La voluntad es el principal ingrediente para que una cena o almuerzo en solitario deje de ser un mero trámite: qué tener en cuenta y por qué es importante escuchar a nuestro cuerpo
La responsabilidad de tener que preparar comida para otros, día tras día, se transforma en una rutina que, a veces, pesa. Y ni hablar si tenemos que hacerlo solo para nosotros: todo se desdibuja o pierde estructura, hasta algo de lógica. Esa cena o almuerzo puede terminar en pizza fría, tostadas, huevos, galletitas con queso… y más de una vez por semana. Incluso llegamos a saltear comidas, o atracarnos con el hidrato fácil de hacer y siempre listo en la alacena. Hay algo de fiaca, algo de “no vale la pena”, de usar el tiempo para otra cosa… probablemente más pantallas. Porque cuando cocinamos para nosotros mismos a veces la comida puede ser un simple trámite, combustible o algo para llenarse.
Sin embargo, yo creo que podemos encontrar en este caos algo positivo. Por empezar, cuando hacemos algo solo para nosotros, las recetas son menos respetadas, inventamos o improvisamos más, podemos sentirnos más libres: más condimento, más mezclas, más prueba y error. Nos podemos divertir.
Cocinar para uno lleva un tiempo de ajuste y aprendizaje. Incluso si somos cocineros hogareños habilidosos o para los que saben que cocinar rico en casa no implica grandes misterios ni técnicas complicadas: picar un poco, saltear otro tanto, probar, prestar un poco de atención y saber qué le podemos pedir a los ingredientes con los que contamos. Con eso sobrevive cualquiera en la cocina. El tema es hacerlo a diario, porque requiere el ingrediente mas valioso: la voluntad.
Cocinar para vos mismo te puede ayudar a encontrar quién sos cocinando, pero sobre todo quién sos comiendo. Sin jueces ni testigos, sin más voces que la propia. Aprendé a escuchar(te): si no estás conforme con tu comida, mejorala la próxima; si no valió la pena el trabajo, simplificala; si las proporciones no te satisficieron, cambialas. Quizás estabas más para una cucharada de la salsa de tomates con una rodaja de mozzarella y una taza de caldo, y no para un plato de pasta con tuco. Escuchá a tu cuerpo: si es lo que realmente te gusta, lo que te hace sentir bien físicamente, bien con vos mismo y con tus elecciones… ¿Cuántas veces sabes que comiste de más? ¿Cuántas veces con una entrada estabas bien? ¿Cuántas veces quisiste privarte de comer lo que hay fuera del plato principal, para terminar en tu casa comiendo lo que hubiera en la heladera?
Hacete las preguntas pertinentes: ¿realmente querés desayunar, almorzar y cenar todos los días un plato lleno? ¿O quizás un día estabas bien con una fruta y un poco de queso? ¿Alguna vez te preguntaste cómo sería desayunar huevos, como hacen algunos? Casi todo lo que alguna vez nos dijeron sobre la comida, con el tiempo, resultó mentira: que toda grasa es mala, que el edulcorante era el camino, que los vegetales no son ricos, que la peor grasa es la manteca y que por eso tenías que cambiar a la margarina, que hay que comer entrada, plato y postre, que aunque estés todo el día sentado tenés que comer las tres comidas al día más algún snack, y mucho más. Pues bien: al comer solos, tenemos la oportunidad de replantearnos todo eso que nos inculcaron.
Quiero decir: si comés ocho empanadas de queso, ¿te sentís bien, más allá de que hayan estado riquísimas? Llenarnos hasta reventar a las 22,30 era nuestra idea de una buena cena… ¿pero dormís bien después de hacer eso?
Este año y pico hizo que algunos estén solos y solas más de lo acostumbrado, y también que otros nunca más lo estén, con todos en casa todo el tiempo. El tema es que al comer y cocinar para nosotros mismos tenemos la oportunidad de realmente cambiar hábitos. De generar cambios profundos y a largo plazo. Porque comer mejor, a fin de cuentas, es un acto individual. Solemos asociar cocinar en casa con lo tradicionalmente casero, con preparaciones pesadas. Sin embargo, recomiendo asociarlo con cocciones largas, que casi no llevan preparación pero sí largo tiempo de cocción, y recordar siempre que esa comida se puede transformar en varias muy distintas. Por ejemplo: un estofado de pollo puede comerse un día con papa al natural, las pechugas pueden terminar en un sándwich y lo que queda de salsa con huevos al horno. O porotos cremosos que pueden ser guiso, comerse con arroz, ser dip para nachos o tostaditas medio mexicano, o con algo de caldo ser una sopa otro día. Empecemos a relacionar comer en casa con usar ingredientes que elegimos pensando en lo que queremos para nosotros, para mejorar cada comida. Cuando un tomate está bueno, al medio con sal y oliva, una lata de atún, alguna tostada y no mucho más. Ya lo repasamos varias veces en esta columna: comer rico es más simple de lo que nos dijeron.
Algún equipamiento básico, dos visitas a la verdulería en la semana, descubrir lo que realmente nos parece rico y un anotador para recordar alguna mezcla de especias o un ratio de una masa que funcionó. No mucho más.
Y después de esto, la próxima vez que tengamos que cocinar para otros, el viaje no va a ser el mismo.