Teresa Laborde es la hija de Adriana Calvo, la primera testigo que declaró en el juicio a las Juntas, en su testimonio detalló las circunstancias en que parió a su hija. Esta es la historia de esa niña.
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A los veintiún años dejó la casa de sus padres para irse a vivir a otro país. Como tantos jóvenes a esa edad sentía que era tiempo de buscar su propio camino. Estudiaba teatro y danza. En 1999 se fue a Ecuador, primero, a México después y finalmente a Cuba, en el 2001, donde aprendió circo, danza con telas y teatro.
Ella quería ir más liviana por la vida. Dejar de cargar un peso emocional que cargaba por ser hija de dos sobrevivientes de la dictadura. Eso no era lo que iba a definir su destino. Lo de viajar a otros países era un poco eso. Empezar un camino independiente, conectarse con lo nuevo, la belleza, la bondad y, fundamentalmente, olvidarse de ese “miedo intravenoso” que llevaba impreso en algún lugar de su ser desde el momento de su llegada al mundo. Por eso, con la imaginación como estandarte se había ido de expedición a encontrar “tierras libres de hijos de yuta”.
A veces sentía dolores de espalda, de cabeza y experimentaba algunos otros síntomas de que algo no andaba bien. Consultó a una osteópata para que la ayudara a recuperarse y poder seguir entrenando. La sorprendió con una pregunta:“¿Tuviste un nacimiento traumático?”.
Dos años después, en Cuba, mientras bailaba en el aire arriba de una tela, se desmayó y se cayó al piso. Esa vez sí consultó con un médico, quien le diagnosticó una escoliosis múltiple y le explicó que, en su caso, al ser tan pronunciado el grado de desviación de su columna vertebral, si quería ser bailarina iba a tener que someterse a una cirugía. Pero la rehabilitación llevaría dos años y para cuando pudiera volver a entrenar ya iba a tener 25 años. “Si le gusta el arte y no se opera, mejor dedícate a la teoría”, le aconsejó el doctor.
Así recuerda Teresa Laborde, a sus 46 años, ese viaje iniciático que, en forma caprichosa, esta narración elige para empezar a contar su historia. Quizá porque en esa ansia de aventura reside algo de su fuerza. Quizá porque así sea más fácil ver a la entrevistada como una chica común que solo está frente a otra mujer sentada en la mesa de un bar, una tarde calurosa, en el centro porteño.
Quizá porque de ese modo sea posible evitar importunarla con esa suerte de admiración, condescendencia y compasión que suelen ser las primeras emociones que tanta gente suele manifestar al momento de conocerla. Quizá porque así podremos pasar más rápido a esa complicidad necesaria para establecer una conversación fluida en lugar de soltar esa pregunta latente que si no tuviéramos filtros quisiéramos hacerle. Y sabemos de antemano que no habrá respuesta que pueda saldar el enigma pero aun así es inevitable, irrumpe y la contenemos dentro de nuestros pensamientos: ¿Cómo puede ser...? Completar con lo que cada uno necesite.
Quizá por eso, para no sucumbir en lo inconcebible de esta historia, elegimos presentar a Teresa como una mujer buscadora. Ya no “Teresa, la que nació presa”, ni la niña emblema del triunfo del bien sobre el mal, roles que representó desde su más temprana infancia, a los que no renuncia, pero que no fueron elegidos.
Puede haber algo de ingenuo en elegir esta mirada para transmitir su historia. Pero situarnos en este punto de vista nos permitirá eludir la perplejidad. Lo más terrible, lo que ya fue testimoniado en varias oportunidades y registros - judiciales, periodísticos e históricos- lo responderá en primera persona. Una vez más. Para que no ocurra nunca más.
