El mundo femenino y el universo gay ganan terreno en las series
Please like me, un hallazgo de Netflix, y Girls, que estrenó su sexta temporada, comparten frescura y humor al abordar temas como la identidad generacional y la perspectiva de género
Pertenecer a una minoría siempre otorga sus privilegios en el campo del humor y los millennials lo saben. Perspectiva de género y reivindicación de identidad generacional parecen ser los pilares de las series que hoy marcan tendencia, guionadas y protagonizadas por veinteañeros que, en su afán de construirse como loosers, terminan siendo íconos hipster dentro y fuera de la pantalla. ¿De quiénes hablamos? Por un lado está Please like me, un hallazgo proveniente de Australia (recientemente subido a Netflix en sus cuatro temporadas), escrita y protagonizada por Josh Thomas (que también se llama Josh en la ficción) y producida por Matthew Saville. Ser joven, ser gay, vivir en Australia con una madre bipolar, un padre con midlife crisis y un mejor amigo heterosexual pueden ser las claves para una tragicomedia que se sostuvo durante cuatro años y que, en el ámbito porteño, ya está dando que hablar. A eso hay que sumarle algunas cosas más: Josh es un rubiecito desgarbado, con un timbre de voz un tono más alto de lo normal y un carisma a prueba de balas que hace que todos, rápidamente, lo tilden de “adorable”.
La complicidad con su amigo y roommate Thomas es hilarante y un dato que vale la pena mencionar, ahora que está tan de moda ponderar la amistad “hetero-gay”, es que ambos son amigos en la vida real. Cuando en el casting no lograban dar con el perfil para el personaje, decidieron que el propio Thomas Ward se interpretara a sí mismo.
El otro caso es el de Girls, la serie ya prácticamente de culto guionada y protagonizada por la prolífica Lena Dunham. En el papel de la inestable Hannah, cuenta las aventuras y desventuras que vive junto a sus tres amigas, un grupo de veinteañeras instaladas en el Brooklyn actual. Con el visto siempre bueno de su productor, Judd Apatow, las herederas rebeldes de Sex & the City acaban de estrenar su sexta ¿y última? temporada en HBO.
En tiempos de Ni Una Menos, feminismo hollywoodense, “tetazos” y reivindicaciones masivas en el campo de los derechos femeninos, Dunham fue una pionera al decidir hablar de “cosas de chicas” desde un lugar poco convencional, más cerca de la gordura, las drogas y los desórdenes obsesivo-compulsivos que de los zapatos Manolo Blahnik y las columnas sobre sexo mediatizado de su antecesora Carrie Bradshaw. En este punto, no olvidemos tampoco su exitoso libro autobiográfico, No soy ese tipo de chica (publicado en la Argentina por editorial Planeta), donde detalla su punto de vista respecto de todas estas cuestiones mientras pasa revista a su experiencia personal.
Más de lo que parece
Ahora bien; ¿qué tiene en común Dunham con su colega australiano? Mucho más de lo que parece a primera vista. Por empezar, hay una clara empatía entre ambos autores, que perfectamente podrían ser amigos en la vida real (“todo lo que quiero es acurrucarme en la cama a ver Please like me. Ese programa alivia mi vacío existencial. Te amo”, tuiteó Lena Dunham al respecto). Pero además, hay un planteo argumental, y posiblemente biográfico, que los emparenta: ser gay o ser mujer es para ambos un rasgo que los define, pero no los estigmatiza.
“Salir del clóset es tan de los 90”, dice por ejemplo Josh en el primer capítulo, un poco porque “le da fiaca” contarlo, otro poco porque ya todos lo saben (padre, madre, ¡novia!) y otro poco porque no es un problema en el desarrollo de una serie que, de ahí en más, corre por sus propios carriles sin hacer más referencia “al tema”.
Con un humor bastante british, ácido y negro a la vez (un punto en el que, llamativamente, Australia e Inglaterra se parecen), la serie comparte con Girls el abordaje del sexo sin elipsis, no estetizado, bastante realista y sin idealizar en todo sentido.
También están ahí las citas online, las relaciones sucesivas e inestables, la rebeldía en cuanto al mandato del cuerpo perfecto (aunque Josh, hay que decirlo, es bastante más acomplejado y menos exhibicionista que Hannah), las neurosis propias y ajenas, las familias disfuncionales que existen previamente a Transparent, la cultura pop revoloteando por encima de todos, etcétera, etcétera, etcétera. Y nada, nunca, llega al punto del drama. Ni la sorpresiva homosexualidad del padre de Hannah, ni los intentos suicidas de la madre de Josh, ni las rupturas de sus respectivos noviazgos, ni esos momentos de soledad y angustia que, cada tanto, interfieren en el buen humor y la alegría que suelen derrochar ambos protagonistas para tumbarlos boca arriba en la cama con alguna cortina musical acorde al momento.
Lo cierto es que la mirada de estos chicos con “white people problems” que son mantenidos por sus padres y abordan el período universitario con desorientación vocacional, aunque siempre coqueteando con profesiones cool ligadas a la escritura, la publicidad o el arte del café latte, logra llegar a rincones emocionales que conmueven al espectador. Cómo lo hacen es una pregunta que, probablemente, esconda el secreto del éxito.
Mientras tanto, lo que podemos decir es que el humor y la ternura aparecen en casi todos los capítulos para contrarrestar lo que sea. Y si las chicas se volvieron, con el paso del tiempo, un poquito más pretenciosas, acercándose a los treinta sin haber resuelto buena parte de sus conflictos veinteañeros, Joshua y los suyos parecen haberse asentado en el lado contrario, mucho más maduros, menos inocentes, siempre dispuestos a sobrellevar el peso de la vida con un chiste negro o una canción que “sepamos todos”.