Enamorados de la Quebrada
Arida y viva. Mezcla de culturas presentes y pasadas, de ritos cristianos y paganos. La quebrada de Humahuaca (ubicada a 1650 km de Capital Federal) fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, en julio de 2003, y hoy lucha por adaptarse a un mundo que la "descubrió" y la inunda de nuevas demandas
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PURMAMARCA, Jujuy.– Es casi mediodía. El viento seco y el sol inundan este pueblito, uno de los principales lugares de la quebrada de Humahuaca.Vuela tierra. En su andar apresurado, pican la piel y los ojos; en unos minutos –quizás horas– todo vuelve a la calma.
Por aquí y por allá hay turistas. Tantos como difícilmente se hayan visto nunca. Nadie quiere perderse el cerro de los Siete Colores, uno de los mayores atractivos de esta zona, la plaza y el paseo de Los Colorados. O, un poco más al Norte, Tilcara, Huacalera, Uquía, Humahuaca… Cada mañana llegan ómnibus, camionetas y autos con más y más personas que quieren conocer, aunque sea a vista de pájaro, esta tierra bendecida con una belleza, por qué no decirlo, incomparable.
Los visitantes se toman fotografías unos a otros, sonríen, se divierten; celebran el paisaje, la música y las comidas regionales. Compran artesanías y vuelven a subir a sus vehículos para seguir recorriendo la zona, convencidos de estar viendo una de las maravillas del mundo. Y no es para menos. Declarada en julio de 2003 Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, la Quebrada es una fiesta de tonalidades y formas, un paisaje árido y vivo a la vez, una mezcla de culturas presentes y pasadas, cristianas y paganas; y una lucha –en ocasiones dolorosa– por adaptarse a un mundo que la “descubrió” y que la inunda con nuevas demandas.
Quienes habitan hoy la Quebrada –unas 30 mil personas– están sintiendo el interés del turismo. Según datos oficiales, sólo en la primera mitad del año llegaron aquí 72 mil visitantes, casi la misma cantidad que durante todo 2003. Nuevos hostales, hosterías, posadas, restaurantes y bares se abren mes tras mes acompañando el fenómeno. Hace tres años había 49 establecimientos hoteleros en los principales pueblos de esta región: ahora hay 67 y están proyectados otros 37, es decir, la cantidad se duplicará en breve. Las localidades que más crecen son Tilcara (donde hay 27 hoteles y se abrirán otros 21 en el corto plazo), Purmamarca (hoy con 16 y otros 5 proyectados) y Maimará (de dos pasará a ocho).
Por otro lado, el valor de las tierras subió enormemente: se calcula que aumentó unas diez veces en estos años. Una hectárea productiva, por ejemplo, puede costar 40 mil pesos, según las consultas realizadas. O quizá mucho más, si el interesado está dispuesto a subir la apuesta.
Lo cierto es que, más allá de los cambios, la Quebrada enamora. Enamora a los visitantes fugaces y, en particular, enamora a sus habitantes de siempre y a quienes la adoptan como lugar de vida o de descanso. Artesanos, profesionales, artistas, músicos, productores de papas andinas o de vicuñas, guardianes del patrimonio y del desarrollo sociocultural, son parte de un abanico de gente que hoy habita la zona, apasionadamente. Como una pequeña muestra de esa rica síntesis, La Nacion entrevistó a diez personas o grupos familiares que se destacan por su tarea en diversos ámbitos. Y en esta nota cuentan por qué eligieron y siguen eligiendo la Quebrada como lugar de vida, cómo llevan adelante sus actividades, cuáles son sus dificultades y cuáles sus sueños.
