Le Mans: mucho más que autos en 24 horas de la carrera más legendaria
La experiencia detrás de la competencia automovilística de resistencia de Le Mans que transcurre día y noche sin interrupción
El sueño es el tema que desvela. ¿Es posible dormir mientras los autos corren a 300 km por hora a pocos metros? ¿Se puede pausar la adrenalina al seguir de cerca una de las carreras más míticas que se conocen? Sí, es posible.
Porque mientras los autos compiten por llegar al podio en las 24 horas de Le Mans, muchos de los visitantes se rinden al sueño en los motorhome o en las carpas instaladas alrededor del predio, y otros se acurrucan en alguno de los pocos sillones libres de los salones vip que quedan abiertos durante la madrugada. Los de sueño más profundo se acomodan en reposeras cerca de la pista, inmunes a los rugidos de los motores.
Y para los que lidian todas las noches con insomnio es el paraíso. Las tribunas están siempre abiertas para recibirlos. También hay shows, juegos y bares, pero toda la diversión que acompaña a la legendaria carrera termina a la madrugada.
Lejos de conciliar el sueño, los pilotos mantienen la adrenalina sin descanso. Antes de las 24 horas en carrera, hubo un año de trabajo de escuderías, y los días previos, las últimas verificaciones técnicas de los vehículos. Son tres pilotos por auto que conducen por turnos: no pueden exceder las 4 horas continuas frente al volante, en un total de 14 horas como máximo. Por lo general, los pilotos cambian cuando también hay que reponer los neumáticos.
Las 24 horas de Le Mans es, desde 1923, la carrera de resistencia más famosa del mundo; además de superar marcas de velocidad y rendimiento, busca estar a la vanguardia de las innovaciones. Cada año viajan alrededor de 300.000 fanáticos del automovilismo al Circuito de la Sarthe, a dos horas de París, expectantes por ver el movimiento alrededor de sus 13.629 kilómetros y sus 13 curvas de derecha y 10 de izquierda.
Muchos de los visitantes llegan unos días antes para conseguir ubicaciones privilegiadas. El lugar preferido es la curva Porsche, uno de los puntos de avistaje más importantes del circuito. Mientras los pilotos toman ese tramo de la pista a pura adrenalina, los espectadores se instalan con grupos de amigos y con familia, bien equipados con bebidas y comida.
Compiten 60 autos divididos en dos categorías: los prototipos, que combinan desarrollo tecnológico y rendimiento, y los grandes turismo. En la categoría LMP1 (Le Mans Prototype) participan los coches más rápidos. Este año Toyota GAZOO Racing se centró en el desarrollo de tres TS050 Hybrid, que corrieron, sin poder subir al podio, con dos Porsche 919 Hybrid y el equipo privado ByKolles con el motor del Nissan GT-R. La categoría más numerosa fue la LMP2, con vehículos piloteados además por no profesionales –los gentleman drivers–. En la actualidad, los prototipos usan motores híbridos para mejorar su resistencia.
También compitieron 13 LM GTE Pro, coches derivados de GT de serie, como los Porsche 911 GT3, Aston Martin, Ferrari, con pilotos profesionales, y los LM GTE Am, con pilotos amateur.
¡LARGADA!
La pista es una fiesta. Falta una hora para la largada y una multitud espera ansiosa en las tribunas. Hace unos años, la salida tenía una particularidad: los pilotos esperaban a un lado de la pista, y, con la señal de largada, corrían para subirse a sus autos, estacionados en diagonal frente a boxes. Con el afán de darles marcha con la mayor rapidez posible, y sin medir el peligro, no se ajustaban los cinturones. Hasta que en señal de protesta, en 1969 el piloto belga Jacky Ickx decidió caminar en lugar de correr. La desventaja no lo perjudicó: su Ford GT40 Mikl resultó ganador.
El show comienza antes de la largada: bajo la mirada y los aplausos de la multitudinaria tribuna, los pilotos posan junto a sus naves, hay desfiles de banderas y de fanáticos que buscan fotografiarse junto a los vehículos que van alineándose para comenzar la travesía.
Los esperan 24 horas de carrera, ni un minuto más ni un suspiro menos. Cuando se escuchan los primeros acordes de la Marsellesa, el silencio es total y la emoción aumenta mientras también crece la expectativa del público por escuchar el rugido de los motores.
