Las alarmas aturden. Ya venían sonando. Mucho, y desde hace tiempo. Sin embargo, en este 2019, la urgencia subió el volumen abruptamente: en el despertar de una nueva era en la conciencia climática, emergieron activismos ambientales inéditos.
El mapa de estas militancias contemporáneas se configura con patrones del espíritu de época, que no se parecen demasiado a los ya conocidos. Lo integran organizaciones dinámicas, descentralizadas, transversales, apartidarias, globales, que manejan narrativas disruptivas, que exponen tensiones generacionales e involucran otro perfil de actores: activistas que ya no están dispuestos a morir por una causa, sino, todo lo contrario, que luchan en defensa de su existencia y la de todo lo que los rodea.
Porque, justamente, estas agrupaciones emergentes vienen a denunciar y combatir la destrucción del planeta, la extinción de la humanidad. Ellos se levantan contra la finitud, defienden el futuro y asumen su poder real de conquistarlo y refundarlo. Actúan, luego existen. Tienen entre 13 y 35 años. Son en su gran mayoría adolescentes, nativos ambientales. Y son, principalmente, mujeres. Abrazan la evidencia científica, pero también le dan lugar a la dimensión ética y emocional. Expresan abiertamente un universo de sentimientos que los identifica: desde la tristeza más profunda hasta la indignación exasperada, el miedo ante la incertidumbre, la ansiedad, la rabia y el amor, mucho amor. Todo en dosis altas. Usan barbijos, remeras pintadas a mano, máscaras, banderas, carteles, performances de arte, pantallas. Traen un mensaje claro y buscan generar respuesta. Pero que sea inmediata. No hay tiempo que perder. Enfrentan el apocalipsis.
Neoactivismo urgente
A finales del año pasado –en octubre de 2018–, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) de las Naciones Unidas presentó un informe especial que marcó un hito: hubo consenso científico en que se espera que, aunque se cumplan las promesas de disminuir las emisiones de CO2 establecidas en el Acuerdo de París, en 11 años, el calentamiento global supere 1,5 ºC los niveles preindustriales. Esto significa que vamos, irreversiblemente, hacia el colapso climático y que nos queda solo una década para resolverlo.
Unos meses después, en mayo de 2019, la Plataforma Intergubernamental de Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (IPBES) aportó su granito de arena a la desesperación cuando presentó el adelanto de una investigación que confirma que ya se degradó el 70% de la Tierra y el 60% de los mares. A esto se suma el brutal impacto que tuvieron los incendios en la Amazonia durante el mes de agosto y la creciente figura mediática de Greta Thunberg, la niña sueca de 16 años que fundó un estilo de liderazgo inesperado e impulsó la acción de jóvenes de todo el planeta.
La urgencia se desató este año como nunca antes a nivel global. Y la Argentina no se quedó fuera del mapa.
El primer cuatrimestre de 2019 fue semillero. En febrero, un grupo de chicas y chicos de Buenos Aires, inspirados por el movimiento Fridays for Future (FFF) que impulsó Greta Thunberg en Europa y convencidos de que ya no bastaba con las acciones individuales, armó una coalición que llamaron Jóvenes por el Clima Argentina (JOCA). Dos meses después se formó un capítulo local de la agrupación estudiantil FFF y le pusieron el nombre internacional; al mismo tiempo, también desembarcaron en el país otras organizaciones extranjeras, como la británica Extinction Rebellion (XR) o la norteamericana Direct Action Everywhere (DxE), que asumieron una versión argentina y se sumaron, con estrategias renovadas, a la estructura de militancias que ya existía.
No estoy estudiando porque... ¿para qué?, si se está acabando el mundo. La humanidad está en riesgo; para que eso no suceda, nuestro activismo nos necesita al 100%.
