Maxwell Perkins, el editor leyenda
La literatura era para él un asunto de vida o muerte. Trabajó con Fitzgerald, Hemingway y Thomas Wolfe, a quien su familia odiaba, según cuenta su nieta a La Nación revista. Una película revivirá esta relación magnífica y tortuosa
Se lo considera el arquetipo del editor consumado. Y con razón. Maxwell Perkins, el legendario descubridor de F. Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway y Thomas Wolfe, no sólo tenía un don para inspirar a sus autores y sacar lo mejor de ellos, sino que también los ayudaba a estructurar sus libros y a pensar títulos, al tiempo que los escuchaba y les prestaba dinero.
Era un hombre reservado, de ojos azules y 1,77 metro de estatura. Trabajaba duro e iba con un sombrero que se quitaba sólo para dormir. Genius, una película que protagonizan Colin Firth como Perkins y Jude Law como Wolfe –uno de sus escritores más desafiantes–, traerá de vuelta su influyente figura. Nacido en Nueva York, en 1884, Max, como lo apodaba todo el mundo, después de estudiar en Harvard y trabajar de reportero en el New York Times, arribó en 1910 a la editorial Scribner –que ya publicaba a Henry James y Edith Wharton–, para revolucionar la literatura estadounidense.
Provisto de un juicio original y mucha astucia, apostó por nuevos talentos, a los que defendió con determinación. En 1914, cuando un manuscrito de Fitzgerald –entonces un egresado de Princeton de 22 años que ya dilapidaba el dinero y bebía de más–, que había sido rechazado por otros sellos, llegó a sus manos, vio algo valioso en él. Mientras discutía los méritos del escritor, Perkins dijo: "Si no vamos a publicar un talento como éste, más nos valdría salirnos del negocio". El libro en cuestión se tituló A este lado del paraíso y su autor se convertiría más tarde en el artífice de El gran Gatsby (1925), un clásico de la literatura.
"Lo que lo hacía un editor tan genial es que podía ver lo que llamaba the real thing (o sea, el talento) en todo tipo de escritores. No se empecinaba con esto o lo otro. Y eso tiene que ver con la idea de que el libro pertenece al autor. Incluso con escritores que no se podían entender a sí mismos, Max era capaz de ver lo que sus libros podían ser, y de ayudarles a llegar hasta ahí", le cuenta por correo electrónico a La Nación revista su nieta Ruth King Porter (76), que vive en Vermont y es escritora.
Educado con las lecturas de Ivanhoe y Los tres mosqueteros, y con ideas románticas sobre la galantería, el autosacrificio y la aspiración de ser un ejemplo para la comunidad, Perkins trataba a la literatura como un asunto de vida o muerte, y veía su trabajo editorial como "un servicio público para las masas". Quién sabe si la fascinación que le despertaban las estrategias militares y libros como Guerra y paz, su lectura favorita, le brindaron también la habilidad para conciliar con éxito el interés comercial y la integridad artística.
Según los editores de habla inglesa, cinco cualidades lo distinguían en su profesión: no temía apostar por nuevas voces en una editorial que publicaba nombres consagrados, se concentraba en sus autores con tanto fervor que ganaba su lealtad; creía firmemente en sus ellos, incluso cuando éstos mismos no lo hacían, afirmaba que los libros pertenecían a ellos, y era amigo de sus escritores.
Recuerdos de familia
Ruth, hija de Peggy, la niña del medio de Perkins y Louise Saunders –y sobrina de Bertha, Elizabeth, Jane y Nancy–, se crió cerca de su abuelo hasta los dos años y medio. Entonces, su familia y ella se mudaron a Ohio, y él murió cuando ella tenía 7 años. "No tengo recuerdos personales de mi abuelo. Lo que sé de él proviene de los libros y del entorno y de las historias familiares", cuenta.
Su mayor tesoro relacionado con Max es un libro de cartas a sus escritores titulado Editor To Author: The Letters of Maxwell E. Perkins, que se publicó en 1950, tres años después de su muerte. "Lo he leído una y mil veces en búsqueda de consejos. Así es como aprendí a escribir ficción", comenta Ruth, quien, además de autora de las novelas Ordinary Magic y The Simple Life, fue la principal recopiladora de Father to daughter, the family letters of Maxwell Perkins, que editó junto con su tía Bertha y su madre en 1995.
Según dice Ruth, casi todos en su familia son escritores, pintores o actores. "Mi hermano, Max, fue el editor del Philadelphia Inquirer. Él escribe poemas preciosos. Mi otro hermano, Perry, es actor. Una de mis hermanas, Jenny, es productora de cine, y mi otra hermana, Polly, es pintora. Mi primo, Max Owen, hijo de la cuarta hermana, Jane, es escritor de varias novelas, en Inglaterra. Mi primo Jerry Gorsline, hijo de Zippy, ha escrito varios libros de no ficción. Y seguro que estoy dejando a alguien afuera."
