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Todos nos hemos arrepentido alguna vez. De forma pública o de manera íntima hemos sentido que hubiera sido mejor no haber hecho lo que hicimos, lamentando con profundidad protagonizar hechos, decisiones, actitudes o expresiones que, a la luz de nuestra actual conciencia, encontramos muy negativos.
El arrepentimiento se hace mucho más complejo cuando hubo daño a otros. Ese tipo de situaciones, más allá de la instancia judicial que pudiera traer aparejada, nos sumerge en el muy intrincado tema del perdón, la reparación y la liberación moral y psíquica de las faltas cometidas.
La experiencia del arrepentimiento se da en el corazón de las personas, si bien tiene una expresión pública. Cuando alguien manifiesta estar arrepentido de algo, fijamos la vista en sus ojos, agudizamos nuestros sentidos para entender si es solamente una declaración para evitar las consecuencias de la falta cometida o si en el corazón del arrepentido se da ese fenómeno redentor que libera y sana la situación, pasando la misma a otro plano.
Un ejemplo de todo esto es el de aquellos tuits violentísimos de algunos jugadores de los Pumas, escritos a sus 18 años, y por los que hoy los deportistas dicen estar profundamente arrepentidos, según lo que manifiestan de forma pública o a través de mensajes privados luego divulgados.
No profundizaremos en el uso político de esos tuits, manejo que tiene la intención desvirtuada de acrecentar odios y obturar caminos de sanación, algo muy propio de la llamada "cultura de la cancelación". Por el contrario, la idea aquí es despojarnos de ese entorno nocivo que mentirosamente adjudica la capacidad de agravio a solo un deporte o clase social, para reflexionar acerca de lo que significa arrepentirse y, entre otras cosas, entender por qué y para qué se cometió aquella falta, saliendo del simplismo del "fue un error" y nada más.
Es sabido que uno de los elementos para entender lo auténtico de un arrepentimiento es el sostenimiento en el tiempo de una actitud congruente con lo manifestado en el pedido de perdón, inclusive con algunos actos reparatorios genuinos que devuelvan el equilibrio y permitan entender el real motivo de aquellas manifestaciones.
Es que ofensas como las de los tuits hablan más de aquellos que los escribieron que de las "mucamas", los "bolivianos", los "negros" y de Claribel Medina, por caso, grupos o personas que fueron objetos de los agravios.
De hecho, particularmente conmovedora es la grandeza con la que trató el tema la actriz portorriqueña, en especial luego de recibir un texto (con apariencia genuina) de parte del rugbier Santiago Socino, pidiéndole disculpas. Sin condescendencia alguna, pero con generosidad de espíritu, supo perdonar al jugador porque le creyó, demostrando que es el muchacho el que tiene que entender qué le pasaba con su violencia, y no ella la que tiene que defenderse de afirmaciones que nada tienen que ver con su persona.
Sabemos que desde el bowling para derribar personas en la 9 de Julio (con camión incluido) de Dady Brieva, hasta la licencia para insultar y despreciar que parece haberse erigido como moneda de cambio en nuestro país (nuestros representantes políticos nos muestran eso cada día) lo dicho por los chicos allá en 2012 es solo parte de un mal social. Por un lado, es claro que los jovencitos que escribieron aquellas barbaridades no estaban bien y eso habrá que resolverlo de raíz en ellos y, sobre todo, en aquellos que en el presente estén en igual tesitura. A la vez, es importante decir que los deportistas deben hacerse cargo de lo suyo, pero no ser sacrificados en la pira de la hipocresía social, poniendo sobre sus hombros algo que los involucra pero va mucho más allá de ellos. Los rugbiers deberán vérselas con sus propios pecados, pero sería injusto que sean chivos expiatorios de un mal cultural, el afán de despreciar violentamente al prójimo, que como sociedad ojalá sanemos lo antes posible.
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