Con un horizonte común, estas agrupaciones actúan e interactúan cada una a su manera, y cumplen distintos roles en un menú cada vez más variado y robusto: XR ejerce la desobediencia civil pacífica como herramienta para traccionar los mecanismos de representación e involucrar voces en la conversación a través de acciones disruptivas y "artivismo"; JOCA se propone como un movimiento apartidario de incidencia política, con foco regional y perspectiva sistémica, que organiza reuniones con dirigentes para intervenir en la agenda ambiental y, aunque no organiza a movilizaciones, se pliega a la convocatoria de marchas internacionales como las que ocurrieron el 15 de marzo y el 27 de septiembre; FFF es una organización de corte estudiantil que sale a la calle eventual y periódicamente, y que gestiona acciones de concientización, manifestación y denuncia abierta, mientras que DxE pertenece a una de las ramas de la lucha: el veganismo; irrumpe en el espacio público, en actividades vinculadas a la explotación animal, para hacer oír su mensaje abolicionista de las formas de maltrato y explotación.
Nativos ambientales al poder
El 24 de octubre pasado, frente a 10.000 personas en Tecnópolis, Flavia Broffoni (36), fundadora de Extinction Rebellion en Argentina, dio una charla TEDxRíodelaPlataen la que dijo: "Un millón de especies desaparecen, no por una extinción más, sino por la primera aniquilación biológica producida por una sola especie… ¿Por qué tenemos que obedecer las reglas del sistema que nos está exterminando? Nos quedan menos de 10 años para una transformación de proporciones épicas que no solo vamos a conseguir poniendo molinos eólicos, instalando paneles solares, reciclando o reduciendo el consumo de carne". En el público, ese día, había 5000 alumnos de escuelas secundarias que aplaudieron con fervor.
La generación Greta. Los nativos ambientales. Los adolescentes de hoy, se los llame de la manera que sea, son protagonistas indiscutidos del agite ambiental.
Abril Hermida tiene 18 años, los ojos muy claros y la voz suave. Vive en Villa Crespo, terminó el año pasado el secundario, en el Lenguas Vivas, y hoy dedica todo su tiempo y energía a participar en Fridays for Future. "No estoy estudiando porque... ¿para qué?, si se está acabando el mundo –dice en un lamento profundo. Toma aire, se pone firme y sigue–. La humanidad está en riesgo; para que eso no suceda, nuestro activismo nos necesita al 100%".
Nicole Becker (18) es egresada de ORT y estudia Derecho en la UBA. Si bien había empezado a cursar la carrera de Psicología, la militancia climática le cambió el rumbo. "Entendí el Derecho como una herramienta; con la crisis climática, se necesitan legislaciones y, desde ahí, puedo aportar un montón. Hay que hacer algo urgente".
En el verano, una conversación se convirtió en un posteo de Instagram, y ese, en una cuenta que empezó a crecer y devino en una agrupación. Nicole participó en la camada inicial de amigos que, hace 10 meses, conformaron Jóvenes por el Clima Argentina. "Es una organización de pibes y pibas de entre 15 y 22 años que luchamos contra la indiferencia del Estado frente a la crisis climática. Tenemos una perspectiva latinoamericana con foco en Argentina". Se nuclearon a partir de la convocatoria de Greta Thunberg a la marcha mundial que se realizó el 15 de marzo. "No puede ser que haya jóvenes en Europa que se estén movilizando y acá en Argentina no exista ninguna expresión local, nos dijimos", razona Nicole. Se pusieron en acción para generarla. "Los jóvenes estamos esperando desde hace años que alguien nos dé una respuesta, que se tomen las medidas que se tengan que tomar; si no, vamos a ser los más perjudicados. La gente que toma decisiones por nosotros está, en algún punto, robándose nuestro futuro porque está pensando en su propio beneficio y ni siquiera van a estar cuando suframos estas consecuencias", dice Nicole y lo repite cada vez que puede. Como en octubre pasado, cuando se presentó en el ciclo Vamos a Zoomar para hacer llegar su voz al NEA mediante una charla.
