Alan Parker no es simpático ni quiere parecerlo
A poco del lanzamiento del film en el país, el director de Evita sigue recordando los malos ratos que pasó en la Argentina, y asegura que después de haber estudiado tanto la historia de la esposa de Perón cree conocerla hoy menos que nunca.
LOS ANGELES.- Supuestamente, nos quiere lejos a los argentinos, o está un poco resentido con nosotros. Acepta la entrevista porque no tiene más remedio: está de lleno en el período de promoción de Evita , la versión fílmica con Madonna que realizó sobre la pieza musical -la célebre ópera rock (1976)- de Andrew Lloyd Webber y Tim Rice. Contesta un poco a regañadientes, desluce el sentido de algunas preguntas, minimizándolas con una respuesta en la que no creemos, y juega permanentemente con la ironía.
Nos encontramos con él en un salón del suntuoso Ritz-Carlton Hotel, en Marina del Rey, Los Angeles, cerca del océano pero bien lejos de Beverly Hills, de Hollywood, de cualquier estudio de cine y de todo sitio que un argentino elegiría para pasarla bien trabajando. Aquí sólo se puede gozar de la naturaleza, navegar por el Pacífico -no es nuestro caso- o gozar de una soledad inmensa.
Pero vinimos a trabajar, nosotros y Parker, a quien admirábamos tanto y suponíamos capaz de derretirse cuando alguien de bien lejos le hablase de Bugsy Malone , Fama o Expreso de medianoche , sus títulos de la primera hora, o le nombrase los comentarios ensayísticos -raros en cualquier realizador- con que acompaña la promoción de todas sus películas.
Evita no está ajena a esa costumbre: su ensayo es un libro colmado de fotos, donde hay una breve introducción por Madonna y un diario de rodaje de Parker con personales reflexiones sobre la Argentina, la prensa y los rigores de la filmación "entre enemigos".
Es probable que haya sido la primera cuestión la que lo indispuso, cuando aludimos a las pocas entrevistas que dio en Buenos Aires, y sólo a publicaciones extranjeras, en inglés. En una de ellas, no dudó en señalar que Madonna era "una pesada", quejosa de todo, del calor y del frío.
-Es verdad -contesta con cara de fastidio-; dije que era una pesada, pero nunca lo fue en el set de filmación, y todas sus quejas sólo llegaban hasta el asistente de dirección. Cuando Madonna venía a mí, ya se encontraba calma. Yo dejaba que esos problemas se resolviesen entre mi asistente y la actriz. Conmigo era toda amabilidad, y estaba muy ubicada.
-En la película, Perón quiere entrar en el cuarto de Evita, pero ella cierra con llave.
-Es un modo indirecto de mostrar que no tenían sexo.
-¿Le interesaba tanto filmar en la Casa Rosada?
-Fue un proceso difícil. De entrada, dijeron que no, y durante un año entero se negaron a prestarnos el balcón. Si el asunto hubiera sido poner dinero, era fácil, pero la cosa no pasaba por ahí. Hablé con miembros del gabinete argentino, con el embajador norteamericano y con el británico, con cada amigo de los embajadores y con quien pudiera negociar, para que el presidente Menem dijera que sí. Las personas con quienes yo hablaba eran muy receptivas y querían ayudar, pero no lo lograban. Por fin, tras el segundo encuentro con Madonna, Menem accedió.
-Ese gesto de Madonna fue el decisivo...
-En parte. Ayudó, pero entre otras muchas cosas que probamos. Pero, como efecto periodístico, seguro. A usted le viene mejor decir que ése fue el punto culminante. Si pone el énfasis en eso, su reportaje será más interesante.
-¿Se sintió muy golpeado por la opinión pública en Buenos Aires?
-Sí, claro. Hubo hostilidad por todos lados. Al llegar, un cartel decía: Tiren a Madonna a los lobos . Fuera. Pero esos grupos eran muy reducidos y el resto de la gente fue muy amable con el equipo. Creo que Menem vio ese cambio político en la gente y, de golpe, a último momento, dijo que sí. A esa altura, se sabía que estábamos haciendo una película respetable y, por qué no, una muy buena película.
-Su obsesión era filmar allí.