Magia y encanto
Antes de seguir, un poco de geografía: la Quebrada de Humahuaca forma un corredor natural en dirección Norte–Sur, de unos 155 kilómetros de largo, en cuyo valle corre la cuenca del río Grande de Jujuy. Al Oeste y al Norte está flanqueada por el altiplano de la Puna (que está en promedio a 3800 metros sobre el nivel del mar); al Este, por las sierras subandinas y al Sur, por los valles. Para quienes inician el recorrido en San Salvador de Jujuy, la Quebrada comienza cerca de León –a unos 40 kilómetros de la capital provincial– y finaliza luego de la localidad de Humahuaca; en su camino serpenteante, es atravesada por varios valles transversales.
La declaración de la Unesco como Patrimonio de la Humanidad ha generado una revolución, un verdadero popurrí de sensaciones: entusiasmo y expectativas, incertidumbre y molestia. Por un lado, algunos se apuran a lanzar sus emprendimientos, vinculados por lo general con el turismo, bajo la mirada de muchos que critican al gobierno porque –dicen– no se están tomando las medidas necesarias de preservación y planificación. Y al hablar de este tema se refieren a enfrentar los problemas ambientales, la posible degradación de los sitios arqueológicos y la disminución de la producción de artesanías, entre otros.
A lo largo de la Quebrada pueden verse varias construcciones que irrumpen en el paisaje y hasta lo “arruinan”, en opinión de muchos. Como ejemplo vale un complejo de viviendas financiado por el gobierno nacional y aprobado por las autoridades provinciales –a cargo del kirchnerista Eduardo Fellner–, ubicado justo frente al Pucará de Tilcara (el único de su tipo abierto al público). ¿Otros ejemplos? Las casas de dos plantas –que son permitidas porque no existen códigos de edificación– y el uso de materiales ajenos a la zona (los típicos son el adobe, la piedra, el ladrillo, la paja, la madera y la cal). También, en las afueras de Maimará, la Justicia detuvo –el año pasado, y a pedido del gobierno provincial– la construcción de un aparente “megaboliche”, situado al costado de la ruta. A esto se suma que en los últimos años proliferaron las antenas telefónicas, las redes de media tensión, las plantas de reducción de gas y otros equipamientos de gran visibilidad. Los casos siguen.
Para explicar el crecimiento desparejo, el gobierno de Fellner sostiene que son los propios municipios y comunidades los que deben elaborar un código de edificación para la región y velar por que se cumplan las reglamentaciones. Sin embargo, reconoce que les “falta preparación” y “concientización”–según figura en el documento presentado ante la Unesco–. Para ello, y para realizar el aún inconcluso plan estratégico (que debía estar listo en 2004), la provincia creó las “comisiones de sitio”, formadas por representantes de las nueve localidades que conforman los tres departamentos de la Quebrada. También organiza cada tanto talleres participativos.
Otro conflicto que se está generando es por la propiedad de las tierras. El problema no es menor y sube de voltaje junto con el precio del metro cuadrado y el interés por construir hoteles y posadas. Por un lado, está el reclamo de tierras por parte de las comunidades indígenas. Por otro, personas que durante años habitaron terrenos se han visto “echadas” por la fuerza –incluso sin mediación judicial alguna– por quienes dicen ser los propietarios reales. En otros casos, dueños de lotes son criticados por alambrar sus terrenos. ¿Quién tiene la razón? Según quien hable, se dividen las aguas. Lo cierto es que éste es un lugar en donde gran parte de los actos de compraventa se hicieron de palabra y ahora esa costumbre crea complicaciones legales.
Pero, más allá de sus conflictos y contradicciones, la Quebrada sigue siendo un lugar mágico. A lo largo de 10.000 años, este valle ha sido escenario de un desarrollo cultural riquísimo, desde la instalación de los primeros pueblos cazadores–recolectores hasta la actualidad. En rigor, no es la primera vez que los quebradeños sufren el “embate” foráneo. En la historia menos reciente, el pueblo indígena local fue sometido por los incas; luego, la Quebrada se convirtió en el paso obligado de españoles durante la conquista, y en escenario de guerras durante la Independencia.