Flavia Broffoni, integrante desde hace ocho meses de la filial local de Extinction Rebellion, pero con casi 20 años de activismo, no oculta la admiración que le produce esta generación a la cual no pertenece ni el dolor. "Siento gratitud para con los jóvenes. Veo algo muy auténtico en ellos: una tristeza profunda y un acuerpamiento muy valiente. Son chicas y chicos que se asumen creciendo en un mundo que va a dejar de existir. Los de mi generación contamos con una experiencia de vida que nos permite asimilar tanta información de otra manera. Que por esto hoy haya chicas que no quieren tener hijos o no quieren estudiar es muy fuerte –dice y agrega–. El movimiento estudiantil está ocupando un rol que estaba vacante, por eso irrumpen con tanta fuerza. En este escenario, Greta habilitó una mayor radicalidad".
Nicole está de acuerdo: "La figura de Greta empezó a despertar a los demás y ya no es solo Greta, son un montón de jóvenes y un montón de sectores. Pero fue a partir de la atención mediática que logró ella y el cambio de narrativa que planteó que se dejó de ver el ecologismo como acciones individuales y se lo empezó a ver como una acción colectiva".
Si bien JOCA, organización que integra Nicole, y FFF, donde milita Abril, adoptan enfoques bien diferenciados (y alguna tensión por la elección de tomar o no el nombre de la agrupación internacional de la que devienen), ambas surgen del mismo embrión –Greta–, persiguen una misión común y comparten espacios, como la Alianza por el Clima Argentina, una coalición de jóvenes, movimientos y organizaciones.
Somos muchos los movimientos compuestos por jóvenes, cada uno con su filosofía interna. Pero decidimos unirnos estructuralmente para demostrar que el egoísmo no es más importante que la meta.
"Somos muchos los movimientos compuestos por jóvenes y creemos que ninguno tiene el poder para hablar por la juventud en su totalidad. Cada uno posee su filosofía interna, su forma de trabajar y pensar, su manual de marca, entre otros, y por eso decidimos respetar cada espacio individualmente, pero unirnos estructuralmente para demostrar que el egoísmo no es más importante que la meta", explican como base de la filosofía desde el sitio alianzaxelclima.org. Dentro de esta supracoalición también están Climate Save Argentina, Eco House, Juventud Ecologista Argentina, Extinction Rebellion, Voicot y varios colectivos más.
Los activismos climáticos contemporáneos se perfilan, de algún modo, como movimientos de movimientos que se insertan en una matriz global y que operan en forma transversal. "Es que hay mucha hermandad. Ya no es por la bandera o por las camisetas. Somos movimientos que entendemos esto del mundo nuevo. Se generan relaciones resanas, hermosas", se emociona Abril.
Dentro o fuera del sistema, esa es la cuestión
"Lo que me está pasando hoy no me pasó en 20 años de activismo", asegura Flavia Broffoni. Y tiene con qué comparar. Cuando tenía la edad que tiene Greta Thunberg ahora, ella escalaba los tanques de agua de su barrio, Ciudad Evita, como parte de los entrenamientos de Greenpeace. Empezó a militar por un clima que era muy diferente –y mucho menos acuciante– y recorrió varios caminos: estudió Ciencias Políticas, trabajó para una multinacional, intentó armar el Partido Verde en Argentina, colaboró con la Fundación Vida Silvestre, entró al sistema como funcionaria pública –durante el último gobierno de Mauricio Macri en la Ciudad de Buenos Aires fue directora de Estrategias Ambientales en la Agencia de Protección Ambiental– y se fue, desilusionada. Hoy es una rebelde. Dos décadas de trayectoria le dan perspectiva y experiencia para comprender la diferencia que hay entre el activismo climático actual y todo lo anterior.
