
Diálogos del alma
Suelto, luego amo
Señor Sinay: ¿Dónde está el límite entre practicar el desapego y la negación de nuestra propia historia?
Demián Gil Mariño
RE:
"El apego es un estado emocional de vinculación compulsiva a una cosa o persona determinada, originado por la creencia de que sin esa cosa o persona, no es posible ser feliz." Así lo definía el sacerdote jesuita y psicoterapeuta indio Anthony de Mello (1931-1987). Se puede aplicar esta noción a una pareja, un hijo, un padre, un amigo, una casa, un trabajo, un recuerdo, un objeto, una idea; también, a una interpretación o relato de experiencias propias. En todos los casos el apego estrechará nuestros horizontes, reducirá el total de nuestras vidas y experiencias a sólo una de sus partes y nos hará dependientes de ella. Frases como No puedo vivir sin vos, o sin esto, o sin aquello niegan nuestros recursos autoasistenciales, dicen que nuestra vida no es nuestra sino que durará lo que se prolongue la presencia de ese ser, ese objeto, ese recuerdo o esa idea a los que estamos apegados.
"Cuando se toca música, ésta desaparece, no queda nada, y por esa razón es una de las artes más elevadas y espirituales", reflexiona Alan Watts (1915-1973), filósofo y experto en religiones, en su libro La vida como juego. Y recuerda que también la fugacidad es distintiva de la música. Esa cualidad, apunta, es espiritual. Lo emocional, lo afectivo, lo sensible, aquello que no se puede medir, pesar ni atrapar, es inasible y, desde una óptica espiritual, evanescente. No necesitamos tocarlo todo el tiempo para saber que existe, no necesitamos aferrarlo (ni aferrarnos) para que sea real.
Desapego no es indiferencia ni desamor. Soltar no es negar, sino confiar. Y la confianza es un pilar del amor. En todo, el desapego aliviana el equipaje existencial, quita el peso de la posesión y la ansiedad. Se cuenta de dos monjes que, ante un río profundo, vieron a una chica que intentaba cruzar y no podía. Uno de ellos la subió a sus hombros y la cruzó. Cuando ella se fue el segundo monje increpó al primero: "Tocaste y abrazaste a esa mujer, rompiste las reglas". El primero respondió: "Yo ya la solté hace largo rato, el que la sigue aferrando eres tú". Quizás por ahí va la cuestión.
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