Las cocineras del Himalaya: son argentinas, trabajaron con chefs destacados y hoy cocinan en los campamentos base del Everest
Huilén Pascual y Luz Giménez son las primeras mujeres a cargo de las cocinas en las puertas de entrada al “techo del mundo”: “Cocinar a más de 5.300 metros es magia”, coinciden
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Emplazadas en las cordilleras del Himalaya y el Karakórum, en Asia, las 14 montañas que superan los 8.000 metros sobre el nivel del mar son conocidas como “los ochomiles”. Y entre todas ellas, hay una verdad de Perogrullo: el Everest es la más alta del planeta. Con sus 8.848,86 metros, su presencia se impone en la meca del montañismo y marca la frontera natural entre China y Nepal.
A nivel físico, mental, logístico y financiero, intentar escalar el Everest es, en partes iguales, el mayor desafío y el gran sueño de muchas personas alrededor del mundo. Aman la montaña y hacer cima (“to summit”, en inglés) es el motor, la estrella que guía ese deseo. Quizás alcanzarla sea, entonces, lo más parecido a tocar el cielo con las manos.
Aproximadamente 17.000 kilómetros separan a la Argentina del campamento base sur, en Nepal, ubicado a 5.364 metros de altitud, y del campamento base norte, en Tíbet, situado a 5200 metros. En cada uno, quienes se lancen a la colosal aventura de escalar el Everest, podrán alimentarse gracias a la magia de chefs argentinas.

Las cocineras del Himalaya
Las chefs occidentales en cuestión son las argentinas Huilén “Huili” Pascual y Luz Giménez, ambas de 32 años, amigas y excompañeras de la Escuela Internacional Islas Malvinas, donde estudiaron gastronomía. Para ellas, ni la distancia entre sus provincias natales (Mendoza y Neuquén, respectivamente) y el Everest, ni el desafío de cocinar para quienes se atreven a esta experiencia extrema fueron suficientes para hacerlas declinar la oportunidad de convertirse en las primeras —y hasta ahora únicas— mujeres a cargo de cocinas en los campamentos base del pico más alto del mundo.
“Nos contrataron para dirigir la cocina de ambos campamentos y ofrecer un nivel gastronómico premium”, explica Luz Giménez a LA NACION, desde Katmandú, una semana después de haber terminado la temporada de ascensos. “La gastronomía nepalí es algo acotada, y nuestros clientes, que pagan mucho dinero para intentar hacer cumbre, ya están en un momento en el que deben aclimatarse a la altura. Entonces, buscamos que la experiencia de comer allá arriba no sea una más de las cosas a lo que deban adaptarse”.

Entre la diosa madre del universo y el frente del cielo
Una de las etnias que habita las regiones montañosas de Nepal desde hace 500 años es la sherpa, cuyo nombre en idioma tibetano significa “gente del este”, en referencia a su origen geográfico en el este del Tíbet. Los sherpas son conocidos por su extraordinaria resistencia física en la altitud, así como por su labor como guías y porteadores expertos en expediciones al Himalaya.
Los sherpa llaman al Everest Chomolungma, que en idioma tibetano significa “diosa madre del universo”; en Nepal, para referirse a la montaña más alta del mundo, usan el término Sagarmāthā, que se traduce como “frente del cielo”. Si Pasang Lhamu Sherpa (1961-1993) fue la primera mujer nepalí en conquistar la cima del Everest —en su cuarto intento, el 22 de abril de 1993—, y si Lhakpa Sherpa es la primera mujer, también nepalí, en hacer cumbre un total de 10 veces en su vida, entonces Huili Pascual y Luz Giménez son las dos primeras mujeres, y argentinas, en conquistar las cocinas y el fuego en las nieves del gigante del Himalaya; es decir, de Chomolungma y de Sagarmāthā.

El origen
Nacida y criada en Neuquén, Luz decidió a los 18 años, contra todo pronóstico, irse a estudiar en Mendoza, donde no solo aprendió inglés y francés, sino también gastronomía en la Escuela Internacional Islas Malvinas. Allí conoció a Huili, su amiga y, ahora también, colega en las cocinas de alta montaña.
Nadie en la familia de Luz se dedicó a la cocina. Huili, en cambio, heredó la pasión de su abuela italiana, con quien se juntaban a comer pasta casera cada domingo. “De ahí me viene, porque es una forma de dar amor”, cuenta desde un aeropuerto europeo, camino a Madrid, pocos días después de terminar la temporada en el Everest.
Luz continuó con la Licenciatura en Administración Gastronómica mientras trabajaba con Francis Mallmann en el restaurante 1884, dentro de la bodega Escorihuela Gascón. Un día después de rendir su tesis, a los 24 años, comenzó a viajar. Y no paró más: hizo temporada en Bodega Garzón, en Uruguay, junto a Mallmann y Ricky Motta; en Francia, trabajó en el Louison de Gerald Passedat, que tiene una estrella Michelin; luego continuó su camino por Australia, donde atravesó la pandemia. En una de sus escalas, en Tailandia, se certificó como profesora de yoga.

