La princesa actriz
De su éxito en Hollywood a la realeza en Mónaco, Grace Kelly fue clave en cuestiones políticas del principado. Un cuento de hadas sin final feliz
La idea de mi vida como un cuento de hadas es ella misma un cuento de hadas. Con ese epígrafe empieza el film Grace de Mónaco (2014), dirigido por Olivier Dahan e interpretado por Nicole Kidman en el papel de la célebre princesa. ¿Por qué el personaje de Grace Kelly sigue despertando interés a más de treinta años de su muerte? Al fin de cuentas no se trata nada más que de una historia supuestamente romántica en la que una plebeya, eso sí, estrella de Hollywood, se casa con Rainiero Grimaldi, príncipe de un país de 2 kilómetros cuadrados casi totalmente dependiente de Francia.
En la película de Dahan, Grace es presentada como una mujer que no termina de encajar en su papel de princesa. Es una ciudadana de los Estados Unidos, de costumbres democráticas, que busca ser independiente, pero debe someterse a las reglas de una monarquía de la que es el símbolo más preciado. Como tal se ve obligada a rechazar el papel protagónico de Marnie, que Alfred Hitchcock le propone para retomar su carrera cinematográfica. Dahan, en un intento por darle a la trágica princesa una dimensión más profunda, la mezcla a las negociaciones entre Francia y Mónaco a propósito de la guerra de Argelia.
Detrás de la corona de Mónaco, siempre hubo negocios colosales. Como el pequeño Estado no tenía otros ingresos que no fueran el turismo y el juego (el famoso casino de Montecarlo), la dinastía de los Grimaldi tuvo una inspiración genial en el siglo XIX. Desde 1869, Mónaco eliminó los impuestos y se convirtió en un paraíso fiscal. Pero en ese paraíso fiscal surgió un serio problema hacia mediados del siglo XX. Las finanzas de Francia, a fines de la década de 1950 y principios de la de 1960, sufrieron un repentino drenaje de fondos cuando, en plena guerra de Argelia, los capitales de origen francés radicados en África empezaron a abandonar ese continente en busca de seguridad para ser depositados en los bancos monegascos, donde no debían pagar impuestos. Había algo aún peor, los grandes millonarios franceses, los del continente, también imitaban a los de la colonia africana y se radicaban en Montecarlo.
Con el fin de solventar el gasto bélico, el gobierno de Charles de Gaulle presionó al príncipe Rainiero en 1962: el Estado monegasco, en el futuro, tendría que cobrar impuestos a los residentes y entregar lo recaudado a Francia. Rainiero se negó y Charles de Gaulle bloqueó el principado. Ese es el momento en que irrumpe en el film la defensora de los evasores impositivos, Su alteza serenísima Grace, que se atreve a discutir sobre el asunto con los grandes líderes de la época, incluido De Gaulle (lo que es falso). ¿Qué papel desempeñaba Grace en estas cuestiones?
El casamiento del príncipe Rainiero con una estrella de Hollywood en 1956 volvió a poner de moda al principado cuyo brillante pasado parecía haberse evaporado. De pronto, los estadounidenses quisieron conocer el peñón del que era soberana una chica nacida en Filadelfia y, más aún, levantaron allí edificios de departamentos. Mónaco tuvo una prensa que jamás había tenido y se convirtió en una meca para inversores y evasores de impuestos. El film de Dahan explota hasta el surrealismo esos datos verídicos. En la ficción, los Estados Unidos se interesan de un modo prioritario en el problema franco-monegasco de 1962. Kennedy no puede dejar de intervenir (¡al diablo la crisis de los misiles rusos en Cuba!) porque en el medio del bloqueo de la Costa Azul ha quedado atrapada Grace-Kidman, lo que angustia a todos los votantes. De Gaulle tiene que ceder, levanta el bloqueo y negocia con Rainiero. En la realidad, hubo negociación, pero fue favorable a Francia. Todos los franceses que tuvieran menos de cinco años de residencia en Mónaco, en el futuro pagarían sus impuestos al fisco de su país natal.
