Las Marquesas del Pacífico
Deslumbradoras y enigmáticas, las islas de la Polinesia francesa guardan historias de caníbales y conquistadores. Además, fueron las elegidas por Gauguin para pasar los últimos años de su vida.
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Bajo un cielo estrellado, el Aranui, nave de carga de 104 metros, zarpa desde Papeete, capital de la Polinesia francesa, hacia el archipiélago de las Marquesas, 1400 kilómetros al nordeste, uno de los rincones más remotos y legendarios del Pacífico. Compuestas por una docena de islas volcánicas, son las tierras polinesias más cercanas al ecuador. Su clima es, por lo tanto, más caliente y húmedo que el de Tahití. Las Marquesas son abruptas, rocosas y oscuras; no poseen lagunas turquesas y son rarísimas las playas de arena coralina. Sin embargo, seducen a quienes tienen la suerte de pisarlas.
Descubiertas en 1595 por el español Alvaro Mendaña de Neira y llamadas así en honor de la marquesa de Rendonza, mujer del virrey del Perú, para los nativos han sido siempre Te Henua Henata, la tierra del hombre. Desde aquí, los antepasados de los actuales habitantes colonizaron otros mundos insulares, de la isla de Pascua a las de Hawai, pasando por Tahití.
Después de pasar por las islas Tuamotu, potentes oleadas sacuden al Aranui, alcanzando los cristales del puente de mando. Al alba del quinto día de viaje alcanzamos la Controller´s Bay, en la vertiente sudoriental de la isla de Nuku Hiva, centro administrativo del archipiélago.
"No conozco escenario natural que por imponencia sea comparable a esta bahía", escribía en su novela Taipi el joven de 26 años Herman Melville, futuro autor de Moby Dick, refiriéndose al majestuoso anfiteatro de montañas rojizas tapizadas de tupida vegetación subtropical.
Donde el mar se insinúa más profundamente en el interior de la tierra surge el valle de Taipivai, alguna vez habitado por 10.000 caníbales de la tribu taipi. Los indígenas de las Marquesas eran de índole violenta y guerrera, y seguramente no desdeñaban el consumo de carne humana. Divididos en numerosos clanes, raramente se desplazaban más allá de los picos montañosos que marcaban los límites del propio territorio, a no ser para cumplir razzias contra los miembros de comunidades vecinas.
Una calle sólo en parte asfaltada se introduce en el valle. Algunos de sus actuales habitantes, dedicados a la pesca y a la producción de vainilla y pulpa de coco, juegan al fútbol. No lejos del campo deportivo, la jungla esconde el altar de Tainaii. Allí se sitúan cinco tikis, las características estatuas del archipiélago que representan divinidades. Fueron hechas en el siglo XVI.
Debido a la larga tarea de los misioneros, el 90 por ciento de la población es ahora católica. El domingo, la catedral de Notre Dame en Taiohae está colmada de fieles. Las mujeres visten de blanco. Las más elegantes llevan un tailleur y un sombrero de alas anchas, y un collar de flores realza las líneas del cuello. La misa, enteramente cantada, se prolonga sugestivamente por un par de horas.
El valle de Hakaui, al sur de Nuku Hiva, ofrece el más gris y dramático de los escenarios del archipiélago. El mar es de un azul cobalto más cercano al gris que al turquesa. Las playas son medialunas negras. Como cuchillos, altísimas paredes basálticas se abren camino hacia el interior en el bloque homogéneo de una espesa vegetación en la que predominan las palmas de coco. En este misterioso paisaje, uno espera toparse con algunos de los belicosos habitantes del pasado reciente. En la penumbra, aparecen de súbito tres paepaes, bases en piedra de las antiguas habitaciones, custodiados por otros tantos tikis cubiertos de musgo, que confirman la sensación. De 50 centímetros de alto, parecen gnomos maléficos.
En la dirección opuesta de la isla, en Hatiheu, la belleza es más tranquila, quizá por la inesperada presencia de una estatua blanca de la Virgen María. Con un cuarto de hora de camino en la selva, se alcanzan algunos fascinantes petroglifos que representan tortugas, peces y seres humanos.
Otra atracción local es el restaurante de la alcaldesa de la aldea de Hatiheu, el mejor de las Marquesas. Además de exquisito cerdo a la polinesa -cocido en un lecho de hojas de coco y condimentado con leche perfumada con cebollas-, el menú incluye langosta con fruto del árbol del pan, pez crudo en escabeche y budín de banana.
Al sudeste de Nuku Hiva, la isla de Ua Pou ya estaba habitada en el siglo II a. C. El sacerdote de la iglesia de la alegre aldea de Hakahau se tomó un trabajo de diez años: traducir la Biblia al idioma local. Fatu Hiva, la isla más meridional del grupo, fue elegida en 1937 por el arqueólogo noruego Thor Heyerdhal para pasar un año con una compañera sólo para experimentar la vida natural y despreocupada de los isleños.