Antes de la experiencia en el Everest, ambas trabajaron en el Aconcagua en distintos momentos. Allí, Huili conoció al austríaco Lukas Funterbach, fundador y CEO de la empresa para la que trabaja desde hace cinco años, y que es uno de los aproximadamente 50 operadores especializados en organizar expediciones en la zona. “Desde entonces, soy nómada”, cuenta Huili, quien también cocinó en el Manaslu, el Broad Peak y en el K2, además de haber hecho una temporada en El Chaltén, en Argentina.

El llamado
La experiencia en el Everest fue una revelación para Huili, quien se define como una persona holística y que confía en cosas que no ve. Tras haber pasado el año de la pandemia encerrada en su casa, junto a su familia, un día se despertó con una rumiación trascendental: “¿Para qué vine a este mundo?” No le encontraba sentido. “Sentía que estaba perdiendo el tiempo, desperdiciando mi vida”, reflexiona.
La respuesta que se dio fue: “A dar amor, Huilén”. Y su entrega fue total. Al día siguiente, un amigo y padrino en la montaña, Ulises Corvalán, le contó que un tal Lukas Funterbach buscaba una cocinera para el Everest. “Me tuve que sentar en el piso porque no paraba de llorar, no lo podía creer. Nunca lo había buscado y sabía que, si eso estaba sucediendo así era porque iba a pasar”, recuerda aún emocionada.
Así, entregada al amor, sin hablar una pizca de inglés y recuperándose de una lesión severa en un pie, Huili aceptó el desafío, le dijo “sí” a la montaña más alta del mundo y se fue. Sin saberlo, se convertiría en la primera chef argentina en cocinar en un campamento base del Everest. “Cuando llegué, fue terrible. La expedición me estaba esperando y yo no podía ni decir ‘hola’ en inglés. Guías, médicos y clientes hacían reuniones informativas y no entendía nada, ni cómo debía armar la mochila”, comenta.

Tocar el cielo con las manos
Para llegar, ambas volaron a Katmandú, donde se reunieron con el resto de integrantes de la expedición en un hotel. Luego un par de días de preparación, tomaron una avioneta o helicóptero hasta Lukla, considerado uno de los aeropuertos más peligrosos del mundo. Desde allí, iniciaron un trekking de 70 kilómetros durante siete y nueve días hasta el campamento base, a 5.364 metros sobre el nivel del mar.

Durante su primer trekking, Huili fue aprendiendo algo de inglés para defenderse. Al llegar al pueblo de Lobuche, a 4900 metros sobre el nivel del mar, se separó del grupo —que seguiría ascendiendo— para dirigirse al campamento base en donde comenzó a aclimatarse. “En esos momentos, el cuerpo no entiende nada”, dice. Para Luz, que trabajó este año del lado nepalí, la llegada tampoco fue fácil: “Los primeros 10 días, estuve mareada todo el tiempo, agitada. Me despertaba y sentía el corazón a mil. Durante 20 días, tuve las pulsaciones en 130, una frecuencia cardíaca de alguien que está trotando”.
Ninguna de las dos fue con la intención de hacer cumbre. Sus permisos les permiten permanecer en el campamento base durante la temporada, aunque para ellas la experiencia implicó tocar aquel cielo con las manos. “Al principio fue muy difícil. Sin hablar el mismo idioma, mi tarea era cambiar desde la infraestructura del lugar hasta el orden, la limpieza, los menús. Fue como irrumpir en un mundo milenario en el que no tenía cabida y nadie sabía lo que yo tenía que hacer; ni yo, prácticamente. Pero lo fuimos limando”, comenta Huili.

