Argentina ahora tiene una escuela de croupiers. Su creador empezó como valet parking y hoy forma nuevas generaciones. Secretos de un oficio azaroso.
Por Fernando Bersi
En el lugar, una ruleta, una mesa de black jack, una de punto y banca, una de póker Texas y otra de póker caribeño. Hay naipes y fichas para tirar para arriba. Las cortinas van del piso al techo, y de un perchero cuelgan chaquetillas y pantalones con los bolsillos cosidos. Cualquiera apostaría todo lo que tiene a que esto es la sala de un casino. Perdería: se trata de un aula de EAC, la primera escuela de croupiers de Argentina.
Acá, en la calle Uruguay, casi Avenida Corrientes, a unos pasos de los Tribunales, quince jóvenes aprenden desde reglas básicas de juegos hasta cómo abrir y cerrar una mesa. Desde manejar fichas con destreza hasta barajar a velocidad de prestidigitador. Desde cómo lograr empatía con los clientes hasta nociones de ludopatía. En fin, aprenden todo de una profesión que acostumbra a guardar sus secretos en un cajón de siete llaves. Esos secretos que, después de leer esta nota, usted también conocerá.
Las escuelas de croupiers no son, como alguno podría pensar, una apiolada argentina. En España, existen desde hace más de treinta años y, de este lado del mundo, en Perú desde 2009. En nuestro país, el monopolio de la enseñanza estaba a cargo de los propios casinos. Moldeaban sus croupiers a gusto y piacere. Los primeros pasos de Hernán Costa como croupier –creador de EAC–, como no podría haber sido de otra manera, siguieron este sendero.
En 2001, Costa tenía 21 años y una tarea difícil: encontrar trabajo. Un día, un aviso le llamó la atención: "¿Querés trabajar en el casino?". Nunca había pisado uno y, a decir verdad, no le resultaban simpáticos. Pero en tiempo de vacas flacas elegir era un gusto que no podía darse. Se presentó al puesto de valet parking. Varias noches, como el casino estaba ubicado en Puerto Madero, soñó con sentarse en un Mercedes Benz o un BMW. Pasó una y otra prueba hasta que un día, de la emoción, casi se da la cara contra el piso. "Hernán, sos muy rápido con los números, vas a ser croupier", le comunicó un encargado de recursos humanos.
Esta metodología de formación de croupiers tipo casting de reality, según la experiencia de Costa, tiene puntos flacos. De los seleccionados, no todos se convierten en buenos croupiers. Y a veces los largan a la cancha cuando todavía les falta un golpe de horno. "Por eso, ves pibes que dejan una huella de transpiración sobre el paño o supervisores que tienen que hacer malabares para salvar una jugada", comenta Costa, sentado a una de las mesas de póker de su escuela. Desde que aprendió los gajes del oficio, tuvo clarito que había que formar croupiers de manera profesional. Piensa que el mejor modo de hacerlo, para evitar vicios que surgen en el trabajo, es por fuera de los casinos.
EL DESTINO DEL CROUPIER
Betiana López, profesora de EAC, especialista en juego con dados, entró al universo croupier por la ventana. Había terminado el secundario y necesitaba trabajar. Se presentó en el casino de Corrientes y la tomaron como camarera. Duró un día. El encargado no le sacó los ojos de encima: ni siquiera en las mesas de más de seis comensales anotaba los pedidos. Nunca se confundió un café con un cortado. Tenía pasta para croupier, le dijeron. Apenas empezó a hacer pie en el casino, un hombre se le acercó: "¿Querés ir a trabajar a Buenos Aires?". López le dijo que no viajaría ni loca. Cuando escuchó el sueldo que le pagarían –tres veces lo que ganaba–, armó las valijas. Al principio, convivió con otros catorce croupiers correntinos en una pensión de Independencia y 9 de Julio. Las noches eran de terror: escuchaba desde pedidos de auxilio hasta disparos. "Me costó acostumbrarme. Era muy reservada, acá tuve que aprender a hablar mucho", dice Betiana. Con el tiempo se ganó un lugar, llegó a ser supervisora del casino flotante. Con más de diez años dentro de la empresa, la echaron. Su marido también era –sigue siendo– supervisor del mismo casino. "Nunca hicimos una escena, pero no querían parejas", se lamenta López.
LAS REGLAS DEL JUEGO
Preparar croupiers para los casinos argentinos no es moco de pavo. Costa estuvo en los casinos más importantes del mundo: Singapur, México, Colombia, Panamá y, por supuesto, en la meca del juego, Las Vegas. "En ninguna parte del mundo se juega como acá. Allá apuestan un millón de dólares pero en diez fichas. En los cruceros ponen nada más que dos o tres por jugada. A los argentinos les fascina tener una cantidad de fichas así", dice Costa y pone una mano sobre otra como si sostuviera cinco manuales de físico-química.
