MAGIA. FX EFECTOS NACIONALES
La Argentina se está abriendo a un nuevo mercado: el de los efectos especiales.Con más ingenio que bolsillo, la movida abarca desde trucos publicitarios hasta los muñecos de los parques temáticos y las explosiones y catástrofes varias que se ven en las pantallas
El Capitán Piluso habla por teléfono con su compañero Coquito. Está en una cabina, y le dice que tiene un mensaje confidencial para darle.
-¿Te lo mando por correo o por cable?
-Mejor por cable.
-¡Ahiií vaaa!
Olmedo extrae una pelotita del bolsillo y la arroja con el desapego eficiente con que se sueltan las granadas. El proyectil hace un arco en el aire, acorta la distancia del estudio de ATC, y cae a los pies de Coquito.
Bum. Un humo gris llena la sala, y hay olor a plástico inflamado, a explosión clase C, a chispazos en blanco y negro. Detrás de cámaras, los contingentes de jardín de infantes aplauden el gag con la furia de los groupies más frenéticos. Pero hay una nena que no ríe. La lente la descubre, la enfoca, recorre la lágrima que muere en el mentón tembloroso. La nena no festeja, porque se asustó con la bombita. Se la creyó.
"El fundamento del buen efecto especial es que a la vista del espectador resulte espectacular, pero que en la realización no se esté lastimando a nadie -explica Daniel Wagner, director de la escuela de cine Buenos Aires Films- No vale serruchar o incendiar a alguien en serio para crear el efecto, porque entonces no hay efecto." Cuentan las crónicas de entonces que Coquito salió ileso de tremenda hazaña. Sin dolor y sin saberlo, protagonizaba una de las versiones más primitivas e infantiles de lo que serían los efectos especiales made in Argentina. Veinte años más tarde, el rubro está algo más maduro, casi posadolescente, y poco tiene que ver con los cables quemados de 1970. En la era de Jurassic Park, Godzilla y Terminator , el folklore local decidió sacarse la modorra y animarse a jugar con fuego.
En el quiosco de los artificios hay mucho más que bombas y disparos. Los muñecos que a la entrada de un negocio mueven banderitas para captar gente; los bares temáticos llenos de dobles con las facciones tirantes y perfectas de algún famoso; las arrugas, las cicatrices y las caracterizaciones de las películas; las historias donde conviven seres humanos con dibujos animados, y el plástico marrón y tentador que en las propagandas nos hace creer que es chocolate son gajos de un mundo ficticio y apenas exprimido en estas pampas.
"Hacer efectos especiales acá es muy duro, pero nos tenemos fe", se alienta Gabriel Belvedere, que junto a Georgina Ciotti y Martín Rainone están a cargo del taller Kreater, donde se confeccionan animatronics (figuras móviles, como los gremlins) y muñecos fijos.
"El mercado es muy amplio, pero falta costumbre. Los cineastas no arriesgan demasiado con los animatronics, y los comerciantes, por ejemplo, no entienden la gran diferencia entre colgar un cartel de neón y poner un cocinero agitando el bracito para captar gente. El costo es similar, y el atractivo es mayor."
A pocos metros de Gabriel, se levanta lo menos parecido a un cocinero simpático y regalón. Spawn es una tremenda mole de músculos rojos y alma de utilería. Un personaje tamaño Goliat y tieso como un hombre excedido en pesas, que fue creado con un fin inofensivo: adornar la entrada de una casa de cómics. Spawn cuesta 3000 pesos y tiene la perfección de las mejores industrias. Y, sin embargo, no existe arruga, músculo o color que haya conocido el ritmo automático de la producción en masa. En el taller no hay cintas transportadoras ni máquinas de avanzada. Hay, apenas, tarros, tarritos, pintura en aerosol, overoles curtidos en resina y herramientas multifunción.
"En los Estados Unidos buscan mucho a los latinos, porque lo atamos con alambre -asegura Georgina Ciotti-. Como acá no tenemos la misma tecnología que allá, ante un problema hay que ingeniárselas con lo que hay a mano. Hay que usar más la cabeza."
