Es la historia de un amor
A un año y dos mil casamientos después de aquella fría noche en el Congreso, cuatro parejas gay cuentan por qué la ley de matrimonio igualitario cambió sus vidas. No es el anillo ni el vestido ni la torta lo que más recuerdan de ese día. Es una misma sensación: la de dejar de ser tan distintos
Ahora el hombre y la mujer darán su consentimiento", repetía el juez y, minutos más tarde, una pareja daba sus primeros pasos como matrimonio. Desde el 15 de julio de 2010, y a partir de la aprobación de la ley de matrimonio igualitario, hombre y mujer se alteró por contrayentes. Este simple y mínimo cambio desencadenó una revolución social. Algunos la siguieron por la pantalla del televisor y otros la palpitaron bien de cerca, militando alrededor del Congreso a favor o en contra de esta polémica y singular medida: la Argentina es el único país de América latina que legalizó el matrimonio entre personas del mismo sexo de manera irrestricta, el único que garantiza los mismos derechos mediante la misma institución.
Un año después de semejante revuelo en el que no faltaron amenazas de apocalipsis, llantos y gritos, la magnitud de la medida se mide a través del impacto que tuvo en aquellos que pudieron dar el sí.
LNR se sumerge en la intimidad de cuatro flamantes matrimonios para averiguar qué cambió en sus vidas a partir de la modificación del estado civil de solteros a casados, en qué se vieron beneficiados y cuáles son sus próximas luchas y las nuevas expectativas.
No es el anillo, el vestido, la torta o la fiesta lo que más recuerdan de ese día; es una misma sensación, la de dejar de ser distintos o tan distintos; la de empezar a formar parte de una sociedad en la que ahora y, desde hace un año, pueden casarse con la persona que elijan.
La primera palabra que surge en boca de los recién casados es libertad. Luego, mencionan el mayor resguardo patrimonial, la legitimidad social, el reconocimiento y la aceptación como las ventajas más evidentes y que se hicieron sentir no bien cruzaron la puerta del registro civil como cónyuges.
Ya son más de 2000 los casamientos que se celebraron en el país desde la aprobación de la ley. Según precisa el presidente de la Federación Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans (FALGBT), Esteban Paulón, sólo en la ciudad de Buenos Aires se celebraron 600 (460 son de varones y 140 de mujeres). En la provincia de Buenos Aires se registraron 700 en similares proporciones y el resto se reparte entre las provincias. Santa Fe, Córdoba y Mendoza siguen en el ranking.
A partir de esta histórica ley, la Argentina se ha convertido en un destino gay friendly, al presentarse ante la comunidad internacional, junto a Canadá, como los únicos países del mundo cuya ley permite el matrimonio a extranjeros no residentes (turistas). Sin embargo, "como aún no se han reglamentado los requisitos, no están celebrándose matrimonios de extranjeros turistas, salvo algunas excepciones en determinadas provincias. Por eso, no hay estadísticas al respecto", confirma Paulón.
El primer matrimonio de lesbianas de América del Sur y el primero entre hombres en solicitar la adopción en Capital Federal abren esta serie de notas, que también incluye otras historias de amor, lucha y militancia.
Ramona Arevalo y Norma Castillo
Nunca es tarde para el amor
Como cada mañana desde que cumplió 90 años, la madre de Ramona Arévalo se levantó de la cama, preparó un mate y encendió el televisor. Ahí, para su sorpresa, estaba su hija, Cachita, como la llaman en el barrio, asediada por los micrófonos de Crónica TV y en pleno reportaje. Así fue como Ramona Cachita Arévalo se hizo conocida por conformar junto a Norma Castillo el primer matrimonio de lesbianas de la Argentina. Y así su casi centenaria madre se enteró del flamante casamiento. "Le tendríamos que haber avisado a mi hermana para que ese día le dijera a mamá que no había luz ni televisión", es ella, de 69 años, que recibe en su hogar y junto a su esposa a LNR. "Como no oye bien, seguro que no entendió nada", la tranquiliza Norma, de la misma edad, más extravertida en el momento de comenzar la entrevista. "Qué no va a entender", susurra Cachita, entornando los ojos oscuros y pícaros.