Para los amantes del automovilismo, es la carrera más esperada del año, y un sueño hecho realidad para los argentinos que la presencian por primera vez. Su mayor expectativa se centra en la figura del piloto José María Pechito López, que debutó este año en Le Mans. El cordobés, tricampeón del Campeonato Mundial de Turismo, compartió vehículo con Nicolas Lapierre y Yuji Kunimoto.
Luego de la largada el público se dispersa. Algunos vuelven a sus motorhomes o a las carpas, otros se acomodan en los sectores vip. Si bien se multiplican las atracciones, entrar a boxes es la primera de la lista. Aunque no es sencillo. Primero hay que lograr un permiso especial y cumplir con las consignas: prohibido sacar fotos o filmar, y ajustarse para una visita breve, de no más de 20 minutos, que se terminará a la hora señalada.
Teniendo en cuenta esas premisas, aumenta el misterio al ingresar a los boxes de Toyota y, aunque la tentación es grande, hay que hacerlo con el teléfono celular fuera de vista y las cámaras fotográficas bajas. Con total prolijidad y hasta precisión quirúrgica, en la mayoría de los boxes suele haber un chasis de repuesto, cuatro motores, cuatro cajas de cambios, seis alerones delanteros y traseros, además de 60 ruedas y más de 100 radios y auriculares. Para el reabastecimiento de combustible, que se realiza cada 45 o 50 minutos, el coche debe estar estacionado frente a sucajón, paralelo a boxes, con el motor apagado y un estricto control. Lo hacen un mecánico y un ayudante, con extintor de incendios, y un asistente con una válvula de seguridad. En el caso de cambios de neumáticos está permitido un máximo de cuatro mecánicos, en un procedimiento que sólo comienza al completarse el repostaje.
En los boxes todo es calma, tranquilidad. Afuera, rugen los motores, que aceleran cuando terminan los controles técnicos. Adentro, silencio, concentración y espera. Así se lo ve a Pechito López que, a punto de salir a las pistas se prepara, se calza el casco y, concentrado, aguarda su turno.
Sólo cada piloto sabe qué pasa por su cabeza. Concentración extrema. Adrenalina. Superación. Tal es la concentración que un especialista en automovilismo cuenta que Pechito puede cerrar los ojos y calcular mentalmente el recorrido de una pista, con sus curvas, mientras simula el ruido de los autos. Y que si se calculara con un cronómetro ese momento, sería tal cual lo que le llevaría hacer la vuelta con su auto.
En el mundo exclusivo de boxes también es posible cruzarse con el actor Patrick Dempsey, que esta vez no corre, pero sí capitanea su equipo. ¿Dónde encontrarlo? Siguiendo el rastro de un séquito de fans que monta guardia para verlo y pedirle autógrafos… Una advertencia: es una misión imposible. Un par de guardaespaldas lo mantienen alejado de acercamientos indiscretos.
El affaire entre actores y el automovilismo no es novedad. Aquí el más emblemático fue el caso del Steve McQueen, amante de la adrenalina y de las carreras casi más que de la actuación, que protagonizó el film Las 24 horas de Le Mans. Durante el rodaje, en 1970, al actor no le permitieron correr la carrera, lo abandonó su mujer y se registraron graves accidentes. Su historia de fracasos y abandonos se recrea en el documental Steve McQueen, The Man & Le Mans, que se estrenó el año pasado.
Quien sí sumó triunfos en las míticas pistas fue Paul Newman. Luego de competir en varias carreras y de armar su propia escudería, en 1979 se subió a un Porsche 935 y, bajo la lluvia, ganó en su categoría (quedó segundo en la general) acompañado por Dick Barbour y Rolf Stommelen.
Al atardecer, alrededor del Circuito de la Sarthe los espectadores dejan de seguir los autos para admirar el cielo azul teñido de naranja. Aunque se sabe que para los corredores es la hora mala, uno de los peores momentos para manejar.
Mientras cae el sol, se encienden las luces laterales de los autos. Todos llevan tres luces circulares en sus laterales, que indican si el coche es líder (una luz encendida), si es segundo (dos luces) o tercero (tres luces). Y para optimizar las señales, cada categoría cuenta con su propio color: rojas para LMP1, azules para LMP2, verdes para LMGT1 y amarillas para LMGT2.
