
El extraño Señor Capusotto
Quiso ser jugador de fútbol y músico, pero no le fue bien y, entonces, devino actor. Hoy es uno de los talentos más originales que pueden encontrarse en la pantalla chica, y trabaja en un programa de televisión con hinchada propia: Todo x Dos Pesos
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La gente puede ser impenetrable de varias maneras, y Capusottto las conoce todas. Es viernes, 11 de la mañana, y los datos que van a conocer fueron acumulados por él en 45 minutos de conversación que iban a ser dos horas, pero que quedaron reducidos apenas a eso por un cambio en el plan de grabación de Todo x dos pesos, el programa de mayor rating de Canal 7 del que el hombre forma parte junto con Fabio Alberti, Pedro Saborido, Néstor Montalbano y muchos más. Dice que nació en Villa Luro hace 40 años, que antes de ser actor quiso ser jugador de fútbol profesional y músico, que fue delivery de corpiños, que hizo la colimba, que la mamá se llama Carmen y el papá Juan Enrique, que actuó en el Parakultural, en Cha cha cha, en De la cabeza, en Delikatessen, que vive desde hace cinco años con María Laura y que hace más de dos nació el cachorro, Elisa.
Datos. Eso es todo lo que él parece dispuesto a dar esta mañana aplicando miradas de impaciencia sin disimular. Las cosas terminan así ese día. Ni bien ni mal, pero con datos.
Ahora es lunes, una semana más tarde. A las 10 de la mañana. Misma casa en el barrio de Barracas. Ring. Parece que no va a salir, pero después de un ratito aparece. Con cara de dormido y el humor puesto al revés. Ha habido un error de comunicación entre productores y actor y periodista. -Pensé que era a las 10.30 -dice.
Y son apenas las 10 de una mañana en la que los inventores de la sensación térmica juran que hace un grado. Entonces Capusotto camina de pésimo humor hasta un pequeño cuarto en la parte trasera de la casa donde no hay estufas, ni primus, ni hornallas a la vista, y se sienta.
-¿Tenés frío? -pregunta.
A lo mejor les pasó, alguna vez: cosas que empiezan mal y que terminan bien. Pasen. Esta es la historia de un final feliz.
El es absolutamente común, pero en la tele da un poco más espástico. El sábado 4 de agosto fue uno de los invitados al programa Sábado Bus, de Nicolás Repetto y cuando el conductor invitó a caminar hasta la cocina, Capusotto hizo eso que le sale bien y que puede caer tan gordo: se inventó un defecto físico. Pocos lo vieron. El era una sombra que la cámara trataba de esquivar. Pero si uno no supiera -si Capusotto fuera una cara camuflada de anonimato- podría pensar que al tipo le pasa algo muy malo en serio: adelanta el vientre, junta las rodillas, camina con una renguera profunda y pone una cara de felicidad brumosa, con la boca más llena de dientes que se haya visto. Todo eso, con una copa de champagne en la mano. Nada de todo eso es The Real Capusotto. -Son cosas que hago desde chico. Me hacía el que tenía problemas para que en la cola del colectivo me dejaran pasar primero. Pequeños shows en lugares públicos. Tenía una barra de amigos, con los que éramos más molestos que pesados. Había un placer por la destrucción. Con Mario Suárez, volvíamos del colegio y sentíamos placer por romper vidrios de un supermercado que ya no funcionaba. Era fascinante.
El mundo era fascinante y él era tímido, pero con una timidez que no llegó a arruinarle la fiesta de la adolescencia. El fútbol, destruir propiedades ajenas y el cine fueron magias tempranas de una etapa sin mayores problemas.
-Iba a ver de todo. Desde películas yanquis hasta Herzog. Iba a la Hebraica, la Leopoldo Lugones y el Ciudadela, donde daban películas eróticas, de adolescentes descarriadas, algo muy convocante. Una vez fui, ya de grande, a ver Belle de jour. El cine estaba lleno, todos pensando que iban a dar algo como Pequeñas adolescentes descarriadas. Veía cabecitas que se miraban mientras comían un pancho, y terminó la película y la gente quedó como... anestesiada. Muchas veces la película te pasaba por encima. Salías del cine sin saber muy bien lo que habías visto. Pero yo no tenía ese prurito progre de decir uy, sí, entendí. Porque viste que está esa cosa de comentar la película, y te dicen "bueno, qué te pasó con la película" y vos decís "yo la verdá... no entendí nada" O peor: "La verdá, me aburrí". No entenderla puede tener hasta un cierto significado filosófico, pero decir "me aburrí" es como más terminante. Como que pertenecés a otro gremio.