La explosiva noticia puede haber dejado boquiabiertos a sus familiares, pero los treinta años que llevaban juntas suavizaron el impacto. Todo comenzó en Colombia, donde se conocieron por casualidad, cuando ambas tenían 35 años y estaban casadas: eran esposas convencionales dentro de matrimonios heterosexuales.
Norma, oriunda del pueblo correntino de Goya, había abandonado la Argentina en 1977 porque militaba en política. Ramona, nacida en Montevideo, Uruguay, tenía un hijo de siete años y había partido hacia allí detrás de un escultor que admiraba.
Norma salía del colegio donde enseñaba biología y Cachita terminaba la jornada en la cerrajería donde trabajaba y se juntaban para tomar mate. "Todos los días. No podíamos estar sin vernos. Si te muestro una foto de cómo era Cachita, te morís. No me atrevía a decirle nada y sufría como una madre –recuerda Norma–. Le empecé a pasar libros. Uno se llamaba Isidora emprende el vuelo."
"Ahí fue cuando ella emprendió el vuelo", bromea su compañera.
Después de una sólida amistad que duró dos años salió a la luz la verdad que ambas escondían hasta de ellas mismas. "Abrí la boca, pero no para hablar", confiesa Norma con un guiño cómplice. Fue luego de una fiesta en la que en un gesto abrupto le mordió la oreja. Con ese mordisco Ramona lo entendió todo. Tardó una semana en darle una respuesta, que ya podía anticiparse porque se sonrojó de la cabeza a los pies. "Ahí empezamos la lucha contra el mundo y siempre a escondidas", subraya Norma, mientras reta a su intrépido perro Hipólito, un callejero que se sube a la mesa y amenaza con engullir una medialuna. "Me lo traje a casa pensando que era mujer", dice, y se ríe rememorando la confusión sexual que generó la mascota. "No conozco prenda que no se parezca a su dueño", remata su compañera.
El tema de los celos, según destacan, nunca fue un problema en su pareja. "En un rato le puedo decir que voy a lo de Dorita y allá me paso el rato y está todo bien. No me hace escándalo. Soy libre como un pájaro", aclara Cachita.
"Mami, hiciste historia. Si vos sos feliz, yo soy feliz", le dijo su hijo Pablo, hoy de 49 años, que se quedó en Colombia, cuando se enteró del casamiento. "Es que con Norma se tienen mucho cariño. Nosotras hablamos con él cuando tenía 14 años y le dijimos que nos queríamos y no hubo problema", expresa Cachita.
Después de vivir muchos años en la tierra del café, Norma y Cachita aterrizaron en Corrientes, y actualmente conviven, ambas jubiladas, en una apacible y discreta casa en Parque Chas. "Hasta el día en que me muera voy a recordar el momento en que Cachita dijo acepto. Fue como si estuviera viendo un milagro", compara Norma.
El de ellas fue un casamiento histórico. Celebrado el 9 de abril de 2010, luego de que se les concedió la acción de amparo, fue el primer matrimonio celebrado entre lesbianas en América del Sur. Pero también encabezan otro récord al haber fundado el primer centro de jubilados para lesbianas, gays, bisexuales y transexuales.
"Me rebelaba la injusticia de tener que escondernos. Nosotras aprovechamos el momento, porque bien podríamos haber muerto sin haber tenido esta oportunidad", advierte Norma.