-Lo de la Casa Rosada era una pesadilla. Ya estábamos construyendo una réplica exacta en Londres, tenía miles de extras y no imaginaba cómo llevar tanto vestuario de época a Inglaterra, cuando la mitad ya había viajado a Hungría, donde nos quedaban por rodar, en Budapest, las largas secuencias del funeral de Evita. Saber que podía utilizar la Casa Rosada me produjo un gigantesco alivio.
-¿Cuándo le anunció Madonna su embarazo?
-Entre Buenos Aires y Budapest, Madonna viajó a Nueva York. Desde allí me llamó por teléfono, me pidió que me sentara y me lo dijo. Hubo un silencio. Pensé que había que reorganizar el programa de trabajo, sobre el final de la película. Me apuré con las escenas que requerían una carga de energía por parte de Madonna y puse al comienzo del plan lo que yo había decidido que sería lo último, en estudios londinenses. La escena en que Madonna canta Buenos Aires en una cantina iba a filmarse al final. Tuve que adelantarla un mes.
-¿Cuál era su idea sobre Eva Perón antes de hacer la película y qué piensa ahora?
-Comencé con la investigación. Consideré suficiente la lectura de veintinueve libros entre los muchos que hay sobre Evita. Cubren todo lo escrito sobre ella. Revisé recortes y material fotográfico, tratando de mantener un equilibrio entre lo que leía, veía y pensaba. Aun con este trabajo, sabía que no los iba a convencer a todos. En la Argentina, por ejemplo, hay tantos a favor de Eva como en contra de ella. La verdad absoluta era imposible. Sólo traté de ser equilibrado. Creo que mi retrato de Evita, en la película, es bastante justo y aproximado. No se podía perder de vista el corazón de la ópera rock original, que también está presente en la película. Mi experiencia es frustrante, porque me encontré con que nadie conocía la verdad. Me gustaría saberla, pero siento que no hay una biografía definitiva... La verdad se perdió, por culpa de las dictaduras militares que ustedes soportaron. Falta mucha documentación. Mi imagen de Evita, antes del film, era la de un conocimiento superficial. Ahora, tras leer tanto, sólo sé que no sé con certeza quién fue Eva Perón.
-Vayamos al comienzo del proyecto. ¿Cómo se decidió por Madonna para el papel?
-Como se trata de un musical, el proyecto era riesgoso. Es un film totalmente cantado, y yo no dejaba de pensar: necesito una buena actriz, claro, pero ¿una buena actriz que no cante bien? En mi cabeza, Madonna ocupó el lugar de la Evita que se necesitaba. Nadie podría haberlo hecho mejor. Tratándose de un género inusual -mucha actuación, pero todo dicho con canciones-, definitivamente Madonna era la persona para este papel. Ella nunca constituyó un problema. Mi único temor era que Madonna, el ícono, pudiera interferir con el personaje. Quizá también temía que los argentinos, ustedes, no aceptaran a Madonna como la actriz que interpreta a Eva Perón, porque Madonna es tan famosa como lo fue Evita. El miedo de que la carga de la propia Madonna superara al mito que debía representar desapareció ni bien la actriz y cantante se puso en el papel.
-¿Cómo fue el primer encuentro con ella?
-La conocía de antes, pero ella me mandó una carta de cuatro carillas manifestándome su deseo de interpretar esta ópera rock en el cine y dándome las necesarias referencias para que yo creyera que era posible. Después me llamó por teléfono de Los Angeles a Londres, hasta que nos reunimos tres o cuatro veces en Los Angeles.
-¿Usted le creyó de entrada?
-Al principio dudé de que estuviera tan comprometida con el proyecto como decía. Es una mujer muy ocupada, tiene un sello discográfico propio, organiza giras y ofrece recitales, además de tener una carrera permanente como cantante, que debe cuidar y sostener. Me sentí sorprendido por el hecho de que, por dos años, dejara todas esas obligaciones y hasta su carrera individual para comprometerse con el proyecto.
-Alguna vez, Michelle Pfeiffer fue una candidata segura...
-Esa candidatura jamás fue definitiva. Michelle tiene dos niños y, de entrada, manifestó que no estaba dispuesta a viajar y que prefería rodar todo en estudios de Hollywood, cerca de su casa. Yo, en cambio, estaba decidido a trasladarme a los sitios verdaderos, a la Argentina, sobre todo. También, los intérpretes debían grabar las canciones y rodar partes en Londres. Para mí, Evita no debía ser realizada en estudios. Yo diría que el tema Michelle Pfeiffer nunca se discutió seriamente. Madonna fue la única postulante que tuvimos como segura, en buena parte por aquella carta que me mandó.
