José Antonio Viera-Gallo, embajador de Chile: de su particular carrera política a la pasión por Buenos Aires
Desde su residencia, en Palermo, brinda detalles de su familia y de su estrecha relación con la Argentina, donde pasó parte de su niñez
10 minutos de lectura'
“El chileno no tiene ningún resquemor con el argentino”, asegura el embajador de Chile, José Antonio Viera-Gallo. Su vida se ha convertido en un repaso de la historia chilena reciente. Sentado en el living de su residencia, en la calle Tagle, recibe a LA NACION. Fue embajador en la Argentina entre 2015 y 2018. En 2023 regresó para su segunda misión.
Viera-Gallo no es, lo que se dice, “un embajador de carrera”: hijo de diplomático, es abogado y tiene un posgrado en Ciencias Políticas. Su derrotero es particular: en 1970, poco después del triunfo de Salvador Allende, asumió como subsecretario de Justicia. “Tenía 27 años. Me acababa de casar [con María Teresa Chadwick Piñera, conocida como ‘la Té’, política y socióloga perteneciente a una prominente familia de clase alta chilena], recién nos asentábamos en el departamento que nos había regalado mi suegro. Yo trabajaba en la Universidad Católica, ya estaba comprometido en política cuando recibí el llamado”, cuenta.
-¿Había muchos jóvenes en el gobierno?
-Había gente joven, sí, lo que no quiere decir que fuera una buena idea, mirado con el tiempo. Pero bueno, sí. Estuve allí, hasta que Allende me pidió que fuera candidato a diputado por Santiago. Fui, perdí y entonces volví a la Universidad Católica. Ahí vino el golpe.
-Usted era miembro de la Unidad Popular. Imagino que su vida corrió peligro tras el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 liderado por Augusto Pinochet.
–El golpe estaba en el aire, se sabía que venía, yo tenía un plan para esconderme por si eso pasaba. Me estaba duchando cuando sucedió. No llegué ni a saludar a las niñas, me fui a la casa de un jesuita donde me encontré con varios amigos. Permanecimos allí dos días porque había toque de queda. Mi familia no sabía dónde estaba. Allí me enteré de la muerte de Allende. ¿Cómo? Llamaron a una escritora bien conocida que estaba conmigo, a la Marcela Serrano, y empezó a los gritos. “¡Noooo!”, repetía. Hasta que cayó desmayada. Se emocionó mucho, la pobre. Ella nos contó que había muerto Allende.
-¿Quién lo ayudó a escaparse?
-De ahí, un tío obispo de mi señora [monseñor Bernardino Piñera, tío también del presidente Piñera] me llevó a refugiarme a la Nunciatura Apostólica que felizmente me aceptó, porque la gente se refugiaba en las embajadas. Nos fuimos sin nada. Nosotros éramos solo tres refugiados allí, pero la Nunciatura era colindante con la embajada de Francia, donde había 600 personas. Estuve cuatro meses ahí hasta que me dieron salvoconducto y volamos todos a Roma. Fuimos recibidos en el convento de los padres oblatos, que son canadieneses.
Derrotero familiar
José Antonio y Teresa tuvieron tres hijas: María José (periodista y escritora), María Teresa (montajista de cine) y Manuela (artista plástica, que vive en Nueva York).
Los Chadwick Piñera son un apellido de peso en Chile. Hermana del exministro del Interior, Andrés Chadwick, y prima del presidente Sebastián Piñera, con quien eran muy cercanos, Teresa mantuvo una carrera política propia hasta que se retiró de la vida pública en 2010, cuando su primo asumió la presidencia.
-¿Cómo fueron esos años en Roma?
-Fueron diez años. Estuve dos años con una beca de estudiante y después conseguí trabajo, que no era nada fácil. Todo hasta que me dieron permiso para volver, cuando se decidió hacer una apertura regulada y Pinochet daba permisos a los exiliados, aunque no fueron con una lógica. Fue, como dicen en Chile, al lote. Mi señora volvió primero, a los siete años, estaba con las niñas en Chile, y me dijo: “Tienes que volver ya”.