La jueza que recibió su pedido de amparo al verlas les preguntó: "¿Adónde están las chicas que quieren casarse?" "Claro, no esperaba a dos jubiladas", comentan muy divertidas. Algo parecido les sucedió cuando fueron al laboratorio para hacerse los análisis prenupciales. "¿Y el señor?", le preguntó el doctor en el hospital. "Ahora viene", contestó Ramona conteniendo la carcajada. "Lo tuvo que avivar una compañera del laboratorio", aclara. "Es que nosotras estábamos poniendo en tela de juicio tres tabúes: mujeres, lesbianas y viejas", sostiene Norma.
"Cuando salimos en los diarios, una señora me dijo: No sabía que eras lesbiana. No lo sabía porque nunca me lo iba a preguntar, ya que ser viejo es sinónimo de asexuado", opina. "Mostramos otra cara de la homosexualidad. No la que tienen de la gente joven. No es que todos los homosexuales sean la octava maravilla, es sólo que somos iguales al resto. Eso es lo que se pedía con la ley: estar bajo el mismo manto legal", aclara. "No nos casamos para mostrarnos, sino por los que vienen atrás", y concluye.
Alejandro Gonzalez y Alberto Baez
Felizmente casados
Depende de cómo les dé la luz, se nota bien la diferencia", enseña Alberto Báez estirando el anular derecho sobre el que reluce una alianza de tres oros: rojo, amarillo y blanco. En una oficina de techos altos y húmedos, sigue con ojos inquietos a su esposo, que se pasea con el ceño fruncido y el celular pegado a la oreja. "Justo ahora nos están llamando para confirmar la entrevista social", murmura el pediatra y neonatólogo que, junto con su flamante cónyuge, Alejandro González, conforman el primer matrimonio gay en solicitar la adopción en la Capital.
Son días de ansiedad infinita para la pareja que lleva 13 años de convivencia. "Solamente el armado de la carpeta dura un año y, después, depende del juez que te toque. El tiene que considerar qué familia es mejor para el niño. Ahí sí ya no se sabe cuánto puede tardar", explica el médico con la cara iluminada por un sol tibio que se cuela por la ventana. El matrimonio prefiere recibir a LNR en la casa central de la Federación Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans (Falgbt), en el corazón del barrio de Once, aun cuando su hogar está a pocos metros.
"El 90% de la gente que conocemos, entre familiares y colegas, nos dice que es bárbaro y que contemos con ellos para lo que necesitemos hasta lograr la adopción. Nos dicen que no conocen una pareja más capaz de ser padres que nosotros", subraya Alberto, nacido en Misiones hace 41 años, mientras su marido, de 32 años, sigue ultimando detalles por teléfono.
La primera vez que sus miradas se encontraron fue en una fiesta de un amigo en común. Alejandro tenía 19 años y quedó impactado por la gentileza del pretendiente, que lo escoltó hasta la puerta de su casa. "Creo en el amor a primera vista. A mí me pasó", asegura Alberto, que lleva el pelo hacia atrás en una prolija colita.
"No hubo pedido de rodillas. Le propuse casamiento mientras cenábamos. Me había enterado de la posibilidad del casamiento gay por la movida política", apunta Alejandro, que trabaja en la administración pública para el gobierno porteño y también milita en el justicialismo.
Cambio de aire
"Es un gran cambio poder blanquear, al hacer un trámite o llenar un formulario, que estás casado con tu pareja con total tranquilidad. Ahora no tengo que ocultar nada; puedo salir tranquilo a la calle. Quizás es muy pequeño el cambio, pero para mí internamente es importante", defiende Alejandro, de expresivos ojos celestes agrandados por anteojos sin marco y camisa a cuadros.
"Por ejemplo, ahora ves que en las obras sociales se habla de cónyuge sin género y no de su esposa o esposo", destaca Alberto.
Ambos opinan que se respira un clima de mayor tolerancia en la sociedad argentina a partir de la sanción de la ley de matrimonio entre personas del mismo sexo. "El verdadero cambio se ve en los más chicos. En los más grandes el cambio de mentalidad es más difícil, si bien a partir de los medios les va llegando de a poco. Cuando tenía 16 años, no me imaginaba que podía existir esta apertura. Ahora está más aceptado por el marco legal. Por más que la Iglesia esté en contra, vos sabés que está aceptado", insiste Alberto, que atiende a sus pequeños pacientes en el hospital Penna, en el Ramón Carrillo y en la Clínica Santa Isabel.
