Ludmila Pagliero, la bailarina argentina que llegó más alto
Una semana antes de que comenzara el Mundial de Rusia, la argentina Ludmila Pagliero levantaba finalmente su copa en el mítico Bolshoi. Por una lesión sencilla, pero evidentemente muy inoportuna, el año pasado no había podido bailar en la gala de los Benois de la Danse (suerte de premios Oscar para el ballet), pero ni siquiera su ausencia pudo evitar que aquella noche de junio de 2017 la eligieran como la mejor bailarina del año. Esta vez, la historia es otra: tras un día atípicamente soleado y con 28 grados en Moscú –donde hay un bailarín detrás de cada esquina–, mientras las almas de primeras figuras de todo el mundo se agitan a la espera del veredicto de un jurado de notables, ella deleita a todos sobre el escenario de un teatro de leyendas, completamente lleno, y se abraza a la estatuilla pendiente. Llegó. Ha ido muy lejos y, a la vez, como cada mañana, se levanta al otro día y se va, como si no hubiera llegado a ninguna parte. Temprano sale el avión de vuelta a Francia, donde está su casa; y unos días después, a Taipei, y ahora debería estar en Buenos Aires, pero, siempre inoportuna, una lesión le cambió sus planes más inmediatos.
Todos habrán escuchado ya sobre la inusual carrera que hizo Pagliero, una embajadora de la que se puede estar orgulloso. No fue tan singular por dejar la Argentina a los 15, aferrada a una convicción ("una pasión", preferiría ella), como por alcanzar la cima de una de las compañías más antiguas y prestigiosas. Allí, en la Ópera de París, se convirtió en ètoile (estrella), el escalafón más alto de la carrera, que nunca antes había alcanzado una latinoamericana. Le tomó quince años ese derrotero, cientos de funciones, dolores de cuerpo y de los otros, trabajo, actos de arrojo, algunas dudas, más trabajo, viajes, mucha sed. Es importante no olvidar en esta simplificada receta un condimento indisoluble, la satisfacción, porque esta no es una de esas sufrientes películas de Hollywood. Desde esa posición que ocupa hoy, a los 34, observa con sabiduría la década por venir. El horizonte no está marcado, pero asoman nuevos proyectos, la creación y, por qué no, la dirección.
–¿Cómo late el Bolshoi, ese templo con una carga tan simbólica para la danza?
–Bolshoi significa grande y es inmenso. Cuando entrás en esa sala, ves la grandeza de Rusia. La arquitectura es imponente, el teatro tiene peso, hasta los bailarines son grandes ¡y bailan grande! Allá la danza es algo de todos los días, el público es conocedor, desde chiquitos: no hay un niño en Moscú que no sepa quién fue Chaikovski.
–¿En qué te cambió un premio como el Benois de la Danse?
–En la satisfacción de seguir aprendiendo, buscando y probando nuevas cosas. Me premió una vez más con una gala donde pude ver artistas de diferentes escuelas y orígenes, con carreras similares o nada que ver; descubrir que hay un talento inmenso, y que tenemos las mismas preocupaciones, los mismos problemas y las mismas ganas de cambiar. El mismo placer. Mucha gente podría ser merecedora de este premio. El otro día, cuando volví a París, vi a Mats Ek [el sueco es uno de los coreógrafos más relevantes del mundo], bailando a los 73 años con su mujer, Ana Laguna, y le pregunté: ¿cómo hacés para seguir ahí en el escenario, qué necesitás? "Simplemente, las ganas –me contestó–. Cuando tenés ganas, tenés que hacerlo, pero tenés que hacerlo bien". La entrega es un gran mérito. El premio me permitió estar otra vez frente a una situación que te motiva y te hace reconcentrarte, replantearte el placer y volver a buscarlo.
–¿Qué determina o marca la madurez de un artista?