Los tiempos han cambiado y la historia ha dejado una huella indeleble en los quebradeños. Hoy se teje en ellos y en el paisaje una cultura transformada, pero que mantiene su fuerza de origen. A diferencia de otros lugares del país que se caracterizan por paisajes poco integrados con la historia joven y las costumbres de la gente, en la Quebrada la geografía y la cultura son parte de un mismo eje vital y milenario, inseparable.
Unos 200 sitios arqueológicos, en diverso estado de conservación –en su mayoría, no accesibles al público– son la muestra viviente de que esta zona fue y es aún parte de un rico itinerario cultural. Pucará es una voz de origen quechua que significa “lugar fortificado”. Son construcciones de piedra donde vivían las poblaciones indígenas y estaban emplazadas en lugares estratégicos que facilitaban el control de los valles. A lo largo de la Quebrada se levantan veinte de ellos. Lo rico de estos sitios arqueológicos es que permiten en su mayoría un “contacto visual” con otros pucarás, entre los que se forma una línea imaginaria de 50 kilómetros de largo. Por otro lado, también son parte de la riqueza arqueológica 14 molinos antiguos –de los cuales sólo cinco están en funcionamiento– y 26 sitios relevados de arte rupestre.
Se puede recorrer la Quebrada una y mil veces y descubrir, en cada viaje, lugares nuevos, colores, rincones deslumbrantes, caminitos desolados, paisajes que cambian con las estaciones, siluetas diferentes en montañas que uno imaginaba ya reconocidas. Un especial atractivo son las iglesias de arquitectura hispánica –construidas entre los siglos XVII y XVIII– ubicadas en Tumbaya, Purmamarca, Tilcara, Huacalera, Uquía y Humahuaca, que sobresalen por sus dimensiones –son mucho más grandes que las construcciones típicas– y cuya ornamentación interior fue traída especialmente del Altiplano, Cuzco y Potosí.
La actual población de la quebrada de Humahuaca es de origen mayoritariamente andino. Su economía gira en torno de la agricultura (papas, maíz, hortalizas, flores), el pastoreo (ovejas y cabras), el turismo y –en menor medida– de la extracción de minerales. Sus prácticas culturales son el producto de antiguas costumbres indígenas transformadas tras su contacto con el mundo español y moderno. Las creencias y los ritos, las fiestas religiosas y profanas (como el carnaval), la música, las artesanías y las comidas típicas son parte de un patrimonio cultural e intangible que está vivo.
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Magui Choquevilca
Promotora de la papa andina
TUMBAYA.– “Todos mis afectos y los grandes momentos de mi vida están ligados a la Quebrada”, dice Magui Choquevilca, de 43 años, multifacética e interesada por naturaleza en la promoción social y económica de la región. De personalidad inquieta, pujante y creativa, Magui ha sido por más de una década impulsora de las papas andinas. Empezó cuando pocos las conocían, cuando no habían llegado a la cocina gourmet. De la mano de este cultivo, visitó países, acudió a jornadas y congresos, se capacitó y, sobre todo, se contactó con gente y productores de la región.
Luego de una breve incursión por la ciudad de Córdoba, volvió al Norte para estudiar Agronomía en la Universidad Nacional de Jujuy. Extrañaba. Desde entonces, su vida profesional estuvo orientada a la Quebrada. “Mi trabajo es fortalecer la papa, el maíz y el yacón (una planta arbustiva de los Andes, dulce, que tiene uso medicinal o alimentario), comenta Magui. Pero no sólo se centra en la producción de estos cultivos, sino también en el fortalecimiento de las comunidades donde trabaja, desde donde se pueda: una ONG, una cooperativa, una asociación comunal. Hoy, lo hace desde el Programa de Agrobiodiversidad, de la Secretaría de la Producción de la provincia de Jujuy.
