Argos no olvidó a Ulises
Homero, que se supone vivió en Grecia en el siglo VII antes de Cristo, y a quien se atribuye la autoría de los libros épicos La Ilíada y La Odisea , describe en el primero de ellos las incidencias de la guerra de Troya y en el siguiente las alternativas de la vida de Ulises (Odiseo para los griegos), rey de Itaca.
Tras relatar que el héroe deambuló por el Mediterráneo mucho antes de recuperar sus posesiones invadidas por pretendientes al trono, y que tanto su esposa, Penélope, su hijo, Telémaco, como sus seguidores lo creían muerto.
No obstante, Ulises regresó disfrazado de anciano harapiento con la finalidad de sorprender a sus oponentes y consumar su venganza, aunque, paralelamente, pretendía que lo reconocieran sus fieles seguidores, cosa que no logró.
Homero relata de este modo ese pasaje de la historia: "Así hablaban cuando un perro que estaba echado levantó la cabeza y enderezó las orejas. Era Argos, el perro del infortunado Ulises, que algún día le crió por sí mismo y que no aprovechó luego, pues partió enseguida para Ilios...
"En otro tiempo, los jóvenes habíanle sacado a cazar cabras montañesas, ciervos y liebres; y ahora, en ausencia de su amo, yacía decaído sobre un montón de estiércol de los bueyes y las mulas que había a la puerta, y permanecía allí hasta que los criados transportaban el estiércol para abonar la extensa huerta.
"Allí yacía Argos, el perro, roído de miseria. Y en el acto reconoció a Ulises que se acercaba, y movió la cola y enderezó las orejas aunque no pudo llegar hasta su amo, el cual, conociéndole, se enjugó una lágrima ocultándose hábilmente."
Sin polemizar acerca de si Argos pudo vivir tanto tiempo como para ser testigo del regreso de su amo; el poema épico nos sirve para hablar de la memoria del perro.
Acerca de ésta, James Kinney, un estudioso norteamericano, expresó: "La memoria del perro sobre la que tanto se ha escrito es fenomenal. Sé de uno que recordó el sonido de un motor por más de tres años. Sus amos habían viajado a Europa y dejaron a su perro en el campo de unos amigos. Cuando regresaron el animal dormía junto a mí. Despertó, levantó las orejas, saltó por la ventana y corrió enloquecido hasta reunirse con ellos".
En el John Hopkins Hospital de los Estados Unidos y en los laboratorios Pavlovian de la ex URSS, distintos perros fueron sometidos a experimentos partiendo de la base de los estudios de los reflejos condicionados descubiertos por el médico y fisiólogo ruso Ivan Pterovich Pavlov, que estudió la secreción gástrica psíquica mediante un estímulo por el cual los perros sabían que, al escuchar determinada señal, llegaba la hora de comer.
La misma señal, aunque no recibieran comida, producía en ellos mayor salivación y secreción espontánea del jugo gástrico.
Continuadores de esta experiencia demostraron más adelante que los perros de laboratorio, retirados de la mesa de experimentación, no olvidaban la señal que condicionaba su alimentación. Esto les posibilitó afirmar que, ocho años más tarde, su memoria les permitía recordar el estímulo.
Si tenemos en cuenta que la vida del perro generalmente no supera los 15 años, es fácil concluir que su memoria es excelente. Y si a esto agregamos su gran capacidad de aprendizaje podrá entender por qué su perro no olvida nunca las enseñanzas que le impartió.