En abril pasado, Flavia conoció las acciones de Extinction Rebellion en Londres, se puso a estudiar la teoría de la desobediencia civil pacífica –leyó desde Henry Thoreau hasta autores contemporáneos– y, convencida de que ya no sirve seguir elaborando propuestas políticas, fundó el capítulo local del movimiento británico. "No somos una ONG con propuestas de cambio ni como movimiento tenemos una posición tomada explícita –señala–. No construimos un set de medidas porque creemos que nuestro rol es forzar a habilitar mecanismos de representación para que más personas participen de esta conversación, aun sin tener la verdad".
Esto significa que arman "piquetes creativos" en empresas como Monsanto o Pan American Energy, hacen pícnics con música, árboles de deseos, intervenciones de arte-denuncia, pintadas con tizas lavables, movilizaciones de alto impacto.
Quienes ejercen la desobediencia se mueven en el filo de lo legal. La interpretación de las normas es subjetiva, en alguna medida, y conductas que algunos consideran pacíficas, para otros no lo son. Se jactan de no atentar contra la propiedad privada y dicen que hacen "artivismo", no vandalismo. Pero también irrumpen en el espacio público o hacen manifestaciones que son plausibles de ser leídas como transgresiones. La arrestabilidad es uno de los riesgos –a veces, el objetivo mismo– que todo activista pone en juego, como así también el hecho de verse involucrado en situaciones multables. Por eso, brindan asesoramiento legal a sus militantes y tienen como premisa que el compromiso debe ser responsable y consciente.
Los integrantes de Fridays for Future Argentina también toman las calles, pero siguen un programa establecido, en sintonía con un plan global: manifiestan todos los viernes, el día que sistemáticamente en otros países del mundo los estudiantes de la agrupación de Greta hacen huelga escolar. Los argentinos cada semana llegan al Congreso con sus barbijos verdes puestos a las cuatro de la tarde. Abril Hermida no falta nunca. "Llevamos carteles, cantamos y montamos stands informativos sobre los focos de la crisis climática. Con mis compañeres buscamos concientizar a las personas que están pasando, nuestra idea es involucrar a la gente. Si bien es el cambio sistémico lo que tiene que suceder, las transformaciones a gran escala son procesos demasiado largos. Todo lo que podamos hacer a nivel individual para amortiguar el impacto es indispensable. Fridays no se dedica a hacer leyes, ni a cabildear, ni a ir a mesas de debates. Entendemos que los tiempos burocráticos y administrativos de este sistema no son compatibles con los tiempos de la naturaleza", dice Abril.
JOCA, en cambio, sí busca dar batalla desde dentro del sistema y en el sentido más amplio: "Entendemos la crisis climática como una crisis socioambiental que afecta también a los derechos humanos, no solo es una cuestión ambiental –aclara Nicole Becker–. Apuntamos a qué políticas públicas va a tomar el Gobierno para garantizarles a todos los sectores, tanto a los vulnerables como al resto de las personas, recursos para afrontar la crisis".
Bruno Rodríguez también es miembro fundacional de Jóvenes por el Clima Argentina. Tiene 19 años, es egresado de ORT, estudia Ciencias Políticas y Derecho en la Universidad de Buenos Aires y, además, integra el grupo de jóvenes de Amnistía Internacional Argentina. Él es uno de los miles de chicos que concursaron para participar de la Cumbre de Acción Climática de la Juventud de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y es uno de los pocos que lo consiguió. "Llegué a la ONU a través de una aplicación emitida por la Secretaría General –explica–, conté mi experiencia militante en Jóvenes por el Clima y Naciones Unidas me eligió como representante argentino para el summit de la juventud".
Fue a Nueva York en septiembre pasado y, sentado junto a Greta, le dijo al mundo: "Hay diferentes contextos y diferentes demandas. Vengo de un país de Latinoamérica. La historia de nuestra región es la de cinco siglos de saqueo. Para nosotros, el concepto de justicia ecológica y medioambiental está ligado al de derechos humanos, justicia social y soberanía nacional en relación con nuestros recursos naturales", pronunció en inglés durante este encuentro, que fue la antesala de la Conferencia Contra el Cambio Climático (COP 25) que se iba a realizar en diciembre en Chile y que, finalmente –por la crisis que atraviesa el país vecino–, se hará en Madrid.
