Lo que el Messenger se llevó
El mensajero que hizo hablar a una generación llega a su fin
El arte de la conversación está muerto, y pronto lo estarán casi todos los que saben hablar. En 1967, el polémico Guy Debord anticipó la alienación actual con esa sentencia apocalíptica. Lo hizo en su libro-manifiesto La sociedad del espectáculo, sin sospechar que, 32 años después, nacería un modesto programita de chat que no sólo estimularía el diálogo –en versión virtual–, sino que marcaría a fuego (y a zumbidos) a toda una generación de precoces cibernautas: el Messenger, bastión de la era fundacional del mundo 2.0.
Creado en 1999, el rey de los mensajeros instantáneos bajará para siempre las persianas de sus famosas ventanitas cuando este 31 de octubre Microsoft cierre el servicio en China, donde aún sobrevive. Habrá sido una muerte lenta y dolorosa, en plena adolescencia, con tres claros autores materiales: Skype (comprado por Microsoft en 2011 y coronado para sustituir a Messenger), WhatsApp y el chat de Facebook.
Ningún otro mensajero despertó la popularidad del chat de Bill Gates, que tuvo la astucia de adosarlo en Windows y diseminarlo como un virus en todos los hogares. Así lo convirtió en el mayor servicio de mensajería instantánea del mundo, con más de 330 millones de usuarios activos cada mes, e inauguró una forma insólita de relacionarnos: Che, ¿me pasás tu Messenger?
Sin darnos cuenta, se abrió una nueva dimensión de nuestra personalidad: con el teclado tocábamos esos temas que no se hablaban por mail ni teléfono. Charlas profundas, bizarras, intrascendentes, que podían durar toda una noche. Es que no teníamos tantos amigos, ni seguidores, ni tanta egolatría: éramos más sociables.
Estábamos estrenando nuestra identidad digital, pobre, pero honrada: un nickname original y una foto al natural, sin filtros (el tímido, incluso, dejaba el patito amarillo). Lo importante era lo que escribíamos, no lo que exhibíamos: nacía nuestro yo virtual, pero estábamos a años luz de la espectacularidad de Facebook e Instagram.
Mientras los nuevos chats como Telegram o Emojli proponen enviar mensajes que se autodestruyen o dialogar con emoticones, el Windows Live Messenger era un vehículo para charlas con historiales que valía la pena leer una y otra vez. Gracias a él escuchamos confesiones, dimos y recibimos consejos, nos reímos y hasta nos enamoramos.
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