Magui se manifiesta admiradora de la “inteligencia, la astucia y la picardía que tiene el agricultor para nunca perder todo”, ni siquiera en épocas de vacas flacas. “La biodiversidad les genera sustentabilidad”, explica. Es que en la Quebrada hay decenas de cultivos posibles que a los productores les permiten siempre generar algo. Para el futuro, tiene un sueño lindo: envejecer en la Quebrada, abrir un día un restaurante y deleitarse cocinando y escribiendo libros. Rodeada de afectos, de su tierra, de su gente.
Barbarita Cruz
Maestra artesana
PURMAMARCA.– A Barbarita Cruz muchos la consideran una suerte de “patrimonio viviente”. Nacida en 1922, en este bellísimo pueblo –quizás el más pintoresco de la Quebrada–, es una reconocida maestra ceramista, pintora, escritora y coplera que ha formado a varias generaciones de artesanos.
“Toda mi familia es de acá”, dice orgullosa, en el living de su casa, donde cuelgan pinturas, grabados, témperas, dibujos y esculturas que fue coleccionando o que le fueron regalando los múltiples amigos que se fue ganando a lo largo de la vida. Hacia adentro, un patio generoso deja entrar el sol y brinda aún más armonía al lugar. Un poco más allá está su taller, su rincón vital, donde se recluyó miles de horas para crear y enseñar con generosidad; donde promovió la cerámica como actividad popular.
No escucha del todo bien y camina con la ayuda de un bastón, pero todo lo hace con coquetería.
Recuerda que su padre le decía que la arcilla de la zona es “muy plástica”, y que podía recogerla cerca de su casa, en las acequias, en los cerros de colores. A partir de ese elemento noble y disponible para todos, Barbarita enseñó a miles de niños y jóvenes a modelar, a hacer ángeles, paisanitas, pesebres, ollas, que después venderían como una forma de ganarse la vida.
Barbarita es hospitalaria: las puertas de su hogar están siempre abiertas a quien quiera visitarla.
Lamenta que el desarrollo de la zona esté haciendo desaparecer al auténtico artesano y que muchas de las cosas que se venden se traigan de Bolivia. También hace un reclamo a las autoridades para que ayuden a “conservar la línea arquitectónica de la zona”. Lo dice Barbarita, una referente indiscutida de este pueblo.
Néstor “Champa” José
Casa de té
TILCARA.– “Lo de Champa”, dice un cartelito, a una cuadra de la plaza central. Unos metros más hacia el cerro está la casa de té. Un ambiente hospitalario recibe con una rica torta a los visitantes que quieran hacer un alto. El lugar está abierto al público hace diez años; es del arquitecto Néstor “Champa” José y de su mujer, Cristina, descendiente de alemanes, que decidió dejar su Bariloche natal para instalarse en Jujuy. Néstor “tiene su corazón en la Quebrada”, dice ella.
Champa se especializó en Europa en conservación de edificios y en preservación, y por años soñó con que “su” lugar fuera elegido por la Unesco como uno de los principales tesoros del mundo. Lo logró. A lo largo de por lo menos tres años fue uno de los principales impulsores de la designación de la Quebrada como Patrimonio de la Humanidad: para ello, trabajó con antropólogos, arqueólogos, geólogos y otros profesionales para sistematizar la información de la región y elevarla –a través del Gobierno– al organismo internacional.
La designación, que tuvo una gran repercusión en el turismo y en la difusión de la Quebrada en el país y en el exterior, genera entusiasmos y también controversia. Champa lo sabe, pero procura promover la distinción como una oportunidad y una responsabilidad de todos, más que como una amenaza. Hoy trabaja como coordinador de la Unidad de Gestión de la Quebrada de Humahuaca, dependiente del gobierno provincial.
Los José –que tienen cuatro hijos de entre 26 y 22 años– viven en Tilcara todos los fines de semana y en las temporadas de mayor turismo. El resto de los días residen en San Salvador de Jujuy.