Nunca le importó pertenecer a otro gremio. Lo enorgullece saber que cierta gente siempre le destinará miradas de desprecio. Es cabrón, apurado, impaciente. No piensa demasiado en la muerte. Ni en la muerte, ni en el futuro, ni en Dios. Dios fue para él una fe de chico, una hostia en la primera comunión, y ahora ya no sabe bien qué.
-Tengo una relación que debe ser la que tiene la mayoría de la gente. En los momentos difíciles invoco a Dios. Tengo la duda: Dios existe y es una fuerza que está presente o es un gran cuento que sirve para soportar un poco más la vida, o para tenerle menos miedo a la muerte. Pero yo recurro a Dios en un penal de Racing, por ejemplo. En cosas que tienen que ver con la salud. Es una idea muy maricona, pero así también nos educaron, con la idea de castigo eterno, de flagelación, la idea de moldearte la conducta. Para no tener el castigo que te merecés no te tenés que descarrilar.
Pero con Dios en el medio y todo, él se descarriló. Sus padres se preocuparon cuando a los 17años todavía cursaba un segundo año adornado con todo tipo de problemas de conducta. Entonces le dijeron: "Trabajás o estudiás". Y Capusotto trabajó.
-"Si no estudiás, trabajás", que más que frase era una metodología de enseñanza, y me puse a trabajar en una fábrica de corpiños. Fui el primer delivery de corpiños sin moto. Caminando. Después laburé con mi viejo, que hacía fotoduplicación.
Pero después de los corpiños y antes de la fotoduplicación, le sucedió la conscripción: -No hice ningún esfuerzo por zafar, me entregué a la numerología y en este caso me salió mal: saqué el 533, Ejército directo.
La televisión es una larga paciencia y una súbita impaciencia. El tiempo que insume la preparación es inversamente proporcional al tiempo que insume la grabación. Acá están ellos, en un enorme estudio de Canal 7.
-¡Diego! ¿Sos bobo? Le grita Néstor Montalbano a Capusotto caracterizado de El Hombre Bobo, y las carcajadas revientan. Es lunes, casi las 6, y el equipo entero va a permanecer acá hasta las 10 de la noche. Alberti está camuflado para hacer La Mujer Boba con un jumper y una peluca que le dan a su cara de querubín un aspecto tétrico de mujer mohosa. Los cuatro extras desparramados en las mesas de un bar fingido al que entrarán El Hombre Bobo y La mujer Boba reciben una orden: -Tomen algo, coman algo.
No tienen ni un vaso.
-¿Qué comemos? ¿El florero? Entonces llega un asistente con dos vasos generosos, repletos de agua.
Más tarde, el director pedirá una peluca que recuerde el pelo de Adrián Suar para El 48, la sátira que hacen de El 22, pero el encargado de pelucas dirá que no hay así, parecidas al pelo de Suar. Que las pelucas que hay son coloradas. Se conforman con unos pelos marrones raídos. Los extras se repiten en todas las escenas: se prestan abrigos distintos, se ponen anteojos, intercambian las pelucas.
Todo por dos pesos.
Puede no gustar, pero le hace honor a su nombre: está hecho con los elementos que se usaban en las fiestas de fin de año en el colegio, pero serio y profesional. Porque todo esto podría irse por la alcantarilla si ellos fueran un grupo de colegiales improvisados, unos desaforados entusiastas del kitsch, y nada más. Al rato, se acerca una mujer del sindicato de actores y pregunta: -¿Vos sos de Actores, no?
-No.
-Ah, no, porque están buscando a una chica que estaba acá, para esta escena.
La tentación dura un segundo. Quedar ahí. Formar parte infinitesimal de algo que, con los años, hará historia.
Una parte de la historia familiar de Capusotto parece soñada por un demiurgo oscuro, un demonio en un día de resaca. Capusotto no es hijo único, pero devino único con el tiempo. En 1989, su hermano mayor murió de una peritonitis. Hace tres años su hermano menor, que sufría un síndrome llamado de Prader Willis ("era como muy obeso, tenía problemas en las glándulas de crecimiento") murió también.
-Así que no tenés más hermanos.
-No.
Se acuerda todavía de ciertas cosas que compartió con ellos y que no piensa contar. Hay otras, no menos personales, que puede hacer públicas. -Una vez en el Comercial Nº 30, un director y una vicedirectora que eran dos vigilantes, y que espero que estén asándose en algún lado, en plena época de la dictadura, 1977, me llamaron a la dirección porque no me acuerdo qué me mandé. Me sometieron a un interrogatorio casi policial porque mi hermano se había ido a Europa. Les parecía sospechoso que mi hermano se hubiera ido a Europa sobre todo en esa época.
