Mario Mactas: “La vida está en la calle”
El periodista y escritor habla de su vida nómada, de su “divorcio” de Buenos Aires y de su libro sobre Kodama
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El mar, los bares, la gente, lo nómada. Se podría seguir con la lectura (legado de familia y unas elegantísimas tías comunistas), el campo, las letras, el exilio, la radio y una lista de amores que nunca lo convirtieron en marido.
Mario Mactas (76), periodista, escritor y guionista, es tan difícil de definir que el ejercicio de coleccionar sustantivos ayuda mucho. Se podría empezar diciendo que Wikipedia la pifia cuando publica que es de Carlos Casares, pequeña ciudad de la pampa húmeda. Ahí tenían el campo familiar y los caballos campeones. Pero él nació entre el barrio de Once y Congreso. Porteñísimo, aunque ahora se dice divorciado de Buenos Aires.
-¿Qué te hizo la ciudad?
-Esta vez yo la dejé a ella. No me gusta más. Descubrí que he gozado y sufrido una especie de idealización juvenil. Con las lecturas, los poetas lunfardos, incluso entrando ya al universo de Borges. Esta ciudad se ha transformado en una sociedad agresiva, resentida, recelosa y delatora. Hay una avidez carroñera por la guita que es impresionante, algo que yo no tengo. No he firmado un cheque en mi vida. Además, no me gusta hablar de esas cosas. Por otra parte, y esto viene de lejos, somos un lugar demasiado influenciado por el psicoanálisis.
-La culpa la tiene Freud.
-Por supuesto. Brillantísimo, pero supuso que todas las conclusiones a las que llevaba eran verdaderas. Creo, humildemente, que las forzaba un poco. En Buenos Aires la angustia tiene un gran prestigio y pocos aceptan que eso no se resuelve.
-¿Pensás que la angustia no debe tratarse?
-No voy a terapia. En general se descuenta que la gente vaya a terapia. Lo hace todo el mundo, incluso en los suburbios, los hospitales públicos. Los antiguos romanos castigaban con multas y prisión un concepto que es la tristitia, que no es lo mismo que tristeza. Todo el mundo está triste, desde luego, y no se puede proscribirla ni extirparla. Pero lo que no es saludable es el permanecer en ella. Regocijarse y ser prestigioso porque sos triste es algo malo. Para los demás y para la comunidad. La angustia argentina está muy bien vista en el país. El hombre que está solo y espera.
-El tango.
-Pero el tango es una enorme creación cultural, por lo tanto uno lo respeta y a veces lo disfruta. Es lindo, un hallazgo atractivo.
-¿Entonces la tristeza sería algo así como Patrimonio Cultural de la Nación?
-Sí, uno de los mejores productos que tenemos acá.

-Muchas veces dijiste que no te gusta la palabra exilio. Pero no tenías planeados esos 11 años en Sitges, el pueblo de mar vecino a Barcelona.
-En vez de decir que me fui al exilio digo que me fui a vivir como un extranjero, siempre a dos metros del suelo y en tensión, mientras me iba adaptando. Y terminé sobreadaptándome; prácticamente soy de allí. Me tirás en cualquier lugar de las provincias catalanas, o en Madrid, y me voy caminando a todas partes.
-¿Te incomoda recordar?
-Es algo que por lo general lo reservo mucho, pero bueno, puedo contarlo y es parte de mi historia. Sucedió a la salida de una de las jornadas de la revista Satiricón, donde trabajaba. Subió una chica muy Nicole Kidman, de unos 26 años, ponele. Me expresó su admiración y alguna excusa para que baje. Estacionado, el auto que esperaba tenía las puertas abiertas. Dije: yo no entro. Pero abrieron sus abrigos llenos de fierros. Subí sin llorisquear. Tampoco pedí nada. Jamás he implorado ni dicho que no había hecho nada ni ese tipo de cosas. Me chuparon.
-¿Cuántos días?
-Me liberaron a la semana o algo más. Parece que alguien había pedido por mí y por otros periodistas que sufrieron lo mismo. Fue en una plaza. Allí nos quitaron las vendas de los ojos, quedamos sin saber qué hacer. Pero enseguida entendí que tenía 24 horas.
