La resistencia epistolar
Una carta cruza océanos, pasa de mano en mano, llega sin aviso, da placer al tacto y siempre sorprende. Sí, aún subsisten quienes practican el arte de la correspondencia
Mi Regimiento ahora está descansando y puedo escribirte porque hoy tengo tiempo. Me preguntas cómo me lo paso a esta altura y yo te digo que me lo paso como Dios quiere. No creerías algunas de las cosas que podría contarte, con lo que si el buen Dios me salva el pellejo, ya lo haré cuando vuelva a casa. Ahora me pondría a llorar (…). Te abraza tu afectuosísimo marido. Giuseppe Serpone partió al frente de la Primera Guerra Mundial con la Brigada de Infantería de Pescara, Italia, en 1915. Tenía 21 años y se había casado pocos meses atrás con María Antonia, a quien le mandó unas 150 cartas con perfecta caligrafía y pulso, describiéndole las duras condiciones de vida de los soldados y hablándole de su ansiedad por una paz que no llegaba. La última fue el 6 de junio de 1917, un día antes de morir con una bala en la frente. María Antonia se casó luego con su hermano Francisco: "Donde durmió un hermano, sólo otro hermano puede dormir", había sentenciado su suegra según las costumbres de entonces.
Las de Serpone son apenas algunas de las miles de misivas que estuvieron en letargo todo un siglo y que ahora, en una Europa emocionada por el centenario de la Gran Guerra, están saliendo a la luz a través de la BBC, la RAI y sitios como www.europeana1914-1918.eu, con la necesidad de que las vidas de sus autores no sean olvidadas.
Esto sucede mientras las cartas escritas a mano están a la vuelta de la esquina de su extinción. Son como dinosaurios de tinta y papel desterrados al capítulo de la historia que guarda todo aquello improbable de haber existido. De diez personas muy ocupadas consultadas al azar, una decena afirma que ya nadie las manda ni las recibe. Es casi la misma proporción que admite que le resultaría emocionante abrir un sobre estampillado y conteniendo algo más que impuestos o saldos bancarios. Subidos al vértigo de estos días, moviéndose cómodos en el territorio de las nuevas tecnologías y algo perezosos, ignoran un dato con sustancia de tesoro: aún subsisten raras avis de todas las edades que practican el sensible arte de la correspondencia epistolar.
"Un e-mail es un codazo, una carta es una caricia", sostiene el best seller Simon Garfield en To the Letter: A Celebration of the Lost Art of Letter Writing. A diferencia del e-mail, una carta contiene pedazos de vidas contadas sin prisa, con intención y habiendo elegido el mejor contexto y el momento ideal para dedicárselo exclusivamente a su destinatario. Es materia frágil que recorre distancias en el mundo real, cruza océanos, pasa de mano en mano, tarda días, a veces se pierde, llega sin aviso, da placer al tacto y siempre sorprende. Juan Bautista Alberdi decía en el siglo XIX que una carta es una visita hecha a una persona ausente. En la época eficiente y sencilla del send, el delete y el forward, si una carta no es un asunto de magia, bastante se le parece. Así lo entiende Luciana Faustini, estudiante de Arquitectura y fanática de redactar a mano y despachar correspondencia para sus amigos. "Lo que les cuento no debe ser notificado con urgencia. Son entonces mensajes más profundos o simplemente diferentes. Estamos muy acostumbrados a la sobrecomunicación. Mandamos un e-mail, nos fijamos constantemente si lo leyeron y esperamos que respondan en menos de un minuto. Yo también vivo afectada por la exigencia de esta rapidez. Pero cuando me siento a escribir una carta, el reloj se detiene, mi tiempo se congela y entro en un estado genial."
