“La gente no va a usar internet”. En una esquina de Belgrano, con 10 computadoras, fundó el primer cibercafé de la Argentina
Jorge Avaca inauguró, en 1995, hace 30 años, el primer cibercafé en Latinoamérica
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“A mí me gusta hacer cosas originales. Soy innovador y quiero hacer cosas para que le sirva a la gente”. Así se define Jorge Avaca, y su historia como emprendedor en la década del 90 lo avala.
En esos años, el servicio de internet en la Argentina era incipiente y precario. De hecho, según encuestas del Indec, en 1995 había cerca de 15.000 usuarios en el país. Los costos eran altos, las velocidades, lentas, y la conexión, monopolizada por la empresa Startel, que manejaba Telefónica y Telecom.

En ese contexto, y en ese mismo año, Avaca, siguiendo al pie de la letra su autodefinición, decidió abrir el primer cibercafé de Latinoamérica. Fue un alboroto: se ubicaba en Belgrano, en la esquina de Maure y Luis María Campos. Aparecieron los medios radiales y televisivos, que se sumaron a la gente que quería probar y entender eso que, en el momento, era toda una novedad.
A pesar del desconocimiento generalizado, del cual Avaca no estaba exento, él contaba con una ventaja: hacía 10 años que era dueño de una cafetería en Paseo Alcorta y eso le daba experiencia en el rubro gastronómico. Ahí empezó a nacerle la idea de un nuevo café: “Había puesto un revistero, y me di cuenta de que la gente leía mucho las revistas, los diarios. Se sentaba en el shopping, en el medio del patio de comidas, y se la pasaba leyendo. Entonces me dije que tenía que hacer algo diferente. Un bar: ‘Yo quiero hacer un bar diferente, donde la gente tenga algo para distraerse’”. Tenía 30 años y una visión.

Su primera idea, aunque no era exactamente la del bar que desarrolló, se le parecía. Primero compró una computadora y aprendió a usar Windows, el sistema que, como todo lo demás, recién empezaba. Tomó cursos y lo decidió: iba a poner a disposición de los clientes cuatro o cinco computadoras que tuvieran acceso a bibliotecas digitales y, en particular, a la enciclopedia Encarta, que contenía artículos, imágenes, videos, y más herramientas de estudio: “Pensé, bueno, la gente por lo menos va a poder investigar”.

Con esa intención inicial, empezó las obras para remodelar el nuevo local. Pero el proyecto no tardó demasiado en mutar, en agrandarse. Fue en uno de esos cursos de computación que un profesor amigo le sugirió que en vez de dar acceso a la Encarta, pusiera internet. Él le preguntó lo mismo que mucha gente: ¿Qué es internet?.
El profesor sacó una revista americana de computación. Había una nota, en inglés, que contaba sobre la apertura del primer bar con internet en Nueva York. Leyó ahí mismo que las personas se conectaban unas con otras a través de las computadoras, que se podía acceder a información de otros países. “‘¡¿En serio?!’, le dije yo. A las 48 horas estaba en Manhattan. Me tomé un avión y lo primero que hice fue ir desde el aeropuerto al local ese, que de hecho estaba lleno de gente. Era pequeño. Tenía cinco o seis computadoras. Y me dije: ‘Bueno, esto tengo que hacer en la obra del bar’. Volví y me puse en campaña", detalla.
Fue una inversión importante: US$200.000 solo para remodelar el lugar. No le quedaba mucho excedente para equiparse con las computadoras, así que decidió ir directamente a las empresas. Se acercó a Compaq, Acer, IBM. Llegó a Hewlett-Packard (HP) y lo recibió la presidenta de la compañía. La reunión duró cinco minutos. Ella le dijo sin rodeos: “¿Vas a poner un cibercafé? Yo sé lo que es, me encanta. Quiero apoyarte, así que te doy lo que necesites". Así lo relata Avaca hoy.

Hizo el acuerdo y accedió a 10 computadoras. Alguien de la empresa, no está seguro quién, le comentó a un amigo periodista, que trabajaba para LA NACION, sobre su proyecto. Le hizo una nota que llegó a la tapa un 27 de noviembre de 1995, poco antes de la apertura oficial. El día que salió publicada, Avaca viajaba en un taxi cuando lo llamó un amigo de entonces, Martín Cabrales, desde el aeropuerto: “Me dice: ‘Saliste en el diario La Nación, que inaugurás un cibercafé’. Enseguida le pedí al taxista que frenara en el kiosco. Compré un diario, que todavía era formato sábana, y lo primero que hice fue abrirlo y empezar a buscar la nota. No la encontré. Así que lo cerré y lo apoyé sobre mis piernas, y ahí estaba, en la tapa, la foto del primer cibercafé”, cuenta.