-Y tu hermano...
-Sí, mi hermano se había ido porque un año antes lo había venido a buscar la cana a casa, y se lo habían llevado. Era peronista, pero no tenía militancia activa, y pasaron dos o tres días así, sin que supiéramos dónde estaba. Yo tenía 15 años. Me acuerdo cómo cayeron, a las 3 de la mañana... En fin. A los tres días apareció. El me llevaba ocho años, mi viejo lo buscó por todas las comisarías...
El hombre es actor y pretender que en la vida real sea así, tan jarajajaija, es una pretensión burda. No es un lago de calma. Tiene sus rencores. Nunca mató nada, dice, ni perro, ni gato, ni pato ni liebre, pero una vez tuvo ganas de matar a un tipo.
-Una vez me agarró un sargento en la colimba y me empezó a dar patadas. Me hizo hacer salto de rana y me empezó a dar, pum, una patada, pum, otra patada. Y me puso un par de manos fuertes. Me agarró una especie de sensación de querer matarlo de verdad. De tener un arma y pegarle veinte tiros en la cabeza. Pero cuando me vienen los recuerdos así... la bronca así... que sé yo... el fallecimiento de mis hermanos supera cualquier cosa. Ese sargento que me pegó hoy no sé si está muerto, si está vivo, qué sé yo, para mí es un ser inanimado, por más que esté vivo. Hay cosas que son mucho más terminantes y dolorosas como el caso de la muerte y qué sé yo... y de cómo son también las muertes, porque hay muertes que son dignas, viste, eh... o... hasta casi elegantes, viste. O que son como una cosa... como esa tormenta pasajera, que sucede y se va, y sucede de una forma apacible. Pero las muertes de mis hermanos fueron muertes sufridas.
Capusotto es de Racing. Un hincha grave. Los resultados desfavorables de su equipo pueden arrastrarlo hasta las oscuras barracas de la depresión. Por eso, para él, ser actor era la opción tercera. En primer lugar estaba el fútbol. Y después, la música. -Me fui a probar a varios clubes. Fui a Boca, y no me eligieron. También me probé en Racing, en 1972 o 1973, que estaba Palomino. Me probé y Palomino me citó de nuevo. Pero no fui.
-¿Por?
-No sé. No me acuerdo. Pero ya está. Ya pasó.
-Eras como dejado.
-Sí. Si me tenía que levantar muy temprano, sí. Pero también te pasa que vas, te probás, hacés una jugada linda, hacés el gol, y cuando mirás para el lado de los entrenadores, están charlando entre ellos. Son golpes de suerte. Es como lo que nos pasó a nosotros en la televisión. El fútbol ahora tiene un lugar que no es el del fracaso, pero en otro momento lo sentí como fracaso. Igual pagaría por la sensación de jugar un partido de fútbol con mucha gente, entrar en una cancha, gritar un gol. Eso me parece impagable y de una intensidad mayor que el aplauso que te pueden dar cuando hacés una obra. El fútbol y la música hasta hoy me siguen pareciendo lo más maravilloso.
Fue baterista por un día de una banda de Floresta llamada Los Pies Ligeros. Estudió batería con el batero de Arco Iris, pero se dio cuenta de que su amor por la música era superior a su amor por ese instrumento. Aún hoy en su Olimpo personal, Hendrix reina sobre todo. La actuación venía después, y muy lejos. Se recuerda viendo por cuarta vez Juan Moreira y actuando las escenas en el cuarto de su hermano, al ritmo del LP de la banda de sonido.
-Pero no era que decía: "Quiero ser Bebán haciendo de Moreira". Era algo inconsciente y afloró cuando afloró. Fui a hacer teatro por descarte, porque la gente me decía: "¡Eh! Vos tenés pasta".
Un día vio un anuncio de clases de teatro y llamó por teléfono. Dos días después llegó hasta la puerta del teatro Arlequines, en la calle Perú, pero le dio miedo. A la semana el profesor lo llamó para preguntarle por qué no había ido y para invitarlo a la próxima clase. Capusotto fue, improvisó algo que desparramó de risa a sus compañeros, y desde entonces no paró. Seguía trabajando con su padre en la fotoduplicadora, y batallaba en todo escenario que se le cruzaba (el Parakultural, El Taller). Con un compañero hacían shows en cumpleaños y casamientos. Ponían el aviso en la revista Segundamano.
-Hemos ido a cumpleaños en los que la edad promedio era de 70, todos de traje, en una casa como la de María Julia Alsogaray, pero nos iba bien.
Un día, caminando por Corrientes, se cruzó con Alfredo Casero, a quien conocía del Parakultural.
