El Prefecto Mayor Javier Giannattasio revive uno de los momentos de mayor tensión en altamar y explica el protocolo que deben seguir cuando descubren pescadores ilegales en la Zona Económica de Exclusión
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El guardacostas Mantilla es el buque insignia de la Prefectura Naval. Se trata de un patrullero clase Halcón construido en España y botado en 1981. Es el barco más antiguo y efectivo de la flota que custodia la Zona Económica Exclusiva. En su casco tiene pintadas las siluetas y los nombres de los quince barcos pesqueros que capturó. Son sus marcas “de guerra”, que expone con orgullo, que sirven para aumentar la moral del personal a bordo y llevar la cuenta de las acciones y victorias “mar adentro”.
El Prefecto Mayor Javier Giannattasio fue el protagonista de una persecución histórica que se cuenta como leyenda entre los nuevos integrantes de la fuerza. Ocurrió en 2018, a la altura de Comodoro Rivadavia, a 200 millas de la Argentina continental, a bordo del Mantilla. Ahí, en esa línea invisible que separa el Mar Argentino del océano “de nadie”, donde se acumulan, casi superpuestos, cientos de barcos pesqueros extranjeros. Son chinos, coreanos, taiwaneses y españoles, en su mayoría, que persiguen bancos de merluza y de calamar a lo largo de esa frontera que divide lo legal de lo ilegal. Cada tanto, cada vez más seguido, se adentran en aguas argentinas para llenar sus redes, vulnerando la soberanía nacional.
La Prefectura Naval cuenta con cinco buques guardacostas para proteger el Mar Argentino y la Zona Económica Exclusiva, donde solo buques argentinos autorizados pueden pescar, un área que se extiende desde la costa hasta 200 millas “mar adentro” a lo largo de todo el territorio nacional. Son más de 3 millones de kilómetros cuadrados de agua salada. Las cinco patrullas no navegan juntas, en simultáneo: salvo excepciones, zarpan de a una cada vez. La extensión de las misiones en altamar varían entre 15 y 20 días.
Giannattasio estaba en su último año como capitán del Mantilla. Había desarrollado una técnica innovadora: en medio de la noche, infiltraba su patrulla entre la flota pesquera y desde allí vigilaba que ningún barco se desprendiera para cruzar hacia la zona argentina. Eso fue lo que hizo en2018: “Le ordené a la tripulación que escondiera al Mantilla”, asegura.
-¿Cómo esconde un barco en medio del mar?
-Hacés navegación sigilosa, navegás con las luces apagadas, simulás que sos un pesquero. Los tratás de confundir. Imagináte que el pesquero ve en su radar y encuentra 150 barcos en la zona. Hay unos que tienen su posicionamiento prendido y otros que no. Nosotros somos uno de esos. Nos escondemos en la boca del lobo.
Esperaron diez días antes de que algún pesquero se atreviera a romper las reglas. Y el 21 de febrero de 2018, en la madrugada, el radar de la Prefectura mostró un punto que titilaba dentro de las 200 millas prohibidas.
Ese punto titilante era un barco pesquero chino de la empresa Yantai Jingyuan Fisheries, el Jing Yuan 626, que poco a poco comenzó a separarse de la flota y se adentró en territorio no permitido. Estas naves se mueven muy lento y con la corriente. Es normal que este tipo de embarcaciones se muevan sin intención y luego, al percatarse, vuelvan a su lugar. Pero este no fue el caso.
El Jing Yuan 626 no dejaba de avanzar dentro de las 200 millas. Tampoco levantó redes o alertó a nadie de su movimiento. Aquel barco chino siguió pescando calamares como si no se hubiese enterado de lo que pasaba. “Yo le indiqué a uno de mis oficiales que esperáramos a estar seguros de que no habían perdido su rumbo, que tuviéramos certeza de que estaban pescando deliberadamente allí. Cuando el oficial me dijo: ‘Capi, están 600 metros adentro’, di la orden”, relata Giannattasio.
