El arte de la fuga en la mente de James Rhodes
El pianista inglés, que tocará esta semana en Buenos Aires, habla de su libro de memorias, un grito musical y literario que sorprende al mundo por su crudeza
John Cage trataba de no pensar los acontecimientos como parte de un orden lógico del universo: “Hay algo muy detallado en la música. Todo se convierte en un detalle. Desde muchos emerge uno”. Los detalles deslizan verdades susurradas, puntas de ovillo que, cuanto más se expanden, más dicen. La música clásica fue el resguardo que tuvo James Rhodes (Londres, 1975) para sobrellevar una fatalidad, una aberración que lo marcó de por vida: su profesor de gimnasia lo violó cuando tenía 6 años. Rhodes prefiere no caer en eufemismos: abusar implica tratar mal a alguien, en cambio una violación representa una coacción física y psíquica. Nadie estuvo atentos a los signos que el pequeño James manifestaba, sólo una maestra lo intuyó, pero no la tomaron en serio. Esa herida, lejos de cicatrizar, se profundizaba. En la adolescencia, sus compañeros hacían lo que querían con él. En su temprana adultez, comenzó con los autoboicots, pasó por adicciones, lesiones autoinfligidas, intentos de suicidio y encierros. Recién a los 30 años pudo contárselo a alguien. En el libro Instrumental (Blackie Books), Rhodes hilvana microtonos de angustia y desesperación, pero no deja de pensar en los arpegios, en el sentido de la esperanza. Por eso, hace público ese grito contenido. Por su crudeza, el libro estuvo un tiempo fuera del mercado en Inglaterra, por algún resquemor de su ex esposa.
“No pensé Instrumental en una vía literaria. Escribí lo que sentía en ese momento. Siempre trato de elegir mis palabras con cuidado, especialmente cuando se habla de temas difíciles como la violación y la enfermedad mental. Y tal vez ser capaz de hablar de música al mismo tiempo ayuda a proporcionar un equilibrio. Amo los libros. Todos los libros. Todos los libros son literatura para mí. Si es Zola, Coelho o Rowling. Todos ellos proporcionan una forma de escapar. Una ventana a un mundo de fantasía donde las palabras usan una especie de magia para transportarnos a algún lugar nuevo y emocionante”, dice Rhodes a La Nación revista en un idea y vuelta por correo electrónico, antes de su visita al país para presentarse el viernes próximo en el Auditorio de La Usina.
“Gracias a la lectura, a menudo nos sentimos mejores seres humanos. Creo que mis autores favoritos y más influyentes con los que crecí fueron Primo Levi, Paul Auster, Émile Zola (incluso si eso suena pretencioso, es cierto: The Masterpiece es uno de los mejores libros que he leído y Nana uno de las más tristes). PG Wodehouse también es un genio y me ha hecho reír tanto.”
Alrededor de los 20 años, Rhodes se asoció con el agente de Grigori Sokolov, su pianista preferido. A instancias de él comenzó a estudiar música clásica con Edo, un profesor italiano que impartía una disciplina metódica que ponía el acento en las unidades microscópicas de las variaciones. Uno de los primeros trabajos que tuvo fue un concierto de Serguéi Rajmáninov, un compositor ruso, al igual que Rhodes, fumaba muchísimo, y se deprimía con frecuencia. Edo también ponía el acento en los detalles, dos milésimas de segundo, para quien ejecuta piezas tan complejas, es tan vital como para un corredor de Fórmula Uno. En las clases, los dedos de Rhodes se volvieron flexibles, virtuosos. Pero a veces, el cuerpo emite señales de resistencia y los ecos del pasado aparecieron bajo la forma de frustraciones cotidianas por no encontrar la perfección en la ejecución de las teclas. La angustia devino cortes en el antebrazo y, como consecuencia, su esposa le pidió el divorcio y le quitó la tenencia de su hijo. Rajmáninov trataba de superar las espirales de angustia con hipnosis. Rhodes optó por no descuidar su vínculo con la música clásica, que, según sus palabras, lo salvó. Su piel se ha regenerado. Ahora, en uno de los antebrazos tiene tatuado Rajmáninov en cirílico.