“En un auto mi mamá me dio a luz con las manos atadas atrás”
Teresa, nació en un móvil policial, en plena dictadura, el 15 de abril de 1977, cuando su madre detenida desaparecida era trasladada a un centro de detención clandestina. Por ese hecho fue citada a dar testimonio por primera vez, en 2012, ante el Tribunal Oral Federal N° 1 de La Plata, en el juicio sobre los centros clandestinos que integraron el denominado Circuito Camps: “En un auto mi mamá me dio a luz con las manos atadas atrás, con los ojos vendados. Por lo que ella me pudo contar, yo quedé tirada en la parte de atrás en el asiento, ella no me podía agarrar y estuve todo el tiempo hasta llegar al Pozo de Banfield, tirada, desnuda, recién nacida en el piso del auto colgando del cordón”.
Esto ocurrió hace más de cuatro décadas, mucho antes de que el concepto de violencia obstétrica fuera acuñado y empezara a ser un tema de conversación en la sociedad argentina. Como muestra, un fragmento del testimonio de Adriana Calvo en el juicio a las Juntas en 1985: “Mi beba nació bien, nació bien, era muy chiquita, quedó colgando del cordón, se cayó del asiento, estaba en el piso, yo le pedía por favor que me la alcancen, que me la dejen tener conmigo, no me la alcanzaron. Lucrecia le pidió un trapo al de adelante que cortó un trapo sucio y con eso ataron el cordón y seguimos camino. Habían pasado 3 minutos, mi beba lloraba, yo seguía con las manos atrás, yo seguía con los ojos vendados, no me la querían dar. Señor presidente, ese día hice la promesa que si mi beba vivía y yo vivía iba a luchar todo el resto de mis días por que se hiciera justicia.”. Así narraba la física Adriana Calvo los hechos del día en que nació su hija Teresa Laborde.
Antes de pasar a la entrevista, diremos que finalmente y hasta el día de hoy, Teresa logró desarrollar una carrera que ya lleva quince años en el mundo del arte como docente. Profesora de Arte y sociedad, Estética y del Taller de experimentación audiovisual en la Universidad Nacional de Lanús. También es docente guía en “Abremate, Centro Interactivo de Ciencia y Tecnología” de la misma universidad. Y, más recientemente, condujo HIJAS, un ciclo de conversaciones y obras artísticas de cinco encuentros con otras protagonistas sobrevivientes del terrorismo de estado durante la última dictadura militar.
- ¿Cuál es el punto de inflexión que hoy, a tus 46 años, vos elegirías para empezar a contar tu historia, más allá de lo que otros eligieron contar?
- El día en que declaré en el Juicio a Brigadas acerca del infierno que fue el Pozo de Banfield. Por más que no tengo memoria consciente, fui citada, yo soy testimonio vivo de todo lo que pasó ahí. También declararon mis hermanos, ya que los tres somos testigos de todo lo que pasamos después.
- ¿Qué sentiste en ese momento?
- Cuando lo vi a (Jorge Antonio) Bergés, muy cómodo en su mansión, me di cuenta de todo lo que falta hacer por la justicia. Este señor robó personas, robó bebés, además de robar, porque las patotas se robaban todo. El juicio fue por Zoom, porque era pandemia y, a diferencia de otros juicios en los que yo había declarado, en los que los acusados no estaban sentados en el banquillo porque habían sido excusados, esta vez estaban conectados. Y verlos cómodamente sentados en sus casas, me hizo muy mal. También, por otro lado, ese día empecé a imaginar una película en mi cabeza. No sabía que se iba a hacer Argentina 1985. Lo que me pareció que es material para una película de ficción, es el día en que desapareció Jorge Julio López, en 2006. Ese día fue otro punto de inflexión en mi vida: nació mi hijo y a las horas desapareció, en plena democracia
N. de la R. : Jorge Julio López fue desparecido en La Plata en 2006 tras declarar en los juicios por delitos de lesa humanidad contra el represesor Miguel Etchecolatz, subjefe de la Policía Bonaerense durante la última dictadura militar.
- ¿Por qué te enfocaste en ese suceso especialmente?
