"No hay que esperar a que la muerte nos golpee de cerca para entender que debemos comenzar a vivir; deberíamos saber que ella puede estar al acecho sin que nosotros lo sepamos. Más allá de nuestras circunstancias, el tiempo de accionar es hoy".
Quien lo afirma es Diego Delfino, un músico, productor y aprendiz constante. Un hombre que, a pesar de considerarse desde siempre un luchador, entendió que le quedaba mucho por aprender en el camino de la vida.
Todo comenzó a mediados del año 2004, cuando Diego recibió un golpe en la cabeza durante un partido de rugby. Por precaución, le realizaron una resonancia en el instituto FLENI y, si bien los médicos no encontraron ningún daño en el cerebro, sí hallaron un quiste que, por fortuna, era benigno. Los neurólogos le recomendaron que hiciera su vida normal, pero que lo chequeara periódicamente; primero cada seis meses y luego, si el quiste no crecía, cada año.
Hacia otras tierras
Diego era un joven de una energía singular; sus pasiones eran intensas y sus sueños, ilimitados. Fue así que, entre el deporte, los amigos y la música, culminó sus estudios secundarios sin ninguna complicación y con ansias de comenzar el nuevo tramo que le seguía a su vida.
Con aquel ímpetu característico de su personalidad, se propuso estudiar dos carreras: la de músico profesional y la de Licenciatura en Comercialización. La segunda, con beca completa por haber ganado el concurso de alegatos de la OAJNU - Organización Argentina de Jóvenes para las Naciones Unidas- en el año 2003.
Para el año 2007, y después de horas dedicadas al estudio, ya contaba con un título intermedio de música, lo que lo alentó a dictar clases en el colegio St. Mary´s de Ezeiza y dirigir la orquesta sinfónica de dicha institución.
Joven, trabajador y talentoso, su cielo se sentía infinito y las oportunidades lo demostraban. En el año 2008, recibió una beca para viajar a Estados Unidos a realizar un intercambio en la Universidad del Estado de Luisiana (LSU). "Era por un semestre, con opción a extenderlo a un año. Como estaba feliz enseñando en St. Mary's, no quise quedarme más tiempo, pero terminando el lapso, el director de la orquesta de jazz donde había sido elegido como solista me pidió durante un concierto frente al público que me quedara otro semestre más. ¡No podía decir que no!", revela divertido.
El intercambio llegó a su fin y Diego regresó al país emocionado por el reencuentro, pero sabiendo que había dejado un fragmento de su alma en las tierras del norte. Por eso, cuando a las semanas le ofrecieron una beca por mérito académico para terminar sus carreras en la Universidad de Luisiana, él supo que quería volver.
"Y, por supuesto, ahí fue cuando el quiste decidió hacerse notar", cuenta, "Justo en el momento en que estaba por viajar los médicos me pidieron que no lo haga, porque una resonancia revelaba, al parecer, que el bulto había crecido. Gracias a Dios, fue una falsa alarma, aunque no me permitieron hacerlo hasta el año 2010. Confieso, que cuando vi el concierto del fin del año 2009 por internet y vi que estaban tocando a Piazzolla, me sentí muy mal, pero, al fin y al cabo, estaba agradecido de que el quiste estuviera normal. Finalmente viajé a LSU, recibí mis títulos, y trabajé en televisión y cine, lo que me llevó a Los Ángeles en el 2015, tres años después de recibirme. Ahí fue cuando el problema verdaderamente se hizo notar", continúa.
Cuando menos lo necesitaba
El año 2015 encontró a Diego enseñando sonido para cine en SAE, un terciario de ingeniería de sonido en Atlanta. Allí, un amigo y colega, Kenneth Lovell, le ofreció viajar con él a Los Ángeles para proponer un álbum de música sinfónica inspiracional a un sello llamado Riptide Music Group.