Cocinar en la altura
Toda la infraestructura se arma y desarma cada temporada sobre un glaciar. Mesadas, hornos, domos, carpas: todo es transportado por sherpas, animales o helicópteros. “Cada cosa que consumen los clientes —sea una gaseosa, un vino o lo que sea— fue llevada por otra persona, caminando, durante días. Y mucha gente lo sabe apreciar”, subraya Luz.
En la altura, la cocina es alquimia. “Hay que hacer un poco de magia si hay muchos clientes a quienes alimentar”, explica Luz. “Arriba, el agua hierve a menos de 100 grados, entre 85 y 90. Entonces, aunque esté hirviendo, no cocina. Todo lleva mucho más tiempo”, agrega. Cocinar para 40 personas puede llevar, tranquilamente, tres horas. Todo, incluido el pan, es casero. Alquimia y arte, por supuesto.
Lógicamente, tampoco hay heladeras: la carne se conserva en tachos enterrados en el hielo. La fruta y verdura llegan periódicamente desde el valle, transportadas por sherpas o animales de carga. “No estamos aislados, el abastecimiento es fluido y constante”, remarca Huili.

Los desafíos de la primavera
La mejor temporada para hacer excursiones en Everest es durante la primavera, cuando la temperatura en el campamento base sube progresivamente, desde aproximadamente -15 °C a principios de marzo hasta grados positivos en mayo.
En sus carpas privadas —con cama, colchón y piso con alfombra—, Huili y Luz deben enfrentar el frío con bolsas de dormir de hasta -20 °C. Sus carpas son como las de los clientes; los sherpas, en cambio, no tienen tanta suerte: comparten una carpa común entre dos. “En mi caso, usaba dos bolsas porque hace muchísimo frío”, comenta Luz. Ambas coinciden en que el frío y la adaptación a la altura son la parte más difícil de la experiencia.
Otra de las incomodidades es el baño porque es, literalmente, un tacho. Aún así, tienen ducha con agua caliente y suelen bañarse, mínimo, cada tres días. “Otros campamentos, más económicos, tienen solo un balde para higienizarse”, compara Luz.

La huella de la experiencia
“Soy una mujer que vive intensamente y, allá arriba, se sienten las cosas con mucha claridad. Esta temporada fue emocionalmente difícil”, admite Huili. Cuando se siente mal, recurre a su familia y amigos, ya que hay conexión a internet la mayor parte del tiempo. “Los guías y Lukas también son mis amigos, pero allá todos estamos por momentos bajo mucha presión”, agrega.
Para Luz, lo más valioso que le deja la experiencia es la gente. “En especial los sherpas, con los que tuve el enorme placer de trabajar, compartir y reírme. Aunque a veces la barrera del lenguaje puede ser desesperante, también puede ser muy graciosa. Ellos tienen un alma muy transparente y siempre me trataron como a una reina. Me cuidaron mucho”.
La montaña, una madre
“La montaña, para mí, es un nido, una escuela. Cada vez que voy, aprendo algo. Es un lugar que me cobija, como una madre. Después de la casa de mi abuela, es el mejor lugar del mundo”, sostiene Huili. “Ahí aprendés a apreciar la vida, a darte cuenta de lo pequeños que somos, de que todo puede terminar en un segundo y el mundo, igual, seguirá girando”, insiste.
Para Luz, la montaña es poder e inmensidad: “Es un lugar muy poderoso. Ella decide lo que quiere hacer con vos. Si alguien quiere hacer cumbre y no está preparado, física o mentalmente, no lo va a lograr”.

“Son mágicas”
Lukas Furtenbach, fundador y CEO de la empresa de expediciones que emplea a Huili y a Luz, cuenta a La Nación: “Mis amigos Fernando Grajales y Ulises Corvalán, del Aconcagua, me presentaron a Huilén. Y fue ella quien me presentó a Luz. ¡Qué suerte la nuestra de contar con estas dos chefs, que además son personas fantásticas!”, comienza.
Para Lukas, la presencia femenina en los campamentos es mucho más que una incorporación logística: “Brindan muchísima energía positiva a este mundo dominado por hombres. Son nuestras anclas, nuestra medicina, nuestras consejeras. Aportan estabilidad y buen ánimo a todo el equipo: a los sherpas, a los clientes y al staff local. Huilén y Luz son mágicas.” Y añade: “En una expedición, quien se desempeña como chef es siempre la persona más importante porque, si la comida es buena, la gente se mantiene sana, motivada y feliz”.

El CEO resalta que ambas cocineras no solo cumplen con su trabajo, sino que van más allá todos los días, y destaca su impacto emocional en el grupo: “El entorno —y nuestro negocio— ya es lo suficientemente duro. Por eso, tratamos de construir paz y energía positiva en nuestro staff. Buscamos ser solidarios y amables, y ellas son muy especiales: diferentes en sus personalidades, pero ambas con una fortaleza enorme en sus habilidades sociales, son un recurso valiosísimo para nuestro equipo. Trabajar duro a más de 5.000 metros de altura no es tarea sencilla. Basta verlas a ellas para entender cuán fuertes son".
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