“Se necesita instructor de deportes, máximo 80 kg, mínimo 1,70 metros, entre 18 y 30 años. Buscamos un animador para Santa María Huatulco, Oaxaca, México”, decía el anuncio que leyó esa mañana en CompuTrabajo, una bolsa de empleo virtual de Argentina que, en aquella época, reunía algunas de las oportunidades más interesantes del mercado. Desde adolescente había tenido el sueño de vivir cerca del mar. “Me encantaba ver los anuncios de Crónica TV que decían faltan 120 días para el verano, por ejemplo, y mostraban fotos de la playa. Y, realmente, desde los 15 años que me había ido por primera vez de vacaciones con mis amigos a Mar de Ajó, que esperaba (trabajaba y estudiaba) para que llegara fin de año e irme de vacaciones a la playa”, recuerda Gustavo Zúgaro (41).
Finalizada la etapa escolar, comenzó a estudiar educación física en el Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (CENARD). Fue en 1998, después de “fracasar” en la Universidad de Buenos Aires. Solo en un año había intentando con la carrera de Diseño de Imagen y Sonido y más adelante con la de Veterinaria. Hasta que un profesor le aconsejó que estudiara Educación Física ya que le gustaban mucho los deportes. “Finalmente entré al profesorado, y desde el primer mes, envié correos a Club Med Polinesia para que me contrataran. Siempre había soñado con vivir en alguna playa de mar turquesa como en la Polinesia. No dejé de mandar esos mails en ningún momento, fueron unos diez correos por año hasta que se presentó aquella oferta de CompuTrabajo”.
Y así fue que, con 24 años, se animó a enviar su CV, “trucando (ahora se diría fotoshopeando) la foto a la vieja escuela, en el Paintbrush, una foto que simplemente le di zoom y la mandé para parecer más grandote. Para mi sorpresa, al otro día recibí un correo: me querían en 10 días en México, algo que en esa época era imposible, porque no contaba con pasaporte y tardaban más de un mes en entregarlo. Di vuelta medio Buenos Aires para ver si podía hacer algo, y afortunadamente me dieron el pasaporte en 22 días de corrido. Mientras, en Huatulco me pudieron esperar y me hicieron el trámite de la visa laboral. Llamé a mis papás para mostrarles el correo electrónico y lo primero que vimos fue la foto de la playa del hotel”.
Consejo de madre
Era junio de 2004. En ese momento, en Buenos Aires hacía un frío de esos que calan los huesos, recuerda Gustavo. Y fue en ese contexto que su mamá le dijo: “andate...”, y que Gustavo cumplió al pie de la letra ya que entendía que no era algo que las madres suelen decir. Partió entonces hacia México con poca experiencia y una valija llena de ilusiones. “Como en esa época Internet no era tan accesible, pensaba que en México todos eran como te lo describen en las caricaturas: bajitos, con sombrero y bigotes. No tenía idea de nada”.
Si bien el sueldo no era tentador, la ventaja de aquel empleo era que Gustavo tenía el alojamiento y las comidas incluidas. El trabajo era ser animador. “Me dijeron que iba a estar en el Departamento de Deportes Acuáticos. Yo jamás en mi vida me había subido siquiera a un kayak. Además, tenía que bailar en los shows. Quiero aclarar que en la entrevista, cuando me preguntaron si bailaba, mi respuesta había sido en los boliches. Y aparentemente eso había sido suficiente para que me contrataran”.
El primer día que vio el show nocturno del que tenía que participar, se quedó helado. No solo se trataba de mantener trato continuo con los huéspedes. Además, tenía que bailar como un profesional y actuar con la mayor seriedad posible y en ¡inglés! Sacó provecho de cuanto consejo pudo y, lentamente, se fue formado en el puesto de animador.
“El clima laboral era diferente a todo: podías tomar alcohol a la hora que fuera, vivíamos en habitaciones iguales a las que pagaban los huéspedes. Y lo mejor de todo era que, a fin de cuentas, el trabajo se trataba de entretener a la gente que estaba de vacaciones. Pero para eso había que aprender a entretenerse también. Si vos no te divertís jugando al vóley, navegando un catamarán en una bahía, haciendo aeróbics en el agua, bailando en shows, y cosas así, ese trabajo, no era para vos. Y yo corría con ventaja: ser hijo de una mamá pianista, deportista desde los seis años y encima argentino me llevaron a ganarme mi lugar en el negocio”.
La playa, un lugar para soñar
Cerca del sexto mes de trabajo, Gustavo supo que estaba por finalizar su contrato. “Volver a la Argentina era una buena oportunidad para ver a mi familia y a mis amigos. Pero también existía la posibilidad de quedarme otros seis meses. Lo hablé con mi jefe y me dijo que, si me quedaba podía aumentarme el sueldo y ascenderme. No podía creer que me estuvieran ofreciendo semejante oportunidad. Seguí adelante, crecí, me ascendieron dos veces más hasta que estuve a cargo del Área de Deportes”.
Pero un día, mientras estaba en el cine -solo había tres salas en todo Huatulco- sintió que, a pesar de que estaba en un lugar realmente paradisíaco, a sus 25 años necesitaba un poco más de civilización. Todos le hablaban de la Riviera Maya. Y así fue que volvió a crecer, pero esta vez en otra compañía. “Viví de 2006 a 2008 en Playa del Carmen, luego me mudé a Puerto Morelos, un pueblo pesquero con un encanto inigualable y ahora estoy nuevamente en Playa del Carmen. Soy Gerente de Animación y Deportes hace 14 años, lo que me dio la posibilidad de poder conocer gente de todo el mundo y lugares increíbles. Y todo gracias al esfuerzo. Creo que los argentinos somos los mejores del mundo. Muchos triunfaron en diferentes países y hasta sobrepasaron sus expectativas por perseguir un sueño. El mío era solo vivir cerca del mar. Podría haber terminado vendiendo cocos en las playas de Brasil y seguramente iba a hacer lo posible por ser el mejor vendedor de cocos aunque no hablara portugués”.
Cuando vivía en Buenos Aires, Gustavo siempre pensaba en la playa y solo entendía que era para jugar con las olas y broncearse. Hoy, luego de 16 años de vida junto al mar confiesa que visita más la playa de noche que de día, que disfruta ver estrellas fugaces junto a su novia tendidos en la arena, con una buena copa de vino. “Nos gusta viajar a la isla de Holbox, donde se puede ver la bioluminiscencia del agua, hay cenotes por doquier, amaneceres y atardeceres soñados, y lo mejor, un mar caribe en el que podés entrenar, meditar, reír, llorar, pensar, ordenar, replantear, todo gratis, solamente yendo a la playa. Mi felicidad está acá, es mi lugar en el mundo”.
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