La recoleta española: un marqués, una reina, y la tradición del barrio que se renueva y valoriza más allá de su Milla de Oro
La arquitectura, cultura, gastronomía y marcas de lujo de un barrio que fue creado para la elite de la segunda mitad del siglo XX sigue sumando adeptos e historias
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Ni una simple opinión, ni una moda, son los números los que marcan el auge permanente del barrio más aristocrático de Madrid, primero en los rankings de lujo (por algo tienen un circuito que se llama la Milla de Oro) y también en los que miden el valor del metro cuadrado de sus departamentos (más de 9800 euros, seguido por Chamberí y Chamartí). Los estándares de seguridad y el boom gastronómico lo posicionan, además, como uno de los destinos elegidos por los turistas y por un avance de inversiones de América Latina, menor a su vecina Salesas, pero con marcada tendencia a ser un distrito de segundas viviendas.
Claro que quedarse solo en los aspectos de consumo de este barrio es perder el gran capital que en realidad ostenta: la diversidad histórica, cultural y su arquitectura patrimonial, todos ingredientes necesarios para generar la atmósfera que se disfruta sin apuros, caminando y descansando en algunos de los bancos de las esquinas que quedan con ochavas y canteros, caminando por el cercano Parque del Retiro o la Puerta de Alcalá, entre buenos bocados, interesantes historias y secretos de antaño.

Un marqués, la reina y la Milla de Oro madrileña
Erguido, relajado y con una mano en el bolsillo, la figura del marqués de Salamanca (también fue conde, alcalde, diputado y ministro) ocupa el centro de la plaza que lleva su nombre. Pequeña, pero suficiente para albergar el recuerdo del magnate que pensó y, en tiempos de la Reina Isabel II de España, compró unos terrenos convencido de que la ciudad necesitaba un espacio para la nueva burguesía de la época. El modelo de urbanismo para esa Madrid de 1857 fue controversial y aunque dio sus buenos frutos, el marqués murió en la ruina y sin conocer el barrio. Las calles Ortega y Gasset y Príncipe de Vergara, desde donde mira el marqués, marcan el inicio de la Milla de Oro, el distrito que delimitado por las calles Serrano, Jorge Juan y Juan Bravo alberga a las tiendas de grandes marcas: Valentino, Hermes, Gucci, Carolina Herrera, Prada, Versace, Chanel, Jimmy Choo, Cartier, Tiffany y más. Glamour a un precio alto que, sin embargo, se cruza en las calles paralelas con las otras marcas, las que con precios más bajos, y un concepto fast fashion atrae a un gran público que también disfruta del entorno y las particularidades edilicias de la zona.
Los otros valores: entre letras y pinceles
Desde la estación del subte, Lista (por el matemático, poeta, periodista y sacerdote, Alberto Lista, antes la calle Ortega y Gasset llevaba también su nombre) las referencias a intelectuales abundan en el distrito y Barrio de Salamanca, y si bien no rinden culto a sus artistas como en el cercano Barrio de las Letras, recorrer las calles desde sus historias reconecta con el ritmo de la época y los habitantes que dejaron su marca.
En el Barrio de Salamanca vivió Gustavo Adolfo Becquer (Claudio Coello 25, cuando comenzaba a edificarse el barrio). Allí se alojó cuando vino de Sevilla, y allí también murió, como dice la placa que lo recuerda: “El poeta del amor y del dolor”.

El autor de Platero y yo, el premio nobel Juán Ramón Jiménez, vivió con Zenobia Camprubi detrás del paredón amarillo claro de Padilla, 38, el lugar donde la Generación del 27 encontraba su espacio para las tertulias. Otro premio Nobel (1989) también estuvo en la Salamanca madrileña, en Claudio Coello 91 está la casa en la que vivió Camilo José Cela y escribió su primera novela, “La familia de Pascual Duarte”. Entre otros vecinos ilustres de entonces, en Velazquez 76 los hermanos, dramaturgos y poetas, Serafín y Joaquín Álvarez Quintero, tenían su residencia. Y aunque en los últimos años es muy probable que los vecinos agudicen la vista para ver si se cruzan con Penélope Cruz, Sebastián Yatra o Miguel Ángel Silvestre, antaño por esas calles también caminaron Benito Pérez Galdos, Ruben Darío (vivía en un piso de la calle Serrano 23), Federico García Lorca, y Miguel Hernández. Aunque este último no en la mejor de las condiciones ya que estuvo preso en la cárcel de Torrijos (en la manzana formada por las calles Conde de Peñalver, Padilla, y José Ortega y Gasset) donde escribió “Las Nanas de la cebolla” inspirado por las cartas que intercambiaba con su esposa, con quien no podía verse.

La esquina entre la calle Velázquez y Villanueva, no escapa a la cuidada arquitectura del barrio, ni ahora, ni antes. El empresario del transporte y fundador de la ganadería de toros de Lidia, Baltasar Ibán Valdes, construyó en 1952 un hotel 5 estrellas. El edificio del Wellington Hotel & Spa Madrid, catalogado y protegido, hoy forma parte del patrimonio arquitectónico de la ciudad y de los Preferred Hotels & Resorts (la marca de hoteles de lujo independiente más grande del mundo) razón por la que fue muy cuidada la remodelación realizada en 2020. Y aunque el Spa y la pileta exterior aportan un remanso ante el ajetreado ritmo social externo, la apuesta fuerte estuvo en la decoración interior a cargo del portugués Vasco Aragäo que buscó devolverle el glamour de los años 50, ese que le otorgó la fama que atrajo a reconocidas figuras: desde el actor y bailarín Gene Kelly, hasta Los Duques de Wellington, los Reyes de España o el ex presidente francés Nicolás Sarkozy. La lista es larga: Ernest Hemingway, los premios nobel Severo Ochoa y Muhammad Yunus, Graham Greene, John Malkovich, Annie Leibovitz, Matt Damon, Paul Aster, Mel Gibson y Adrien Brody entre otros. En 2005 fue el hotel elegido por el rey para alojar a los invitados a la boda de los entonces príncipes Don Felipe y Doña Letizia.

