La madurez emocional y la edad cronológica
Cada vez más las mujeres encontramos lugares de identidad, en el mundo laboral ganamos territorio, brillamos a la par del hombre, somos reconocidas. Y un día planificamos nuestro primer hijo creyendo que estamos más maduras y con mayor solvencia en todo sentido. Sin embargo, suele pasar que toda esa fuerza que creíamos tener se desvanece ante el primer llanto de nuestro bebe recién nacido.
Sentimos que no sabemos cómo calmarlo, cómo entenderlo, cómo interpretarlo. Nos sentimos perdidas y la sensación es que hemos dejado escapar algo que creíamos muy preciado, que es el reconocimiento que viene de afuera, de ese jefe que felicitaba nuestros actos, de ese marido que admiraba cuando le contábamos otro logro profesional o qué negocio estábamos por cerrar ese día.
Hemos estado tan ocupadas tratando de obtener brillo afuera que, cuando una situación como la maternidad nos invita a conectarnos desde otro lugar, básicamente no conocemos ese código, como si lo hubiéramos olvidado.
Entrar en conexión con un bebe requiere dejar de buscar reconocimiento en el afuera, empatizar con las necesidades básicas de un recién nacido que son las mismas necesidades que han estado cubiertas durante nueve meses en el útero materno.
Ser madres alrededor de los 40 puede tener ciertas ventajas, y sería injusto no reconocerlas. Hay un espacio propio creado, una logística afianzada, una estructura más armada y sólida para recibir a ese nuevo integrante que llega. Pero eso no es suficiente, y aunque una mujer pueda sentirse en su mejor momento para entregarse plenamente a la maternidad, eso no nos garantiza una mejor calidad de maternaje, ya que la posibilidad de empatizar con ese bebe no tiene que ver con la edad cronológica.
Tampoco con ser exitosas en el mundo laboral ni con los recursos logísticos. La madurez emocional es la protagonista, la que brindará la chance de integrar a este nuevo ser que llega sin sentir que viene a devorar toda otra posibilidad y tiempo personal.
Esta madurez emocional la mayoría de las veces no viene de la mano de la edad, sino más bien de la propia historia, del origen, de cómo transitamos la infancia y cómo hemos sido maternadas de niñas. También entra en juego el papel del hombre, clave en este escenario como sostén de la dupla mamá-bebe. Y, si bien es cierto que el padre cada vez más interviene y colabora con el cuidado del niño, la fusión durante los primeros meses de vida de un recién nacido es de carácter exclusivo con la madre.
El rol social de la mujer ha cambiado, y en este nuevo camino habrá que descifrar cómo integrar el afuera que nos da reconocimiento con el adentro que nos lleva a encontrarnos con nuestras propias virtudes, y también con las propias miserias.
Ésa parece ser la tarea de esta década. No es fácil, pero sí posible.
Ileana Berman