Los secretos de Chacarita, el polo gastronómico para los que escapan de la vorágine de Palermo
El tradicional barrio fue poblándose con opciones para entendidos, que apuestan por bajar un cambio con un libro, lejos de notebooks y Zooms; quiénes son los que apostaron por la zona
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Con la llegada de nuevas construcciones y recambio vecinal, el barrio de Chacarita toma otra forma. Con clásicos gastronómicos como el Imperio de la Pizza o Santa María, la zona dejó de ser de tránsito, es decir, por donde ir a las apuradas. Ahora su oferta gastronómica y cultural se caracteriza por su calma y ritmo relajado, aunque mantiene sus códigos y clientela.
Bares y restaurantes donde conocen los nombres de sus habitués. Así pensó Julián Díaz su bar La Fuerza en la esquina de Avenida Dorrego y Castillo. Con la experiencia del céntrico Los Galgos y el mítico bar 878 en Villa Crespo, Díaz señaló el camino. “Banco la barrialidad. Chacarita me gusta desde siempre, porque vivo en Villa Ortuzar y viví en Villa Crespo, lugares que no están gentrificados y que tienen su identidad con negocios que se van integrando -explica-. Es un barrio que tiene mucho para dar, por su ubicación geográfica estratégica y porque mantiene panaderías, carnicerías, con el espíritu que lo alejan de la vorágine del resto de la ciudad de Buenos Aires”, destaca entre picadas y vermuts. “Eso, más la movida joven y vital, está buenísimo, además todo lo que está abriendo -esperemos que siga así- es bastante escalado, no hay una explosión de aperturas. Y se busca calidad e identidad”.
Chacarita combina casas de familia con locales emergentes. Cualquier PH, galpón o garaje puede llegar a esconder una joyita que invite a comer y a beber cada día con una propuesta distinta. El barrio recibió con los brazos abiertos a cocineros emancipados, con el sueño de ser dueños de su propio restaurante. Así nació Ajo Negro de Gaspar Natiello y Damián Gianmarino González con sus platos de autor y un menú donde los pescados y mariscos mandan, y que varía de acuerdo a la estacionalidad del producto.
Hacer algo diferente lejos del marketing palermitano atrajo al resto. “Buscábamos barrios emergentes, con potencial para crecer para nuestras tapas asiáticas”, describe Christina Sunae, de Apu Nena. La cocinera recuerda: “Cuando trabajaba en Nueva York, el SoHo era como acá Palermo y escapando de él nació lo que hoy se vive en Brooklyn. Y es que, cuando un gastronómico abre un local y funciona, se replica. Encontramos la esquina de Dorrego y Loyola cuando solo La Fuerza y Ajo Negro estaban en la zona. Nuestros colegas comenzaron a abrir alrededor y esto se transformó en un barrio donde comer más joven y con precios más bajos que en Palermo, ¡y con locales más chicos!”, se ríe Sunae. Aplaude a “un cliente más joven y consciente de lo que está comiendo, que quiere comida sabrosa y apunta a más vegetales que antes”. También agradece el espíritu barrial. “Abrimos tres meses antes de la pandemia, nadie nos conocía y tuvimos que hacer delivery. Los vecinos nos compraban todos los días, no hubiéramos podido sobrevivir sin ellos”.
Son los mismos vecinos que disfrutan de espacios como Georgi’s con sus tacos, de restaurantes como Obrador en Charlone y Santos Dumont y que tienen a Occo y sus helados como el secreto mejor guardado. Allí es donde se consiguen sabores tan especiales como su ‘Crema Arco Iris’ -crema del cielo con cereales- o su ‘Ricota, Vainilla y Limón’.
Un barrio al que volvieron las charlas
Estos nuevos locales gastronómicos se convierten en una suerte de SUM o ambiente extra para los vecinos. Es ahí donde se reúnen con amigos o familia y a donde acuden libro en mano. Basta echar una ojeada entre las mesas: en Chacarita se ven más vermuts y picadas que laptops y reuniones Zoom en solitario. El barrio combina todo. Para disfrutarlo a pie o de fácil acceso -por Dorrego, Avenida Córdoba o Corrientes- si se viene de visita. Y no solo se nutre de jóvenes, estos conviven con adultos mayores. ¿Quiénes mejor que ellos para enseñarles lo que es bajar el ritmo y disfrutar de lo importante? Los vecinos de siempre adoptaron a los nuevos locales. Suelen acercarles desde flores y plantas para decorar hasta recetas caseras. Y no son pocos los que se animan a “prestar” sus veredas. Un voto de confianza a quienes apostaron por Chacarita para abrir su negocio propio. Lugares como La Hummusería o 1600 y su codiciada terraza en Aguirre y Carranza se codean con lugares de culto como la librería Falena en Charlone o la galería de arte Ruth Bencazar. También con espacios culturales como el Carlos Gardel, radios y estudios de grabación.
Sin reservas, orden de llegada
Las charlas que suelen surgir de mesa a mesa son parte de su encanto. Dónde ir, qué comer, directo de los que probaron y saben. Y es que, a diferencia de Palermo, en Chacarita la competencia no es problema: los restaurantes apuestan por “cuántos más locales gastronómicos, mejor”. Vas desde las tapas asiáticas de Apu Nena y la mexicana de Ulúa, otro pionero, a la coreana moderna que ofrece Marina Lis Ra en Nanum (su mumalengi y su kimchi dop bap son dos platos que no vas a probar en otro lugar).
Es por la variedad y cantidad de nuevos locales que van surgiendo en Chacarita que se hace la vista gorda al malestar que puede generar el cada vez más popular método de “sin reserva”. Con un orden de llegada que obliga a que, al no encontrar mesa, se comience una peregrinación de lugar en lugar. El abanico de opciones vigente permite dar con una propuesta del mismo presupuesto y target. ¿Querés comer? Hay de todo.
Desde las noches en La Panadería de Anchoíta -así se transformó en pandemia Anchoíta- a cocinas con caras conocidas como la de Naranjo Bar -de Augusto ‘Aspi’ Mayer, ex Proper mencionado como uno de los mejores nuevos restaurantes del mundo por Condé Nast Traveler- detrás. Con su espíritu de patio trasero, Naranjo abre de martes a sábados.
Bien alto también rankea Chuí, con su cocina abierta a un jardín lindero a las vías del tren. Sus pizzas, fainafel y gírgolas de cosecha propia atraen. Utilizan productos orgánicos y de pequeños productores. “Nunca pensamos en abrir Chuí en un lugar ya consolidado, no lo hubiésemos puesto en Palermo. La zona nos encantaba, pero también pasó que dimos con el lugar indicado y fue amor a primera vista”, describe Ivo Lepes, socio del fenómeno veggie, justo en el límite de Chacarita. Es ahí donde las personas se olvidan del tiempo.
Comer (y beber)
Pero ninguna propuesta es completa si no se encuentra donde beber. Así es que, además de La Fuerza con sus vermuts, las opciones para el buen beber en Chacarita no se dejan estar. Así, por las tardes se llena Sede Central Whisky sobre la calle Guevara y también su primo, Sifón sobre Jorge Newbery.
A la oferta barrial se suma Lutero Bar y también está Puente G, de la bartender Mona Gallosi, otra de las que apostaron por el barrio. No solo cuenta con una increíble barra y carta de cócteles y vinos, también ofrece platos sabrosos para quienes disfrutan de comer bien.
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