Su abuela Louise escribió obras de teatro y libros infantiles con relativo éxito. En casa la llamaban Ouisie. "Creo que ella y mi abuelo Max tuvieron una relación muy tormentosa. Discutían mucho. Pero también creo que su relación fue romántica y apasionada. Ouisie era muy histriónica. Ella conmocionaba a la familia Perkins con su maquillaje. Se vestía con prendas exóticas y sueltas, y con un montón de joyas, y usaba un perfume maravilloso... Creía con pasión en el trabajo de Max, y comprendía lo que él veía en los escritores que él alentaba y lo instaba a pelear por ellos", enumera Ruth.
Pero sus pretensiones literarias, en vez de unir a Louise y a su marido, los separaban. En 1922, Perkins conoció a Elizabeth Lemmon, una mujer refinada de Virginia con quien mantuvo una relación epistolar y platónica por más de 20 años. La conexión entre ambos fue tal que la propia esposa del editor reconoció la electricidad que se producía entre ellos. De las cartas, que ella guardó en una caja de zapatos y se publicaron con el título de As ever yours: The letters of Max Perkins and Elizabeth Lemmon, en 2003, se desprende una gran intimidad y cierta tendencia de Perkins a la depresión. Asimismo, se revela su agudeza y sentido del humor. En una de sus misivas se lee: "Querida Elizabeth, no respondiste mi última carta y creo que es por el papel que usé. Así que mantendré las formas... Estamos en suspenso en este momento (9.05 de una noche brillante y fría) porque Fanny, mi hermana, quien nunca ha visto esta casa, está de camino, en auto. Vos pensarás que la reina estaba viniendo por todo el movimiento de los muebles acá y allá y la suavidad de los cojines y la iluminación de las lámparas, y esto y lo otro; Louise se ha cambiado dos veces de ropa. Y resulta que Fanny sólo puede ver con un ojo".
Maxwell no escribía libros, pero era un prolífico escritor de cartas. Sólo con Hemingway –quien se autoeditaba, según Max– intercambió más de mil cien. La relación entre ellos comenzó en 1924, cuando Fitzgerald le habló de un escritor radicado en París "con un brillante futuro". A poco andar, la editorial Scribner publicó Fiesta (1926).
"Aprendan a escribir leyendo", les decía Perkins a sus autores, mientras les entregaba algún libro. También "le encantaba hacer largas caminatas con sus hijas por los campos de Connecticut y en Nueva York. Ellos vivían en ambos sitios –cuenta Ruth–. Max también caminaba por Nueva York con Thomas Wolfe. Y le encantaba Windsor, en Vermont, donde pasó todos los veranos de su infancia, y donde sus hijas iban en los veranos. La mayoría de las cartas de Father To Daughter fueron escritas cuando ellas estaban en Windsor. Max adoraba los bosques, las montañas y la gente de Vermont. También le fascinaba Napoleón y leía mucho sobre él. Y Ouisie escribió una obra larga sobre la hermana de Napoleón".
Perkins era una de las pocas personas a las que Hemingway escuchaba. Admiraba su capacidad de control y permitía que quitara las obscenidades de sus textos. Cuando el escritor maldecía, Perkins permanecía calmo, mientras que con Fitzgerald se mostraba sensible y con Wolfe, severo.
La relación con este último fue como la de un padre con un hijo. Además de reconocer su enorme talento y obligarle a cortar a regañadientes, miles de palabras de El ángel que nos mira (1929) y Del tiempo y el río (1935), Perkins lo ayudaba a organizar sus libros. Al punto tal que un malicioso crítico llegó a decir que sin Perkins no habría existido Thomas Wolfe, y eso marcó el comienzo de una dolorosa ruptura.
En esa relación se centra la biopic Genius, de Michael Grandage, además de las correrías como editor de Max. El elenco incluye, aparte de Firth y Law, a Guy Pearce, Dominic West, Nicole Kidman y Laura Linney, entre otros. Pearce hace de Firzgerald; West, de Hemingway; Linney es Louise Saunders y Kidman interpreta a Aline Bernstein, la mujer con que Wolfe mantuvo una relación turbulenta que duró siete años. Se conocieron a bordo del barco Olympic, cuando ambos regresaban desde Europa, en 1925. Si bien Aline, una diseñadora de vestuario, tenía 44 años y él sólo 25, y ella estaba casada con un millonario con el que tenía dos hijos, se enamoraron de inmediato. El romance no fue secreto, de hecho, ambos se refirieron a él, literariamente. En 1979, la biógrafa Carole Klein publicó Aline, donde abordó el ardiente vínculo de Bernstein con Wolfe, que abundó en cartas. Te amo completamente... Mi vida es una prisión en la cual sólo una persona ha logrado entrar. Esa persona sos vos, le decía él. No hay amor más grande que el mío, casado o soltero –le respondía ella–. Te desafío a igualarlo. La correspondencia completa se conserva en la biblioteca de la Universidad de Harvard.