La afición de esta joven de 23 años la acercó al proyecto Snailmailmyemail, cartas escritas a mano en un mundo digital, del artista californiano Iván Cash. En 2011, Cash había dejado su trabajo como publicista para concentrarse en vivir de forma más lenta, meditada y armoniosa. Mientras estrenaba su ocio se ofreció a transformar todos los e-mails que recibiera en el transcurso de un mes en cartas para girar por correo ordinario. Le llegaron 10.457, por eso tuvo que convocar a voluntarios de todos los rincones del planeta, incluida Luciana, para que lo ayudaran a convertir esas letras uniformes de teclado en pequeñas artesanías de papel, que luego fueron enviadas a personas de más de 70 países. Desde entonces, cada noviembre y durante una semana Iván lanza su cruzada de arte colaborativo (www.snailmailmyemail.org) de la que cualquiera con nostalgia por las esquelas a la vieja usanza puede participar. "Tecnología a la inversa", definió la CNN esta propuesta de la que Faustini se enteró por un blog. "Me fascinó y me anoté. Estaba en un cumpleaños y no paraban de llegarme correos con explicaciones y condiciones para ser voluntario. Yo saltaba de alegría y mis amigos no lograban entender de qué se trataba. Durante esa semana recibí unos 70 e-mails en todos los idiomas. El concepto era no alterar el contenido, pero jugar libremente con cómo expresarlo usando colores y tipografías. Algunos traían pedidos específicos: agregar un beso con labial o incluir un pétalo de floro una pluma."
Cash pregona desde su sitio Web: "Hay muchas maneras de conectarnos de forma más humana en estas vidas cargadas de tecnología. Caminar a un buzón es una de ellas". A la Revista le contesta desde su casa en San Francisco.
Snail en español significa caracol. Cuesta encontrar una traducción literal para el nombre de tu empresa.
¡La traducción del caracol es la correcta! Correo caracol es un término común en la jerga del correo postal, por lo lento que es comparado con un e-mail. El nombre del proyecto es también su descripción.
¿No es muy perezosa la persona que le pide a otra que transforme su e-mail en algo bonito para un tercero y que además lo ponga en un sobre, lo lleve hasta el correo y pague el envío?
Snailmailmyemail es una campaña para alentar a escribir cartas. Nosotros lo hacemos por vos y eso te convierte en un perezoso. Pero sólo una semana al año. No es una solución constante para cualquier momento. Mi esperanza es que la gente que recibe una carta escrita a mano e ilustrada por un extraño viva una sorpresa y una alegría tan profundas que se sienta inspirada a mandar su propia carta.
Así como Theodore Twombly –Joaquin Phoenix en la película Her– se dedica a escribir cartas personales por encargo, la creativa Hannah Brencher tiene el proyecto More Love Letters, de alguna manera cercano. En 2010, esta estadounidense de 25 años comenzó a escribir de forma catártica notas anónimas que iba dejando en lugares aleatorios de Nueva York, como bancos de parques, bibliotecas o marcos de ventanas. Querido extraño, fui escrita para ti, por favor léeme, solían decir los sobres. La iniciativa fue creciendo y actualmente MLL organiza la colecta de cartas enviadas por desconocidos de los cinco continentes a quienes atraviesan situaciones delicadas como pérdidas o enfermedades, o simplemente necesitan mensajes positivos. Tu cursiva significa el mundo para nosotros, anima Brencher desde www.moreloveletters.com
Para las nuevas generaciones, la mayoría de las conversaciones se mantienen a través de pantallas de móviles, tablets o computadoras. Los chicos tienen pulgares de vértigo, ahorran vocales y signos de puntuación, y amputan palabras al extremo de constreñir un bendito, significativo te quiero mucho a la casi nada de un tkm. Sus cartas son mensajitos flacos enriquecidos por emoticones que se conservan hasta que la memoria del dispositivo pide liberar espacio. En una suerte de última cruzada para evitar su desaparición, la Unión Postal Universal organiza una competencia de cartas redactadas a mano para estudiantes de todo el mundo de hasta 15 años. Rhéal Le Blanc, jefe del Programa de Comunicación de esta agencia de Naciones Unidas encargada de organizar los servicios postales a nivel internacional, le explica a la Revista: "En esta era digital es importante que los chicos sepan cómo expresarse cuando escriben y que reconozcan el impacto duradero y el poder de generar emociones y sentimientos que tiene la comunicación escrita". Cuenta que de la edición 2014 participaron más de 1,5 millones de jóvenes. Luego de una selección interna, cada país acaba de enviar una única carta ganadora que se medirá en la final, cuyo resultado se conocerá en septiembre. Compleja de instituir a nivel local por el organismo oficial de correos de cada nación, la Argentina hace años que no concursa.