"La experiencia fue muy importante: se trató de llevar las problemáticas que sufre nuestro país y la región al escenario más importante de la política internacional –evalúa Bruno–. Nuestro objetivo como organización es incidir políticamente para colocar la crisis climática y ecológica sobre la agenda pública como un tema prioritario de discusión. Nos reunimos con estudiantes secundarios y universitarios para debatir. También, con funcionarios públicos y dirigentes políticos".
Nuestro objetivo como organización es incidir políticamente para colocar la crisis climática y ecológica sobre la agenda pública como un tema prioritario de discusión.
Así fue como promovieron la presentación de un proyecto de resolución en el Senado que, finalmente, se aprobó en el mes de julio y que llevó a que Argentina declarara su estado de emergencia climática y se convirtiera en el cuarto país del mundo –el primero en América Latina– en hacerlo. "Se consiguió tocando la puerta, uno por uno en cada despacho, a cada senador –relata Nicole–. Es una declaración simbólica legalmente porque no produce ninguna acción, pero es como un colchón legislativo para habilitar otras instancias y exigir otras cosas".
El miércoles 20 de noviembre se aprobó la Ley de Adaptación y Mitigación al Cambio Climático. Durante la semana anterior, los integrantes de JOCA que venían apoyando el proyecto fueron todos los días al Congreso y lograron intervenir en las sesiones: "Íbamos no solo con palabras, sino también con sentimientos a explicarles bien por qué necesitábamos esta promulgación", comenta con entusiasmo Nicole. Durante la votación, la diputada Gabriela Cerruti pidió la palabra y destacó: "Se encuentran en el recinto los Jóvenes por el Clima, que vienen acompañándonos desde hace un año en todo el mundo… en parte, que ellos estén hoy acá es una de las causas por las que estamos discutiendo y dándole sanción a esta ley". Y sonó un fuerte aplauso.
El siguiente paso, según Bruno, es la inclusión de otros sectores sociales: "Nos enmarcamos sobre un contexto de opresión histórica de nuestra región y mantenemos una línea discursiva y de militancia popular en barrios pobres. Nos reunimos con pibes y pibas de villas que sufren directamente las consecuencias de la crisis climática y ecológica. La idea es empezar a ir a barrios, porque nosotros somos privilegiados que podemos militar por este tema, pero tenemos que empezar a visualizar a otro tipo de jóvenes que lo sufren mucho más que nosotros".
Un nuevo paradigma organizado
Quizá por esa misma juventud que late en el ADN de estas organizaciones, también plantean nuevos modos de reunirse, tomar decisiones, actuar e interactuar. Utilizan plataformas tecnológicas por fuera de Facebook y Google ("por seguridad", dicen) para comunicarse. Conversan por Telegram y se reúnen a distancia vía Zoom. Aunque estén lejos, no viajan y, si lo hacen, preferentemente van por tierra: evitan emitir huella de carbono. Las "orga" climáticas actuales construyen estructuras horizontales, cambiantes y flexibles. Se dividen en equipos y usan mecanismos exprés para la toma de decisiones.
Extinction Rebellion tiene un formato bastante delineado. Se organiza como una holocracia: un sistema de círculos anidados dentro de círculos; estas unidades operan en forma autónoma y, en su interrelación, generan riqueza y se reproducen. Las decisiones puntuales no se toman ni por consenso ni por votación. "Nos basamos en la confianza y en la idea de que la autoridad se gana –afirman–. Quien ocupa un rol tiene la potestad de resolver sin consultar". Esta modalidad se apoya en un argumento que es más temporal que político: el imperativo de dar respuesta inmediata a la crisis. "Se pierde mucho tiempo buscando consensos. Hablar sin hacer no sirve".