Se activó entonces el protocolo. El Mantilla prendió todos los faros y aceleró a toda velocidad. Al darse cuenta de que los querían detener, el pesquero chino apagó sus luces y salió de la zona prohibida. Buscaba confundirse entre el resto de los pesqueros. “Pero hay algo que te da el tiempo y la experiencia: esos barcos no se mueven demasiado mientras pescan, así que quien lo hiciese sería nuestro blanco. En cuanto lo distinguimos entre toda la flota, salimos disparados hacia él. Los demás barcos comenzaron a desperdigarse como palomas. Todos salen escapando, pensando que son ellos los perseguidos. Todo se vuelve confuso. Pero el primero que se movió, el barco chino, ya estaba en nuestra mira”, explica Giannattasio.
Dentro del Mantilla, todos estaban revolucionados. El Capitán permanecía en su posición, en el alerón de babor. Mantenía la mirada clavada en el pesquero. La tripulación esperaba instrucciones a través de la radio.
Los oficiales se comunicaron con la base en tierra y dieron la noticia: habían comenzado una persecución. Al mismo tiempo, el armero comenzó a preparar rifles y ametralladoras. Incluso el cocinero prendió las hornallas para preparar viandas que llevaría la comisión encargada de abordar el barco y llevarlo a la costa. “Logramos acercarnos al Jing Yuan 626 y, con un parlante, le indicamos que se detuviera, que sería abordado. Pero el barco nunca se detuvo”, asegura Giannattasio.
Cuando el Mantilla logró ponerse a la par de su objetivo, cuatro barcos de la misma empresa comenzaron a obstaculizar su camino. “Se nos tiraban encima”, recuerda. Los intentos de colisión de los pesqueros chinos fueron infructuosos, la tripulación de la Prefectura logró evadir una y otra vez aquellos atentados.
-¿No podían detener al resto de los barcos?
-No, por protocolo al único que podíamos perseguir y abordar era al Jing Yuan 626. A los demás les avisamos que estaban interfiriendo en una persecución policial y, de no desistir, abriríamos fuego.
Aquí vale hacer una aclaración. La Prefectura Naval no puede abrir fuego indiscriminadamente. Antes tienen que advertir insistentemente que “de no detenerse usarán la fuerza”, hacer señales con luces y bengalas. Y aun cuando se llega a ese punto, y comienzan a disparar, hay pasos a seguir.
El calibre de las armas a utilizar también está regulado. Primero los prefectos deben abrir fuego con rifles. Después pueden usar ametralladoras. De obtener respuesta, en última instancia están habilitados a disparar un cañón Oerlikon 20 mm capaz de hacer agujeros del tamaño de una pelota de golf.
Giannattasio tuvo que pensar rápido. La decisión nunca es sencilla: disparar también implica poner en riesgo a la tripulación. Todos esperaban su orden. “Al final, de los cinco barcos, le tiramos a tres con las ametralladoras. Pero no se detuvieron. Terminamos usando el cañón. Disparamos ‘tiro por tiro’ al casco de los barcos. Aun con los pesqueros metiéndose en nuestro camino teníamos que ser cuidadosos. El objetivo no era aniquilarlos, queríamos que se asustaran y pararan”, asegura. Pero ninguno de los barcos de la empresa Yantai Jingyuan Fisheries se detuvo.
“Capi, ¿un mate?”
La persecución se extendió durante horas. A las diez de la mañana del día siguiente, los pesqueros ilegales llegaron hasta el límite con las islas Malvinas, donde empieza la jurisdicción británica. Los prefectos no tuvieron más remedio que detenerse y ver a los cinco pesqueros desvanecerse en el horizonte.
Giannattasio sigue contando: “Fueron ocho horas de adrenalina pura. Rozando el medio día, un muchacho se me acercó y me dijo: ‘Capi, ¿un mate?’. Me habrá visto nervioso. Tomé el mate y le di un sorbo. No me había dado cuenta de la presión que tenía encima. Ese mate me bajó tres cambios. Se me aflojaron las piernas y sentí como si un elefante me hubiera pasado por encima. Me empezó a doler todo”.
Era una tragedia. Parecía que todo aquel esfuerzo había sido en vano. “Pero nosotros teníamos fotos, grabaciones, impresiones del mapa que mostraba al barco dentro de la Zona Económica Exclusiva”, advierte Giannattasio. Al llegar al puerto, entregaron todo ese material al Juzgado Federal de Primera Instancia de Comodoro Rivadavia. El caso fue tomando por la jueza Eva Parcio de Seleme que tenía experiencia en estos temas.