"La ley te da mayor seguridad y sirve para el reconocimiento de algo que existe desde los emperadores romanos porque parejas homosexuales hubo siempre", destaca.
"Ahora ves chicos que están tranquilamente por la calle abrazados. Antes no los veías. Blanquear eso era muy difícil", compara Alejandro.
Pero fue mucho más difícil para Alberto que para Alejandro, porteño, confesar su homosexualidad ante sus padres. "En el interior está más tapado. Nunca les dije nada. Se tuvieron que dar cuenta", indica el misionero, con ligera tonada.
"No hay diferencia entre el matrimonio homosexual y el heterosexual. Es lo mismo", iguala Alejandro. Pero esta vez su compañero no concuerda. "Nosotros, por más que queramos, no podemos biológicamente tener un hijo. Este es un punto de diferencia". Sigue Alberto: "Soy el único de mis hermanos que no tiene hijos y no te digo que es obligación, pero…", sugiere el tío de once sobrinos y con varios ahijados.
"Creemos que vamos a ser padres medio obsesivos, porque somos muy puntillosos", augura el pediatra. Siempre pensamos en la monogamia como estilo de familia, si no para mí deja de serlo –aclara Alberto–. Nuestro próximo paso sería lograr la familia que queremos tener."
Adrian Gutman y Omar Turban
El diseño de la felicidad
En la entrada lateral de la casa de Omar Turban y Adrián Gutman, que funciona como taller de moda desde 1992, un intenso aroma floral recibe al que ingresa. "Es la dama de noche", enseña Adrián, de 43 años, apuntando a una estilizada planta que despliega gran cantidad de flores abiertas.
"Estamos en temporada alta porque empiezan a venir por los casamientos de este año", destaca Omar, de 61 años, y muestra una apretada colección de libros de teatro y diseño escondida detrás de una tapa forrada en shantung o seda salvaje, como la llamarían las señoras con quienes se codea todos los días.
Hace más de 23 años que Omar y Adrián están juntos, y desde el 28 de diciembre pasado llevan el anillo de casados.
"No pongas que estoy moqueando. O ponelo, pero de forma más poética, teatral –ruega con voz quebrada Omar cuando se le pregunta qué significó para él esa mañana en el Registro Civil cuando su relación de más de dos décadas pasó a llamarse matrimonio–. Fue el hecho de dejar de ser diferente. Siempre fui diferente."
A su lado, Adrián lo consuela ofreciéndole un mate endulzado con miel. "Antes de casarnos pensaba: amor, tenemos; compromiso, tenemos; proyectos, tenemos. Faltaba que existiera el reconocimiento del resto de la sociedad", enfatiza Adrián.
"Fue como una renovación de los votos. Sentir que estás aceptado y dejar de ser bicho raro. No es que andara tirando plumas; de hecho, tenemos un trabajo en el que hasta queda bien ser gay. En el diseño hay como un permiso", observa Omar.
Con tono de voz suave y templado, que contrasta con la palabra intensa y urgente de su pareja, el más joven del reciente matrimonio narra los comienzos de la relación: "Con Omar me empecé a cuestionar todo y a divertirme. Por ejemplo, el tema del sufrimiento, de la culpa".
"El era muy grandote para mí. A mí me gustaba ser el más alto en la relación para no dañar mi narciso", lo interrumpe Omar, de impecable camisa blanca.
Ambos rompieron los esquemas del otro en el momento de iniciar su relación amorosa: fue como un choque entre dos mundos. Hoy, en cambio, en la casa de techos altos de Núñez donde reciben a las coquetas clientas que van en busca de sus telas, cortes y consejos todo es armonía, buen gusto y fluye como estéticamente calculado.
