El potencial argentino, la última obsesión de Houellebecq
Michel Houellebecq suele plasmar en cada libro sus obsesiones. Las sexuales, siempre. Y a menudo también las políticas. En Sumisión, su novela de 2015, presentada durante la conmoción en la que se sumió Francia tras el ataque integrista a la redacción del semanario satírico Charlie Hebdo, Houellebecq imaginó un triunfo electoral del partido islámico y la subsecuente imposición de la Sharia en la tierra de Voltaire.
Curiosamente, en Serotonina, su nueva novela editada hace un mes en español, el futuro distópico que presenta –como siempre decadente para su país y Europa–, ubica en el centro de sus obsesiones a las importaciones de alimentos argentinas, la gran amenaza que parece cernirse sobre los productores franceses ante la supuesta pasividad general. Florent-Claude Labrouste, su álter ego en Serotonina, tiene un puesto en el Ministerio de Agricultura francés que le permite acceder a los números que certifican que ni bien la Unión Europea firme un acuerdo de libre comercio con el Mercosur, los productores de duraznos del Rosellón sucumbirán ante la inevitable invasión de sus pares argentinos. No quedaría ni uno, ni uno solo, ni siquiera un superviviente para contar los cadáveres, escribe Houellebecq.
Las referencias a nuestro país no terminan ahí. Más adelante, insiste en la estimación de que la Argentina, con una población de cuarenta millones de habitantes, podría eventualmente alimentar a seiscientos millones de personas, y el nuevo gobierno, con su política de devaluación del peso, lo había comprendido muy bien. Las inquietudes del personaje central de Serotonina vuelve una y otra vez sobre nuestro país: Los cereales, la soja, el girasol, el azúcar, el maní, el conjunto de producción de frutas, la carne, por supuesto, e incluso la leche: he ahí todos los sectores en los que la Argentina podría perjudicar mucho a Europa, y en un plazo muy corto, reflexiona, hundiéndose en sus miedos sin remedio.
Al igual que con su temor al avance islámico, las fantasías del autor de Las partículas elementales siempre tienen un asiento de realidad. Exagerados o no, sus miedos son compartidos por buena parte de la sociedad francesa y los lentos avances de la negociación entre el Mercosur y la Unión Europea parecen confirmarlo (y Francia es precisamente el principal escollo).
Pero entre la ficción y la realidad, entre el realismo y el pesimismo de Houellebecq sobresale la sorpresa del lector argentino al comprender cómo el mundo nos observa. ¿Somos capaces los propios argentinos de imaginar una invasión global de nuestros productos? ¿Estamos convencidos de nuestro potencial? ¿Hacemos, desde todos los sectores, todo lo posible para que eso ocurra? ¿O las oscuras obsesiones de un escritor maldito demuestran más confianza en nuestro futuro que la que los argentinos nos atrevemos a tener?