Al ver la evidencia, la jueza emitió una alerta roja a Interpol. Fue una reacción inédita para estos casos, sin antecedentes en el mundo. Y sentó jurisprudencia. Antes de esta persecución, cualquier barco pesquero que lograra escapar de las 200 millas quedaba libre. Pero los cinco barcos de Yantai Jingyuan Fisheries quedaron acorralados: tras el alerta a Interpol, serían detenidos apenas amarrasen en cualquier puerto.
Además, Parcio de Seleme resolvió generar una multa por los gastos operativos del Mantilla y por los agravios. Unos días después de la persecución, la empresa pagó 8.000.000 de pesos argentinos (en el momento, alrededor de 403.023 de dólares).
La jueza asegura que este fue un caso sin precedente. “Nunca habíamos visto una persecución tan violenta y peligrosa. Los chinos querían detenernos a toda costa”, añade.
-¿Qué pasó con los barcos chinos?
-Nunca más fueron vistos. Esto no es una afirmación, pero existen rumores de que los chinos comenzaron a hundir barcos como estos. Al parecer, les resultaba más barato hundirlos que entregarlos a las autoridades.
Aún sin los barcos en territorio argentino, Giannattasio ve aquella persecución como una victoria. “Al final pagaron por las consecuencias”, dice.
-¿Cuántos pesqueros ilegales llevan capturados?
-Desde 1983, que es cuando recibimos los buques, atrapamos 80 barcos. Y esta fue una de las primeras veces que logramos hacer pagar a las empresas extranjeras, aun sin haberlos podido abordar.
Sin embargo, aun con aquella victoria, nunca lograron recuperar la carga de calamares de los barcos. Nadie supo a ciencia cierta cuánto pescaron. Esa mercancía regresó a China.
Cinco años después, el ahora Prefecto Mayor Javier Giannattasio reconoce que uno de los retos del momento es conocer cuánta pesca sin registrar existe en el país. Es un tema muy delicado de tratar.
-¿Por qué es tan importante conocer el volumen de pesca?
-Porque a partir de eso sabemos cuál es el impacto de la pesca ilegal y no documentada en el mar argentino. Tampoco podemos confiscar lo que sacan. Es un problema cuando se van más allá de las 200 millas o al mar de Malvinas.
-¿Esto es frecuente?
-Es común que los barcos pesqueros intenten hacerlo. Aunque después de este y algunos otros casos en los que se emitió la alerta internacional, vemos que los barcos se controlan un poco más. Sin embargo, la pesca del otro lado de las 200 millas también es un problema. ¡No sabés lo que están pescando! Como país tenemos datos estimados, pero realmente no tenemos idea. Hay mucha pesca sin registro. Muchas veces hay transbordos. Casos en los que un barco le pasa la carga de pesca a otro.
El “modus operandi” de los barcos pesqueros en altamar es sumamente complejo. Se trata de una organización donde se destacan tres niveles. En una punta de la operación están los pesqueros, los que despliegan sus redes y capturan la mercadería. Ellos son los que tienen más libertad de acción, los que atraviesan la frontera argentina desafiando a la Prefectura Naval. Cuando tienen sus redes llenas, vuelven a la “zona libre” o neutral, y traspasan su carga a los buques transbordadores. Los transbordadores son el nexo entre los barcos pescadores y los barcos “nodriza”, que están en aguas internacionales, que reciben el pescado y suministran combustible al resto de la flota.
“Hasta ahí, por el momento, no tenemos forma de llegar”, coinciden la jueza el Prefecto Mayor.
La persecución de los cinco barcos pesqueros chinos quedó en la historia de la Prefectura como un ejemplo de lo que son capaces los pesqueros para evitar a la Justicia. Pero también dio cuenta del valor de aquella tripulación para Giannattasio. “Yo dependo de que todo salga a la perfección. Y para eso tenemos que hacer mucho más que solo trabajo. La tripulación tiene que estar unida”, reflexiona. Después de aquella travesía, la tripulación de Giannattasio comió medialunas amasadas por él mismo. Según cuenta, “son las mejores de todo el mar argentino”.
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