Un experto te da algunos consejos para que tengas en cuenta al momento de elegir los tonos en un ambiente de la casa
Por Arq. Gustavo Peláez.
Se acerca la primavera y con ella las propuestas de colores de estación. El color es un recurso indispensable a la hora de agrandar o achicar un espacio, así como también para resaltar algún objeto dentro de él.
Cada ambiente trabaja mejor con ciertas paletas de colores: no es lo mismo un cuarto, que un lugar de trabajo o la cocina. El código de color difiere en cada uno de ellos. Para elegir el tono ideal debemos entender cómo funciona cada color en forma individual y en combinación con otros.
Veamos un poco qué es técnicamente el color. No es una propiedad de las cosas sino que se encuentra en la luz que, al propagarse, se traduce en siete colores: rojo, naranja, amarillo, verde, azul, añil (azul oscuro) y violeta. Éstos aparecen claramente en el arcoíris.
De acuerdo a la longitud de la onda, será la incidencia de la luz blanca sobre un elemento. Por eso, un color puede variar según la cantidad de luz que tenemos en el momento: la percepción de un color varía en la noche, un día nublado o simplemente en un espacio iluminado con cierto tono.
Los objetos rojos reflejan el rojo y absorben al resto. Así con cada uno de los colores. Los cuerpos que no reflejan ningún color y absorben todos se ven de color negro. Por el contrario, los que reflejan todos los colores se ven de color blanco.
La longitud de onda más larga es la que corresponde al rojo, y a partir de allí las longitudes decrecen, hasta llegar al violeta, que es el color con la longitud de onda más corta.
Veamos algunos parámetros que nos ayudan a ordenarnos a la hora de utilizar el color y facilitarnos cuál elegir.
Básicamente tenemos los primarios (rojo azul y amarillo), los secundarios (que se logran por la mezcla de los primarios entre sí: rojo y azul dan violeta; rojo y amarillo, dan naranja; azul y amarillo, dan verde). Por último, los colores terciarios se logran a través de la mezcla de primarios y secundarios, en partes iguales.
Al momento de combinar colores en un espacio, lo ideal es agrupar muestras de los géneros, tonos de pintura y elementos que vayamos a utilizar, para chequear que haya cierta armonía entre ellos.
Si los tonos elegidos son fuertes, lo mejor será armonizarlos con algún neutro: gris, blanco o negro, dependiendo de si los elementos con color que elegimos tienen terminaciones brillantes, opacas o estampadas. No es conveniente reunir más de tres colores para acompañar con los neutros.
La combinación más sencilla se logra utilizando un solo color y sus matices, por ejemplo: verde claro, intermedio y oscuro. Dentro de esta uniformidad, se podría variar a través de las texturas.
Otra variante es apelar al contraste suave, reuniendo tonos que incluyan un mismo color como base (por ejemplo, amarillo, amarillo-verdoso y amarillo-anaranjado). Nos da una variedad pero sin estridencias en su uso. Sí son muy intensos, lo mejor es apelar a un neutro claro. Si buscamos alto impacto, lo podemos conseguir mediante el uso de complementarios. Con ellos conseguimos un fuerte grado de contraste, sin caer en la desarmonía.
Los colores con mayor contenido de amarillo son los más cálidos; mientras que en los fríos predomina el azul. Por eso el verde, según la cantidad de amarillo que tenga, se podrá tomar como cálido o frió. Los primeros brindan un efecto estimulante y dan la impresión de adelantarse a la superficie que los contiene, dando la sensación de cercanía. Se lo suele asociar a espacios de uso activo, como el living y la cocina. Los segundos son relajantes, dan un efecto de profundidad y se asocian a lugares calmos o de concentración, como espacios de trabajo o dormitorios.