumergiera en él. Durante 15 años, Dan sufrió de depresión y ahí reside quizá el motivo más poderoso para escribir su libro, ya que quería "explorar un tema del que no se habla, porque la depresión aún es vista como un estigma. Fue algo que realmente sufrí, algo que se apoderó de mi vida y que de alguna forma me definió. Escribir este libro me hizo ‘mirar directamente a los ojos de la bestia’. Eso a nivel terapéutico, digamos".
Según él, ese período "fue lo más parecido a vivir en un thriller", porque no sabía qué ocurriría a continuación, ni cómo se sentiría al minuto siguiente. En realidad, lo habían diagnosticado erróneamente, hasta que, en 2015, dio con un médico que estableció que era bipolar y le recetó las medicaciones correctas. En apenas seis semanas, Mallory comenzó a notar avances y decidió darle una oportunidad a la escritura. "El nuevo diagnóstico cambió mi vida radicalmente. Antes había cosas que no podía controlar, me echaba a llorar de la nada, estaba como adormecido frente al mundo. Ahora, aunque tengo mis bajones como todos, estoy mejor equipado y me siento más feliz. Diría que tengo una personalidad melancólica, pero ya no vivo con miedo ni con la sensación de no controlar las cosas", cuenta con voz suave el escritor. En su libro, pone en boca de Anna Fox estas palabras:
"En lo más hondo de mi mente criogenizada, algo palpita, algo colérico y vencido. Esto es lo que soy.
Si no fuera por la medicación, gritaría hasta que los cristales se hicieran añicos".
GUIÑOS PARA CINÉFILOS
Para Mallory, escribir La mujer en la ventana –que también habla de la soledad, de "la dificultad para conectar con los demás y de que te malinterpreten y malinterpretar a otros"–, no pudo sino ser liberador. "Fue una experiencia entretenida y un reto personal, porque, si bien yo tenía logros académicos, por mi doctorado en Oxford, y profesionales, como editor de William Morrow y otras editoriales, por diez años, los veía como obligaciones que cumplir: terminar los estudios y ganarme la vida, respectivamente. Escribir esta novela, en cambio, fue algo que me propuse hacer para mí mismo y que terminé, lo cual me hizo sentir orgulloso", detalla.
También le entusiasma que su novela –en que abundan las referencias cinematográficas– posea cierta sintonía con el cine de Hitchcock, uno de los más citados en el relato. "Él tenía esa cualidad de crispar tus nervios sin ser explícito, y creo que, en ese sentido, La mujer en la ventana es igual de contenida: no muestra violencia ni sexo explícitos, ni siquiera refleja mi tendencia a decir palabrotas (que digo un montón). Creo que es algo que le hubiera agradado a Hitchcock, como para haberla llevado a la pantalla", señala. El genio británico del suspense ponía a personajes ordinarios en situaciones extraordinarias. Y eso parece compartir con el libro de Mallory. Anna, es como ella dice, parafraseando una de las cintas de Hitchcock, "la mujer que vio demasiado" [por El hombre que sabía demasiado]. Y entonces llama a la policía para denunciar el presunto asesinato de su vecina, pero Conrad Little, un detective afable y grandulón, y su colega Norelli, que es más fría y directa, desconfían de ella. Anna, al igual que la protagonista de La chica del tren, es una mujer con fallas –de algún modo, poco confiable– que ha sido ridiculizada, mal juzgada y subestimada como testigo, y que –otra característica de los domestic thrillers–, al final parece llevar la razón.
En el caso de La mujer en la ventana, los pasajes más brillantes del libro corresponden a aquellos en que la protagonista, presa de la agorafobia –una patología invalidante asociada al pánico de estar en un lugar del cual pueda ser difícil escaparse o en que cueste recibir ayuda, que afecta del 2 al 5% de la población y se da más en mujeres que en hombres– lidia con sus heridas y lo que se ha destruido en su vida:
"Muchos de nosotros –los casos más graves, los que luchamos con el trastorno de estrés postraumático— estamos encerrados en casa, apartados del caótico y masificado mundo exterior. Algunos temen las multitudes en agitado movimiento; otros, el aluvión del tráfico. En mi caso, es el vasto cielo, el horizonte infinito, la simple exposición, la aplastante presión del exterior. 'Espacios abiertos', lo llama con vaguedad el DSM-V, (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales)...