Samuel Cruz
El cuidador de la llave
UQUIA.– “Mi vida es una historia, pero grande”, dice sonriente Samuel Cruz. De hablar pausado, explica que su familia es dueña de un legado que lo enorgullece: tiene a su cargo el cuidado de la iglesia de la Santa Cruz y San Francisco de Paula, construida a fines del siglo XVII. A lo largo de más de 300 años, sus antepasados han velado por la llave de la puerta de entrada, una pieza única, de plata, que pesa 450 gramos.
Por esta responsabilidad no cobra un solo peso, salvo lo que los turistas le dan cada tanto. “Lo más lindo es recibir a los visitantes, su cariño, y que ellos se vayan contentos de haber podido estar en un lugar con tantísima riqueza”, comenta.
Este templo es histórico: junto a él acamparon Manuel Belgrano y otros próceres de la Independencia. El altar es de madera dorada a la hoja; en el interior, cuelgan los Angeles Arcabuceros, una de las pocas series completas que existen de arte andino.
Con dos hijos y cinco nietos, Samuel trabajó desde los diez años haciendo un poco de todo: en quintas, en Ledesma, en el ferrocarril, como mozo, cocinero, administrador. Ahora se gana la vida como pochoclero en Humahuaca, donde vive y desde donde viene diariamente para abrir las puertas del templo. Dice que, en los últimos años, en la Quebrada aumentó el turismo, pero que su declaración como Patrimonio no trajo otras mejoras económicas. “En los papeles se dice que hay que cuidar, pero en la realidad las cosas son otras”, mientras reclama a las autoridades que “vean y ayuden a cuidar”.
Axel Nielsen
Arqueólogo
TILCARA.– Axel Nielsen, cordobés, vive en Tilcara desde hace 14 años. Llegó en 1992 y, desde entonces, se dedica a lo que más le apasiona: la arqueología. Desde este pueblito maravilloso, desarrolló numerosas investigaciones que han circulado por el mundo. Licenciado y doctorado en Historia por la Universidad Nacional de Córdoba, hizo otro doctorado en Antropología en la Universidad de Arizona, EE.UU., donde también estudió Arqueología.
Pero fue la Quebrada de Humahuaca el lugar donde hizo sus primeros trabajos de campo, dice. Cuando terminó sus estudios en el exterior, tuvo la posibilidad de realizar su “sueño personal”. Y eligió Tilcara: “No conocía a nadie; llegué con mi camioneta, con mis pocas pertenencias y con un proyecto para investigar Los Amarillos”, explica. Se trata de un yacimiento arqueológico situado unos kilómetros al norte de este pueblo, en un lugar increíblemente bello.
Durante los años 90, Nielsen se dedicó a investigar la región, con la idea de tener una “inmersión fuerte en el campo arqueológico y conocer más la cultura andina”, explica. Fue testigo, durante ese tiempo, del “resurgimiento” del movimiento indígena.
Hoy sigue trabajando en torno de Los Amarillos, desde otro lugar: quiere “ponerlo en valor” para que sea visitado por turistas, pero administrado por las propias comunidades.
Durante el resto de 2006 vivirá en Buenos Aires por motivos personales, pero luego volverá a Tilcara: “Allá tengo mi casa, mi biblioteca y mi perro”, afirma.
Javier Rodríguez
Trabajo cooperativo y microcréditos
MAIMARA.– Javier Rodríguez, de 42 años y porteño, conoció la Quebrada gracias a que sus abuelos tucumanos tenían una casa en Tilcara. Hasta su adolescencia, en ese pueblo pasó muchos veranos y Semanas Santas. Con los años volvería, atraído por los buenos recuerdos y la posibilidad de desarrollar una vida distinta de la que tenía en la gran ciudad.
