
Bullying
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"Estar roto y tener cicatrices no significa ser irreparable", suele decir Valentina Mauri con una sonrisa que todo lo ilumina. A su corta edad, ella sabe del dolor de la soledad en una sociedad que, a veces, desencaja con el alma. La infancia y la adolescencia impregnada de interrogantes, desengaños e ideales, pueden ser paradas crueles cuando lo que se recibe de nuestros pares son burlas y desprecio.
La joven, sin embargo, siempre tuvo un sostén: su familia. Ese refugio seguro, pero del que mantenía alejado su secreto; no quería contaminar aquel sagrado espacio con su sufrimiento, sentía que equivalía a prolongar las horas de agonía de la escuela en su hogar. Allí, en su lugar de paz, sanaba sus heridas y prefería olvidar, o al menos intentarlo.
Su pequeña gran burbuja idílica comenzó a colisionar desde pequeña, en ese instante cuando le tocó salir al mundo. En el primer día de jardín de infantes un grupo de niñas se acercó con una advertencia: "Nunca vas a ser nuestra amiga, porque sos fea".
"Tenía sobrepeso, mi piel era `demasiado blanca´ y usaba anteojos. A esa edad no me importó mucho, ellas eran cuatro y tenía veintiséis compañeritos más para intentar un acercamiento", rememora pensativa. "Por otro lado, iba cuatro horas y el resto del día estaba en casa con mi abuela, mi mamá, mi papá y mis hermanas, personas que se desvivían por mí, así que podía pasar un tiempo soportando la discriminación, que continuó. ¿Pero tenía que ser así?".

La primaria arribó con la promesa de un nuevo comienzo, pero a pesar de la ilusión, nada mejoró para Valentina. Tal vez no fuera la única nena con sobrepeso y que usaba lentes, pero las alianzas contra ella no tardaron en llegar, porque era aplicada y no había adoptado la costumbre de tomar bandos para dedicarse a criticar a los demás. Pronto descubrió que, sostener pensamientos propios, tenía un alto costo: "Mis padres habían elegido un colegio privado donde todos parecían iguales, y, aun así, debajo de las vestiduras nada se alejaba más a la realidad. Me sentía como una campesina en una reunión de la realeza".
Entre burlas pequeñas y grandes - todas crueles- la soledad y el dolor se instalaron en el corazón de Valentina para crecer. Sus compañeros la observaban con rechazo y lanzaban en lo cotidiano frases como: "Mirá la cuatro ojos", "A mí el uniforme me queda mejor porque soy flaquita", seguidas de risas burlonas: "Sentirme sola fue duro e iba tras la búsqueda de mi hermana, Vicky, para aislarnos del resto, pero no me permitían estar con ella; los docentes y directivos decían: `Cada una tiene que permanecer con sus amigas, no pueden estar juntas´ ¿Cómo explicarle, con seis años, que no me sentía cómoda con mis `amigas´ y que para la construcción de una autoestima fuerte es importante tener un lugar de contención?", se cuestiona hoy la joven al respecto.
"Siempre que veían una situación de discriminación las maestras intervenían, pero el bullying se había vuelto silencioso y estaba por todas partes. Ya no solo importaba si tenías sobrepeso, si eras demasiado flaco, alto, bajo, tu tono de piel, si usabas lentes o no, también influía tu `clase´ social. Todo era motivo para que los demás te discriminaran", continúa Valentina, autora de su primer libro: Bullying: Vive y deja vivir.
El acoso mudo se transformó en un hábito que comenzó a calar hondo en el espíritu vulnerable de Valentina, que, aun así, regresaba corriendo con una sonrisa a los brazos acogedores que la esperaban en su hogar, evitando mostrar cualquier señal de sufrimiento: ¿Por qué iba a arruinar los momentos familiares con su padecer?, pensaba la niña que, como tantos otros niños en el mundo, prefería condenarse a eternas horas de soledad doliente, antes de agobiar a sus seres queridos y empañar los anhelados momentos de felicidad.