-¿Cómo lo vivieron sus hijas?
-Para ellas el exilio verdadero comenzó con el regreso, pues las tres se sentían bien en Roma, era lo único que conocían. Tenían 12, 13 años… Si nos hubiéramos quedado en el exilio dos o tres años más, hubiera sido muy difícil hacerlas volver. Justamente, mi hija mayor acaba de escribir un libro de “autoficción” sobre esto. Se lo publicarán en castellano y en italiano.
-¿Usted lo pudo leer?
-Sí, para mí fue raro. Ella está contenta, es como un triunfo. Yo creo que al final los hijos de los exiliados quedaron más marcados que uno, esa es la verdad. Pero no es fácil empezar de nuevo. Porque no es lo mismo el exilio que cuando uno elige irse de su país.
-En su biblioteca tiene foto con tres papas: Juan Pablo II, Benedicto y Francisco. Además, en su salida de Chile y su llegada a Roma lo asistió la Iglesia. ¿Es un hombre de fe?
-Cuando uno está con problemas, se aferra a las creencias. Considero que la Iglesia es una institución, que si uno hace el balance, hace un gran bien. Su misión es muy difícil. Si me preguntas por la religión, sí creo, pero no pienso que pueda existir algo así que se llame infierno. Si empezamos con los dogmas más tradicionales, estoy muy lejos de eso, pero con la Iglesia tengo gran gratitud.
La vuelta a la democracia
-Antes de venir en misión diplomática, ¿conocía la Argentina?
-Sí, en mi infancia había vivido en Buenos Aires con mi padre, que trabajó en la embajada. Vivíamos en la calle Juncal, yo jugaba en a Plaza Vicente López y fui a la escuela Faustino Sarmiento, en la calle Libertad, hasta los siete años. Pasé parte de mi infancia allí. De ahí fuimos a República Dominicana, Perú, Portugal... A los 15 años estuve en Francia y luego mi padre se fue para Montevideo. Íbamos y veníamos. El último cargo de mi padre fue cónsul general en Buenos Aires, de nuevo. Por entonces yo estaba en la universidad, iba y venía, vivíamos en el Alvear y Callao, en el edificio Versailles Palace, 4to piso.
-Imagino ya que no se siente un extranjero en Buenos Aires.
-Uno está como dividido... Cuando vuelvo a Roma, siento que vuelvo a casa, es una cosa muy rara. Como he sido hijo diplomático, tengo mi vida repartida en muchos países. Mi señora sí que sufrió harto, porque son ocho hermanos muy unidos. Imaginate, ella no era la exiliada, sino que era su marido. Entonces, tiene derecho a pensar ‘te estoy acompañando, pero... ¿por cuánto tiempo?’ Muchas familias sufrieron mucho por eso. Además, mi señora tiene su carrera.
-Cuando regresó la democracia, fue presidente de la Cámara de Diputados, donde le tocó interactuar con Augusto Pinochet.
-Sí, como él seguía siendo Comandante Jefe del Ejército, durante esos cuatro años me tocó protocolarmente verlo muchas veces. Yo anteponía, siempre, el interés del país. Muchos de nosotros en el exilio hicimos una autocrítica muy profunda. Cuando recuperamos la democracia, el interés era que la transición fuera hacia adelante, que el gobierno tuviera éxito. Había mucha preocupación, porque si fracasaba el primer gobierno democrático de Chile,Pinochet habría vuelto. Entonces, la preocupación principal fue que a ese gobierno le fuera bien. En Argentina, Alfonsín tuvo una inflación muy alta al final. Viendo su caso, comenzamos con un ajuste, algo que fue difícil, porque Pinochet dejó una inflación potencial casi del 40%, era mucho para Chile, pero la gente entendió. Si a la gente se le habla con la verdad, la gente entiende. Saben de los problemas de su casa: cuánto entra y cuánto sale.
-A propósito, ¿usted sabe cuánto se gasta acá, en la residencia del embajador?