-¿Y Antonio Banderas?
-El tomó este trabajo con gran pasión, y su interpretación es apasionada. Por su parte, Jonathan Pryce, que hace de Juan Perón, es un actor inglés entrenado en la tradición del clasicismo británico, que elaboró su participación dentro de un registro muy controlado, con delicadeza y medida.
-En sus declaraciones, usted habla de una aproximación naturalista al tema de Evita. ¿Por qué no dice realista?
-Cuando me refiero al naturalismo, es para oponerme a una puesta teatral. Es en oposición a lo escénico. Se trataba de que el corazón del film no fuera realista, porque todos cantan y bailan. Yo no quería fuese más grande que la vida. La realidad está de entrada recortada por el canto, el baile y la falta de diálogos. Tampoco quería que copiase el modelo del film Jesucristo Superstar . Mi intención era huir de la circunstancia en que los musicales de Broadway se hacen películas. El error es tratar de replicar lo teatral dentro de una realización fílmica. El lenguaje del cine es otro: no se puede filmar la teatralidad. Hay que procurar hallar el espíritu del musical, tratándolo cinematográficamente. Para mí, un ejemplo acabado de lo que pido es Cabaret , un gran film de Bob Fosse sobre un musical sobresaliente.
-¿Cómo obtuvo ese resultado?
-En la película, hay una mirada muy moderna sobre la ópera original y hay otra tecnología. Mi propuesta fue actualizar el musical y tratarlo como algo nuevo. Procuré que sus autores, Andrew Lloyd Webber y Tim Rice -separados por diferencias irreconciliables-, colaboraran en el proyecto. Aceptaron a regañadientes escribir un motivo musical nuevo para la película - You must love me - y Tim reescribió la letra de una de las canciones, The lady´s got potential , que nunca se canta en las puestas teatrales. Hay partes de la música que fueron controladas finalmente por ellos. Creo que jamás volverán a trabajar juntos, aunque hace tiempo aceptaron realizar un revival de Jesucristo Superstar en Londres.
-¿Cómo logró que Rice y Webber se reunieran?
-Porque yo se los pedí, pero también porque no podían dejar de hacerlo, en el momento en que su gran obra conjunta era transformada por el medio cinematográfico. Nunca iban a aceptar entregar el control de la pieza a otro. El contrato dice bien claro que si se proponía un cambio, debían hacerlo ellos.
-Las puestas de la ópera rock comienzan siempre con una escena del film argentino La cabalgata del circo, donde actúa Eva Duarte. ¿Por qué no la aprovecha en su film?
-Me pareció más divertido reconstruir una película de aquella época, hablada en español, que utilizar material de archivo.
-¿Se van a doblar las voces en algún país?
-No. En ninguno.
-En esta oportunidad, vuelve a su ya lejana costumbre de redactar un ensayo o diario de la filmación, con sus opiniones previas sobre el film.
-Sólo lo hago porque el material publicitario y de prensa es malo. Los publicistas dicen lo que se les ocurre sobre las películas, y jamás aciertan.
-¿No tiene otro motivo?
-A veces, son libritos. Otras veces, solamente páginas sueltas. En realidad, expreso mi punto de vista sobre cómo ocurrieron las cosas, brindando una información de primera mano.
-Buena parte del casting se hizo en la Argentina.
-Fue intencional: tanto el casting de actores como el de extras.
-Estos últimos son más protagonistas que Evita y Perón, en la escena del balcón de la Casa Rosada.
-Claro, probablemente me interesaba mucho más la plaza que el balcón, aunque me obstiné por conseguirlo. Yo necesitaba la Plaza de Mayo y la Rosada para revivir aquellos actos del peronismo, con Perón y Evita en el balcón, frente a una multitud de argentinos parecida a la que concurría a esas reuniones políticas. Conseguí de los extras una reacción emotiva semejante a la de entonces, en el momento en que Madonna canta No llores por mí, Argentina , vestida y peinada como el mito. Por eso, no dudé de que las cámaras debían registrar una emoción popular que no hubiera conseguido ni en Londres ni en Budapest.
-¿Cuál es su proyecto inmediato?
-Dormir.
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