La noticia se propagó rápido, pero el desconocimiento sobre ese rubro seguía dominando a los vecinos. Poco antes de terminar las obras en el local, por ejemplo, el dueño de la ferretería en donde iba a comprar los materiales le comentó: “Me enteré de que vas a poner computadoras con internet. ¿Qué es internet? Acá en el barrio están todos enloquecidos". Fue una frase que se recuerda divertido: “Todo el mundo estaba tratando de entender quién era el loco ese que iba a abrir el café y si realmente iba a tener algún sentido. No se burlaban, me miraban raro. Eso me causó mucha gracia”.
La conectividad
En los 90, internet recién estaba dando sus primeros pasos. La conectividad, asegura, “fue un tema durísimo”. Primero pensó en conectar todo telefónicamente, como se hacía en las casas particulares que tuvieran una pc, pero se dio cuenta de que las máquinas iban a ser muy lentas. Necesitaba lo que se llamaba “conectividad punto a punto”, es decir, el cable. No fue fácil.
“Me acerqué a la empresa Startel. Me había enterado de que era la más importante. Fui, llevé una carpetita con todas las obras del local, que ya casi las terminaba, y me recibieron cuatro directores. Era como encontrarte con Don Isidoro Cañones [por el personaje de historietas]: viejos carcamanes, todos de traje, bigotes largos... Me dijeron: ‘No, muchacho. Internet no es para vos. Startel provee a las grandes corporaciones. Jamás te lo vamos a dar, la gente no va a usar internet, esto es para las empresas’”, relata.

Creyó que ese era el final, que no iba a poder abrir: “Fue una semana de lucha. Yo pensé que ya estaba, tiraba las computadoras. No hago nada. No tengo internet”. Habló con un conocido que se comunicó con Alicia Bañuelos, quien coordinaba el proyecto de informatización del Ministerio de Economía. Ella se contactó con Avaca y le aseguró: “Vos vas a poner un bar con internet. La Argentina necesita internet”. Volvió a hablar con la gente de Startel. Lo atendieron las mismas personas, pero, esta vez, le dijeron que lo habían pensado mejor, que hablaron con Alicia y que tenía razón.

“Los retaron tanto que me regalaron el servicio. ‘No te vamos a cobrar nada, quedate tranquilo’, me dijeron. Y a partir de ahí tuve conectividad con la empresa. Me pusieron una antena parabólica en el techo. Vinieron con la grúa. Lo único que tuve que hacer fue poner un logo en el cartel al lado del nombre, American Cyber Café, que dijera ‘Hewlett-Packard/Startel’. Tuve mucha suerte con eso”, asegura.
Apertura y cierre
Como la historia había llegado a los medios, el día de la inauguración se encontró el local lleno de canales de noticias y de cronistas de radio. “Había un montón de noteros. Fue un día muy largo. Se sumaba la gente que quería navegar por internet. Fue una semana tan dura, que tuve que poner un numerador, como si fuese cualquier comercio, para que la gente saque número y espere. Yo no sabía que iba a tener esa explosión, y tuvimos que poner un cartel en las computadoras que decía que se podían usar por media hora si no había demanda, porque la gente se sentaba en las mesas comunes a esperar a que se liberaran. Todo el mundo quería navegar por internet, saber qué era eso”, explica.

Una vez ahí, ya asentados en las computadoras, los usuarios no sabían bien qué hacer. Avaca había conseguido una guía de páginas web de Estados Unidos, en donde aparecían sitios de museos, universidades, instituciones gubernamentales. Se acuerda del impacto, de lo que generó, como si hubiese sido ayer. El bar cerraba a las 4 de la mañana. Tenía que echar a la gente para limpiar y que el personal pudiera irse.
American Cyber Café estuvo abierto por seis años. Después, como a muchos, lo agarró la crisis de 2001, sumado a que ya había varias versiones y “copias” de ese modelo que él inauguró, locutorios y diferentes ofertas. No era lo mismo: “Al principio, la gente no sabía qué buscar. Después se empezó a purgar y ya venían especialmente a generar sus cuentas de correo electrónico, porque muchos no tenían computadoras y necesitaban un mail para comunicarse con alguien al otro lado del mundo. Nosotros les cobrábamos una cuota mensual, que no era mucho dinero, y les chequéabamos el mail. Es decir, si la persona no podía venir, me llamaba por teléfono para ver si tenía mensajes, porque muchos se acercaban de todas partes de Capital y del Gran Buenos Aires”.
Muchos de quienes vivieron en carne propia ese momento todavía recuerdan a Jorge y al bar, la posibilidad de conocer lo que parecía un mundo completamente nuevo y de poca accesibilidad en el país. Así puede verse en los comentarios que le dejan en redes. Hay uno particular que le dice: “Jorge, tu local fue mi primer contacto con internet. Fue mágico que sea ahí, en un lugar tan lindo, cómodo. Yo viajaba desde Moreno con un amigo, después también con varios amigos y familia. Tenía 15 años y disfrutaba mucho de ir a American Cyber Café. Es parte de mi vida, dado que terminé trabajando en Sistemas, vinculado siempre con internet, y obviamente el cyber fue un hito en mi vida que lo recuerdo siempre”.
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