–La madurez se refleja en el abandono que uno logra con el tiempo y con la experiencia. Ese abandono que te permite simplemente disfrutar del momento presente y estar abierto a cualquier cosa que pueda suceder sin juzgarte, sin limitarte a la perfección o al trabajo realizado durante días y días de ensayo. Es entonces cuando se logran esos pequeños momentos mágicos en los que se pierde la noción del tiempo.
–Y la famosa personalidad. Suele decirse que es un atributo de los bailarines argentinos, pero ¿en qué se advierte?
–La aceptación de uno mismo, de tu carácter, de tu forma de pensar, de tus orígenes, hace que tu personalidad resalte. Quizás lo que es particular entre los bailarines argentinos que viajan por el mundo es que cuando uno se encuentra en otro país, con otra cultura, una escuela más definida, una educación que uno no conoce o que no tuvo, lo que te queda es tu personalidad para poder diferenciarte. Mostrar esa personalidad es como decir: yo no soy de acá, pero tengo elementos y talento y cosas que decir. Cuando uno se aleja de su propio país, de sus raíces, se enfrenta a muchas situaciones que no entiende y la personalidad se desarrolla como un mecanismo de defensa. Y forma parte de lo que hacemos tener una personalidad, mostrarla, poner un temperamento. Trabajamos personajes usando recursos de las propias facetas; son como pequeños cajones que uno va a abriendo para sacar lo que precisa según lo que tiene que bailar.
–Reflexión, autosuficiencia, entrega. ¿Hay un poco de todo eso en tus cajoncitos?
–Mucha gente piensa que tengo una personalidad muy fuerte, y es verdad, lo que no quiere decir que no tenga momentos difíciles. No me quedo callada, soy un ser de expresión y siempre tuve que hablar por mí misma, pero creo que una de las cosas que me caracteriza es un lado muy dulce y muy suave, aunque diga lo que pienso, es de esa forma. Voilà! [Se ríe].
–"Si no me hubiesen propuesto ese contrato en Chile a los 15 años, habría dejado la danza, porque veía una pared", decías hace un tiempo. ¿Cómo recordás ese momento?
–Me fui porque tuve esa propuesta y porque quería empezar. Cuando digo una pared es porque no tenía oportunidades y también por esa personalidad un poco fuerte de la que hablamos. A los 15 años uno tiene poca paciencia, quiere las cosas ya, y por eso lo veía como algo trágico y traumático. Lloraba en mi casa, y decía que no podía ser... Cuando llegué a París, por ejemplo, al mes me quería ir, porque la gente no me hablaba, llovía todo el día; había escrito una carta diciendo todos los puntos por los que me quería volver. Pero pasó una semana más, me concentré en el trabajo, y esa carta nunca se envió. Eso se va aprendiendo. Siempre tuve, especialmente de chiquita, una personalidad explosiva; cuando las cosas no me salían como quería pegaba unos cuantos gritos y quería que el mundo pagara las costas por mí. Por suerte, mi mamá estaba para temperar un poco. Es cierto que el contexto no me alentaba porque en el Teatro Colón hacía varios años que no había audiciones y no se sabía cuándo iba a haber. Pero tampoco nunca me planteé: Ludmila tenés 15 años y sos joven. No me planteé que las cosas podían cambiar con el tiempo.
–El factor tiempo para ustedes es un detonante.
–Nunca había imaginado que en algún momento iba a hacer carrera afuera, y tenía frente a mí ciertos ejemplos que se iban… Herman [Cornejo], Marianela [Núñez], mi compañera Luciana Ravizzi. Ese fue un pequeño momento traumático, porque era una de mis mejores amigas y de un día para otro descubro que pensaba irse ¡y yo ni me había planteado la idea! [Ravizzi estudió en la escuela del Royal Ballet de Londres e integró el Scottish Ballet durante trece años].
–Abrís la ventana de tu casa, en la orilla derecha del Sena y… ¿qué ves?