"Ahí me la pasé horas trabajando muy duro y hasta muy tarde cada noche para terminar el demo. Creía que era lógico que tuviera dolores de cabeza. Estaba en Los Ángeles sólo por unos días y no iba a dejar que una molestia me hiciera perder el ritmo. Entonces, en lugar de ir al médico, tomé analgésicos a más no poder, hasta que finalmente tuve que cancelar mis reuniones e internarme de urgencia en el hospital", rememora Diego.
"El quiste había crecido y lo tenían que extirpar de emergencia", continúa, "Lo único que recuerdo de ese momento fue la vergüenza de haber vomitado en el Uber y la angustia de tener que decirle a mi papá por teléfono que no podía viajar para operarme en Argentina, porque según el médico era probable que muriera antes de aterrizar".
Así, la realidad de Diego había dado un vuelco en todos los sentidos posibles; un instante antes se encontraba obsesionado con sus metas laborales; de pronto, su única meta era permanecer con vida.
Nueva actitud ante la vida
"Sé que estuvieron todos los amigos y familiares en ambas partes del mundo haciendo círculos de rezo; que me metieron al quirófano y me operaron durante diez horas", relata conmovido, "Sobreviví. Pero la primera etapa de recuperación, que recuerdo muy vagamente, fue muy dura: durante las dos semanas que estuve en terapia intensiva tuve momentos en los que mi salud se deterioraba y contraje meningitis y los pronósticos volvieron a ser muy reservados".
Sin embargo, en un hermoso día, a Diego le anunciaron que podía salir de la unidad de cuidados intensivos y, a partir de allí, las cosas mejoraron exponencialmente. Para sorpresa de los profesionales, su recuperación había vencido todos los pronósticos.
Ya de regreso a su hogar de Atlanta hizo el resto de su rehabilitación y, gracias a una actividad física constante, le dieron el alta rápidamente. "Hago ejercicio a diario y soy uno de tres organizadores de un grupo de Fitness para trabajadores de pos producción", explica con una sonrisa.
Otro motivo de deslumbramiento fueron sus reflejos, que terminaron muy afinados: en dos de los estudios de capacidades cognitivas, Diego recibió la calificación más alta que jamás habían visto los examinadores en el hospital. Su tenacidad, constancia y empuje fueron clave para su resiliencia y magnífica recuperación.
"Pero lo más importante que rescato de todo lo vivido fue el cambio de actitud frente a la vida. Ahora soy muy agradecido de estar vivo y tengo mucha fe. Si bien estaba molesto al comienzo, ya que me preguntaba por qué esto me había pasado a mí, especialmente en un momento de crecimiento profesional, hoy en día entiendo que es bueno que me haya sucedido: sin ese evento, no sentiría tanta gratitud por estar vivo como siento ahora. Lo sucedido también me enseñó a escuchar las señales; a equilibrar los llamados del cuerpo con los del alma", revela.
Al poco tiempo, Diego volvió a la enseñanza, a producir música y a hacer sonido. Se casó con su novia y el amor de su vida, Kristina. Y, hace tan solo unos días, emprendió un largo viaje en auto hacia Los Ángeles, convocado por el compositor Evan Evans (hijo del pianista Bill Evans). Será productor asistente en un gran proyecto en dicha ciudad, un sueño cumplido que antes le hubiera parecido imposible imaginar.
"Pasé de moribundo a recibir la oportunidad artística de mi vida. Hoy estuve en terapia y reconocí que, si no hubiera sido por mi operación y lo cerca que estuve a la muerte, quizás no hubiera tenido la determinación para conseguirlo", afirma emocionado, "Si bien siempre había sido un "busca" (¡qué lindo es poder usar coloquialismos argentinos y que se entiendan!), creo que este evento me dio la fuerza que necesitaba, y espero que compartirla les sirva a otros para usarla en su favor: no hay que esperar a que la muerte les llegue cerca para accionar, sino saber que la muerte puede estar al acecho sin que nosotros lo sepamos y por eso hoy es el momento de escucharnos, agradecer y animarnos a vivir nuestros sueños. Citando a Evan Evans, que me acompaña en este testimonio: No importa a dónde te lleve la vida, con fuerza, rezo y esperanza, siempre aparecen oportunidades para vivir un día mejor".
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