Dahan acierta en un punto: los Grimaldi se dieron cuenta en forma precoz de la importancia que los medios y un ícono como Grace podían tener en la economía y la política. La historia de Grace de Mónaco se parece mucho a un cuento de hadas, pero terminó en 1982 en un accidente trágico y aun hoy no del todo aclarado. Ese accidente se anticipó en quince años al de Lady Di. Grace Kelly fue respecto de Diana de Gales, algo así como San Juan Bautista respecto de Jesús de Nazaret: una profetisa mediática. Ahora bien, ¿con qué elementos se construyó el cuento de hadas?
Grace Kelly nació en Filadelfia en 1929. Su padre, Jack Kelly, un albañil, se había hecho multimillonario en el negocio de la construcción. Era de origen irlandés, católico y un gran deportista (ganó tres medallas olímpicas). Se casó con Margaret Catherine Majer, una luterana, que se convirtió al catolicismo para unirse a él. Tuvieron un hijo varón y tres mujeres.
Los Kelly eran una familia afortunada, saludable y hermosa. La educación recibida por Grace parecía planeada para el papel que desarrollaría más tarde. Primero estudió en la Academia de la Asunción, de Ravenhill, dirigida por monjas belgas. De Ravenhill, Grace pasó a la distinguida Stevens School, en Germantown, donde cursó el secundario. La presencia de la muchacha era gris, opaca. Sin embargo empezó a soñar con ser bailarina o actriz. Se inscribió en los cursos de un grupo teatral de aficionados, los Old Academy Players, y en poco tiempo se convirtió en la joven estrella del conjunto. A los 16 años se transformó en una chica muy atractiva, rodeada de festejantes. A Jack le gustaba que su hija tuviera muchos admiradores, porque esa corte era un signo de éxito. Los muchachos con los que Grace salía se contaban por decenas. Sin embargo, había una frontera que sus novios, sorprendidos por el ímpetu sexual de la adolescente, no podían cruzar: la virginidad.
Una vez que Grace se graduó en la Stevens School se inscribió en la Academia Americana de Arte Dramático en Nueva York. En los meses previos a su traslado a Nueva York, Grace liquidó un tema no resuelto. Una tarde de lluvia fue a visitar a una amiga, pero ésta había salido y no volvería hasta la noche. Grace se quedó hablando con el esposo de su amiga y, sin saber cómo, entregó su virginidad a ese hombre casado.
La Academia de Arte Dramático de Nueva York, a diferencia del Actor’s Studio, tenía un estilo conservador. Por ejemplo, los alumnos debían perder el acento provinciano. Lo del acento le costó mucho trabajo a Grace, pero terminó por hablar como una inglesa de la alta sociedad. Para ganarse la vida empezó a trabajar como modelo publicitaria y así entró en un círculo de profesionales y gente poderosa.
Grace fue alumna en segundo año de Don Richardson, actor y director teatral, de origen judío. Los dos se enamoraron, pero el amor no cegaba al profesor. Richardson nunca consideró a Grace como una buena actriz. La muchacha estaba tan enamorada de él que decidió presentárselo a su familia. Fue un error. Jack Kelly reprobó al novio judío y la pareja debió romper su relación. Grace volvió a Filadelfia, presionada por los suyos, y debutó en el Bucks County Playhouse con una obra teatral escrita por su tío George, el intelectual de la familia Kelly. Tuvo mucho éxito y la contrataron para otra obra, en la que debía actuar con un astro de la época, Raymond Massie. Ese segundo éxito hizo inevitable que la actriz, ya con cierta fama, volviera a Nueva York. Allí conoció a Claudius Charles Philippe, el jefe de banquetes del Waldorf Astoria. El brillo social de Claudius la deslumbró. Una vez más, su nuevo novio era mayor que ella y se había divorciado en dos ocasiones: otro candidato imposible para Jack Kelly.
En una de las fiestas organizada por Claudius, Grace fue presentada al sha de Persia. Él se enamoró de inmediato. Le bastaron seis citas consecutivas, con encuentros sexuales incluidos, para querer casarse con ella, pero Grace lo rechazó. Un musulmán habría sido un marido inaceptable para su padre. Por las mismas razones, también rechazó a Ali Khan, su segundo amante principesco, rico y musulmán.
