
Anorexia, un mal compartido
Por Eduardo Tarnassi Para LA NACION
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Dos señoras que caminaban con sus perros por el Paseo de la Costa, Olivos, mantenían el siguiente diálogo.
-Mi perra es incomprensible. Algunos días come como un elefante y otros no prueba bocado.
-Mi perro, en cambio, casi no come.
Fue entonces cuando un joven que tomaba sol en el lugar acotó:
-Y... Serán anoréxicos.
Las mujeres no pudieron contener la risa por esas palabras, pero el ocurrente había dado en el clavo.
En efecto, los perros sufren de anorexia, aunque diferente de la humana ya que no pone en peligro su vida.
Los cánidos en libertad comen, cuando pueden, grandes cantidades para enfrentar posteriores épocas de hambruna. Esto es observable en los perros caseros medianos y grandes. Es que en ellos persisten costumbres atávicas.
En animales como el mastín napolitano, la voracidad de los cachorros está vinculada con la subsistencia en virtud de su rápido crecimiento.
Sin embargo, no ocurre otro tanto con perros pequeños, que han contado siempre con la asistencia humana.
En los ejemplares chicos es posible encontrar un tipo de anorexia que no se verifica en sus congéneres de mayor tamaño.
¿Por qué la anorexia canina no es peligrosa? Porque si bien es reflejo de una actitud caprichosa, en última instancia primará lo instintivo. Esto le indica que para vivir hay que comer.
A los científicos e investigadores, la observación de una jauría de lobos en Alaska les permitió determinar que esos animales salen de caza una vez por semana. Esto señala que llenan sus estómagos una vez cada siete días. A partir de este ejemplo es posible advertir que los cánidos están preparados para soportar períodos relativamente prolongados sin comer.
En síntesis, hay perros anoréxicos, pero en ellos no es una enfermedad sino un comportamiento atípico.
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