Nos basamos en la confianza y en la idea de que la autoridad se gana. Quien ocupa un rol tiene la potestad de resolver sin consultar.
No obstante, las asambleas existen. En ellas, se abren las postulaciones a ocupar roles –que serán siempre rotativos y en mandatos de no más de tres meses– y se aprueban proyectos –que serán a corto plazo y con objetivos renovables–. Es una organización dinámica que palpita al ritmo de la urgencia.
Al filo del vértigo del colapso que vienen a anunciar, las agrupaciones también prestan atención a "bajar un cambio". Cuentan con activistas dedicados a cuidar los vínculos y a los integrantes, y manejan dinámicas grupales de relajación e intercambio de experiencias emocionales. FFF, por caso, empieza y termina todas sus reuniones con lo que llaman una ronda de energías, para registrar cómo llegan y cómo se van de los encuentros; además, tienen un equipo de no violencias para asistir puntualmente al bienestar integral, algo que muchas veces se ve alterado directamente por la coyuntura: "Nuestro grupo de amigues en Fridays se llama «ecoansiosos», todos sufrimos ansiedad climática, ¡es terrible!", exclama Abril y cuenta el pico al que se elevó este trastorno de época, definido como el temor crónico de sufrir un cataclismo ambiental a raíz de los incendios en la Amazonia, que fue un suceso extremadamente desestabilizante especialmente para la juventud en general.
Extinction Rebellion tiene un equipo de "cultura regenerativa" que propicia espacios de introspección, autorrealización; ellos acompañan y velan por la armonía general mediante ejercicios y celebraciones.
Las dinámicas de trabajo de Jóvenes por el Clima Argentina están en construcción. Todavía no incluyen este tipo de prácticas, aunque sí la prioridad explícita del autocuidado. Sus asambleas suelen ser los domingos. A veces en Parque Centenario; otras en un centro cultural de Chacarita, o en alguna casa. Trabajan en comisiones –como redes sociales, educación, medios de comunicación–, pero no cumplen roles fijos.
Los chicos y las chicas de FFF también realizan reuniones en bares, plazas y casas. No creen en las jerarquías y, descentralizadamente, funcionan en equipos de trabajo: redes y diseño, comunicación externa –que gestiona entrevistas o charlas–, presupuesto y logística, contraviolencias. Realizan tareas en el ámbito nacional, local y regional. "El grupo de FFF Latinoamérica es increíble –se enorgullece Abril–. Con todo lo que estuvo pasando últimamente en Chile y en Bolivia, hablamos mucho del potencial de revolución que se está dando a nivel mundial, pero desde el odio y la violencia. Quizás es nuestro movimiento el que va a tener un poco la responsabilidad de encauzar y redireccionar desde el amor y la regeneración". Y agrega: "Es que no estamos luchando simplemente por sobrevivir, queremos un mundo nuevo, justo, sano, regenerativo, donde el ser humano vuelva a vivir en armonía consigo mismo, con sus pares, con la naturaleza y con todas las demás especies".
MUJERES EN ACCIÓN
En todas las agrupaciones, tanto de la escena nacional como de la internacional, las mujeres son mayoría. La participación femenina en estos nuevos activismos climáticos llega casi al 70%.
"En mi generación, hay una juventud supermovilizada por el feminismo –sostiene Abril Hermida–. A una persona que ya está en proceso de deconstrucción le es más fácil entender ciertas cosas. Yo entiendo la crisis climática, el patriarcado, el capitalismo, como crisis de la conciencia de la manera en la que el ser humano entiende la vida". Flavia Broffoni coincide y agrega un punto de vista: "Estamos en un cambio de época donde luchas de grupos minoritarios están encontrando causas comunes. Mi opinión personal es que las mujeres, al ser dadoras de vida, y más allá de ser o no madres biológicas, tenemos una conciencia sobre la vida que a priori es más intuitiva". Por su parte, Nicole Becker introduce un factor social: "No es casualidad que seamos mayoría; creo que hay una clara relación entre la opresión al cuerpo de la mujer y la opresión a la naturaleza por parte del ser humano. La mujer es uno de los actores que más perjudicado se ve por la crisis climática, no por cuestiones naturales, sino por cuestiones de roles asignados culturalmente".