En la Máquina Hollywood armaron un dispositivo destinado a construir soluciones. Para que funcione, existe una gran pala que se activa cuando hay suficientes kilos de dinero depositados encima. Eso no es un problema: frente a los grandes proyectos, los que prometen el cielo y la taquilla, los bolsillos se relajan y lo sacan todo afuera. En muchos casos, las películas se venden gracias a sus efectos y se crean compañías especiales en función del film por realizar. Los altísimos costos responden al presupuesto destinado a animatronics, y las fábricas no cesan de parir pelos elastizados, ojos, prótesis dentales, uñas y pieles. Mientras que la piel de Spawn es un entramado de arrugas talladas durante días con paciencia de monje, los aparatos del Norte pueden alumbrar en unos segundos cien kilos de piel de Spawn.
"¡No sabés! ¡Tengo que mostrarte lo que encontré! -se acuerda repentina, feliz, iluminada, Georgina-. Solución latina: el otro día me compré un pulóver con una lana que tiene como pelitos. Parece una piel de mono, así que nos viene bárbaro." Solución latina (según el diccionario FX): localismo aplicado a todas aquellas respuestas que se valen del ingenio cuando no hay Hollywood que valga. Verbigracia: usar un pantalón para hacer las escamas de una serpiente, sistema rudimentario y característico de los países en vías de Primer Mundo, que algunas veces es solicitado por las naciones desarrolladas.
El pedido de auxilio llega cuando surge un problema fuera de catálogo. El lector puede hacer la prueba: llame por teléfono a un fast food y pida el Combo 1..., pero con pepinillos en lugar de tomates. Como no estaba previsto que alguien alterara el mecanismo de un engranaje perfecto, semejante pretensión resultará fatal. Y aunque el lector ofrezca pagar el doble o alquilar una moto para que un empleado vaya a comprar pepinillos, el problema seguirá siendo un problema, y habrá que hacerse la hamburguesa en casa.
Algo así sucede con la industria.
Alejandro Fabián se ocupa de hacernos creer que todo lo que se ve en las publicidades es cierto. Desde el corazón de dulce de leche de un chocolate partido ante cámaras hasta la felicidad de una casa en plena pradera y llena de niños comiendo salchichas, o la torre inmensa de un aviso de bebidas alcohólicas. Las cosas como son: la golosina es de plástico, el dulce hogar es una maqueta y la torre mide un metro.
Esta escala liliputiense permitió hacer de Nueva York una suerte de juego Mis Ladrillos en versión celuloide. Una y otra vez, los cineastas se divierten derrumbando el edificio de la Chrysler, volando el Madison Square Garden y destruyendo el Puente de Brooklyn. Según la revista especializada SFX, una de las mejores formas de terminar con el mundo consiste en convertirse en director de cine y esperar que alguien proporcione el presupuesto necesario.
Cuando llega el dinero, muchas de las producciones golpean las puertas del padre de la criatura: George Lucas. Para poder concretar La guerra de las galaxias, creó la empresa Industrial Light and Magic, que introdujo la tecnología de las computadoras y revolucionó el mercado de efectos especiales. Desde que su hija pródiga se estrenó, el 25 de mayo de 1977, ILM ofreció sus servicios a otras 110 películas.
"Me gustaría trabajar en una gran película, pero sé que hacerlo allá significa ser el que le puso el tornillo a la nave o le pintó el ojo al dinosaurio, y no el que se encargó del proyecto -explica Alejandro Fabián-. Prefiero ser cabeza de ratón a cola de león, y estar en la Argentina no me desalienta." A lo sumo, la experiencia local es un buen entrenamiento de supervivencia. Para trabajar, hay que ser eficiente, ofrecer buenos precios y mover las manos y el ingenio con extrema rapidez. Mientras que en otros países los proyectos se piden con un mínimo de seis meses de anticipación, los encargos locales se hacen para ayer.
"Hay veces en las que me tengo que quedar sin dormir -asegura Alejandro-. De todos modos, hay gente que está invirtiendo, que apuesta y no se queda con lo que hay."
Adrián Suar quemó las naves con Pol-ka, la primera productora nacional en animarse a la cara más sufrida de los efectos especiales: la de los disparos, las voladuras de ventanas y demás desgracias con efecto.