“Estoy bastante seguro de que todos estamos tratando de sobrevivir lo mejor que podemos. A veces, la vida es dura. Todos experimentamos hasta cierto punto algún trauma y todos tenemos que encontrar una manera de navegar a través de la vida. Me siento muy afortunado de poder obsesionarme con mi trabajo y hacer todo lo posible por mejorar. Durante mucho tiempo no había nada de excitante en mi vida. Eso cambió cuando mi hijo nació y cuando cambié mi carrera de trabajar en finanzas a trabajar como pianista”, continúa.
Según él, la música clásica siempre sobrevivirá. “Tiene que sobrevivir. Es una imposibilidad espiritual que algo tan extraordinario y tan profundo muera. Eso simplemente no va a suceder y no puede suceder. Realmente deseo más gente podría experimentarlo, especialmente en las escuelas. La música clásica siempre sobrevivirá porque nos mantiene conectados con algo mucho más allá de la humanidad. Nos recuerda a todos que hay algo más grande y mejor que nosotros en el mundo. Que estamos todos conectados con algo abrumadoramente hermoso. Esa persona ostensiblemente humana (Mozart, Bach, Brahms) es capaz de dejar un legado tan inmortal es un mensaje muy poderoso y esperanzador.”
Los 20 capítulos que conforman Instrumental se asemejan a una playlist, un paseo sentimental que puede escucharse en Spotify. De cada pieza, Rhodes elige una ejecución en particular y elabora, brevemente, un perfil de los compositores. Allí confraternizan Schubert, Bach, Beethoven, Mozart, Chopin con músicos del siglo XX como Zukerman, Gould, Ohlsson o Pollini, por citar a algunos. Cada una de las biografías refleja un contrapunto entre adversidades de distinto tenor, que van desde la miseria hasta la locura, y una visceral actitud frente a su producción musical. De todos, Rhodes siente una plena admiración hacia Johann Sebastian Bach, no sólo porque tuvo una infancia dura –también fue violado– y tuvo sus recaídas, sino porque lo considera un obsesivo de la armonía. Sus Variaciones Goldberg, en sus palabras, destilan una multiplicidad de texturas sorprendende y una potencia sin igual. De todas, maneras, su Capilla Sixtina es Chacona, compuesta por Bach cuando murió su esposa, porque siempre tiene algo más para decir.
“Cuando recreás estas composiciones, el énfasis está siempre, siempre, siempre en la música misma. La presentación alrededor de ella necesita cambiar: debemos alejarnos de los códigos de vestimenta prescritos y de todas las reglas y comportamientos que se esperan. La música clásica nunca ha sido más relevante de lo que es hoy, por eso seguimos escuchando a Bach 300 años después. No escucharemos a Justin Bieber o Muse en 300 años, pero estaremos escuchando a Beethoven y Chopin. Hay una razón para eso. La música es siempre relevante porque la esperanza, la humanidad y la belleza son siempre relevantes y la música es lo que nos permite experimentar esas cosas.”
EN CONTRA DE LA SOLEMNIDAD
La impronta de Rhodes; su look casual y por momentos desalineado –con zapatillas y buzos que tienen la inscripción de Chopin o Bach en una tipografía que se asemeja a un club de fútbol americano–; su voz suave, enfática y chistosa; sus apariciones en documentales biográficos en la BBC; sus presentaciones en las charlas TEDx, y su intensa actividad en redes sociales le dan una cuota de frescura a su virtuosismo en su Steinway. Sin ningún reparo, desdeña el estado de la industria de la música clásica actual. En los últimos capítulos de Instrumental se queja de la solemnidad, de la endogamia, y fundamentalmente, de la falta de creatividad. Antes de tocar, suele relatar alguna breve historia o anécdota que complementa su necesidad de divulgar el género.
“Lo que menosprecio es la noción de que la música clásica pertenece sólo a cierto tipo de persona –continúa–. Que sólo es entendido y apreciado por personas inteligentes, ricas, bien vestidas, bien educadas y cultas. Esto es una mierda absoluta. Y todo lo que hace es segregar una industria que ya está demasiado separada. Siempre habrá una audiencia de Kissin y Argerich y Sokolov y Rattle, y siempre seré parte de esa audiencia. Pero estoy mucho más interesado en llegar al 99.9 por ciento del mundo que no conoce y no me interesa la forma sonata, la transformación temática y si Lang Lang observará todas las marcas dinámicas en una sonata de Beethoven”.