La carrera de Grace Kelly empezó a ganar solidez en la televisión. Los productores de Hollywod repararon en su cara y la llamaron para ser la coprotagonista nada menos que de Gary Cooper en A la hora señalada. A partir de ese momento, todo marchó sobre rieles. Una tras otra se sucedieron las películas que dieron fama a la estrella. Grace, como acostumbraba, se convirtió en la amante de los actores con los que formaba pareja en la ficción. Sucedió con Gary Cooper en A la hora señalada; con Clark Gable, en Mogambo; con Ray Milland, en Crimen perfecto; con William Holden en Los puentes de Toko-Ri; con Bing Crosby, en La angustia de vivir.
Alfred Hitchcock dirigió tres veces a Grace: en El crimen perfecto, en La ventana indiscreta y en Para atrapar al ladrón. Hitch estaba seducido por la imagen de Kelly en la pantalla. Lo que fascinaba e intrigaba a Hitchcock era la apariencia distante y fría de la joven bajo la que se intuía su secreto ardor. Había algo perverso, irresistible, casi enfermizo en la oposición de esas dos caras. Las mujeres de clase media, que formaban la mayoría del público, podían identificarse con ella y eso les permitía sentirse libres de culpa. Grace les mostraba que una verdadera dama, en la intimidad, podía entregarse a placeres desbocados sin dejar de ser digna.
En 1955, Grace ganó el Oscar a la mejor actriz por su actuación en La angustia de vivir, donde no debía ser distinguida ni hermosa. Ese mismo año, Hitchcock esperaba a Grace Kelly en Mónaco. Debían filmar Para atrapar al ladrón, con Cary Grant. En una situación casi protocolar, Grace y Rainiero, el príncipe de Mónaco, se conocieron en el palacio real. Simpatizaron y acordaron que se escribirían. El príncipe era soltero, católico y rico. Jack Kelly no podía tener objeciones contra ese candidato.
El casamiento de Grace Kelly con Rainiero se convirtió en uno de los primeros episodios globales. Literalmente todo el mundo siguió los preparativos de la boda. El viaje de la estrella de Nueva York a Montecarlo en el trasatlántico Constitution fue seguido en el barco por más de cien periodistas. La ceremonia fue filmada y se convirtió en una película de mucho éxito.
El cuento de hadas se había hecho realidad. Las finanzas de Montecarlo se restablecieron. Las inversiones se multiplicaron. Los turistas se agolpaban en el pequeño principado. Más y más edificios de departamentos se construyeron en cualquier terreno libre hasta tapar la vista del mar.
Con el tiempo, la pasión entre Grace y Rainiero (si la hubo) se calmó. Se convirtieron en un matrimonio convencional, pero célebre. Llegaron los hijos, Carolina, Alberto y Estefanía. Rainiero empezó a tener aventuras amorosas; Grace se ausentaba cada vez con más frecuencia de Mónaco para pasar largas temporadas en su casa de París. Se aburría, pero cumplía con las obligaciones de su rango. Poco a poco se fue rodeando de un grupo de hombres jóvenes, apuestos y de talento. Con el cineasta de origen rumano Robert Dornhelm filmó la presentación del documental sobre el ballet de la Ópera de Montecarlo, Los chicos de la calle del Teatro. Él fue primero su director, después su amante, más tarde un amigo. Otros lo reemplazaron. Grace y Rainiero mantuvieron una relación civilizada. Debían sobrellevar los escándalos amorosos de Carolina y sobre todo de Estefanía, sin hablar del silencio sobre la vida sexual de Alberto. Los genes son incontrolables.
La familia Grimaldi fue durante décadas, y lo sigue siendo, la preferida de la prensa del corazón. Cuando Grace y Estefanía se estrellaron con su coche en una ruta del sur de Francia se dice que estaban discutiendo acerca de las relaciones de la joven princesa con su novio de turno. El tema de los medios debe de haberse tocado en ese diálogo porque los medios son como un marido del que no hay divorcio posible.
El cuento de hadas terminó mal. Sin embargo, el público, como los chicos, pide que se lo cuenten una vez más. No importa que no tenga un final feliz. Quiere el cuento de hadas, ahora con tragedia incluida porque la tragedia no sólo es la garantía de que los cuentos de hadas existen en la realidad, también es la prueba del poder que cada espectador, desde su butaca o el sillón de su casa, control remoto en mano, tiene sobre los seres que habitan el Olimpo y nos gobiernan.