Para ser croupier, se precisa destreza de mago. El primer ejercicio para que los dedos adquieran sensibilidad es el "chipeo": juntar y separar fichas. Los alumnos, al inicio de cada clase, reciben cien fichas, que deben, en el menor tiempo posible, apilar según el color. Costa hace pilas al tuntún. De nueve, doce y quince. Sin bajar la mirada, toma de a cuatro y simula pagarles a clientes imaginarios. Lo repite hasta que se le acaban las fichas. No se equivoca ni una vez. "Esto es cortar; en el flotante se hace de a cuatro fichas –varía según el casino–. Es un método de seguridad; los que controlan ven por las cámaras que no pagás de más", cuenta. Luego agrega: "Si tengo que mirar lo que hago y tardo mucho en pagar, pierdo la oportunidad de charlar con los clientes y así ganarme buenas propinas".
También los estudiantes deben aprender a tirar la bola en la ruleta. ¿Pero es una estupidez? No, para nada. No es la teoría de la relatividad, pero tiene sus secretos. La bola tiene que dar más de tres vueltas –si no, se considera nula–, y se tira una vez para cada lado. ¿Cuánto son treinta medios? ¿Siete plenos? ¿El 118% de 150? El ping pong matemático es un clásico de todas las clases. Los croupiers, en segundos, tienen que calcular en cada apuesta cuánto deben pagar. "Hay chicos muy rápidos y hay otros a los que les cuesta mucho. Deben practicar en sus casas. Yo misma antes de entrar a trabajar hacía ejercicios matemáticos", reconoce Betiana. Otra lección importante para el croupier es, por su salud mental, aprender a filtrar. Hay gente que llora porque perdió todo, que se jugó hasta la plata para pagar la luz y que como la familia lo echó vive en el auto. "Si te enganchás con sus rollos te chupan la energía, te vas a tu casa con los problemas de ellos. Un día –suspira López–, vi perder a un hombre tres millones de pesos".
DETRÁS DE ESCENA
A la escuela van hombres y mujeres; en esta camada, hay de 18 a 38 años. No todos persiguen los mismos horizontes. "Si tu abuela viviera te haría un monumento", le dijo su papá a Graciela Rodríguez (37 años, soltera) cuando supo que quería ser croupier. Su abuela paterna había sido jugadora compulsiva. Hace ocho años, Rodríguez buscaba trabajo –había sido moza, vendedora de ropa y telemarketer–. Leyó un aviso en el diario y se presentó en el casino. Ahora maneja los juegos de taquito, pero se anotó en la escuela para ser más prolija y mejorar la comunicación con los clientes porque quiere trabajar en un crucero. Quizás, en parte, para cumplir un sueño postergado: ser guía turística. Gastón Sanguinetti tiene 33 años, es periodista y árbitro de fútbol infantil. Trabajó seis años al lado de Chiche Gelblung. Dicen, en la escuela, que es uno de los alumnos con más futuro en el mundo croupier. "Me gusta jugar al póker con amigos en casa, pero no soy un experto ni mucho menos. Me anoté porque el trabajo es más divertido y tiene más estabilidad laboral que el que hago ahora", cuenta Sanguinetti.
No hace falta ser jugador frecuente, ni mucho menos. Basta escuchar cualquier conversación sobre la ruleta para conocer el rumor: los croupiers no pueden clavar la bola en un número determinado, pero sí tirarla a una zona aproximada. En la escuela, aseguran que esto es un mito grande como una casa. Comentan que la historia empezó así: antes, en los casinos provinciales, los croupiers ganaban más propina que sueldo. Por eso, le empezaron a dar manija a la gente. Sin su mano nunca podrían ganar: "Mirá que te ayudo, cuánto me vas a dejar", decían. El mito creció como una bola de nieve, tanto que en varias ocasiones, aunque suene una locura, el mismo croupier retenía parte del premio del cliente como recompensa de su supuesta tarea.
"Justo en la clase de ayer se armó una discusión. Hicimos varias pruebas. Imposible prever dónde caerá la bola. Es puro azar", dice convencido Sanguinetti. Los que saben dicen que los casinos no hacen nada para echar por la borda este mito. Al contrario, lo fomentan. Por el desprestigio de los croupiers, cada vez más clientes cambian las mesas por ruletas electrónicas. "La mesa, aunque muchos piensen lo contrario, es más azarosa. Por eso, los casinos agregan máquinas. Les dejan más ganancia y no tienen vacaciones", cuenta resignado Costa, que sigue apostando a las manos mágicas de carne y hueso.