Como doctora, yo digo que quien la sufre busca un entorno que pueda controlar. Ese es el punto de vista clínico. Como sufridora (y ese es el sustantivo exacto), digo que la agorafobia no solo ha devastado mi vida, sino que se ha convertido en ella".
Es un relato que, a ratos, asfixia y duele, pero que, también da respiros con dosis de humor, porque el personaje lo conserva, a pesar de todo lo que le ha ocurrido. ¿Anna Fox representa a la mujer del siglo XXI? "No me lo habían preguntado... Creo que sí. Es una mujer profesional de casi 40 años, con un doctorado en Psicología y aficiones propias... Creo que, cuando personajes masculinos se comportan en la ficción como Anna, por ejemplo, beben un montón, no son mirados con tanta desconfianza, o sea, la policía es más propensa a creerles, les dan más crédito que a las mujeres. Incluso si se trata de mujeres independientes, empoderadas. A Anna no le creen. Es cierto que su vida es un lío y su trastorno es incapacitante, pero se las arregla para saber qué es lo que está pasando, atar cabos y actuar, a pesar de su aparente ‘ineficacia’", responde Mallory. "La mujer actual no es una dama en apuros ni su destino depende de un hombre como la de los cuentos clásicos. Es una mujer que tiene su vida e incorpora al hombre, pero no gira alrededor de él –enumera–. Es Anna quien resuelve el misterio y, en la novela, el objeto erótico no es una mujer sino un hombre". Se refiere a su inquilino, David, al que, haciendo gala de su ingenio, ella describe como "Gregory Peck tras una noche de juerga".
Como parte de la promoción internacional de su libro, Mallory acaba de ir a Brasil, pero añora venir a la Argentina. "Espero viajar el próximo año y visitar Buenos Aires y la Casa Rosada, es que me gusta mucho el musical Evita (1978), de Andrew Lloyd Webber y Tim Rice". También ha leído dos biografías sobre Eva Perón. "Me parece un personaje fascinante. Cuando tenía once años, en el colegio tuvimos que escribir sobre un personaje y la elegí a ella. Me gustan las mujeres poderosas y su vida tiene elementos de todo tipo: políticos, sociales; felices y también trágicos. La Evita (1996), de Alan Parker, con Madonna, no me convenció mucho, prefiero el personaje original", comenta. En las letras, le han impresionado, sobre todo, escritores como Silvina Ocampo –sus cuentos reunidos en Thus Were Their Faces (2015)— y Juan José Saer –especialmente, Cicatrices (1969)—.
Mallory está escribiendo una segunda novela, que hablará, principalmente, de la venganza. "Creo que lo que más me interesa es cómo la gente logra o no superar los reveses de la vida. Sí, creo que ese es mi gran tema", declara. Se rumoreaba que estaría inspirada en otro clásico de Hitchcock con James Stewart, Vértigo (1958), pero él precisa que del film solo tiene la locación, ya que transcurre en San Francisco. "En realidad, es un thriller de suspenso más cercano a Agatha Christie y Arthur Conan Doyle (autores a los que leí mucho), con tres protagonistas que son mujeres", subraya. "Me gustan los personajes femeninos, primero, porque poseen una representación pasiva en la literatura. Segundo, porque mis autores favoritos son mujeres: Gillian Flynn, Tana French, Louise Penny y Kate Atkinson. Por último, creo que las mujeres enfrentan diariamente a depredadores y situaciones que les provocan miedo, ansiedad, depresión. Muchos temas con que los hombres no tenemos que lidiar.
¿Acaso los hombres tendrían que escribir más como mujeres? "Sí, sería una forma de devolverles el favor", responde sin dudar.