La familia de Maxwell Perkins no está involucrada en la película, aunque, según Ruth, algunos primos ingleses visitaron el set de filmación. "El film fue rodado en Inglaterra, mayormente con actores británicos y australianos, y eso dice algo... Max estaba muy orgulloso de ser un estadounidense. Por lo que oí en el trailer, no sonaba como si los actores dieran con el acento correcto, pero tendremos que esperar para ver", indica. La cinta está basada en el best-seller Max Perkins: editor of Genius (1978), de Scott Berg, y se estrenará el 10 de junio en los Estados Unidos y el 11 de agosto en las salas argentinas (la trae Diamond Films).
Según Ruth, la devoción de Perkins por Wolfe no era compartida por su familia. "Mi madre y sus hermanas odiaban a Thomas Wolfe. Él era enorme (medía 1,98), chillón y a menudo estaba bebido. Una vez, en el departamento familiar de Nueva York, trató de estrangular a Max. Las hermanas pensaron que Nancy, la más joven, fue muy valiente, ya que durante una cena lo increpó, diciéndole: No le hablés así a mi padre. En los trailers de Genius pareciera como si las pequeñas pensaran que Wolfe era maravilloso. Igual, es muy pronto para opinar", subraya.
La muerte de Wolfe, por una tuberculosis miliar, en 1938, provocó un hondo pesar en Perkins, al que se sumó el fallecimiento de Fitzgerald, de un ataque al corazón, dos años después. "Max sentía como si Tom fuera el hijo que nunca había tenido. Tom eventualmente se rebeló, y se separaron con rabia. Sé que Max pensó que, algún día, Tom alcanzaría su potencial completo y escribiría una novela increíble, y tal vez lo habría hecho, si hubiera vivido más tiempo. La tragedia fue que murió tan joven. Tenía sólo 38 años. Justo antes de morir, él le escribió una hermosa carta de reconciliación a Max, que está incluida en el libro Editor to Author. No creo que Max se haya recuperado nunca de la muerte de Thomas Wolfe", sostiene Ruth.
En esa carta, escrita un mes antes de morir, Wolfe reconoció que Perkins había hecho su obra posible y reafirmó su cariño por él. "Lo que sea que pase, tengo esta corazonada y quería escribirte y decirte que, no importa lo que pase o lo que haya pasado, siempre pensaré en vos, y te recordaré como en el 4 de julio de hace tres años, cuando nos juntamos en el bote y salimos a un café a orillas del río y bebimos, y luego fuimos a la cima de ese gran edificio, y toda esa extrañeza y la gloria y el poder de la vida y de la ciudad estaban abajo..."
El día de su muerte, a los 62 años, Perkins estaba, como dice su nieta, haciendo lo que amaba: "Ayudando a los autores a escribir libros importantes. Bert me contó que cuando él se marchaba hacia el hospital con la neumonia fatal, había dos manuscritos cerca de su cama: De aquí a la eternidad y Llanto por la tierra amada. Estaban listos para ser despachados a su oficina". Su última preocupación fueron los libros que tanto amó.
De editores y grandes autores
Aunque se dice que Maxwell Perkins "es el único editor del que han oído hablar los estudiantes y la mayoría de los profesores de literatura de los Estados Unidos", hay otros que se han hecho igualmente célebres, aunque por motivos distintos. Es el caso de Gordon Lish, un mago de las tijeras que definió el aplaudido estilo del maestro del relato corto y el llamado realismo sucio, Raymond Carver.
El hecho quedó al descubierto en 1999, cuando Alessandro Baricco se dedicóa investigar los originales del autor de De qué hablamos cuando hablamos de amor (1981) y concluyó que Lish había eliminado el 50 por ciento de los textos originales. Esto, luego de realizar un viaje a la biblioteca Lilly, de la Universidad de Bloomington.
El escritor italiano abordó el tema en una nota del diario La Repubblica, en la que citó el artículo de otro autor, D. T. Max, de la revista del New York Times, quien confirmó tras sus propias lecturas de trece cuentos de De qué hablamos cuando hablamos de amor, que Lish había cambiado magistralmente los finales de diez de ellos.
Pese a que el propio Carver dijo, en su tiempo, que si él tenía algún tipo de credibilidad se la debía a Gordon Lish, la colaboración entre ellos no fue del todo amigable y terminó al cabo de tres libros. Carver, depresivo y alcohólico en recuperación, soportaba mal la poda a la que su excéntrico y volátil editor sometía sus textos.
Lawrence Ferlinghetti, poeta y emblema de la generación beat, fundó en San Francisco la librería City Lights, que también funcionaba como editorial. En 1956, publicó Aullido, el poemario de Allen Ginsberg, que le valió un juicio por obscenidad. Sin embargo, Ferlinghetti salió airoso de la demanda y el libro se convirtió en un ícono de toda una época, al tiempo que sentó un precedente para que se pudieran publicar otras obras literarias que estaban prohibidas.
En la España franquista de 1970, Esther Tusquets necesitaba sacar adelante a su editorial, Lumen. Para ello, le pidió a su colega Carlos Barral que le cediera los derechos de Mafalda, la tira de Quino. Así fue que se convirtió en un verdadero éxito, aunque la censura jugó su papel, pues para poder hacerla circular Tusquets debió colocar en la portada una leyenda: Para adultos.