- Fue muy fuerte para mí. Un momento personal y al mismo tiempo histórico de nuestro país. Yo había vuelto de Cuba donde hice mi carrera artística, embarazada de ocho meses. Y llegué justo cuando estaba arrancando el primer juicio después de (los juicios a las Juntas Militares) 1985. Después de las condenas del juicio a las juntas, vinieron las leyes de impunidad: Punto final, Obediencia debida y no se investigó nada más. Entonces este nuevo juicio implicó mucha movilización de los organismos de derechos humanos y, fundamentalmente, de uno que siempre fue muy silenciado: la Asociación de Ex-Detenidos Desaparecidos, que fundó mi mamá con otros sobrevivientes.
- Ellos hicieron los Juicios por la verdad...
- Que no tenían ninguna validez legal pero que reunieron un montón de pruebas y testimonios. Si bien eran puestas en escena en una plaza y no en un tribunal de verdad, había abogadas de verdad, los sobrevivientes eran de verdad, sus intervenciones eran verdaderas. Había algunos fiscales que también iban. Obviamente, no estaban los imputados y no tenían ningún tipo de peso legal. Yo decía, mamá, ¿estás haciendo teatro? Y sí. Pero eso permitió reunir muchísimos testimonios, cruzar datos y ahí declaró Julio López por primera vez en su vida. Nunca había hablado del tema. Y es muy flashero, porque él escribía en servilletas los recuerdos que tenía. Era albañil y escribía en bolsas de cemento. Y de repente, como vivía en La Plata, se encontró con esos juicios, preguntó y dijo todo lo que recordaba. Hasta que en 2006 se reabren los juicios a la dictadura. Y el primero es el de Etchecolaz. Julio López lo había visto, había sido torturado por él. Era un testigo ocular clave.
- ¿Qué cosas de esas que no están a simple vista determinaron en vos las circunstancias de tu nacimiento?
- No sé a qué hora nací, así que no puedo hacerme una carta astral. ¡Una tragedia! (risas). La verdad, es que no sabría si hay alguna explicacion científica sobre tu pregunta. Sé que hay estudios que hablan de memoria celular, o de la posibilidad de revivir recuerdos de cuando estamos adentro de la panza, pero la verdad es que no lo estudié. A veces me da curiosidad y pienso que podría investigar sobre eso. Lo que sí me marcó a mí es lo simbólico, lo anecdótico. Una característica mía es que soy de tener chuchos de frío y tal vez eso esté relacionado con esas dos primeras horas en que nos dejaron a mí y a mi mamá tiradas en el auto. Mi mamá me contó que hacía mucho frío, estábamos desnudas. Imagino que recién nacida habré sufrido mucho frío, y tal vez eso es algo que me marcó en mi memoria celular.
- ¿ Y en términos de lo que tu historia representa para los argentinos?
- Entiendo que es una historia para ser contada, sobre todo en estos tiempos de desinformación, cuando hay quienes quieren negar los crímenes de la dictadura, las historias de los protagonistas, como la de mi mamá, son las que hay que escuchar. En esta era de la posverdad, es una historia que yo nunca quise negar, que me marcó, me marcó para bien, me marcó con orgullo, es una historia de valentía, es una historia de supervivencia, es una historia de solidaridad, de empatía, ahora se le diría sororidad, porque no hubiera recuperado, o sea no hubiera sido yo, hubiera perdido mi identidad si esas cinco mujeres que estuvieron encerradas con nosotras no me hubieran protegido. Fueron ellas quienes le daban ánimo a mi mamá cuando no aguantaba la angustia y no me podía amamantar. Si no hubiera tenido sus cantos, todo el amor que me dieron entre todas, no sería quien soy yo hoy. Y todavía tenemos que encontrar a los otros cuatro bebés que parieron las mujeres que compartieron nuestra celda. Fueron treinta y tres en total las criaturas paridas en el Pozo de Banfield.
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