-Alfredo me comentó que estaban pensando en hacer algo en tele, un programa que había convocado Cenderelli, y que ya tenía nombre: De la cabeza. Estuve como actor invitado los primeros cuatro o cinco programas, y me fui porque pensé que lo levantaban. Terminó durando un año. Al siguiente mucha gente se fue a hacer Del tomate, en Canal 9, y Alfredo y Fabio armaron el elenco para hacer De la cabeza, segundo año, y después Cha cha cha, que empezó en 1993. Después nos convocaron a Fabio Alberti y a mí el Negro Fontova y Saborido para hacer Delikatessen. Y bueno, ahora, desde hace dos años, Todo x dos pesos.
Ideas del Sur, propiedad de Marcelo Tinelli, produce Todo x dos pesos, ese programa que saca risas del absurdo y de la parodia feroz, y que es el éxito rotundo de Canal 7. Tiene cuatro puntos de rating (lo que lo deja en el lugar del rating más alto de todo el canal) e hinchada propia.
-Esta es una contradicción: el programa termina siendo exitoso con cuatro puntos. A lo mejor si estás en canales con más rating, por esos grandes misterios de Houdini pasás de tener tres puntos a doce. Nosotros seguimos teniendo el mismo rating que teníamos en Cha cha cha, y salimos a la calle y nos saluda un montón de gente. Pero a lo mejor dentro de tres años la exigencia de rating es mayor, como pasó en América con Cha cha cha, que era uno de los programas que más se veía en el canal, y entraron a venir figuras que generaron más rating, entonces te decían: "Mirá que vino Mongocho y ya tiene doce puntos", y vos te quedabas afuera. Pero lo cierto es que hay un apasionamiento por el programa, similar al que puede generar una banda de rock. La gente que viene a la tribuna tiene esa euforia de estar participando en una fiesta que siente que también le pertenece.
María Laura, señora, madre y concubina, entra caminando en puntas de pie. El la presenta: -Mi hermano, José.
Después, le dice que la ve muy cambiada. Ella sonríe. Se va.
-María Laura es amiga de una chica que en ese momento salía con Alfredo Casero, y Alfredo un día le dijo: "Yo te voy a presentar a un chico". "Bueno, está bien, pero que sea de Racing", pidió ella. "Entonces te voy a presentar a Capusotto". Un día que él tocaba en Oliverio la conocí a María Laura, y nos quedamos charlando hasta que nos vinieron a echar. La charla continuó, y estuvimos hablando tres meses hasta que decidimos que más o menos nos gustábamos. Ahora ya nos gustamos descaradamente.
Ella atraviesa el comedor en sentido contrario, siempre en discretas puntas de pie.
-¿Ves...? Qué respeto... Ves cómo camina despacio para que yo... ¡Ah!, mirá, eso fue lo que más me impactó. Cuando la conocí caminaba despacio para no interrumpirme. Hablaba bajito porque decía que le interesaba mucho escucharme a mí. Claro que como ella hablaba bajo, nunca supe si yo le gustaba o no, pero entre esta cosa mía de acercarme para decirle "¡¡¡¿¿¿Quéeee???!!!, ¿¡Quéeee??!!", tanto acercarme, nos dimos el primer beso.
Es el único momento en que se permitirá hacer lo que todos esperan: ser abiertamente gracioso.
-Tengo una tendencia melancólica fuerte. Es inherente al ser humano. Uno está perdiendo momentos todo el tiempo. Pero no me regodeo en la melancolía, y hasta a veces me río un poco de eso. Hoy, los domingos para mí son domingos, pero cuando iba al colegio o a trabajar eran días fatídicos. Hoy estoy trabajando en algo que me da mucho más placer y un domingo a la tarde es un domingo a la tarde. Aunque uno todavía manifiesta la alegría del sábado a la mañana. Je. Podría ser un libro de Víctor Sueyro, o hasta de Sartre: La alegría del sábado a la mañana.
María Laura pasa, como encendida. Algo sucede en la calle. En la vereda. Salimos y ella pega un saltito y dice mirá, mirá. Lo que se ve ahí, en la calle, son dos cosas: un enorme camión de mudanzas, y un impecable y viejo y blanquísimo Peugeot 404.
-¿No es lindo?
Dice ella. El Peugeot es ahora de la familia Capusotto. El no lo manejará jamás.
-No sé manejar. Tengo el prejuicio de que me voy a poner nervioso. Ella sí, tomó un par de clases en una escuela de manejo. Ahora va a tomar un par más. Aparentemente, estaría todo bien.
Frente a la casa de Barracas, el auto parece una declaración de principios.
El backstage de la producción se puede ver en: http://www.lanacion.com.ar/destacados






