Romina Suárez (40) se puso inyecciones todos los días de su embarazo por la trombofilia, tuvo a sus trillizos prematuros de 29 semanas en plena pandemia, estuvieron 55 días en neo de los cuales 11 días ella estuvo internada por coronavirus, su marido Paulo Benitez (35) y sus tres bebés estuvieron aislados. En la Semana del Niño Prematuro Romina recuerda un 2020 muy especial.
Un embarazo que llegó después de nueve años de búsqueda
Romina y Paulo estuvieron deseando el embarazo durante nueve años. Ella ya tenía un hijo, Santino (15), fruto de una relación anterior, y el sueño de ser madre con su actual marido se demoraba más de lo que habían imaginado.
En total hicieron cuatro tratamientos de fertilidad. En el primero quedó embarazada pero lo perdió en la semana 9 y le detectaron trombofilia. En los dos siguientes no tuvieron suerte hasta que llegó el cuarto tratamiento. "Habían fecundado dos embriones de calidad medio y medio baja, firmamos un consentimiento para que nos transfieran los dos porque los centros de fertilidad no quieren, pero como eran de baja calidad nosotros queríamos intentar. Cuando nos enteramos que eran trillizos fue un shock porque en la ecografía se veían dos saquitos, en uno se veía perfecto el embrión y en el otro un puntito muy chiquito. El médico de fertilidad dijo que no nos hagamos ilusiones porque podía ser que no prospere", cuenta Romina. Lo cierto fue que el embrión no se veía bien porque en ese momento estaba formando un gemelo. Lo supieron en su primera ecografía de rutina donde les dijeron que tenían un embarazo trigemelar: dos gemelas en diferentes bolsas pero que compartían placenta, y un mellizo de ellas en una bolsa con placenta aparte. "Fue muy shockeante porque uno espera un hijo y le vienen tres de repente, si bien hacía muchos años que buscábamos con el tema de la trombofilia teníamos mucho miedo", confiesa Romina.
Atravesar el embarazo con trombofilia significó darse todas las mañanas una inyección de heparina y después de la semana 24 sumar una segunda inyección por la noche. Romina cuenta que jamás le dolieron "porque sabía que eran vida, que hacían que mis hijos tuvieran oxígeno y nutrientes porque es lo que hace que circule la sangre. Para mí fue algo natural, algo más que tenía que pasar para que mi embarazo llegara a buen puerto y tenga a mis bebitos como los tengo hoy".
Semana 29: cesárea inesperada
El embarazo fue muy lindo, sin náuseas ni vómitos se sentía plena, pero a partir de la semana 20 ya no era tan fácil dormir, el peso de los bebés apretaba mucho y la única manera de cerrar los ojos y descansar era sentada.
Romina y Paulo ya sabían que al ser trillizos iban a nacer prematuros porque no iban a poder llegar a la semana 38, sin embargo el plan era llegar lo más lejos posible. Pero en la semana 29 Romina empezó con colestasis que es la alteración de los ácidos biliares que afecta la placenta. Se enteró del diagnóstico un martes, la medicaron pero no hizo efecto. El viernes 26 de Junio nacieron por cesárea en el Sanatorio Otamendi Beltrán (1,235kg.), Teresita (1,1185kg) y Guadalupe (1,025kg).
Al nacer vieron que oxigenaban bien y entonces se los acercaron a la mamá para que les pudiera dar un beso y el papá incluso pudo hacer upa a Guadalupe, "está todo filmado, fue maravilloso, fue una fiesta", cuenta emocionada Romina.
55 días en Neo y un hisopado positivo
El paso por neonatología fue largo: "Gracias a Dios sin mayores complicaciones. Tuvieron bigotera y Teresita estuvo tres días con oxígeno. Beltrán a la semana ya no tenía bigotera y las gorditas empezaron a respirar por sus propios medios. Les faltaba el aumento nutricional lo que realmente es un milagro para bebés de 29 semanas de gestación y un kilito que no tengan ninguna secuela", agradece Romina.
La vida en neo fue muy cansadora: salían de su casa a las 7 de la mañana, dejaban a Santino conectado en su clase virtual y la abuela o la tía iban durante el día a preparar la comida y ayudar en lo que necesitara. Volvían a la noche a su casa y esa misma rutina la repitieron durante 55 largos días.
Al ser tres bebés podían entrar ambos padres a neo (por la pandemia solo se deja entrar de a uno por vez). "Los dos teníamos el mismo objetivo que era ir a dar lo mejor de nosotros, acariciarlos, cantarles, decirles acá estamos. Estábamos fuertes y sólidos para lo que tuviera que pasar. A la neo se entraba con una sonrisa y si uno quiere llorar es de la puerta para afuera", asegura Romina, que además destaca que la relación matrimonial se fortaleció con la experiencia vivida.
Tiempos de pandemia
Pero a los 10 días la realidad de la pandemia les tocó de cerca. Romina empezó con fiebre muy alta y dio positivo al covid-19. Después fueron apareciendo más síntomas: perdida del olfato y gusto, descompostura, mucho dolor de panza, huesos y dolor atrás de los ojos. "Estuve 15 días sin verlos. Me internaron porque al tener trombofilia y ser puérpera era considerada de riesgo. Tuve un compromiso pulmonar leve y me pasaron antibiótico por vena y por boca durante cinco días. En el día 11 me dejaron ir a casa a seguir con el aislamiento. Fue muy duro, es una enfermedad que se atraviesa en soledad, es lo más traumático, nadie te visita, los médicos te atienden por teléfono y tenía el gran agravante de tener a mis hijos en neo. Mi marido quedó aislado en casa por prevención y los bebés en la neo especial para bebés con sospecha de covid", relata Romina.
Se le quiebra la voz y las lágrimas aparecen cuando recuerda esos 15 días y a Esther, la enfermera encargada de cuidar a los trillizos. Esther le mandaba videos todos los días a la mañana, tarde y noche para que Romina no se desanimara, de esta forma podía seguir el crecimiento en el día a día, era una caricia al alma. Ella estaba internada en otro sanatorio y una puericultora se encargaba de trasladar la leche materna de un sanatorio a otro. El reencuentro con sus hijos después del aislamiento fue muy especial.
"Es impresionante la calidad humana de las enfermeras, la calidez de los médicos que te abren los ojos. Si bien los bebés estaban bien y uno se quiere ir cuanto antes ellos te hacían ver que no era así, que uno los ve bien pero hay muchas cosas que tienen que terminar de madurar y que hay que monitorear para que no pase nada cuando uno vuelve a casa", explica Romina.
El 21 de Agosto fueron dados de alta. Una vez que llegaron a casa Romina y Paulo se sacaron los barbijos, los bebés pudieron conocer la cara de sus padres y, ahora sí, empezar a disfrutar de la vida en casa.