Javier es ingeniero agrónomo y su mujer, Mercedes Lasala (de 41 años), abogada. A pesar de ser profesionales, al llegar al Norte, en marzo de 1991, los dos empezaron de cero. Literalmente. Compraron un caballo, arrendaron un terreno de una hectárea y se dedicaron a trabajar la tierra durante dos años. Durante ese tiempo, fueron conociendo los cultivos locales e identificando las principales dificultades a la hora de producirlos y comercializarlos.
A 15 años de aquel comienzo, duro pero fecundo, Javier es el coordinador de la Cooperativa Agropecuaria y Artesanal Unión Quebrada y Valles (Cauqueva), un exitoso emprendimiento socioeconómico cuya sede central está en Maimará, a unos 12 kilómetros al sur de Tilcara. Esta iniciativa ha sido premiada y reconocida en el país y en el exterior. Hasta la princesa Máxima de Holanda vino dos veces –en una de ellas, con la reina– para conocer cómo funciona el sistema de microcréditos que utilizan entre los más de 130 productores asociados a la cooperativa.
Cauqueva ya tiene 11 años y emplea a una veintena de personas. Luego de haber incursionado con las hortalizas, hoy se dedica principalmente a cultivar distintas variedades de papa andina, además de multiplicar maíces y porotos, entre otros productos que se distribuyen en varios puntos del país.
“Para mí, la Quebrada es una mezcla de cosas: paisaje, estilo de vida más tranquila, la cultura de la gente...” Para quedarse, dice, tiene que encontrarle sentido a su vida en el lugar y poder compartir desafíos con otros, cosa que hoy sucede. “Es un lugar muy mágico, muy atractivo, pero puede ser difícil”, reconoce. Javier y Mercedes –que hoy trabaja como maestra y profesora de inglés– tienen tres hijos jujeños: María, de 14 años; Francisco, de 11, e Iván, de 9. Y, también, muchos proyectos para seguir en estos pagos.
Brígido Abán
Pintor y maestro
TILCARA.– Los paisajes de siempre, las tradiciones mezcladas, su familia, sus mujeres, los sueños... En definitiva, todo lo que fue viviendo desde su infancia son, para el pintor Brídigo Abán, una fuente inagotable de inspiración.
Brígido estudió en la Escuela Provincial de Arte Medardo Pantoja y en la Prilidiano Pueyrredón, en Buenos Aires, donde vivió cinco años. Es un hombre particular: creativo, impredecible y artista de alma, vive en un cuarto pequeño en este pueblo, y su ventana se abre hacia un paisaje imponente de la Quebrada.
Sus cuadros, bellísimos y trágicos, brillantes y misteriosos, habitan un mundo que comenzó a crear desde siempre. Los tiene amontonados y los despliega a pedido de esta cronista y de la fotógrafa; tiene varios, también, en casas de amigos, que se los cuidan.
“Pintar es un juego, una pasión, locura, un momento en el que me siento libre –dice–. Es sentarse, sin muchas preguntas ni complicaciones. Me considero libre porque tengo la posibilidad de hacer lo que siento y quiero. De gastar mi tiempo a mi antojo”, sentencia Abán, uno de los principales artistas de la región.
Es cierto, Abán es libre. Va y viene sin que nadie pueda muy bien seguirle el rastro. Tiene dos hijos propios, pero adoptó otros, unos siete u ocho, dice.
“El acto creativo es personal, y cuando pinto no estoy pensando en venderlo o no. Yo no soy de los que están pensando en vender o exponer”, asegura. Sus palabras suenan creíbles. Brígido también diseña casas, y enseña arte en San Salvador de Jujuy.
Está enojado con lo que sucede en la Quebrada, luego de que fue declarada Patrimonio: “Es lo peor que podría haberle pasado a Tilcara”, se queja. Dice que desde entonces “empezó la autodestrucción”, que se produce un arte mercantilista y que se está destruyendo el medio ambiente.