-Y el desafío de sobrevivir en otro mundo...
-Claro, porque estaba totalmente paranoico, mal. Primero me fui a Colombia porque había amigos. Una cultura tan diferente. Ellos son más bien de juerga, les encanta el baile, se mueven en grupo. Finalmente llegué a Madrid y terminé en Cataluña para estar cerca de mi primera hija, que vivía allí con su madre y era muy chica. Tengo cuatro mujeres y un chico, de diferentes matrimonios. No debería decirlo, pero todos geniales y de una belleza increíble. Confieso que nunca fui buen marido, pero ellos son estupendos.
-¿Está asumido eso?
-¿Lo de mal marido? Sí, claro. No he podido conseguirlo. De todas formas, aunque estoy desde hace muchos años con Leonor, pienso que el matrimonio está totalmente sobrestimado. Uno hace su vida y de pronto te plantean que la cosa está funcionando mal. O sea, te echan.Y ellas no retroceden jamás. Ahora estoy un poco más marido. Ella es adorable, muy linda, profesional. Vivimos en una casa grande y vieja. Yo tengo mi cuarto y mi escritorio. Ella también armó su territorio. Siempre pensé que es imposible dormir permanentemente con alguien. Y eso que toda la vida he estado casado. Una virtud de la modernidad es que ahora las separaciones son menos cruentas y hasta quedan como amigos. Antes era terrible.
-Hablando de viejos y nuevos tiempos. ¿Cómo te te sienta el Zoom?
-No lo puedo soportar. Es una comunicación incómoda, fría, distante, como un episodio de ciencia ficción mal hecho. Pobre, no me interesa. Pero tampoco es un aborrecimiento de naturaleza fóbica: si lo tengo que hacer, lo hago. Miro todo con ciertas dificultades, pero lo resuelvo. Si no me voy a quedar en la isla de Robinson. Estoy obligado.
-¿Le encontraste alguna virtud al encierro? Una.
-No. Pero en cierta forma soy otra persona. Toda la vida he estado en un plan de vagabundeo. Es que la vida está en la calle, eso nadie puede negarlo. Entonces, si te la quitan, estás mal. Es como mirar en la ventana pero no alcanzar a ver el mar. A mí me gusta la gente, me gusta hablar. Adoro la calle y esto me ha hecho daño. Siempre, en cada lugar que me ha tocado vivir, he tenido una vida nómada.
-¿Qué es lo primero que se hace cuando se estrena una ciudad?
-Yo lo primero que hago es ver unas siete u ocho horas de televisión, que es lo que te indica rápidamente cómo es un país. Resulta potente. Enseguida te das cuenta de cómo hablan, cómo piensan. Lo segundo es localizar un bar. Eso es fundamental porque se trata de una forma de cultura y de acción. La idea de reunirse con otras personas o estar solo, pero estar allí. La protección del bar me parece extraordinaria para escribir.
-Estando en bares surgió El amante de la psicoanalista, tu primera novela.
-Justamente en uno de ellos, El Mosca, que es el protagonista, enumera una serie de alcoholes que es casi de reventar. Es lo que sucedía en Voramar, uno de los bares que frecuentaba en Sitges. Eran épocas donde se bebía fuerte. Todos. Yo tenía el gin tonic como trago fijo. Y vino. Estuve 11 años en ese pueblo de mar sin volver aquí nunca.
-¿Cuál es tu rutina con la escritura? Acabás de publicar María Kodama, esclava de la libertad.
-Sí, es un libro que no es una biografía ni una semblanza ni una entrevista, sino las tres cosas mezcladas y narradas con un estilo pausado, detallista, susurrante, como de otra época, casi ajeno al ruido espectacular de estos tiempos. A María la conozco hace más de 40 años. Borges fue muy feliz a su lado, y ella con Borges también, pero no a la manera de un ideal, del ideal romántico. No siempre uno pensaba lo que pensaba el otro. Pero es un amor definitivo, incluso casi una suerte enorme para Argentina, porque es la preservación de Borges. Con respecto a la escritura, lo hago constantemente. Pero no soy un escritor de oficio, esos que se ponen dos horas a la mañana, luego hacen una horita de running, almuerzan ligero y vuelven a escribir dos horas por la tarde. Tengo como una relación de amantes.