Las mujeres de la aldea de Omoa preparan una pequeña feria a bordo del Aranui, para vender a los turistas sus tapas. Son las últimas artesanas del archipiélago capaces de crear elegantes esteras decoradas por una simple corteza vegetal. Sus antepasados usaban la tapa para confeccionar sus propias indumentarias.
Como otras aldeas de las Marquesas, donde perduran pintorescas casas de madera, Omoa tiene su propio almacén, oficina postal, escuela y una surreal cabina telefónica que comunica este perdido coriandro del océano con el resto del mundo. Es fácil cruzarse con la sonrisa espontánea de una joven transeúnte o con la de algún fornido muchacho con los brazos tatuados. A la sombra de una vegetación curvada bajo el peso de limones, pomos, bananas, mangos y papayas, escarban gallinas y cerdos.
Más al norte, la bahía de las Vírgenes es considerada con razón la más bella de la Polinesia Francesa. Por el sector septentrional, la limitan once abanicos de roca, que se precipitan en el mar desde 100 metros de altura, en tanto que en su lado opuesto la costa es tan majestuosa que vuelve insignificantes las palmas de coco de unos veinte metros de alto con las que está cubierta.
Imponentes picos basálticos, dorados por la dramática luz del atardecer, reinan sobre la negrísima playa que cierra la ensenada, vigilada por un gigantesco espolón rocoso con forma de camello.
Todos los hombres de la aldea de Hanaueue participan en las operaciones de carga de las mercaderías traídas por el Aranui, que incluyen cajas de Coca-Cola, y llenan la bodega con bolsas de copra, la pulpa seca de las nueces de coco, que satura el aire con su olor dulzón. Bellísimos niños se persiguen entre los cascos rojos y azules de las canoas varadas.
Hanaueue carece de no-noo, los fastidiosos mosquitos del archipiélago, que obligan a protegerse la piel con aceite de coco.
El Aranui sigue su viaje hasta las otras islas habitadas de las Marquesas, asombrando repetidamente al turista. Maniobra con extremada pericia en la estrecha bahía Vaipase de la isla de Ua Huka, donde, luego de haber girado sobre sí mismo, rozando con la popa y la proa las altas paredes rocosas, es asegurada con robustas gúmenas. Entra en la bahía de Vaitahu, otra perla natural del grupo, ubicada en la costa occidental de la isla de Tahuata. Alcanza Hanaiapa, sobre la isla de Hivaoa, seguramente la más tradicional de las aldeas visitadas, con las casas-canoa alineadas sobre la playa y algunas habitaciones aún dotadas de techos con hojas de coco.
La visita al lugar arqueológico de Puamau permite ver el tiki más alto de las islas (2,43 metros), pero es sólo llegando a la aldea de Atuona que el viaje a las Marquesas puede considerarse cumplido. Aquí vino a morir el genial pintor francés Paul Gauguin, hoy enterrado en el Cementerio Marino. Una flor de hibisco adorna su lápida, que no es otra cosa que una redonda piedra basáltica en la cual está escrito el nombre del artista y el año de su muerte: 1903. Llegado a Atuona en agosto de 1901, Gauguin vivió en su Casa del Placer, en realidad poco más que una cabaña cerca de la playa, con su compañera, una muchacha del lugar, de 14 años.
Durante su difícil estada en Atuona, perseguido por la policía y el obispo por conducta inmoral, Gauguin creó allí 29 de sus prodigiosas telas. Una reconstrucción de la Casa del Placer y un pequeño museo con reproducciones de algunas de sus obras recuerdan al genio. Seguramente hoy seguiría amando las Marquesas.
Como llegar
El viaje: Con Lan Chile vía Santiago y la isla de Pascua hasta Papeete, 1236 dólares. Hay que agregar el vuelo Papeete-Nuku Hiva (587).
En crucero: La nave de carga Aranui (Tel: 00689-426240, fax 00689-434889) está en parte destinada al turismo. Ofrece cruceros de 16 días, visitando todas las islas habitadas. Los precios van de 1571 a 3964 dólares.
Desde Nuku Hiva, la sociedad Archipels Croisieres (Tel. 00689-920029) ofrece cruceros personalizados de ocho días, con un máximo de ocho pasajeros. Precio: 1546 dólares la doble.
Moneda: franco polinesio (CFP). Son poco aceptadas las tarjetas de crédito.
Clima: de junio a octubre es el mejor período para viajar a las Marquesas. La temperatura media es de 28 grados.