Rhodes, aclara, no deja de admirar enormemente a otros pianistas (“hay tantos músicos increíblemente talentosos en escenarios alrededor del mundo y soy curioso de ellos”). Pero cuenta estar preocupado porque todos estén “jugando para el mismo público y no se está haciendo lo suficiente para expandir a esas audiencias”. Sus músicos favoritos van de Martha Argerich a Glenn Gould, Grigory Sokolov, Evgeny Kissin, Arcadi Volodos y sobre todo a Teodor Currentzis, a quien define como el mayor músico clásico vivo hoy. De otros géneros, le gustan Lana Del Rey, Joanna Newsom, Ben Folds, Rufus Wainwright y The Killers.
Para alguien que tuvo una infancia aislada, oscura y desoladora, sacar a la música clásica de su coraza elitista implica que sea tenida en cuenta en la enseñanza primaria. No sólo por el conocimiento mismo, sino por el estímulo en la percepción y en la intuición que generan las sonatas, las sinfonías, e incluso los réquiems. Rhodes, que se formó “de grande”, considera que el aprendizaje es más accesible de lo que se cree. Mientras se acaba de confirmar la versión cinematográfica de Instrumental, acaba de publicar el libro Toca el piano: Interpreta a Bach en seis semanas, que es muestra que puede aprenderse una melodía, un fraseo primigenio, en muy poco tiempo.
“Es una de las cosas más importantes que podemos hacer. Y tristemente es uno de los más ignorados por los gobiernos de todo el mundo. Es una tragedia tan inmensa que algo que sabemos mejora vidas se ha convertido en un lujo en lugar de un derecho humano básico. La educación musical, aprender un instrumento, aprender a leer música, aprender sobre la historia musical es vital. Escuchar un instrumento mejora la disciplina y la autoestima, mejora el enfoque, ayuda a fomentar el trabajo en equipo, mejora las matemáticas y las habilidades del lenguaje, y muchas otras cosas. Los niños que aprenden un instrumento aprenden sobre el progreso lento, desordenado, incremental; aprenden las habilidades que pueden tomar en todas las otras áreas de la vida. Privarlos de esto es un error que costará mucho a las generaciones de niños.”
En el epílogo de sus memorias, en un ejercicio de introspección, manifiesta cierta cautela ante el porvenir. Un poco tiene que ver con el miedo de lo que pasará con su hijo, otro tanto quizá se deba al vacío que supone su trauma personal, su lucha diaria. Como señala Jung en sus recuerdos, tal vez uno no sabe adónde irá a parar, porque la vida es un intento efímero y arriesgado. “Muchas cosas me molestan. Injusticias de cualquier tipo, bullying, intimidaciones, malos tratos y horrores infligidos a los más vulnerables de la sociedad. Por supuesto, escuchar una pieza de Bach no hará que todo esté bien. Pero me proporciona un cierto sentido del equilibrio. Una distracción, una prueba de bien en el mundo, un momento de belleza durante un día feo. Cuando Instrumental estaba pasando por el sistema judicial y parecía que iba a ser prohibido y yo perdería mi casa, la música proporcionó respiro y alivio.”
A pocos días de visitar Buenos Aires, James Rhodes responde en los tiempos de espera de los aeropuertos. Cuando habla sobre Daniel Barenboim y Martha Argerich, a quienes considera catalizadores de vida, escribe “LOVE” en mayúscula. Tampoco se olvida de Sergio Tiempo, de quien se declara fanático.
Por la cantidad de mails que recibe a diario de víctimas y familiares, siente que haber publicado su historia fue un acierto. Eso lo mantiene contenido, menos solo cuando está fuera de casa. Por momentos elige desconectarse de todo y cerrar la laptop. Al igual que John Cage, James cree que en el silencio también hay música y tal vez, como sucede con los compases de Chacona, tenga algo más para decir.
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