-Y ultimamente te transformaste en original tuitero. El Zoom no, pero Twitter sí.
-Es completamente ridículo, pero hay como un culto de mí. Yo, que no tengo ningún partido, ningún gremio, ninguna secta, ninguna corporación, parroquia o religión. Nada. Es algo curioso que además me parece divertido, cálido. Yo no arrobo en los tuits, y sin embargo me contestan. Se dan cuenta. De pronto digo no, rosa guapa, te llamaré otro día. Y me contestan, me llaman. Es una forma nueva de usar twitter.
-Encontrar calidez en redes sí es un hallazgo que te hace casi único.
-Especialmente en Argentina, que yo creo está perdida.
-¿Así de crudo?
-No figura ni a placé. No tiene importancia. Guarda riqueza mineral, cosas. Pero las personas no serán beneficiadas. Tenemos mares helados y la arena pega como latigazos. Mendoza la erró en la fundación, tal vez. Y lo digo con amor. Y humor. En serio, he oído que está mal predispuesta astrológicamente. Eso lo dice cualquier astrólogo o astróloga, como es normativo decir hoy.
-¿Lo aplicás?
-No, esa manera de hablar es una marca registrada de Cristina. El todos y todas. ¡Pero de ahí a que después lo haga todo el mundo! Es ocioso e innecesario. Aquí nos hemos reunido todos y todas... ¡Ya lo sabemos! No me explico.
-Mejor no preguntarte por el inclusivo, entonces.
-Eso es algo imposible, un chiste. Tal vez sea para los chicos. No se puede hablar así de verdad. A lo mejor es para que lo susurren entre ellos, tal vez a los adolescentes les salga natural... Pero no.
-¿Qué tiene El gato y el zorro, que hipnotizó generaciones?
-Bueno, el ciclo que hacemos con Lani Hanglin, que lleva décadas, tiene un único secreto: la improvisación. Al apoyarse en eso nunca envejece. Empezó por casualidad en los 80 y sigue sin perder vigencia. Es un espacio de pensamiento, o algo así. Son diálogos absurdos que pueden llevar a la reflexión, o no. Como decía, improvisación pura, sin guion y sin sentido, pero con vago fondo de cultura.
-¿Mirás televisión?
-Sí, claro, me gusta. Más que nada canales de animales, comida, la televisión española y programas periodísticos. A veces me preguntan quién me gusta, y la verdad casi todos son maravillosos. Hay muy buenos periodistas aquí, pero también existe un epitafio común para cualquier argentino. Y es el hizo lo que pudo.
-¿Y vos hiciste lo que pudiste?
-Sí, por supuesto. Y lo que quise también. Supongo que la libertad viene desde la casa de mis padres. Yo decía “hoy no voy al colegio” y no pasaba absolutamente nada.
-¿Cuál es la postal de tu vida? ¿Dónde querrías estar?
-Siempre en algún pueblo chico, lugar templado. Caminar por la noche y escuchar permanentemente el mar. El olor a leña que sale de las casas. O el campo de la provincia de Buenos Aires. Me gustan mucho las estancias. También me imagino volviendo a España. Pero no tengo sueños. Dejo que vayan las cosas. No es saludable vivir de ilusiones. Además, estuve hace un par de años en Barcelona y ya no es lo que era antes. La vi completamente estropeada. No era yo ni era ella.
-¿Qué buscás cuando mirás el cielo? ¿Dios? ¿Algún ovni?
-Nunca vi ovnis y eso que hice el esfuerzo. Me encantaría. Hace unos años fuimos a Capilla del Monte, en Córdoba. Estuvimos en muchos lugares lindísimos, a caballo. Yo miraba el cielo y me empeñaba por las noches. También anduvimos por el Uritorco, pero sin éxito.
-¿Qué les dirías si das algún día con ellos?
-Les preguntaría de todo. De dónde vienen, quién los manda, qué desean. En realidad les haría un buen reportaje y los invitaría a comer puchero, a tomar un Negroni.
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