–Muchas plantas y árboles, por suerte. Vivo en el barrio 20. Son unas casitas muy parisinas, con pequeños jardines y vecinos muy agradables; un pequeño lugar escondido detrás de una puerta que da la calle. Por afuera nada se ve y adentro es un pasaje lleno de flores, un pequeño paraíso en la gran ciudad.
–¿Qué costumbres o hábitos franceses incorporaste?
–El brunch de los domingos, en casa o en algún café. La famosa croissant en la mañana, infaltable.
–Explicale a un outsider por qué es tan importante ser una ètoile.
–Porque es importante ser un bailarín de fila también. No sé si la pregunta me identifica, porque creo que si no tenés el cuerpo de baile alrededor tuyo que se siente importante… ¡olvidate de que sea un lindo espectáculo!
–¿Qué connotación tiene para vos la palabra rutina?
–Es necesaria, pero puede ser destructiva. Aun en la rutina uno necesita encontrar un nuevo matiz, un nuevo color o un nuevo perfume para que siempre haya una particularidad, para que sea como una primera vez y no aburrirse, desganarse ni sentir cansancio. Siempre tenés que estar renovando esa rutina.
–Entre tantos ismos con los que acordás, en la alimentación (vegetarianismo), la vida al aire libre (naturalismo), el cuidado del planeta (ecologismo), ¿cómo ves el feminismo? Acá se debate en el Congreso la despenalización del aborto.
–Vuelvo como siempre al tema más importante para mí que es la educación, que no quiere decir haber ido a la mejor escuela. Educación es también tener la posibilidad de observar, analizar y comprender diferentes situaciones, lo que cada uno hace y que hay vidas diferentes. Comprender a una persona es de las cosas más difíciles. Con educación, apoyo, sostén, uno puede tomar decisiones difíciles de forma tranquila. Respecto del feminismo, esto no es nuevo, hace años que se viene… Lo que sí encuentro a veces un poco delicado son los extremos, donde puede ser que se termine accionando de la misma forma bruta que se reprocha. Como en todo se trata de encontrar el famoso equilibrio, que muchas veces se pierde.
–¿Cómo sigue tu approach con la creación y con la dirección, dos aspectos que se repliegan con tu trabajo de bailarina y que tanto te interesan últimamente?
–Se van abriendo nuevos proyectos interesantes para los próximos dos años, que me emocionan mucho. Ahora, en septiembre, tengo una invitación para bailar con Sasha Waltz, una compañía independiente, contemporánea, completamente diferente del cuadro de la Ópera de París. Respecto de lo que es la dirección, la situación acá fue bastante particular en los últimos meses; surgieron muchas preguntas sobre qué es el managment y la comunicación dentro de una gran institución como es esta. [Se refiere a la filtración de una encuesta interna que reflejó un 89% de reprobación a la gestión de la actual directora del ballet de la OP, Aurelie Dupont, a la vez que se admitieron despidos por casos de acoso sexual, problemática que atraviesa a varias compañías de ballet muy importantes en el mundo, y que en esta consulta entre 150 bailarines tuvo un 26% de respuestas afirmativas]. En todo caso, lo ocurrido me ha llevado a pensar qué está pasando, por qué ciertas personas pueden estar pidiendo un cambio. Hay costumbres desde hace años en el mundo de la danza, sobre la exigencia y el trato difícil, y estamos en el siglo XXI, las mentalidades han cambiado, las generaciones de a poco van pensando y teniendo expectativas diferentes. Todo me hace reflexionar que para dirigir a 150 personas y hacerlo bien, uno tiene que formarse, saber cómo tratar a la gente, cómo motivarlas, cómo hablarle a una persona de 18 y a una de 42 años. Tener un managment y poder manejar las cosas administrativas y económicas de un teatro. La carrera del bailarín es muy intensa, lleva mucho tiempo y devoción. Con la mochila de la experiencia artística, que es incomparable, hay que preparase más. Otra vez, siempre se trata de educarse.
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