EL VEGANISMO, UN CAPÍTULO APARTE
En el debate climático hay una voz que se está alzando con fuerza en el mundo y que se expande rápidamente: el veganismo. Pero, así como en casi todas las agrupaciones ambientales hay una gran cantidad de integrantes veganos, no es usual que sea una exigencia serlo, ni siquiera una causa común defenderlo. De hecho, están quienes tildan el movimiento vegano de ser elitista y quienes, además, consideran que abre una discusión de corte ético que podría desvirtuar la lucha: la vuelve subjetiva mientras que los reclamos climáticos se apoyan "en bases objetivas e incuestionables".
Frankie Koglot es diseñador gráfico, tiene 31 años y dejó de comer animales a los 18. Empezó a militar en veganismo cuando una amiga lo invitó a presenciar una vigilia de vacas convocada por Animal Save Movement, en el matadero San Roque de Morón. En febrero de este año, junto a ella, inauguraron la filial argentina de Direct Action Everywhere (DxE), una agrupación internacional que fue fundada en San Francisco en 2013, cuya misión es lograr la abolición de todo tipo de explotación de los animales no humanos. "Nosotres somos el capítulo de Buenos Aires, pero estamos en transición a dejar de representar a DxE y comenzar a unirnos con otros activismos locales que realizan acciones similares", anticipa. La forma de activar es irrumpir en actividades que involucran, promocionan o naturalizan la explotación de los animales. Una de sus últimas acciones fue, en conjunto con otras organizaciones, en la Expo Rural de 2019. Entraron en la arena con carteles y fueron duramente enfrentados. Greenpeace hizo, inmediatamente, otra activación que sorprendió: infiltró carteles –con mensajes contra la ganadería– que se desplegaron a control remoto mientras daban discursos las autoridades de la Sociedad y se encontraba presente el presidente Mauricio Macri.
Para DxE, la premisa principal es que el mensaje llegue con claridad "y de forma no violenta", dice Frankie. "Lo que nos diferencia es el factor de «ir al choque»". Otros activismos callejeros, en cambio, cuentan con que el público se acerque a ellos. Como Anonymous for the Voiceless (AV). Esta organización de derechos animales que fue creada en abril del año 2016 en la ciudad de Melbourne, Australia, y desde 2017 tiene un capítulo local, realiza lo que llaman el Cubo de la Verdad. Uno de sus militantes, que prefiere no revelar la identidad, cuenta en qué consiste esta demostración pacífica que realizan en forma idéntica en todos los países: "un grupo de activistas con máscaras de Guy Fawkes forma un cuadrado mirando hacia fuera mientras sostienen carteles donde se lee ´verdad´ y exponen pantallas con imágenes dentro de mataderos, granjas y laboratorios de vivisección. Los activistas que no están vistiendo máscaras son los que hacen outreach´, hablan con la gente que demuestra interés en las imágenes, dan información que los pueda llevar a adoptar el veganismo.
¿Será la década ganada?
Puede que 2019 quede registrado como un hito en la historia de los activismos climáticos, como un momento clave en el que surgieron los nuevos modos de luchar ante la crisis que amenaza con extinguirnos. O puede que solo sea el comienzo de una serie de momentos en los que seguirán proliferando acciones que, renovadas una y otra vez, buscarán soluciones de maneras insospechadas. Sea como fuere, queda claro que 2019 fue un año determinante en las militancias para defender el futuro. Un futuro que, quizás, si todo esto fracasa o es insuficiente puede llegar a durar tan solo 10 años.