Con el comienzo de la secundaria las esperanzas se renovaron una vez más. Huyendo de la tortura, Valentina llegó a una ilusión de paraíso, una escuela pública en donde podía estar junto a su hermana en los recreos, sin importar que estuvieran en diferentes grados. Pero algo nuevo sucedió: ya no tenía sobrepeso y su cuerpo cambió radicalmente. Pero como no salía a bailar, no tenía novio y se apegaba a su familia, allí la razón del acoso fue no ser una adolescente "normal".
"Mis experiencias de burla en la secundaria eran diarias", revela la joven. "Abundaban los chistes sobre mi manera de vestir, el desprecio porque nunca me había llevado materias, y hasta maltrato por el hecho de llevarme bien con mi familia".
¿Voy a dejar que los demás determinen quién soy y destruyan mi autoestima?, se dijo Valentina en algún momento y algo en ella comenzó a cambiar. La pena y la soledad la habían acompañado durante años, pero una mañana despertó renacida, transformando ese dolor en su fuerza y comprendiendo que es posible focalizarse en lo que uno tiene, restándole protagonismo a los golpes bajos y la humillación.
"Mi cambio de actitud tiene que ver con algo que siempre estuvo ahí, no lo notaba, no sabía que podía hacerlo", confiesa. "Hasta que lo hice, saqué afuera mi fortaleza dormida y todo mejoró. Fue un momento en donde, en vez de quedarme callada, comencé a contestar, donde borré completamente mi risa sumisa cuando recibía críticas sobre mi forma de ser. Perdí el miedo: ¿Por qué podía molestarle a alguien el calzado que usaba? ¿O mi amor hacia mi familia? Empecé a defender mi esencia ¡y qué bien se siente! Sin agresiones, comencé a responder a las burlas con frases como: `yo me amo como soy´, `tengo un montón de gente que me quiere en mi forma completa y no intenta cambiarme, así que no me interesan todas esas cosas negativas que me decís´. Era mi forma de decir ¡basta!".

Hoy, a sus 19 años, Valentina estudia medicina. Ya no es víctima de bullying, pero sabe que hay muchas almas en el mundo que están atravesando aquello que para ella fueron años de sufrimiento. Niños y adolescentes que, tal vez, ni siquiera cuentan con una familia amorosa y amigas incondicionales como las que, finalmente, ella pudo tener. Pero, aun a pesar del apoyo de base, la joven sabe que, a vivencias similares a la suya, se les resta importancia. Quien lo sufre, calla, entonces sucede aquello que puede devenir en terribles consecuencias: se alimenta el bullying silencioso, algo que puede quebrar incluso a aquel que posee un círculo de amor.
"Es una edad tan vulnerable. Después de estar en pareja con una persona que me criticó todo acerca de mi forma de ser, conocí a Mati. Él me ama como soy, no intenta cambiarme y me ayuda a superar mis miedos", reflexiona Valentina, consciente de que cuando el amor propio viene golpeado, las relaciones tóxicas son más usuales. "Sé que algunas personas piensan que si alguien está sufriendo bullying te das cuenta. Pero eso no es verdad, no siempre. Pasé mucho tiempo doliendo en silencio, llorando cada noche, y guardándome todo lo que sentía. ¿Mis motivos? No quería admitir lo que estaba pasando, no lo quería hacer evidente, siempre creí que si lo contaba iba a sufrir más".

"Por eso mismo decidí volcar todo en un libro y crear un perfil y página de ayuda para todos aquellos que sean o hayan sido víctimas de bullying", continúa. "Nadie tiene la necesidad de sufrir, aunque sea por un par de horas; nadie es superior que otro, ni mucho menos tiene derecho a decirle cómo tiene que ser. La `perfección´ y la `normalidad´, no existen, son los estereotipos que impone la sociedad disfrazados en algo que todos añoramos. Somos todos diferentes y tenemos que aceptarlo para terminar con esto. Debemos abrazar nuestra esencia, y cuidar nuestra salud física y psicológica. Cuesta, pero puede llegar ese día - como me sucedió a mí- en donde uno es capaz de contestar: ¡Soy feliz y me amo como soy! A quien esté pasando una situación similar le digo: no estás solo. Brillá como sos, y al que no le guste, que se tape los ojos".
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