Los Moreau
Música y cultura
TILCARA.– “Siempre digo que no elegimos Tilcara, sino que nos eligió la región”, explica Susana Moreau. Casada con Roger Moreau, a quien conoció en Francia, llegó a la Argentina –o, mejor dicho, volvió– luego de vivir más de 15 años en la campiña francesa, en comunidades de base que pertenecían al movimiento gandhiano.
Durante casi dos décadas, ambos habían tenido en Europa una fuerte experiencia de vida en comunidad, basada en la no violencia, la autogestión, la participación y el compromiso social. En el ’84 decidieron volver a América latina. Y, cosas del destino, un amigo les ofreció una casa en Tilcara, para empezar. Aquí llegaron. Un poco por casualidad y otro poco por decisión, fueron hilando sus raíces entre cerros de colores y paisajes imponentes, tejiendo lazos para “acompañar” el crecimiento local.
Pero no fue el paisaje lo que más los atrajo: “Nos interesó de la región el aspecto de una cultura viviente, el hecho de que fuera un pueblo. Yo no estoy en un lugar por la naturaleza; si no, me habría ido al mar –explica Susana–. Lo interesante es la gente”, comenta. No les resultó fácil insertarse, reconoce Susana, dueña de un empuje admirable. Hoy, han logrado ganarse la confianza de la gente del lugar.
Con apoyo de instituciones y amigos, desarrollaron aquí numerosos programas y proyectos para mejorar la calidad de vida de la comunidad.
Entre otras actividades, dirigen la sede local de Música Esperanza, que impulsa el pianista Miguel Angel Estrella. En esa casa funciona el Centro Andino para la Educación y la Cultura. Allí capacitan a promotores socio-musicales, organizan encuentros corales de jóvenes de países andinos y realizan talleres musicales para niños, entre otras actividades; también, promueven un ambicioso proyecto de la Unesco de registro y sistematización (a través de audio y video) de las culturas vivientes de la región.
Los Moreau tuvieron dos hijos en Francia, con quienes vinieron a la Argentina. Isabel (musicoterapeuta, de 32 años) se casó con Radek Sánchez Patzy, sociólogo boliviano, y tuvo a su vez dos hijos nacidos en Jujuy; ambos colaboran mano a mano con los proyectos familiares. Blas, de 28, es cineasta y vive en Buenos Aires, pero siempre que puede vuelve al Norte para “respirar”.
Los Robles
Productores de vicuña
UQUIA.– En la finca de los Robles hay un molino de 1925, aunque con muelas del siglo XIX. Es una pieza muy particular, una muestra de cómo la tecnología europea se fue mezclando con los sistemas tradicionales prehispánicos de producción.
Humberto Robles, descendiente de “generaciones de quebradeños”, lo muestra con orgullo porque perteneció siempre a su familia. En sus tierras cría vicuñas desde hace seis años. No son muchos animales, pero está incursionando en un tipo de producción que va creciendo en la zona, y que promueve a través de la Asociación Argentina de Criadores de Vicuña, que lidera.
Humberto fue al colegio en San Salvador de Jujuy y estudió Agronomía en Tucumán. Pero siempre volvió a Uquía, donde había pasado los mejores veranos, los de la infancia y los afectos. En Tilcara conoció a María Ester Albeck, o “Mariette”, como aquí le dicen, una arqueóloga de Necochea con quien se casó y tuvo tres hijos: Pedro (de 19 años), Jimena (17) y Juan (14).
Después de varios años, decidieron instalarse en esta zona, bendecida en su paisaje, y empezar de cero. Hoy tienen un pequeño emprendimiento turístico, con un puñado de cabañas que los turistas o visitantes les alquilan, sin necesidad de hacer promoción: la gente los conoce y los recomienda.