Entre maniquíes, tijeras, agujas, retazos de sedas y percheros, Omar y Adrián se mueven con absoluta comodidad; el primero, más dedicado al trato con las exigentes clientas, y el segundo, enfocado al taller, el corte y el manejo de las artesanías. "Este es nuestro mundo", presentan.
"Siento que en nuestro entorno un velo se cayó y el trato es más cordial. En la familia, en las relaciones laborales con los clientes", puntualiza Adrián. "Siento que hay más aceptación entre la gente de 30 y 40 para abajo", distingue.
"Como es ley, si a la gente no le gusta, se la tiene que bancar. Eso da como un manto de protección ante la estupidez", agrega Omar.
Cuando salió la ley decidieron casarse. No salieron a batallar por eso, pero sí quisieron dar el paso una vez que fue posible. Allá a lo lejos se habían planteado la posibilidad de adoptar un hijo, pero decidieron que la paternidad no era para ellos.
"Siendo más jóvenes hablamos sobre el tema de la adopción. Pero juntos llegamos a la conclusión de que no era lo nuestro. Pensar en ser padres desde un rol responsable, ¿eh? No desde el quiero tener lo que tienen todos. Creo que con las ganas y el amor no es suficiente. Ser padre implica también una actitud. Es otro trabajo full time", medita Adrián.
"Pensar en matrimonio como en el modelo heterosexual no va porque somos dos hombres –le completa la frase Omar–. Somos dos seres humanos, es lo único que tenemos en común. Por empezar, tenemos los mismos órganos. No somos físicamente complementarios."
Las dos décadas de estabilidad en la relación los autoriza a dar consejos sobre la fórmula del éxito en el amor. Aquí, de pronto, se asemejan más que nunca a un típico y tradicional matrimonio cuando recomiendan nunca irse a acostar enojados. A su vez, para quien necesite una guía, Omar propone: "Ante una discusión subida de tono, hay que cambiar el escenario. No estancarse en ese sentimiento profundo de dolor. Cambiarse la ropa, servirse un champagne junto a una picadita y cambiar el registro".
Claudia Castro y Flavia Massenzio
Entre la militancia y el amor
Fue largo el camino que recorrieron para que las dejaran de ver como hermanas. "Como somos tan parecidas fisonómicamente... Estaba harta de eso", se queja Flavia Massenzio, sentada con Claudia Castro, en un restaurante a metros del Obelisco.
"Me gustan que sean cintas", opina Flavia, escrutando su anillo de oro rojo que lleva la inscripción: Clau y Fla junto a la fecha, 18 de noviembre de 2010, día en que se convirtieron en un matrimonio.
Flavia viajó 160 kilómetros desde General Belgrano, donde nació y se crió, hasta la Capital para iniciar sus estudios de abogacía en la Universidad de Buenos Aires y, como descubriría más tarde, una nueva sexualidad. Claudia desembarcó desde más cerca, La Plata, para alejarse de la angustia que generaba su declarado lesbianismo en su hogar. "En mi casa se vive decentemente", le advirtió la mamá; su padre, en cambio, optó por un silencio de reproche que caló todavía más profundo en el espíritu de su hija.
"Ambas pasamos por el exilio lésbico, que es trasladarse para sentirse en libertad, lejos de la familia y del entorno. A veces también es por el mismo prejuicio que una tiene, lo que llamamos lesbofobia internalizada. A mis amigas les conté mucho tiempo después y, cuando hablamos, me preguntaron por qué no les había dicho antes", recuerda Claudia, vicepresidenta de la Federación Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Transexuales (Falgbt).
Se conocieron en La Fulana, el espacio de lesbianas y mujeres bisexuales que existe desde hace más de 15 años en el país, y ya no se separaron. Claro que al principio eran sólo amigas. Al preguntarles cuántos años tienen, las dos morochas, de estatura mediana y vestidas de negro, responden al unísono: 35. Al igual que cuando se inquiere por la responsable de la cocina en el hogar: "Ninguna de las dos", corean sin ningún complejo.