Paula Sanseau vive en Londres. Al partir de la Argentina hace tres años y medio, su sobrina Olivia tenía 6 años y ya sabía leer. Por eso decidió desde ese primer instante adoptar la costumbre de mandarle cartas. Dice: "Me pareció una manera más personal de conectarnos. Además, las puede guardar. Aprovecho para incluirle stickers, dibujitos, corazones o estrellitas con diferentes colores. Cuando recibió la primera se emocionó. Me contó que volviendo de la escuela juntó el correo que había pasado el encargado por debajo de la puerta sin prestar atención, porque siempre llegaban cuentas para su mamá. Pero entonces su cuidadora le dijo que había una carta para ella y se sorprendió muchísimo. Era su primera correspondencia. Recuerdo con mucho cariño las cartas que yo me mandaba con mis abuelos de Pigüé, provincia de Buenos Aires. Quiero que Olivia pueda tener esos mismos recuerdos".
Mamotreto lírico. Así definió Tránsito Ariza a las setenta doble-páginas de requiebros en las que se convirtió la pretendidamente austera carta que su hijo Florentino decidió escribirle a Fermina Daza para conquistarla. Era amor en tiempos de cólera con lo que ambos, sentimiento y peste, se confundían bastante. Narraba García Márquez que el joven escribano se incineraba en cada línea, podía recitar la esquela de memoria de tanto haberla leído antes de animarse a mandarla, y cuando semanas después al fin recibió contestación de la joven cortejada, se pasó toda una tarde comiendo rosas y estudiándola letra a letra, una y otra vez. Se cartearon cada día durante meses y así se enamoraron, porque entonces ni en los siguientes 50 años llegaron a intercambiar una palabra a solas, de frente y en directo.
Al igual que el maestro del realismo mágico, muchas plumas de la literatura contemporánea tuvieron su particular complejo con la ciencia epistolar. Tras ganar el Nobel de 1971, Pablo Neruda contó que tomó la costumbre de escribir a mano de casualidad, luego de romperse un dedo: "Encontré que escribiendo a mano tenía más sensibilidad y que las formas plásticas de mi poesía podían cambiar más fácilmente". A Albertina Azócar, su primer gran amor y musa inspiradora, le mandó 111 cartas románticas entre 1923 y 1935. Todas valiéndose de estilográfica y de su distintiva tinta verde. Pero una estaba mecanografiada. En esta excepción se entiende por oposición el valor de ambas prácticas, la de enviar cartas y la de hacerlo a mano: Eres una mala mujer. Nunca me escribes. Pudieras envidiar la alegría que me dan las pocas cartas que me llegan. (…) Yo me creo un gran dactilógrafo, por eso te escribo a máquina. Descubro que a máquina se miente con más facilidad. La mecánica de las teclas no pudo sin embargo disimular su diestra sensibilidad: Sucede que cuando más necesidad tengo de ti, de tu recuerdo, de tus cartas, más te alejas de mí. Malo, mi niña, porque me siento muy fatigado y a veces amanezco con deseos de olvidarte.
Este año, el escritor y guionista Paul Auster y el novelista sudafricano J. M. Coetzee se refirieron en el marco de la Feria de Libro de Buenos Aires al intercambio epistolar que mantuvieron entre 2008 y 2011, y que dio origen al libro Aquí y ahora. Auster contó que aún hoy se sigue mandando cartas con sus amigos con el viejo método de sobre, estampilla y cartero de carne y hueso. Además confirmó que continúa componiendo sus obras en lápiz: "Las ideas no fluyen del mismo modo si las escribo con un teclado". Como prueba, un callo en su dedo mayor que mostró a los periodistas sin ocultar su fastidio de divo.
El papa Francisco recibe 6000 cartas por semana. En la Oficina de Correspondencia Papal del Palacio Apostólico, monseñor Giuliano Gallorini y sus tres asistentes no dan abasto para organizarlas por idioma y por motivo, y para darle curso a las peticiones, en su mayoría de consuelo y plegaria por enfermedades. Los casos delicados de crisis de conciencia arriban sin escalas al escritorio del mismo Francisco. Pero hay alguien que cosecha más cartas que el Papa: su jefe directo, el mismísimo Dios. Llegan de los cinco continentes, así, a la atención de Dios, a la sede central del correo israelí. Allí, el Altísimo tiene sus propias casillas, una en hebreo y otra en inglés. El sitio www.sendlettertogod.com se encarga de mediar; en la página se explica cómo y dónde –una casilla postal de Haifa– mandarle una misiva que luego será llevada al Muro de los Lamentos. Dios atenderá gratis, pero el servicio es pago y una filmación del momento en que es depositada la carta entre las piedras será la prueba de que la misión ha sido cumplida.