EN CARRERA
Veinticuatro horas mirando una pista de autos puede ser el mejor plan para un aficionado al automovilismo, y para los que no lo son, tampoco hay posibilidades de aburrirse. Shows de música (esta vez, de Kool & The Gang), juegos de kermés, un museo y, claro, la vuelta al mundo son parte de las atracciones que acompañan las 24 horas de carrera continua.
Aunque prometen diversión toda la noche, los pubs y la zona de diversión cierran a las 2 de la mañana. Hasta esa hora es habitual ver gente disfrazada, cantando y festejando, que compite en los juegos de tiro al blanco por un muñeco de peluche; mide sus fuerzas en el juego de martillo o patea penales contra una máquina.
Desde lo más alto de la vuelta al mundo, la pista se empequeñece y las luces de los autos que la recorren a 300 kilómetros por hora bien podrían confundirse con rayos veloces que la atraviesan. Al empezar el descenso, se vuelven más nítidos a pesar de la oscuridad de la noche. De un lado se percibe una de las curvas más cerradas, y del otro, la entrada a boxes. Mientras la rueda gira, los autos no se detienen. Ya hace 12 horas que están con los motores encendidos, y todavía faltan otras 12 para que lleguen a su meta. La brisa da un respiro sofocante al verano europeo, y se agradece.
La emoción de la legendaria carrera mantiene a todos en vilo. Pero son pocos los que permanecerán despiertos toda la noche. Cuando los entretenimientos cierran y la cerveza empieza a escasear, el público se dispersa. En las tribunas ya no se sienten los aplausos ni el calor que acompañaron la largada. Y a esa hora una recuerda la invitación de prensa con la propuesta: “¿Te quedás toda la noche en el circuito de Le Mans?”, y la respuesta sin dudar: “¡Claro que sí!”.
Había otra opción: volver al hotel. Porque en Sarthe no hay camas ni comodidades para pasar la noche. Sólo alguna silla incómoda en el hospitality que permanece abierto, o, claro, las tribunas. Por eso se entiende –y felicita– al público previsor, bien equipado con sus reposeras, carpas y casas rodantes.
Y es a la noche cuando los colegas especialistas en automóviles comparten su pasión por los fierros con increíbles anécdotas. Como la del piloto Eddie Hall, que en 1950 corrió solo las 24 horas, aunque tenía un piloto de reserva, y se clasificó octavo luego de dar 236 vueltas. Recuerdan a José Froilán González, el único argentino ganador en Le Mans, que logró la victoria en 1954. Como él se sentía más seguro manejando bajo lo lluvia que su coequiper, el francés Maurice Trintignant, lo hizo durante 17 horas.
Para ellos el rugir de los motores suena como Beethoven, pero también puede resultar ensordecedor en la vigilia. Después de una noche sin dormir las horas parecen trascurrir lentamente. Buen momento para desayunar y visitar el Museo de las 24 horas de Le Mans. No es justamente un shock de adrenalina pero sí una posibilidad única de ver piezas exclusivas, como la elegancia de un Bugatti Type 57 de 1938, o la Ferrari 166 MM, vencedor de la edición 1949. O un Ford GT 40, ganador de la carrera cuatro veces seguidas, desde 1966 hasta 1969. También hay carruajes de 1897 y hasta un autobomba donado por el Cuerpo de Bomberos Voluntarios de La Boca.
Es tiempo de volver a la carrera, que ya está en su recta final. Y así Porsche consigue su 19a. victoria, en su auto número dos, piloteado por Brendon Hartley, Earl Bamber y Timo Bernhard, mientras que Toyota logra llegar sólo con un auto (noveno), luego de que otros dos abandonaran por problemas técnicos. A la gran automotriz nipona este año le espera aplicar su técnica de los 5 por qué: un método para entender la causa, y optimizarse para lo próxima edición, que ya tiene fecha: se correrá el 16 y 17 de junio de 2018.
Antes de subir al podio, los pilotos reciben una corona de hiedras y flores, y se sacan selfies con sonrisas desbordantes. Una euforia que compite entre la emoción del éxito y la sensación de cansancio. La felicidad es total cuando levantan sus trofeos, y más cuando se bañan en champagne.
Mientras, los visitantes emprenden la retirada. Saben que la salida del circuito podría llevar más de una hora, y ya no quieren sumar ni una más a las 24 de la carrera. Deberán esperar un año para que comience de nuevo la aventura.