"Pensar que lo atamos con alambre es creer que somos los más vivos de todos, y que a su vez solucionamos las cosas con material berreta, y no es así. Las técnicas que usamos son las mismas que en Hollywood, y las diferencias sólo son presupuestarias. Acá una película cuesta dos millones y medio, y allá no baja de los cincuenta millones."
El término atar con alambre raspa como óxido en los oídos de Federico Cuevas. El es uno de los dueños de FX Stunt Team SA, la empresa subcontratada por Pol-ka para hacer los efectos de Poliladron y Comodines, y es uno de los dobles de riesgo del Stunt Show del Parque de la Costa, un espectáculo con acrobacias en vivo y en directo.
Con el fin de hacer este show, existe un equipo entrenado para fingir golpes, heridas y torceduras varias. Como propuesta, es mucho más saludable que la versión antigua: años atrás, los dobles eran los Titanes en el Ring. Pero los señores no ejercían su papel como es debido. Cada vez que se pegaban, salían eyectados por una puerta o se estampaban contra las paredes, lo hacían en serio.
Y hoy, no obstante, el peligro late bajo la axila del éxito. "¿Voy a quedar como Nicky Lauda?" Las risitas nerviosas de Adrián Suar se agitaron cada vez que fue necesario desarrollar una escena con fuego. En esta oportunidad (como en la mayoría) lo único oscuro fue el humor. Pero en algunos pocos casos, lo negro es el archivo. Allí se guarda la muerte de Pierri, uno de los protagonistas de la serie Detective de señoras. Una explosión antes de tiempo le voló la mano, y fue hospitalizado. Si bien falleció por problemas de anestesia, Tom Cundom -el encargado de los efectos de la tira- sumó a su espalda una cruz de plomo.
En el exterior, estas desgracias también se consiguen. Brandon Lee (el hijo de Bruce Lee) murió cuando le dispararon con una munición de salva en mal estado, durante la filmación de la película El cuervo. Los efectos especiales, esta vez, sirvieron para terminar la película digitalizando la cara de Lee sobre el cuerpo de otro doble.
"El parámetro con el que se trabaja es siempre el de la seguridad -garantiza Daniel Wagner-. Por supuesto que existe una mayor exposición, pero eso pasa en cualquier lado. Estás cruzando una bola de fuego, no es que vayas a la ducha." Desde hace cuatro años, Daniel dirige la única escuela de cine que contempla la enseñanza del género de acción. En la mayoría de los institutos, la historia es la misma: un alumno propone escenas de riesgo y le devuelven el guión tachado. "Si un estudiante propone arrojar al protagonista de un balcón, se lo anulan, porque es irrealizable. Acá queremos que tengan ese recurso: si querés tirar a tu protagonista, podés."
Si querés jugar al desastre, podés. Para eso, la cuadrilla FX Factory (perteneciente a Buenos Aires Films) tiene acróbatas entrenados para vivir un peligro anunciado.
Hoy hay una demostración (se hacen cada dos meses) y Daniel Hübscher se está preparando para el riesgo. Tiene la piel untada con gel antiflama y una ametralladora plástica amarrada entre los dedos. Daniel no es Stallone ni estamos en Vietnam. El lugar: las areneras del puerto de Olivos. El día: frío y con un sol inútil flotando entre la bruma. El piso es un mapa de cables rojos bajo un montón de químicos listos para explotar.
Porque ya pasaron los ensayos. Porque Daniel corrió y saltó por los aires infinitas veces. E infinitas veces cayó sobre una red de colchones y cajas de cartón. Pero ahora es en serio, y hay alguien al pie de los botones listo para detonar cuando sea preciso.
-¡Acción! Daniel empieza a correr como un demonio escapando del infierno. Hasta que algo estalla, y el cuerpo se despega del suelo, y una lengua de fuego envuelve el aire, y la tarde se recalienta de golpe. Boom, se escucha. Boom, retumba en las entrañas. Boom, y los ojos se llenan de pura utilería. Esta vez, el humo es en colores.
Texto: Josefina Licitra
Fotos: Daniel Pessah