Antonio Machado es uno de los célebres difuntos a cuya tumba más gente se acerca a dejarle cartas, hasta el punto que en 1983 la fundación Antonio Machado de Collioure tuvo que ponerle un buzón, ahí pegadito. El Ayuntamiento de esta ciudad francesa en la que reposan los restos del poeta firmó un convenio con la Universidad de Alcalá de Henares para crear, con las epístolas recolectadas, el fondo documental Palabra en el Tiempo. Verónica Sierra Blas, profesora del Departamento de Historia y Filosofía de la casa de estudios madrileña, es su responsable científica. Cuenta: "Estamos recogiendo, estudiando y catalogando unos 4500 documentos que se conservan desde la década del 70. Hay cartas, grafitis, poemas, dedicatorias, libros... Algunas de estas cartas fueron enviadas por correo con sellos y matasellos al cementerio de Collioure a nombre de Antonio Machado, y por lo tanto llevadas hasta el buzón por el cartero municipal. Pero la gran mayoría fue depositada personalmente por admiradores del poeta. Le piden amor, suerte, protección, salud, dinero, trabajo, paz, libertad, felicidad y que se comunique con los seres queridos que están en el más allá, como si se tratara de un santo laico".
No muy lejos, en Verona, un grupo de 21 mujeres ejerce un particular oficio. Son las secretarias de Julieta Capuleto en el Club de Julieta-Club di Giulietta, institución fundada en la década del 70 y financiada por la municipalidad local. Funciona en el primer piso de Via Cappello 23, donde se encuentra el famoso balcón de la arquetípica infortunada de Shakespeare. Aunque el balcón de esta casona del siglo XIV se adosó recién en el siglo XX para atraer al turismo, y aunque Shakespeare jamás haya visitado Verona, el mito sigue intacto hasta el punto de que cada año Julieta recibe más de 10.000 cartas enviadas mayoritariamente por mujeres de todo el mundo que le lloran sus desengaños y le piden que interceda ante escenarios de amores difíciles o imposibles. Es tanto el correo que tienen que contestar las asistentes que –como en la película Cartas a Julieta, basada en el libro de no ficción de Lise y Ceil Friedman– es posible, siendo turista y extranjera, y contando con habilidades en lengua, psicología o sociología, ofrecerse como voluntaria durante una temporada para ayudar en la labor. Giovanna Tamassia coordina el trabajo. "De las 10 mil cartas que recibimos al año –le cuenta a la Revista–, las escritas a mano son por lo menos 8 mil. De la Argentina llegan unas cien al año. Una vez que las contestamos, las archivamos con una pequeña reseña. La oficina está llena de cajas que para nosotros son un tesoro."
¿No es mucha responsabilidad responder en nombre de Julieta, uno de los grandes retratos del amor universal?
Las respuestas intentan ser lo más positivas posible. Cuando leemos una carta tratamos de entender lo que su autora realmente necesita. Julieta tiene que dar esperanza y coraje. Todas nosotras venimos de entornos diferentes, tenemos distinta educación y contestamos según nuestra experiencia y sensibilidad. Escribirle a Julieta no es como escribirle a un doctor o a un psicólogo. La gente no quiere que le demos consejo de expertos. Julieta es un personaje de la literatura que simboliza la pureza y el más profundo y temerario amor, y es además una amiga a la que pueden confiarle sus problemas más personales.
¿Advierten alguna diferencia en la manifestación de los sentimientos cuando la carta es escrita a mano?
En general, la escritura a mano es muy personal y muestra a primera vista algo de quien mandó la carta. Las emociones no pueden ocultarse, salen a la luz de cualquier modo.