Ellas dan muchas razones en el momento de justificar la necesidad de casarse, algunas más prácticas que otras. "No teníamos derecho a herencia y había que calcular todo el tiempo lo que comprábamos. Imaginate: estás conviviendo con una persona y tenés que estar todo el tiempo especulando a nombre de quién ponés cada cosa", comenta la abogada, que encabezó más de 40 amparos en la ciudad de Buenos Aires para autorizar el casamiento entre personas del mismo sexo, de los cuales nueve fueron exitosos.
El día que entraron al Registro Civil a Claudia le costó bastante dar el sí. "Ella estaba tan emocionada que no podía ni hablar. El discurso de la jueza fue conmovedor. La primera y segunda fila de familiares hacía temblar los asientos con los llantos. Después hubo una gran fiesta que duró hasta la medianoche con amigos, activistas y niños. Muchos niños."
En la madrugada del 15 de julio de 2010, cuando se sancionó en el Congreso la histórica ley, Claudia estaba envuelta en la bandera multicolor de la Falgbt y Flavia se paseaba entre la gente que escuchaba en silencio los encendidos discursos de los senadores. Estaban apostadas allí desde las 11 de la mañana y el frío las hacía tiritar. "Cuando se escuchó el resultado final comenzaron los gritos, desahogos, llantos, alegría y muchos abrazos. Ahí nos buscamos. Clau bajó corriendo y llorando del escenario y nos abrazamos. No te puedo explicar la fuerte energía que se vivió ese día en la plaza. Luego de eso pensás que podés cambiar todo", relata Flavia, responsable del primer amparo que salió en América latina de cambio de identidad sin una intervención quirúrgica genital: el de Florencia de la V.
Para ellas, el siguiente cambio es de hogar, porque están pensando en extenderse no sólo en metros cuadrados, sino en cantidad. "Tomamos un tiempo para pensar y repensar si queríamos ser madres, porque es un deseo que puede venir impuesto desde la sociedad", observa Castro. "Vamos a recurrir a un banco de esperma", explica Flavia, que será por consenso la madre gestante.
Por delante tienen ya otra meta. Esta vez nadie les dirá que es imposible.
A UN AÑO DE LA LEY TAMBIEN PASO...
1. Un fallo del Supremo Tribunal de Brasil legalizó la unión civil homosexual, que beneficia a más de 60.000 parejas del mismo sexo. La legalización de la unión estable de personas del mismo sexo, que se dictó el 5 de mayo pasado, garantiza que las parejas de gays y lesbianas puedan tener los mismos derechos que los matrimonios heterosexuales, tanto civiles como económicos, como ocurre en otros países de América latina.
2. Por primera vez desde la aprobación de la ley de matrimonio igualitario en nuestro país, un Registro Civil certificó, mediante un simple acto administrativo, el nacimiento de dos niñas, con el apellido de ambas madres –incluyendo en primer lugar el de la madre no biológica y reconociendo la comaternidad, al figurar ambas en el acta correspondiente, sin ningún tipo de aclaración o enmienda–. El 2 de junio, y en el Registro Civil de Rosario, se emitieron los certificados de nacimiento de las hijas mellizas de la familia conformada por Adriana y Florencia, una pareja de mujeres que se unieron en matrimonio en febrero.
3. El 15 de junio último se comenzó a tramitar el primer divorcio gay de la Argentina. Fue en La Rioja, donde Angela, de 46 años, y Vanesa, de 26, decidieron poner punto final al enlace, luego de sólo dos meses de matrimonio.
4. Tras varios días de especulaciones, el 25 del mes último se aprobó el matrimonio gay en el estado de Nueva York, Estados Unidos, en una histórica votación que culminó con la sanción del Marriage Equality Act.