-Yo sé cuánto gasto en mi casa, esta casa la pago yo. No pago arriendo [alquiler], pero el supermercado y todo sale de mi bolsillo: luz, agua, gas. En Italia no hay servicio, o sea, ahí uno lo hace todo en la casa. Entonces, te divides con tu mujer. Y, de las cosas que había que hacer, yo prefería cocinar. Lo peor para mí es lavar, no digamos planchar, que ya es lo más difícil [risas]. Yo prefería hacer la limpieza y cocinar. Cocino mucho, me encanta.
-¿Qué cocina? ¿Cuál es su especialidad?
-Soy bueno haciendo pastas, también unas buenas ensaladas.
–Si sabe cocinar, sabe comer. ¿Qué lugares elige?
-Vamos a distintos lugares. Si queremos comer carne, me gusta mucho la Parrilla del Plata, que está en Chile y Perú. También vamos otra que está en La Boca, que se llama El Gran Paraíso. Después hay un restaurante italiano al que vamos bastante, Il Matarello, en Palermo. Y me encanta también ese restaurante peruano, Barra Chalaca. Acá cerca, en Tagle, vamos a Tupé.
-¿Cómo es la vida familiar? ¿Discuten de política en casa?
-Mucho, todo el día. Y en lo básico siempre llegamos a un acuerdo. Por lo general estoy yo de un lado. Imagine, un varón contra cuatro mujeres… Cuando están todas juntas, yo casi que enmudezco porque son personas más que inteligentes. Además los nietos también empiezan a opinar [ríe]. Claro que es un tema, nos interesa la política.
-¿También discute con su familia política, los Chadwick Piñera?
-Con mucho respeto, además prima un cariño muy grande. Yo tengo diferencias, obviamente, sobre todo con mis cuñados, ya que dos son políticos. Pero es una familia muy educada, no van al choque, son personas amables, comprensivas. Cuando yo estaba en la Cámara de Diputados, mi cuñado estaba en la oposición, se sentaba enfrente y discutíamos, como es lógico. Y me pasó lo mismo en el Senado, donde compartimos el parlamento.

-¿Condicionó su carrera que el primo de su esposa, Sebastián Piñera, haya alcanzado la presidencia de Chile?
-No. Yo estaba acá de embajador de la Michelle [por Bachelet] cuando ganó Sebastián. Enseguida me llamó por teléfono y me ofreció quedarme de embajador. Le dije que no, porque hubiera sido malo para él, la gente habría dicho que era por nepotismo.
-Pocas veces se habló tanto de Chile como en este último año. Es furor, salen charters de compras…
-Primero venían cantidad de chilenos porque era más barato y ahora son millones de argentinos quienes van para allá. A Chile sobretodo van muchos de provincias fronterizas. El cálculo promedio es que hay 3 millones de personas que cruzan la frontera todos los años, ahora más, pero lo normal es eso, aproximadamente, así que sí, hay mucho flujo.Los comerciantes felices, dichosos, primero porque dejan plata, y segundo porque la verdad es que el chileno no tiene ningún resquemor con el argentino. Algunos pueden decir que el porteño, como es más exuberante, es prepotente, pero no es así. La verdad que no.



-Tiene 81 años, ¿a qué edad se retira un señor embajador?
-Yo creo que ya debería estar retirado, pero es hasta que uno diga “basta.” O también hasta que alguien a uno le diga “mire, ya está, chau”. Creo que este será mi último servicio público. Mi mujer es muy realista y ella piensa que la misión ya se está cumpliendo, que estamos llegando al final. Es tiempo de volver a casa, en Chile, que siempre la mantuvimos abierta.
Otras noticias de Mesa para dos
- 1
Cuántos días se pueden guardar los sándwiches de miga en la heladera: los mejores trucos para conservarlos
2Fue modelo, estudió en París, su ropa mezcla artesanía con pop y la eligen desde Lali a Moria Casán: “En Argentina somos bastante tímidos”
3Efemérides del 28 de diciembre: ¿qué pasó un día como hoy?
4Por qué se recomienda usar papel aluminio para los rieles de las ventanas