Los Robles van y vienen de la capital provincial, donde dan clases en la Universidad Nacional de Jujuy (UNJu) y donde sus hijos estudian. Ya piensan en sus años de jubilación, rodeados de montañas y de una vista de la Quebrada –allá, subiendo unos metros– como pocas. Para los próximos años, la idea es instalar un complejo agroindustrial, con las cabañas como centro y un establecimiento rural donde se críen camélidos andinos: llamas, vicuñas y guanacos.
Un S.O.S. para la quebrada de Humahuaca
Voces de alarma reaparecen cíclicamente y apuntan en dirección a la quebrada de Humahuaca. Se habla de un dramático incremento del turismo sin planificación, de un crecimiento urbanístico descontrolado, de megaproyectos inmobiliarios que empujan a los pobladores originarios fuera de sus tierras, de falta de agua, de un alarmante crecimiento de la basura, de proliferación del cableado aéreo, de contaminación visual y, últimamente, hasta de la construcción de portales desde distintos accesos… No hay dudas de que este lugar de ensueño es un sistema frágil, de características excepcionales, resultado de la interacción continua entre un paisaje altamente representativo de la región andina y las sucesivas sociedades y culturas que se asentaron en ella durante los últimos diez mil años.
Su inscripción como paisaje cultural del Patrimonio Mundial de la Unesco, en 2003, significó un motivo adicional de atracción turística local e internacional. El mayor desafío que enfrenta un sitio del patrimonio mundial es la protección de los valores naturales y culturales que le confieren atracción. Entonces, ¿cómo no matar a la gallina de los huevos de oro? ¿Cómo planificar adecuadamente para que un área protegida pueda preservar los valores que le dan importancia y al mismo tiempo permitir a las poblaciones locales ganarse la vida sin dañar los recursos y, a los visitantes, disfrutar lo que le confiere carácter y atractivo al lugar?
Para María Esther Albeck, antropóloga especializada en arqueología de la Quebrada –donde vive hace más de 20 años– ése es el quid de la cuestión. “La declaratoria de Patrimonio de la Humanidad disparó el precio de los inmuebles y la proliferación de emprendimientos con estilos arquitectónicos muy diferentes, que contaminan visualmente. En algunos lugares, más que la Quebrada esto parece Nuevo México.”
Para Albeck, los jujeños están corriendo detrás del tren. “Recién a fines del año pasado se terminó un taller para arquitectos y maestros mayores de obras, organizado por la Secretaría de Turismo y Cultura de la Provincia de Jujuy. La idea es evitar que se sigan haciendo desastres y que las nuevas construcciones respeten el estilo de la zona y el medio natural circundante”, dice.
Hay una superposición de normativas municipales y provinciales que no se cumplen, y una invasión de turistas y nuevos residentes. Evidentemente, hace falta un plan de manejo para proteger la zona. En las últimas semanas cundió la alarma al trascender que la consultora internacional con financiamiento externo contratada para elaborar el llamado Plan de Ordenamiento Territorial habría propuesto construir portales de ingreso en la zona –con el consiguiente impacto visual que eso significaría– y, además, cobrar peaje.
La visión de los sitios basada exclusivamente en su aprovechamiento turístico es un grave peligro, y por eso se alzaron numerosas críticas. Obtener beneficios del creciente flujo turístico es una preocupación entendible, pero no a costa de la plena conservación del valor universal excepcional del bien y de la calidad de vida de sus habitantes.
La Quebrada es un lugar de tránsito permanente para todo tipo de vehículos que no necesariamente ingresan en el sitio por motivos turísticos. Tal vez atendiendo a estas razones, Jorge Nocetti, secretario de Turismo y Cultura de Jujuy, aseguró recientemente que el cobro de entradas ha sido descartado.
María Esther Albeck enciende la voz de alerta: “La Quebrada no resiste un número ilimitado de turistas porque es un ambiente frágil, tiene poca capacidad de carga y el crecimiento desmedido va a terminar jugándole en contra. Los valores que le acuerdan significación se pueden perder muy fácilmente a corto plazo”.