¿Viaja por negocios o por placer?, le pregunta el extraño del asiento de al lado. Por un asunto pendiente, contesta Joan Bancroft. Va en vuelo desde Nueva York hasta el número 84 de la calle Charing Cross de Londres, a conocer la tienda de libros Marks & Co., escenario al que llegaron y del que salieron las cientos de cartas que durante veinte años la escritora autodidacta Helene Hanff, a quien interpreta, se escribió con el encargado Frank Doel, representado por Anthony Hopkins. El argumento de esta película de 1987 (Nunca te vi, siempre te amé) se teje alrededor de este intercambio epistolar que comienza cuando ella se pone a buscar literatura inglesa difícil de conseguir. Muy señores míos, su anuncio indica que ustedes están especializados en libros que ya no se publican…, dice en una primera carta que Doel contesta con escrúpulo británico, tono por el que ella lo apremia pocas misivas más adelante: Señor, me parece muy necio seguir con el muy señores míos puesto que es usted el alma solitaria que recibe mis cartas. Con los años, este ida y vuelta crece en asiduidad, intensidad y confianza, hasta el punto que Hanff se cartea con todos los empleados de la firma, e incluso con la mujer de Doel: Si sigo cobrando así, podré ir a Inglaterra para ver en persona la librería. Si es que me atrevo. Porque les escribo unas cartas infames amparándome en estos 5000 kilómetros de distancia. La de Helene Hanff y Frank Doel es una historia real: ella, la auténtica, finalmente viajó a Londres en 1971 a conocer el lugar. Llegó tarde, la tienda estaba abandonada y Doel había fallecido tres años atrás. Fóbica a los aviones, hizo el viaje para despedirlo como a un ser querido: al calor de sus cartas, imaginándose, habían sido parte de la vida del otro sin nunca jamás conocerse.
"Expresarse sin vergüenza"
A Carlos Gorosito le gusta escribir cartas desde la época de los Reyes Magos. Cuenta: "Descubrí que a las mujeres les parecía romántico recibirlas y lo continué haciendo durante todo el secundario con las novias que fui teniendo. Me dejaron por carta, dejé por carta… A mi señora le escribí muchas hasta lograr conquistarla. Pero pegado siempre a la tecnología, llegó un período largo en el que no escribía nada a mano. Mi letra se fue perdiendo y los dedos se endurecieron. En 2011 me vine a vivir a Bogotá, Colombia, y ahí decidí volver a escribir cartas: a mi mamá y a mi amigo Jorge Marín, ambos de mi pueblo Vela. Las cartas para Jorge son de no menos de cinco hojas. Le cuento muchísimas cosas que nunca le diría por teléfono. Soy mucho más descriptivo de los lugares y de las situaciones. Lo último que le pongo a la carta es la fecha, ya que demoro dos o tres días en terminarla y eso la hace especial, mi estado de ánimo es diferente cada día que escribo. Una carta es expresarse sin vergüenza, con más detalles y con mucho más sentimiento. Pensar que la otra persona tendrá en sus manos esa hoja hace que muchas veces las perfume para que lleguen con mi olor".
Sobre escribir cartas
Simon Garfield, en To The Letter: A Celebration of the Lost Art of Letter Writing cuenta insólitos detalles epistolares de todos los tiempos. Por ejemplo, el ensayo que por 1890 redactó Lewis Carroll para regalárselo a cada persona que le comprara un portafolio de su invención para mantener organizadas las estampillas. Se llamaba Ocho o nueve palabras sabias sobre escribir cartas. El autor de Alicia en el país de las maravillas aconsejaba, para facilitar la continuidad del arte y para evitar dilaciones en los envíos: poner la estampilla antes de empezar a escribir la carta; poner la fecha completa para que el remitente pueda ordenarlas cronológicamente; ser prolijo y legible; evitar largas excusas de por qué no se contestó antes; escribir frente a la carta recibida así se contesta todo lo que fue preguntado en el envío anterior; si se está molesto con el destinatario, no enviar la carta hasta poder releerla con serenidad; tener cuidado con los chistes y las bromas, no siempre se entienden en su contexto correcto, y si se anuncia que se envía documentación o fotos, dejar de escribir en ese momento, ir a buscarla y ponerla inmediatamente dentro del sobre para no olvidarlo.
Buzones en pie
Según cifras de la Unión Postal Universal, las 663.000 oficinas de correos del planeta procesan unos 368 billones de cartas por año. En su mayoría, claro, se trata de correo comercial. En la Argentina, las estadísticas se llevan a ojo. Los carteros calculan que de cien cartas, apenas dos o tres podrían contener correspondencia epistolar. Y eso siendo generosos. Descuidados y algo sosos, los 1720 buzones que aún quedan en pie en las esquinas de todo el país resisten imperturbables el no muy digno destino de ser soporte de anuncios de chicas hot o servicios de albañilería.
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