Los museos y la conexión argentina
Goya, Velázquez, El Bosco y El Greco, son algunos de los artistas (también las hay de Antonio Berni y Luis Felipe Noé) con obras en el Museo Lazaro Galdiano, uno de los recomendables lugares para pasear por Salamanca, y de paso, descubrir la historia de este empresario, periodista, crítico de arte de principios de siglo XX con una biblioteca de más de 20 mil ejemplares, cuadros relevantes y fundador de la revista “La españa moderna”,con colaboradores de la talla de Miguel de Unamuno o Emilia Pardo- Bazán.

Su historia involucra también a nuestro país, ya que José Lázaro Galdiano se casó con una argentina: Paula Florido y Toledo, que a los 45 años, ya alojada en París y luego de haber enviudado tres veces, se casó con él en Roma. Con su nuevo amor edificaron lo que hoy es el museo y al morirse Paula le dejó sus bienes a su hijo Juan Francisco Ibarra, menos el “Parque Florido” y sus colecciones de arte que se las dejó a su esposo. A José no se lo vio más. Algunos aseguraban que estaba de viaje, pero al morir descubrieron que se había quedado en la mansión y que dejaba su gran colección de obras de arte al estado.
Otro de los museos para visitar en Salamanca es el Arqueológico Nacional, MAN (Serrano, 13) donde se encuentra la valorada (y misteriosa) escultura “La dama de Elche”.

A pocos metros, en el 61 de Serrano, se encuentra la sede donde funcionó primero la revista ABC, y luego el diario. El edificio realizado en 1899 hoy es el Centro Comercial ABC y en su momento albergó a las rotativas necesarias para la impresión de ejemplares.
Un té entre espías y la mejor tortilla
Embassy, la cafetería más famosa de Madrid por sus tramas de espionaje. La historia cuenta que alemanes y aliados del barrio, cercanos a la casa de té (Nuñez de balboa 35A) se encontraban allí para conspirar y vigilarse entre unos y otros. Su fundadora fue una irlandesa, Margarita Kearney Taylor, y aseguran que en el tercer piso de su salón de té escondían refugiados que escapaban de los nazis y que fueron asistidos para escapar del país. Su nombre, no era tan original, se impuso ya que en la zona había muchas embajadas.

Entrar en el Mercado de La Paz (Ayala, 28) es otra parada que habla de la historia del barrio, de sus vecinos el Mercado de San Miguel (cercano a Plaza Mayor) y el Mercado de San Antón (en Chueca), este es el más tradicional, conserva la estructura de hierro y dicen que en Casa Dani, uno de sus establecimientos venden la mejor tortilla (no es fácil elegir la mejor entre tantas buenas).

La calle Velázquez: entre la arquitectura y la gastronomía
Es una de las calles más transitadas del barrio, donde se destaca la arquitectura de sus edificios y sus espacios gastronómicos con estrellas Michelin, en algunos casos, con sofisticadas ambientaciones en otros y con aquellos más descontracturados que apuestan a una decoración como en las clásicas tabernas (o tasca), o distendidos y con vivos colores y música, como Bel Mondo que entre el boca a boca y su estética tan difundida en redes logra tener siempre gente esperando en la puerta.

Esta calle que comenzó con un boulevard central, que ya no existe, no deja de rendir culto a quien le ha dado su nombre y es en su cruce con Juan Bravo, cuando la calle Velázquez luce la quinta estatua madrileña del pintor de Las meninas.

En Gastronomía, el chef Ramón Feixa en Tradición, asegura que busca recuperar el rito de sentarse a la mesa y disfrutar de lo servido, con una frase que lo dice todo: “A mojar pan”. Pero no solo es un buen slogan sus dos estrellas Michelín le dan el respaldo gastronómico necesario.

Una cuadra antes, en el 6 de Velázquez, otra estrella Michelin distingue a un chef y su cocina. El laureado Ricardo Sanz conquista paladares con su fusión de comida japonesa con esencia mediterránea. Que para traducirlo en sus platos son los tradicionales huevos rotos, pero con papas canarias en dados y atún en lugar de jamón, o un tataki de atún (poco tiempo de cocción a fuego fuerte) con vitel toné. Todas propuestas para dejarse sorprender. Como sorprendía el espacio en el que ahora se encuentra el restaurante. Denominado “El Torreón” (porque lo era) el escritor Ramón Gómez de la Serna creó un espacio literario donde las tertulias eran algo cotidiano “mágico y creativo” según su propia concepción. El edificio demolido no apagó el espíritu vanguardista que se vivía desde 1922 hasta que, con la Guerra Civil Española, dejó Madrid y se instaló en Buenos Aires, donde también volcaba su creatividad en las columnas escritas para el diario La Nación, en las que mostraba su original mirada, o sus greguerías, como las definía. Su entorno lo veía como un exiliado diferente a otros que no terminaban de encontrar su lugar, él se sentía acá como en su ciudad, como en su “Torreón” de la calle Velázquez.

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